24. Del viaje de Eärendil y la Guerra de la Cólera


El resplandeciente Eärendil era entonces el señor del pueblo que vivía cerca de las Desembocaduras del Sirion; y tomó por esposa a Elwing la Bella, y ella le dio a Elrond y Elros, que fueron llamados Medio Elfos. Pero a Eärendil no le era posible descansar, y los viajes por las costas de las Tierras de Aquende no lo apaciguaban. Dos propósitos le crecieron en el corazón, unidos en la nostalgia del anchuroso mar; y se propuso navegar en busca de Tuor e Idril, que no volvían; y pensó que quizá encontraría la última costa, y que antes de morir llevaría el mensaje de los Elfos y de los Hombres a los Valar de Occidente, a quienes los dolores de la Tierra Media moverían a piedad.

Ahora bien, Eärendil tenía gran amistad con Círdan el Carpintero de Barcos, que vivía en la Isla de Balar con quienes habían escapado del saqueo de los Puertos de Brithombar y Eglarest. Con ayuda de Círdan, Eärendil construyó Vingilot, la Flor de Espuma, el más bello de los navíos en todas las canciones, de remos dorados y maderos blancos, cortados en los bosques de abedules de Nimbrethil; y de velas como la luna de plata. En la Balada de Eärendil muchas cosas se cantan de las aventuras de Eärendil en alta mar, y en tierras nunca antes pisadas, y en múltiples mares e islas; pero Elwing no estaba con él, y esperaba tristemente junto a las Desembocaduras del Sirion.

Eärendil no encontró a Tuor ni a Idril, ni llegó nunca en ese viaje a las costas de Valinor, derrotado por las sombras y el encantamiento, arrastrado por vientos contrarios hasta que el recuerdo de Elwing lo llevó hacia la costa de Beleriand, de vuelta al hogar. Y el corazón le ordenó que se diera prisa, pues lo había asaltado un súbito temor, venido de un sueño; y los vientos con los que antes había luchado no lo llevaban ahora de regreso tan de prisa como él hubiera querido.

Ahora bien, cuando le llegó a Maedhros la nueva de que Elwing todavía vivía, y que en posesión del Silmaril moraba junto a las Desembocaduras del Sirion, decidió no intervenir, arrepentido de los hechos de Doriath. Pero con el tiempo, el recuerdo del juramento sin consumación lo atormentó otra vez, y también a sus hermanos, y abandonando los errantes senderos de la cacería, se reunieron y enviaron a los Puertos mensajes de amistad, pero también de severa exigencia. Entonces Elwing y el pueblo del Sirion no quisieron ceder la joya que Beren había ganado, y que Lúthien había llevado consigo, y por la que Dior el Hermoso había sido muerto; y menos todavía mientras el Señor Eärendil estaba de viaje por el mar, porque les parecía que la curación y la bendición descendidas sobre casas y barcos les venían del Silmaril. Y así ocurrió la última y la más cruenta de las matanzas de Elfos por Elfos; y fue ése el tercero de los grandes males causados por el juramento maldito.

Porque los hijos de Fëanor que todavía vivían atacaron de improviso a los exiliados de Gondolin y a los restos de Doriath y los aniquilaron. Durante esa batalla hubo gente de los dos pueblos que se mantuvo aparte, y unos pocos se rebelaron y fueron muertos por ayudar a Elwing contra sus propios señores (tan grandes eran el dolor y la confusión que había en el corazón de los Eldar en aquellos días); pero Maedhros y Maglor ganaron entonces, aunque sólo ellos quedaron de los hijos de Fëanor, pues tanto Anrod como Amras fueron muertos. Demasiado tarde acudieron los barcos de Círdan y Gil-galad el Rey Supremo en ayuda de los Elfos del Sirion; y Elwing había desaparecido, y también sus hijos. Entonces los pocos del pueblo que no habían perecido en el ataque se unieron a Gilgalad, y fueron con él a Balar; y dijeron que Elros y Elrond habían sido hechos prisioneros, pero que Elwing se había arrojado al mar con el Silmaril al pecho.

Así fue que Maedhros y Maglor no obtuvieron la joya; pero ésta no se había perdido. Porque Ulmo sacó a Elwing de las aguas y le dio la forma de una gran ave blanca, y en el pecho le brillaba el Silmaril como una estrella; y ella flotó sobre las ondas en busca de Eärendil, su bien amado. Una noche, mientras Eärendil estaba al timón de la nave, la vio venir hacia él como una nube blanca en exceso veloz bajo la luna, como una estrella sobre el mar que se moviera en un curso extraño, una pálida llama en alas de la tormenta. Y se canta ahora que cayó ella del aire sobre los maderos de Vingilot, en una suerte de desmayo, no lejos de la muerte por la urgencia del apremio que la había impulsado, y Eärendil la acogió en su regazo; pero por la mañana, con ojos maravillados, contempló junto a él a su esposa, que recobraba la forma de antes, y cubría con sus cabellos el rostro de Eärendil, y ella dormía.

Grande fue el dolor de Eärendil y Elwing por la ruina de los Puertos del Sirion y el cautiverio de sus hijos, y temían que les dieran muerte; pero no ocurrió así. Porque Maglor tuvo piedad de Elros y Elrond, y los estimó, y el amor creció luego entre ellos, aunque pocos lo hubieran imaginado antes, pero Maglor tenía el corazón enfermo y cansado por la carga del terrible juramento.

Pero Eärendil no veía ahora ninguna esperanza en la Tierra Media, y no sabiendo otra vez qué hacer, no regresó a su casa, sino que trató de ir de nuevo hacia Valinor, junto con Elwing. Se pasaba las horas de pie erguido en la proa de Vingilot, y sujeto en la frente llevaba el Silmaril, y la luz de la joya se iba haciendo cada vez más intensa a medida que avanzaban hacia Occidente. Y han dicho los sabios que fue por el poder de esa joya sagrada que llegaron con el tiempo a aguas que ningún navío había conocido excepto los barcos de los Teleri, y arribaron a las Islas Encantadas y escaparon al encantamiento; y entraron en los Mares Sombríos y atravesaron las sombras, y miraron Tol Eressëa, la Isla Solitaria, y no se demoraron; y por fin echaron anclas en la Bahía de Eldamar, y los Teleri vieron la llegada del barco en el Oriente y quedaron asombrados al contemplar desde lejos la luz del Silmaril, y era muy intensa. Entonces Eärendil, el primero entre los Hombres vivientes, pisó las costas inmortales; y habló allí a Elwing y a los que estaban con él, los tres marineros que habían navegado por todos los mares en su compañía: Falathar, Erellont y Aerandir. Y les dijo Eärendil: —Aquí no otro que yo ha de poner pie, no sea que la cólera de los Valar se desate contra vosotros. Pues yo solo correré ese peligro, en nombre de los Dos Linajes.

Pero Elwing respondió: —Entonces nuestros caminos se separarían; pero yo correré contigo ese peligro. Y saltó a la espuma blanca y corrió hacia él; pero Eärendil se sintió apenado, pues temía el enojo de los Señores del Occidente contra cualquiera de la Tierra Media que osara atravesar el cerco de Aman. Y allí se despidieron de los compañeros de viaje y se separaron de ellos para siempre.

Entonces Eärendil le habló a Elwing: —Espérame aquí; porque sólo uno puede llevar el mensaje, y tal es mi destino—. Y avanzó solo por la tierra y llegó al Calacirya, y le pareció desierto y silencioso; porque como Morgoth y Ungoliant en edades pasadas, llegaba Eärendil ahora en tiempos de festividad, y casi todo el pueblo de los Elfos había ido a Valimar o estaba reunido en las estancias de Manwë sobre Taniquetil, y pocos eran los que habían quedado de guardia sobre los muros de Tirion.

Pero algunos había allí que vieron venir de lejos a Eärendil, y la gran luz que transportaba; y fueron de prisa a Valimar. Pero Eärendil subió a la verde colina de Tuna y la encontró desierta; y sintió una pesadumbre en el corazón, pues temía que el mal hubiera llegado aun al Reino Bendecido. Anduvo por los caminos desiertos de Tirion, y el polvo que se le posaba sobre los vestidos y zapatos era un polvo de diamantes, y él brillaba y resplandecía mientras subía por la larga escalinata blanca. Y llamó en alta voz en muchas lenguas, tanto élficas como humanas, pero no había nadie que le respondiese. Por fin se volvió hacia el mar; pero al tomar el camino de la costa, alguien le hablo desde la colina gritando:

—¡Salve, Eärendil, de los marineros el más afamado, el buscado que llega de improviso, el añorado que viene cuando ya no queda ninguna esperanza! ¡Salve, Eärendil, portador de la luz de antes del Sol y de la Luna! ¡Esplendor de los Hijos de la Tierra, estrella en la oscuridad, joya en el crepúsculo, radiante en la mañana!

Esa voz era la voz de Eönwë, Heraldo de Manwë, y venía de Valimar, y pidió a Eärendil que se presentara ante los Poderes de Arda. Y Eärendil fue a Valinor y a las estancias de Valimar, y nunca volvió a poner pie en las tierras de los Hombres. Entonces los Valar se reunieron en consejo, y convocaron a Ulmo desde las profundidades del mar; y Eärendil compareció ante ellos y comunicó el recado de los Dos Linajes. Pidió perdón para los Noldor y piedad por los que habían soportado penurias, y clemencia para los Hombres y los Elfos y que los socorrieran en sus necesidades. Y este ruego fue escuchado.

Se dice entre los Elfos que después de que Eärendil hubo partido, en busca de su esposa Elwing, Mandos habló sobre el destino del Medio Elfo; y dijo: —¿Ha de pisar Hombre mortal las tierras inmortales y continuar con vida?— Pero Ulmo dijo: —Para esto nació en el mundo. Y respóndeme: ¿es Eärendil hijo de Tuor del linaje de Hador, o el hijo de Idril hija de Turgon, de la casa élfica de Finwë?— Y Mandos respondió: —Los Noldor que se exiliaron voluntariamente tampoco pueden retornar aquí.

Pero cuando todo quedó dicho, Manwë pronunció su sentencia: —El poder del destino depende de mí en este asunto. El peligro en que se aventuró por amor de los Dos Linajes no caerá sobre Eärendil, ni tampoco sobre Elwing, que se aventuró en el peligro por amor a Eärendil; pero nunca volverán a andar entre Elfos u Hombres en las Tierras Exteriores. Y esto es lo que decreto en relación con ellos: a Eärendil y a Elwing y a sus hijos se les permitirá elegir libremente a cuál de los linajes unirán su destino y bajo qué linaje serán juzgados.

Ahora bien, después de haber transcurrido mucho tiempo desde la partida de Eärendil, Elwing se sintió sola y tuvo miedo; y errando a orillas del mar llegó cerca de Alqualondë, donde estaban las flotas Tele—rin. Allí los Telen hicieron amistad con ella, y escucharon lo que contó de Doriath y Gondolin y las penurias de Beleriand, y mostraron piedad y asombro; y cuando Eärendil regresó la encontró allí, en el Puerto de los Cisnes. Pero antes de no mucho tiempo fueron convocados a Valimar; y allí se les anunció el decreto del Rey Mayor.

Entonces Eärendil le dijo a Elwing: —Elige tú, porque ahora estoy cansado del mundo.— Y Elwing eligió ser juzgada entre los Primeros Hijos de Ilúvatar a causa de Lúthien; y por ella Eärendil eligió de igual modo, aunque se sentía más unido al linaje de los Hombres y el pueblo de su padre. Entonces, por orden de los Valar, Eönwë fue a la costa de Aman, donde los compañeros de Eärendil todavía esperaban noticias; y soltó un bote, y los tres marineros fueron embarcados en él, y los Valar los transportaron hacia el Oriente en un gran viento. Pero tomaron el Vingilot, y lo consagraron, y lo cargaron a través de Valinor hasta la margen extrema del mundo; y allí pasó por la Puerta de la Noche y fue levantado hasta los océanos del cielo.

Ahora bien, bella y maravillosa era la hechura de ese navío, envuelto en una llama estremecida, pura y brillante; y Eärendil el Marinero estaba al timón, y relucía con el polvo de las gemas élficas, y llevaba el Silmaril sujeto a la frente. Lejos viajaba en ese navío, aun hasta el vacío sin estrellas; pero con más frecuencia se lo veía por la mañana o el atardecer, resplandeciente al alba o al ponerse el sol, cuando volvía a Valinor de viajes hasta más allá de los confines del mundo.

En esos viajes Elwing no lo acompañaba, porque no podía soportar el frío y el vacío sin senderos, y antes prefería la tierra y los dulces vientos que soplan en el mar o las colmas. Por tanto construyeron para ella una blanca torre en el norte, a orillas de los Mares Divisorios; y allí a veces buscaban reparo todas las aves marinas de la tierra. Y se cuenta que Elwing aprendió las lenguas de los pájaros, ella que una vez había tenido forma de ave; y le enseñaron el arte del vuelo, y tuvo alas blancas y grises como de plata. Y a veces, cuando Eärendil se acercaba de regreso a Arda, ella solía volar a su encuentro, como lo había hecho mucho tiempo atrás cuando la rescataran del mar. Entonces aquellos de vista penetrante entre los Elfos que vivían en la Isla Solitaria alcanzaban a verla como un pájaro blanco, resplandeciente, teñido de rosa por el crepúsculo, cuando se elevaba dichosa para saludar el regreso a puerto de Vingilot.

Ahora bien, cuando por primera vez Vingilot se hizo a la mar del cielo, se elevó de pronto, refulgente y brillante; y la gente de la Tierra Media lo vio desde lejos y se asombró, y lo tomaron por un signo, y lo llamaron Gil-Estel, la Estrella de la Gran Esperanza. Y cuando esta nueva estrella fue vista en el crepúsculo, Maedhros le habló a su hermano Maglor y le dijo: —¿No es acaso un Silmaril, que brilla ahora en el Occidente?

Y Maglor respondió: —Si es en verdad el Silmaril que vimos hundirse en el mar y que se eleva otra vez por el poder de los Valar, regocijémonos entonces; porque su gloria es vista ahora por muchos, y no obstante está más allá de todo mal.— Entonces los Elfos miraron hacia arriba y ya no desesperaron; pero Morgoth se llenó de duda.

Sin embargo, se dice que Morgoth no esperaba el ataque que le llegó desde Occidente; porque había crecido mucho en orgullo, y le parecía que nadie más se atrevería a librar una guerra abierta contra él. Además, imaginaba que había malquistado para siempre a los Noldor con los Señores del Occidente, y que contentos en su propio reino, los Valar ya nunca harían caso del mundo exterior; porque para aquel que no conoce la piedad, los hechos piadosos son extraños e incomprensibles. Pero el ejercito de los Valar se preparaba para la batalla; y tras sus estandartes blancos marchaban los Vanyar, el pueblo de Ingwë, y aquellos de los Noldor que nunca habían abandonado Valinor, y cuyo conductor era Finarfin, el hijo de Finwë. Pocos de entre los Teleri estaban dispuestos a ir a la guerra, porque recordaban la matanza en el Puerto de los Cisnes y la captura de los navíos; pero escucharon a Elwing, que era la hija de Dior Eluchíl y del linaje de ellos, y enviaron marineros para las naves que transportaban el ejército de Valinor por el mar hacia el este. No obstante, permanecieron a bordo, y ninguno de ellos puso pie en las Tierras de Aquende.

De la marcha del ejército de los Valar hacia el norte de la Tierra Media poco se dice en historia alguna; porque entre ellos no iba ninguno de los Elfos que habían vivido y sufrido en las Tierras de Aquende, y que compusieron las historias de aquel tiempo que aún se conocen; y sólo se enteraron de esos hechos mucho después, por sus hermanos de Aman. Pero al fin el poder de Valinor apareció en el Occidente, y las trompetas de Eönwë clamaron desafiantes en el cielo; y Beleriand se encendió con la gloria de las armas, pues el ejército de los Valar se componía de figuras jóvenes y hermosas y terribles, y las montañas resonaban bajo sus pies.

El encuentro de los ejércitos del Occidente y del Norte se llamó la Gran Batalla y la Guerra de la Cólera. Allí se concentró todo el poder del Trono de Morgoth, que había crecido sin medida, de modo que Anfauglith no podía ya contenerlo; y todo el Norte ardía con la guerra.

Pero de nada le valió. Los Balrogs fueron destruidos, salvo unos pocos que huyeron y se escondieron en cuevas inaccesibles en las raíces de la tierra; y las incontables legiones de los Orcos perecieron como paja en un incendio, o fueron barridas como hojas marchitas delante de un viento ardiente. Durante largos años, pocos quedaron para perturbar el mundo. Y los sobrevivientes de las tres casas de los Amigos de los Elfos, los Padres de los Hombres, lucharon de parte de los Valar; y fueron vengados en esos días por la muerte de Baragund y Barahir, de Galdor y Gundor, de Huor y Húrin, y muchos otros de sus señores. Pero la mayoría de los hijos de los Hombres del pueblo de Uldor, y otros recién llegados del este, marcharon junto con el Enemigo; y los Elfos no lo olvidan.

Entonces, al ver que sus huestes eran aniquiladas y su poder dispersado, Morgoth se amilanó, y no se atrevió él mismo a salir a la batalla. Pero lanzó sobre el enemigo el último ataque desesperado que había previsto, y de los abismos de Angband salieron los dragones alados que habían estado ocultos hasta entonces; y tan súbita y ruinosa fue la embestida de la terrible flota, que el ejército de los Valar retrocedió, porque los dragones venían junto con grandes truenos, y relámpagos, y una tormenta de fuego.

Pero llego Eärendil, brillando con una llama blanca, y alrededor de Vingilot estaban reunidas todas las grandes aves del cielo, y las capitaneaba Thorondor, y hubo una batalla en el aire todo el día y a lo largo de una noche de duda. Antes de salir el sol, Eärendil mató a Ancalagon el Negro, el más poderoso del ejército de los dragones, y lo arrojó del cielo; y cayó sobre las torres de Thangorodrim, que se quebraron junto con él. Entonces salió el sol, y el ejercito de los Valar prevaleció, y casi todos los dragones fueron destruidos; y todos los fosos de Morgoth quedaron desmoronados y sin techo, y el poder de los Valar descendió a las profundidades de la tierra. Allí por fin quedó Morgoth acorralado y acobardado. Huyó a la más profunda de sus minas y pidió la paz y el perdón; pero los pies le fueron rebanados desde abajo, y fue arrojado al suelo de bruces. Luego fue atado con la cadena Angainor, que él había llevado en otro tiempo, y de la corona de hierro le hicieron un collar, y le hundieron la cabeza entre las rodillas. Y los dos Silmarils que Morgoth conservaba los quitaron de la corona, y brillaron inmaculados bajo el cielo; y Eönwë los recogió y los guardó.

Así se puso fin al poder de Angband en el Norte, y el reino maldito fue reducido a nada; y de las profundas prisiones una multitud desesperanzada de esclavos emergió a la luz del día, y contemplaron un mundo que había cambiado. Porque tan grande era la furia de esos adversarios, que las regiones septentrionales del mundo occidental se habían partido, y el mar entraba rugiendo por múltiples grietas, y había mucho ruido y confusión; y los ríos perecieron o buscaron nuevos cursos, y los valles se levantaron y las colinas se derrumbaron; y ya no había Sirion.

Entonces Eönwë, como heraldo del Rey Mayor, convocó a los Elfos de Beleriand para abandonar la Tierra Media. Pero Maedhros y Maglor no lo escucharon, y se prepararon, aunque ahora con fatiga y aversión, para un intento desesperado: cumplir con el juramento; porque combatirían por los Silmarils, si se los estorbaba, aun contra el ejército victorioso de Valinor, aunque estuvieran solos contra todo el mundo. Y por tanto enviaron mensaje a Eönwë, exigiendo que se les cedieran esas joyas que antaño había hecho Fëanor, el padre de ellos, y que Morgoth le había robado.

Pero Eönwë respondió que los hijos de Fëanor no tenían ya ningún derecho a redamar los Silmarils, y esto a causa de las muchas e impías acciones que ellos habían llevado a cabo, enceguecidos por el juramento y por el asesinato de Dior y el ataque a los puertos. La luz de los Silmarils iría ahora hacia el Occidente, donde había tenido principio; Maedhros y Maglor regresarían a Valinor, y se someterían al juicio de los Valar; y sólo si ellos así lo decretasen cedería Eönwë las joyas que él guardaba ahora. Entonces Maglor deseó en verdad someterse, pues sentía una congoja en el corazón, y dijo: —El juramento no exige que no aprovechemos el momento oportuno, y puede que en Valinor todo quede perdonado y olvidado, y que así al fin tengamos paz.

Pero Maedhros respondió que si volvían a Aman, y el favor de los Valar no les era concedido, el juramento continuaría siendo válido, aunque ya nadie esperaría que se cumpliese alguna vez, y preguntó: —¿Quién puede saber a qué condena espantosa no seremos sometidos si desobedecemos a los Poderes en su propia tierra o nos proponemos llevar la guerra otra vez a su reino sagrado?

Pero Maglor aún insistió diciendo: —¿No queda invalidado el juramento si los mismos a quienes nombramos como testigos, Manwë y Varda, se oponen a que se cumpla?

Y Maedhros le respondió: —Pero ¿cómo llegarán nuestras voces a Ilúvatar más allá de los Círculos del Mundo? Y por Ilúvatar juramos en nuestra locura, y pedimos que la Oscuridad Sempiterna descendiera sobre nosotros si no manteníamos nuestra palabra. ¿Quién nos liberará?

—Si nadie puede liberarnos —dijo Maglor—, la Oscuridad Sempiterna será en verdad nuestra suerte, mantengamos nuestro juramento o lo quebrantemos; pero menos daño haremos quebrantándolo.

No obstante, cedió por fin a la voluntad de Maedhros, y planearon juntos cómo se adueñarían de los Silmarils. Y se disfrazaron y fueron por la noche al campamento de Eönwë, y se deslizaron al lugar donde se guardaban los Silmarils; y mataron a los guardianes, y se apoderaron de las joyas. Entonces todo el campamento se levantó contra ellos, y ellos se prepararon para defenderse y morir. Pero Eönwë no permitió la matanza de los hijos de Fëanor; y sin que nadie los molestase huyeron lejos. Cada uno de ellos llevó uno de los Silmarils, porque dijeron: —Puesto que uno se nos ha perdido, y sólo quedan dos, y sólo tú y yo de nuestros hermanos, la voluntad del destino es clara: quiere que compartamos la reliquia de nuestro padre.

Pero la joya quemaba la mano de Maedhros con un dolor insoportable; y entendió que era como había dicho Eönwë, y que no tenía derecho al Silmaril, y que el juramento no servía de nada. Y lleno de angustia y desesperación, se arrojó a una grieta de grandes fauces que despedían fuego, y así llegó a su fin; y el Silmaril que llevaba quedo sepultado en las entrañas de la Tierra.

Y se dice que Maglor no pudo resistir el dolor con el que el Silmaril lo atormentaba; y lo arrojó por fin al Mar, y que desde entonces anduvo sin rumbo por las costas cantando junto a las olas con dolor y remordimiento. Porque Maglor era grande entre los cantores de antaño, y sólo a Daeron de Doriath se nombra antes que él. Y así fue que los Silmarils encontraron su prolongado hogar: uno en los aires del cielo, y uno en los ruegos del corazón del mundo, y uno en las aguas profundas. En esos días construyeron muchos barcos en las costas del Mar Occidental; y desde allí numerosas flotas de los Eldar navegaron hacia el Occidente, y no regresaron nunca a las tierras del llanto y de la guerra. Y los Vanyar volvieron bajo los blancos estandartes y fueron llevados en triunfo a Valinor; pero el regocijo de la victoria estaba disminuido, pues volvían sin los Silmarils de la corona de Morgoth, y sabían que esas joyas ya nunca podrían encontrarse y reunirse de nuevo, a no ser que el mundo se rompiera y se rehiciera.

Y cuando llegaron al Oeste, los Elfos de Beleriand vivían en Tol Eressëa, la Isla Solitaria, que mira al oeste y al este; desde donde podrían llegar aun a Valinor. Fueron admitidos nuevamente en el amor de Manwë y en el perdón de los Valar; y los Teleri olvidaron la antigua aflicción, y la maldición descansó un tiempo.

No obstante, no todos los Eldalië estaban dispuestos a abandonar las Tierras de Aquende, donde habían sufrido mucho y habían vivido mucho tiempo; y algunos permanecieron durante muchas edades en la Tierra Media. Entre ellos se contaban Círdan el Carpintero de Barcos, y Celeborn de Doriath, con su esposa Galadriel, única que quedaba de los que condujeron a los Noldor al exilio en Belerianu. En la Tierra Media vivía también Gil-galad el Rey Supremo, y con él estaba Elrond Medio Elfo, que eligió, como le fue permitido, ser contado entre los Eldar; pero Elros, su hermano, eligió vivir con los Hombres. Y de estos hermanos solamente ha llegado a los Hombres la sangre de los Primeros Nacidos, y una traza de los espíritus divinos que fueron antes de Arda; porque eran los hijos de Eiwing, hija de Dior, hijo de Lúthien, hija de Thingol y Mehan; y Eärendil, su padre, era el hijo de Idril Celebrindal, hija de Turgon de Gondolin.

Pero a Morgoth los Valar lo arrojaron por la Puerta de la Noche, más allá de los Muros del Mundo, al Vacío Intemporal; y sobre esos muros hay siempre una guardia, y Eärendil vigila desde los bastiones del cielo. No obstante, las mentiras que Melkor el poderoso y maldito, Morgoth Bauglir, el Poder del Terror y del Odio, sembró en el corazón de los Elfos y de los Hombres, son una semilla que no muere y no puede destruirse; y de vez en cuando germina de nuevo; y dará negro fruto aun hasta los últimos días.

Aquí concluye el SILMARILLION. Si ha pasado desde la altura y la belleza a la oscuridad y la ruina, ése era desde hace mucho el destino de Arda Maculada: y si un cambio sobreviene y la maculación se remedia, Manwë y Varda lo saben; pero no lo han revelado, y no está declarado en los juicios de Mandos.

 

 

23. De Tuor y la caída de Gondolin
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Akallabêth