21. De Túrin Turambar

 

 


Rían hija de Belegund era la esposa de Huor hijo de Galdor; y se casó con Huor dos meses antes de que él fuera con su hermano Húrin a la Nirnaeth Arnoediad. Cuando no le llegaron nuevas del señor, huyó al descampado; pero recibió la ayuda de los Elfos Grises de Mithrim, y cuando nació su hijo Tuor, ellos lo cuidaron. Entonces Rían partió de Hithlum, y yendo a la Haudh—en—Ndengin, se tendió sobre ella y murió.

Morwen hija de Baragund era la esposa de Húrin, Señor de Dorlómin; y su hijo era Túrin, que nació el año en que Beren Erchamion encontró a Lúthien en el Bosque de Neldoreth. Tuvieron también una hija llamada Lalaith, lo que significa Risa, que fue amada de Túrin, su hermano; pero cuando tenía ella tres años, hubo una peste en Hithlum, traída por un viento maligno desde Angband, y murió.

Ahora bien, luego de la Nirnaeth Arnoediad, Morwen continuó viviendo en Dorlómin, pues Túrin sólo tenía ocho años, y ella estaba de nuevo encinta. Fueron aquellos malos días, porque los Orientales que llegaron a Hithlum despreciaron al resto del pueblo de Hador, y los oprimieron, y les tomaron las tierras y los bienes y esclavizaron a sus hijos. Pero tan grandes eran la belleza y la majestad de la Señora de Dorlómin, que los Orientales tuvieron miedo, y no osaron poner las manos en ella ni en sus posesiones; y murmuraron entre ellos llamándola bruja peligrosa, diestra en hechizos, y aliada de los Elfos. Pero ella era ahora pobre y nadie la asistía, aunque en secreto recibía el socorro de una pariente de Húrin, llamada Aerin, a quien Brodda, un Oriental, había tomado por esposa; y Morwen tenía mucho miedo de que le quitaran a Túrin y lo hicieran esclavo. Por tanto, se le encendió en el corazón el deseo de enviarlo lejos en secreto, y pedirle al Rey Thingol que le diera protección, porque Beren hijo de Barahir era pariente del padre de ella, y además había sido amigo de Húrin antes de que adviniera el mal. Por tanto en el otoño del Año de la Lamentación, Morwen envió a Túrin por sobre las montañas con dos viejos sirvientes que tenían que encontrar la entrada del reino de Doriath. De este modo se tejió el hado de Túrin, que se cuenta por entero en la balada Nar i Hin Húrin, la Historia de los Hijos de Húrin, y es la más larga de todas las baladas que hablan de aquellos días. Aquí esa historia se cuenta brevemente, porque está entretejida con el destino de los Silmarils y de los Elfos; y se la llama la Historia de la Congoja, porque es dolorosa, y en ella se revelan las más malvadas obras de Morgoth Bauglir.

Al empezar el año Morwen dio a luz a una niña, hija de Húrin; y la llamó Nienor, que significa Luto; pero Túrin y sus compañeros, después de haber superado muchos peligros, llegaron por fin a los límites de Doriath; y allí fueron encontrados por Beleg Arcofirme, jefe de los guardianes de frontera del Rey Thingol, que los condujo a Menegroth. Entonces Thingol recibió a Túrin y aun lo tomó a su cuidado en honor a Húrin el Inquebrantable; porque el ánimo de Thingol ya no era el mismo en relación con las casas de los Amigos de los Elfos. Luego fueron enviados mensajeros hacia el norte, a Hithlum, pidiéndole a Morwen que abandonara Dorlómin y volviera con ellos a Doriath; pero ella aún no quería dejar la casa en la que había vivido con Húrin. Y cuando los Elfos partieron, mandó con ellos el Yelmo—Dragón de Dorlómin, la más grande de las reliquias heredadas de la casa de Hador.

Túrin creció hermoso y fuerte en Doriath, pero estaba ya señalado por la desgracia. Durante nueve años vivió en los recintos de Thingol, y en ese tiempo estuvo menos apenado; porque iban a veces mensajeros a Hithlum, y al volver traían nuevas no tan malas de Morwen y Nienor. Pero hubo un día en que los mensajeros no volvieron del norte, y Thingol ya no quiso enviar otros. Entonces Túrin tuvo mucho temor por su madre y su hermana, y con lobreguez en el corazón fue ante el rey y le pidió una cota de malla y una espada; y se puso el Yelmo Dragón de Dorlómin, y fue a la guerra en las fronteras de Doriath, y se convirtió en compañero de armas de Beleg Cúthalion.

Y tres años después, Túrin volvió de nuevo a las estancias de Menegroth; pero venía de las tierras salvajes, y con aspecto de desaliño, y tenía los pertrechos y vestidos gastados y rotos. Ahora bien, había uno en Doriath, del pueblo de los Nandor, alto en la estima del rey; Sacros se llamaba. Desde hacía mucho le tenía rencor a Túrin por el honor que le habían concedido como hijo adoptivo de Thingol; y sentado frente a él a la mesa, 10 provocó diciendo: —Si los Hombres de Hithlum son tan salvajes y feroces ¿de qué clase son allí las mujeres? ¿Corren como los ciervos en cueros?— Entonces Túrin, con una gran cólera, tomó un vaso y se lo arrojó a Sacros, y lo hirió de gravedad.

Al día siguiente Sacros se enfrentó a Túrin, que se disponía a regresar a las fronteras; pero Túrin pudo más, y Sacros escapó por los bosques desnudo como una bestia perseguida, corriendo aterrado delante de él hasta que cayó en un arroyo, y el cuerpo se le quebró al dar contra una roca en el agua. Pero otros que llegaban vieron lo sucedido, y Mablung estaba entre ellos; y le pidió a Túrin que regresara con él a Menegroth para someterse al juicio del rey y pedir perdón. Pero Túrin, creyéndose ahora un proscrito y temiendo que lo guardaran en cautiverio, rechazó el pedido de Mablung y se alejó de prisa; y abandonando la Cintura de Melian, llegó a los bosques al oeste del Sirion. Allí se unió a una banda de hombres sin hogar, tan desesperados como era posible en esos desdichados días, que acechaban en el descampado, y echaban mano a todos los que se les pusieran en el camino, fueran Elfos, Hombres u Orcos.

Pero cuando el rey supo lo que en realidad había pasado, perdonó a Túrin, considerando que se lo había ofendido. En ese tiempo Beleg Arcofirme volvió de las fronteras septentrionales y fue a buscarlo a Menegroth; y Thingol le habló a Beleg, diciendo: —Estoy apenado, Cúthalion; porque cuidé del hijo de Húrin como hijo mío, y seguirá siéndolo si Húrin no vuelve de las sombras a reclamar lo suyo. No quiero que nadie diga que Túrin fue expulsado injustamente, y con agrado le daría
la bienvenida; porque lo quiero bien.

Y Beleg respondió: —Buscaré a Túrin hasta que lo encuentre y lo traeré de nuevo a Menegroth, si es posible; porque yo también lo quiero.

Entonces Beleg partió de Menegroth e internándose lejos en Beleriand buscó en vano nuevas de Túrin pasando por muchos peligros.

Pero Túrin habitó largo tiempo entre los proscritos, y llegó a ser capitán de todos ellos; y se dio a sí mismo el nombre de Neithan el Ofendido. Muy cautelosos vivían en las tierras boscosas al sur del Teiglin; pero cuando hubo pasado un año desde que Túrin huyera de Doriath, Beleg llegó una noche a la guarida de los proscritos. Quiso el azar que a esa hora Túrin no se encontrara en el campamento; y los proscritos sorprendieron a Beleg y lo ataron, y lo trataron con crueldad; porque temían ue fuera un espía del Rey de Doriath. Pero al volver Túrin y ver lo que habían hecho, tuvo remordimiento por todas las acciones malvadas e ilegales que había llevado a cabo; y puso en libertad a Beleg, y otra vez fueron amigos; y Túrin abjuró en adelante de toda guerra o saqueo, salvo contra los sirvientes de Angband.

Entonces Beleg le contó a Túrin que el Rey Thingol ya lo había perdonado, e intentó persuadirlo por todos los medios de que regresara con él a Doriath, diciendo que había gran necesidad de su fuerza y su valor en las fronteras septentrionales del rey: no. —No hace mucho los Orcos descubrieron un camino por Taur—nu—Fuin —dijo— y abrieron un sendero a través del Paso de Anach.

—No lo recuerdo —dijo Túrin.

—Nosotros nunca nos alejamos tanto de las fronteras —dijo Beleg—. Pero tú has visto los picos de las Crissaegrim a la distancia, y los oscuros muros de Gorgoroth hacia el este. Anach está en el medio, por sobre las altas fuentes del Mindeth, y el camino es áspero y peligroso; no obstante, muchos vienen por él, y Dimbar, que solía vivir en paz, cae ahora bajo la Mano Negra, y los Hombres de Brethil están perturbados. Nos necesitan allí.

Pero en el orgullo de su corazón Túrin rechazó el perdón del rey, y las palabras de Beleg no consiguieron convencerlo. Y Túrin por su parte instó a Beleg a que se quedara con él en las tierras al oeste del Sirion; pero Beleg se negó, y dijo: —Eres duro, Túrin, y terco. A mí me toca ahora. Si en verdad deseas tener contigo al Arcofirme, búscame en Dimbar; porque allí regreso.

Al día siguiente Beleg se puso en camino, y Túrin lo acompañó hasta que estuvieron a tiro de flecha del campamento; pero no dijo nada. —Esto es el adiós, entonces, hijo de Húrin —dijo Beleg. Túrin miró hacia el oeste y vio a la distancia la gran altura de Amon Rüdh; y sin saber lo que le esperaba, respondió: —Me has dicho, búscame en Dimbar. Pero yo digo ¡búscame en Amon Rüdh! De lo contrario, éste será nuestro último adiós.— Entonces se separaron, amigos, pero tristes.

Ahora bien, Beleg volvió a las Mil Cavernas, y presentándose ante Thingol y Melian, les contó todo lo ocurrido, excepto el maltrato que recibiera de los compañeros e Túrin. Entonces Thingol suspiró y dijo: —¿Qué más quiere Túrin que haga?

—Dadme permiso, señor —dijo Beleg—, y yo lo protegeré y lo guiaré en la medida de mis posibilidades; ningún Hombre dirá entonces que los Elfos hablan a la ligera. No quisiera yo que un bien tan grande se perdiera en el desierto.

Entonces Thingol dio a Beleg permiso de hacer como quisiera; y dijo: — ¡Beleg Cúthalion! Por muchas acciones te has ganado mi agradecimiento; pero no es la menor de ellas haber encontrado a mi hijo adoptivo. En esta despedida, pide el don que quieras y no te lo negaré.

—Pido entonces una espada de valor —dijo Beleg—porque los Orcos vienen en un caudal demasiado denso y apretado para que baste sólo un arco, y la hoja de que dispongo nada puede contra esas armaduras.

—Elige entre todas las que tengo —le dijo Thingol—, salvo sólo Aranrúth, la mía.

Entonces Beleg eligió Anglachel; y era una espada de gran valor, y se le dio ese nombre porque fue forjada con hierro que cayó del cielo como una estrella ardiente; era capaz de penetrar el hierro excavado de la tierra. En la Tierra Media sólo otra espada podía comparársele. Esa espada no interviene en esta historia, aunque fue forjada de la misma vena por el mismo herrero; y ese herrero era Eöl, el Elfo Oscuro, que desposara a Aredhel la hermana de Turgon. Le había dado Anglachel a Thingol como pago, que lamentó, a cambio de que se le permitiera vivir en Nan Elmoth; pero guardó la otra espada, Anguirel, hasta que se la robó su hijo Maeglin.

Pero cuando Thingol tendió la empuñadura de Anglachel a Beleg, Melian miró la hoja; y dijo: —Hay malicia en esta espada. El corazón oscuro del herrero todavía habita en ella. No amará la mano a la que sirva; ni tampoco estará contigo mucho tiempo.

—No obstante la esgrimiré mientras pueda —dijo Beleg.

Otro don te daré, Cúthalion —dijo Melian—, que te será de ayuda en el desierto, y también ayudará a quienes tú escojas.— Y le dio una ración de lembas, el pan del camino de los Elfos, envuelto en hojas de plata, y las hebras que lo ataban estaban selladas en los nudos con el sello de la Reina, una oblea de cera blanca moldeada como la flor del Telperion; porque de acuerdo con las costumbres de los Eldalië, sólo a la reina cabía guardar o dar lembas. En nada mostró Melian un más grande favor a Túrin que en este regalo; porque los Eldar nunca antes habían permitido que los Hombres consumieran este pan del camino, y rara vez volvieron a hacerlo.

Entonces Beleg partió con estos regalos de Menegroth, y volvió alas fronteras septentrionales, donde tenía su casa y numerosos amigos. Poco después, los Orcos fueron rechazados en Dimbar, y Anglachel se alegró de que la desenvainaran; pero cuando llegó el invierno y se apaciguó la guerra, los compañeros de Beleg notaron de pronto que no estaba con ellos, y no lo vieron nunca más.

Ahora bien, cuando Beleg se alejó de los proscritos y volvió a Doriath, Túrin los llevó hacia el oeste del Valle del Sirion; pues les fatigaba esta vida sin descanso, siempre alertas y temiendo que los persiguieran, y buscaron una guarida más segura. Y quiso el azar que una noche se toparan con tres Enanos que huyeron delante de ellos; pero uno que quedó rezagado fue atrapado y derribado, y un hombre de la banda sacó el arco y disparó una flecha a los otros mientras desaparecían en la penumbra. Pues bien, el Enano que habían atrapado se llamaba Mim; y pidió a Túrin que le perdonara la vida y le ofreció corno rescate conducirlos a los recintos ocultos que nadie podría encontrar nunca sin ayuda. Entonces Túrin tuvo clemencia y no lo mató; y dijo: —¿Dónde está tu morada?

Entonces Mim le respondió: —Alta por sobre las tierras está la morada de Mim, sobre la gran colina; Amon Rüdh se llama ahora, pues los Elfos cambiaron todos los nombres.

Entonces Túrin guardó silencio y se quedó largo tiempo mirando al Enano; y por último dijo: —Nos llevarás a ese lugar.

Al día siguiente se pusieron en marcha, siguiendo a Mim hacia Amon Rüdh. Ahora bien, esa colina se levantaba a las orillas de los páramos que separan los valles del Sirion y el Narog, y la cima se alzaba muy alta por sobre el brezal pedregoso; pero la empinada cabeza gris estaba desnuda, salvo por el rojo seregon que cubría la piedra. Y mientras los hombres de Túrin se acercaban, el sol poniente irrumpió entre las nubes e iluminó la cumbre; y el seregon estaba enteramente florecido. Entonces uno de ellos dijo: —Hay sangre en la cumbre de la colina.

Pero Mim los condujo por unos senderos secretos y así treparon las empinadas cuestas de Amon Rüdh; y ante la boca de una caverna hizo una reverencia a Túrin, diciendo: —Entra en Bar—en—Danwedh, la Casa del Rescate, porque así se llamará ahora.

Y entonces se acercó otro Enano que portaba una luz para saludarlo, y hablaron juntos y desaparecieron rápido en la oscuridad de la caverna; pero Túrin los siguió, y llegó por fin a una cámara profunda, iluminada por pálidas lámparas que colgaban de cadenas. Allí encontró a Mim arrodillado ante un lecho de piedra junto al muro, y se arrancaba la barba y gemía y pronunciaba un nombre incesantemente; y sobre el lecho yacía un tercero. Pero Túrin, al entrar, se acercó a Mim y le ofreció ayuda. Entonces Mim lo miró y le dijo: —No puedes ayudarme. Porque este es Khim, mi hijo; y está muerto, atravesado por una flecha. Murió al ponerse el sol. Mi hijo Ibun me lo contó.

Entonces la piedad despertó en el corazón de Túrin, y le dijo a Mim: —¡Ay! Haría volver esa flecha si pudiera. Ahora esta casa se llamará en verdad Bar—en—Danwedh; y si alguna vez hago fortuna, te daré una recompensa en oro por tu hijo, en señal de dolor, aunque tu corazón ya no se alegre.

Entonces Mim se puso de pie y miró largo tiempo a Túrin. —Te oigo —dijo— Hablas como un Señor Enano de antaño; y eso me maravilla. Ahora mi corazón está sereno, aunque no complacido; y en esta casa puedes morar, si lo deseas; porque pagaré mi rescate.

Así empezó a vivir Túrin en la casa escondida de Mim en Amon Rüdh; y andaba por el prado delante de la boca de la caverna, y miraba hacia el este, y el oeste, y el norte. Miraba hacia el norte cuando divisó el verde Bosque de Brethil, que trepaba alrededor de Amon Obel en la niebla; y hacia allí volvió los ojos una y otra vez y no sabía por qué; pues el corazón se le inclinaba al noroeste, donde al cabo de muchas leguas, sobre los bordes del cielo, creía atisbar las Montañas de la Sombra, los muros de su hogar. Pero al atardecer Túrin miraba en el oeste la puesta de sol, y el sol descendía rojo entre las brumas de las costas distantes, y el Valle del Narog yacía profundo entre las sombras de uno y otro lado.

En los tiempos que siguieron Túrin habló mucho con Mim, y se sentaban a solas, y Mim le contaba de la sabiduría de los Enanos y la historia de su vida. Porque Mim provenía de los Enanos desterrados en días de antaño, y que habían vivido en las grandes ciudades de Enanos del este; y mucho antes del regreso de Morgoth erraron hacia el oeste hasta llegar a Beleriand; pero luego disminuyeron en estatura y en capacidad para la herrería, e hicieron una vida furtiva, encogidos de hombros, y de andar cauteloso. Antes de que los Enanos de Nogrod y Belegost llegaran al oeste por sobre las montanas, los Elfos de Beleriand no sabían quiénes eran éstos, y les daban caza y los mataban; pero luego los dejaron en paz, y recibieron el nombre de Noegyth Nibin, los Enanos Mezquinos en lengua Sindarin. No tenían otro amor que ellos mismos, y si temían y odiaban a los Orcos, no menos odiaban a los Eldar, y a los Exiliados más que a nadie; porque los Noldor, decían, les habían quitado tierras y casas. Mucho antes de que el Rey Finrod Felagund viniera del Mar, ellos habían descubierto las cavernas de Nargothrond, y allí habían empezado a excavar la piedra, y bajo la corona de Amon Rüdh, la Colina Calva, las lentas manos de los Enanos Mezquinos habían horadado y ahondado las cavernas durante los largos años que allí vivieron, sin que los Elfos Grises de los bosques los molestaran. Pero ahora, por último, habían menguado y desaparecido de la Tierra Media, todos salvo Mim y sus dos hijos; y Mim era viejo aun para un Enano, viejo y olvidado. Y en todas sus estancias las herrerías permanecían ociosas, y las hachas herrumbradas, y su nombre se recordaba tan sólo en los viejos cuentos de Doriath y Nargothrond.

Pero cuando transcurrió el año y llegó el pleno invierno, la nieve vino del norte más espesa aún que en los valles que ellos conocían, por donde corrían los ríos; y Amon Rüdh quedó cubierta bajo una profunda capa; y decían que el invierno se hada más riguroso en Beleriand a medida que crecía el poder de Angband. Entonces sólo los más osados se atrevían a salir; y algunos enfermaron, y el hambre atormentaba a todos. Pero en el sombrío crepúsculo de un día de invierno, una figura apareció de súbito entre ellos, y parecía un hombre, de gran talla y corpulencia, de capa y capucha blancas; y en silencio avanzó hasta el fuego. Y cuando los hombres asustados se incorporaron de un salto, él se echó a reír y echó atrás la capucha, y bajo la amplia capa llevaba un gran fardo; y a la luz del fuego Túrin volvió a contemplar la cara de Beleg Cúthalion.

Así Beleg volvió a Túrin una vez más, y el encuentro fue dichoso; y Beleg traía de Dimbar el Yelmo—Dragón de Dorlómin, convencido de que podría elevar los pensamientos de Túrin por encima de esa vida en el desierto como jefe de una banda mezquina. Pero Túrin no estaba todavía dispuesto a regresar a Doriath; y Beleg, cediendo por amor y en contra de lo que indicaba el tino, se quedó con él, y no partió, y trabajó mucho en ese tiempo por el bien de la banda de Túrin. A los que estaban heridos o enfermos los cuidaba, y les daba el lembas de Metan; y se curaban pronto, porque aunque los Elfos Grises eran inferiores en habilidad y sabiduría a los Exiliados de Valinor, de los modos de la vida en la Tierra Media tenían un conocimiento que estaba más allá del alcance de los Hombres. Y como Beleg era fuerte y resistente, y tan penetrante de mente como de mirada, fue muy honrado entre los proscritos; pero el odio de Mim por el Elfo que había llegado a Bar—en—Danwedh era cada vez mayor; y se pasaba los días escondido con su hijo Ibun en las más profundas sombras de la caverna sin hablar con nadie. Pero Túrin hacía ahora poco caso del Enano; y cuando el invierno pasó y llegó la primavera, el trabajo que tuvieron por delante fue mucho más serio.

Ahora bien, ¿quién conoce en verdad los designios de Morgoth? ¿Quién puede medir los pensamientos de aquel a quien llamaran Melkor, poderoso entre los Ainur de la Gran Canción, y sentado ahora como un señor oscuro en un trono oscuro del Norte, estudiando con malicia todas las nuevas que recibía, y conociendo las acciones y los propósitos de los enemigos mucho mejor que los más sabios de entre ellos, excepto sólo Melian la Reina? Hacia ella iba con frecuencia el pensamiento de Morgoth, pero nunca la alcanzaba.

Y ahora una vez más el poder de Angband se ponía en movimiento; y como los largos dedos de una mano que tantea, las avanzadas de Morgoth exploraban los caminos a Beleriand. Por Anach llegaron, y Dimbar fue tomada, y todas las fronteras septentrionales de Doriath. Vinieron por el antiguo pasaje que atraviesa el largo desfiladero del Sirion, más allá de la isla donde se había levantado Minas Tirith de Fin—rod, y por la tierra que se extiende entre el Malduin y el Sirion y las orillas de Brethil hasta los Cruces del Teiglin. Desde allí el camino conduce a la Planicie Guardada, pero los Orcos no avanzaron mucho por el momento, pues en ese sitio habitaba ahora un terror oculto, y sobre la colina roja había ojos vigilantes de los que nada se les había advertido. Porque Túrin se puso otra vez el Yelmo de Hador; y a lo largo y a lo ancho cundió el rumor en Beleriand, bajo los bosques y por sobre las corrientes y a través de los desfiladeros de las colinas, de que el Yelmo y el Arco caídos en Dimbar se habían levantado de nuevo contra toda esperanza. Entonces, muchos que habían quedado sin guía y desposeídos, pero no acobardados, cobraron nuevo ánimo, y fueron en busca de los Dos Capitanes. Dor—Cúarthol, la Tierra del Arco y el Yelmo, se llamaba en aquel tiempo la región que se extiende entre el Teiglin y la frontera occidental de Doriath; y Túrin se cuo a sí mismo un nuevo nombre: Gorthol, el Yelmo Terrible, y tenía otra vez el corazón animoso. En Menegroth y en los profundos recintos de Nargothrond y aun en el reino escondido de Gondolin se oyó hablar de las grandes hazañas de los Dos Capitanes; y en Angband también se conocieron. Entonces Morgoth rió, porque por el Yelmo—Dragón volvió a revelársele el hijo de Húrin; y antes de que transcurriera mucho tiempo, Amon Rüdh estaba rodeada de espías.

Al menguar el año, Mim el Enano y su hijo Ibun abandonaron Bar—en—Danwedh, y fueron a recoger raíces para las reservas del invierno; y cayeron en manos de los Orcos. Entonces, por segunda vez, Mim prometió al enemigo que lo guiaría por pasajes secretos hasta Amon Rüdh; pero no obstante intentó demorar el cumplimiento de esta promesa y pidió que no mataran a Gorthol. Entonces el capitán de los Orcos se echó a reír y le dijo a Mim: —Por cierto, no mataremos a Túrin hijo de Húrin. Así fue Bar—en—Danwedh traicionada; pues los Orcos llegaron inadvertidos de noche, y guiados por Mim. Allí muchos de la gente de Túrin fueron muertos mientras dormían; pero otros, huyendo por una escalera interior, salieron a la cima de Amon Rûdh, y allí lucharon hasta caer, y bañaron en sangre el seregon que cubría la piedra. Pero a Túrin, mientras luchaba, lo atraparon echándole una red, y lo sometieron, y se lo llevaron.

Y por fin, cuando todo estuvo en silencio otra vez, Mim salió arrastrándose; y cuando el sol se elevó sobre las nieblas del Sirion, se puso de pie junto a los muertos en la colina. Pero advirtió que no todos los que allí yacían estaban muertos; porque uno de ellos le devolvió la mirada, y eran los ojos de Beleg el Elfo. Entonces, con un odio acumulado durante mucho tiempo, Mim se acercó a Beleg y recogió la espada Anglachel que estaba a un lado, bajo un cuerpo caído; pero Beleg consiguió incorporarse, y le arrebató la espada al Enano y se la arrojó; y Mim, aterrado huyó chillando de la cima de la colina. Y Beleg gritó tras él: —¡Ya te alcanzará la venganza de la casa de Hador!

Ahora bien, Beleg estaba malherido, pero era vigoroso entre los Elfos de la Tierra Media, y además un maestro de la curación. No murió, por tanto, y poco a poco recuperó las fuerzas; y en vano buscó entre los muertos a Túrin para darle sepultura. Pero no lo encontró; y entonces supo que el hijo de Húrin todavía estaba vivo, y que lo habían llevado a Angband.

Beleg tenía escasas esperanzas cuando partió de Amon Rüdh y fue hacia el norte, a los Cruces del Teiglin, siguiendo las huellas de los Orcos; y cruzó el Britniach y viajó a través de Dimbar hacia el Paso de Anach. Y ahora ya no estaba muy lejos, porque avanzaba sin descanso, mientras que elfos se habían detenido en el camino, cazando en las cercanías, y sin miedo de que alguien los siguiera hacia el norte; y ni siquiera en los espantosos bosques de Taur—nu—Fuin se desvió del rastro, pues no había nadie en toda la Tierra Media que tuviese la habilidad de Beleg. Pero al pasar en la noche por aquellos sitios malignos, encontró a alguien que yacía dormido al pie de un gran árbol muerto, y Beleg se detuvo y vio que era un Elfo. Entonces le habló y le dio lembas, y le preguntó qué hado lo había llevado a ese terrible lugar; y él dijo que se llamaba Gwindor hijo de Guilin.

Apenado, Beleg lo contempló; porque Gwindor no era ahora sino una macilenta sombra de la forma y el ánimo de antes, cuando en la Nirnaeth Arnoediad ese señor de Nargothrond había cabalgado con audacia y coraje hasta las mismas puertas de Angband, donde había sido atrapado. Porque pocos eran los Noldor capturados por Morgoth a los que éste daba muerte, y esto a causa de la habilidad de muchos de ellos para la herrería y la extracción de metales y gemas; y Gwindor no fue muerto, sino puesto a trabajar en las minas del Norte. Por túneles secretos que sólo ellos conocían, los Elfos de las minas conseguían escapar de vez en cuando; y así fue que Beleg lo encontró, agotado y perplejo en los laberintos de Taur—nu—Fuin.

Y Gwindor le dijo que mientras él yacía y atisbaba entre los árboles, había visto a una gran compañía de Orcos que marchaban hacia el norte, y con ellos iban lobos; y llevaban a un Hombre con las manos encadenadas, y lo hadan andar a latigazos. —Era muy alto —dijo Gwindor—, tan alto como son los Hombres de las colinas nubladas de Hithlum—. Entonces Beleg le habló de la misión que pensaba llevar a cabo en Taur—nu—Fuin; y Gwindor trató de disuadirlo, diciéndole que sólo lograría sumarse a Túrin en la desdicha que lo aguardaba. Pero Beleg de modo alguno abandonaría a Túrin, y aun desesperado despertó otra vez esperanzas en el corazón de Gwindor; y juntos fueron detrás de los Orcos hasta que salieron del bosque a las altas pendientes, sobre las dunas estériles de Anfauglith. Allí, a la vista de los picos de Thangorodrim, los Orcos habían acampado en un valle baldío cuando ya la luz del día declinaba, y poniendo a lobos de centinelas todo en derredor, estaban ahora de fiesta. Una gran tormenta venía desde el oeste, y a lo lejos los relámpagos resplandecían sobre las Montañas de la Sombra, y Beleg y Gwindor se arrastraron hacia el valle. Cuando todo el campamento estuvo dormido, Beleg tomó el arco, y disparó en la oscuridad sobre los lobos centinelas, matándolos uno a uno y en silencio. Luego, se adelantaron con gran peligro, y encontraron a Túrin engrillado de pies y manos y atado a un árbol seco; y todo a su alrededor, los cuchillos que le habían sido arrojados estaban clavados en el tronco, y él estaba sin sentido, sumido en un sueño de eran cansancio. Pero Beleg y Gwindor rompieron las ligaduras que lo sujetaban, y levantándolo se lo llevaron del valle; pero no pudieron cargarlo sino hasta una maleza de espinos algo más arriba. Allí lo depositaron; y ahora la tormenta estaba muy cerca. Beleg desenvainó la espada Anglachel, y con ella cortó los grillos que sujetaban a Túrin; pero ese día mandaba el destino, porque una vez la hoja resbaló sobre los grillos e hirió a Túrin en el pie. Entonces Túrin despertó, en una súbita vigilia de rabia y miedo, y al ver a alguien inclinado sobre él con una hoja desnuda, dio un gran brinco y gritó, creyendo que los Orcos habían venido otra vez a atormentarlo; y se debatió en plena oscuridad, y blandió Anglachel, y mató con ella a Beleg Cúthalion tomándolo por un enemigo.

Pero al incorporarse, encontrándose libre, y dispuesto a vender cara la vida contra enemigos imaginarios, estalló el gran fulgor de un relámpago; y Túrin vio un momento la cara de Beleg. Entonces se quedó inmóvil como una piedra, y silencioso, contemplando esa muerte espantosa, y se dio cuenta de lo que había hecho; y tan terrible era la cara de Túrin a la luz vacilante de los relámpagos, que Gwindor se echó por tierra y no se atrevió a alzar la vista.

Pero ahora abajo en el valle los Orcos habían despertado, y todo el campamento era un tumulto; porque temían el trueno que venía del oeste, creyéndolo dirigido contra ellos por los grandes Enemigos de más allá del Mar. Entonces se levantó un viento y cayeron grandes lluvias y desde las alturas de Taur—nu—Fuin el agua descendió en torrentes; y aunque Gwindor le gritó a Túrin avisándole del extremo peligro en que se encontraban, éste no respondió, y permaneció sentado en medio de la tempestad, inmóvil y con los ojos secos junto al cuerpo de Beleg Cúthalion.

Cuando llegó la mañana, la tormenta había seguido moviéndose hacia el este sobre Lothlann, y el sol de otoño se alzaba cálido y brillante; pero creyendo que .Túrin habría escapado lejos de ese sitio, y que todo rastro posible estaría borrado, los Orcos partieron de prisa sin buscar más, y a la distancia ios vio Gwindor mientras se alejaban por las arenas humeantes de Anfauglith. Así fue que volvieron ante Morgoth con las manos vacías y dejaron atrás al hijo de Húrin, que estaba sentado enloquecido y aturdido en las laderas de Taur—nu—Fuin, soportando una carga más pesada que sus cadenas.

Entonces Gwindor llamó a Túrin para que lo ayudara a dar sepultura a Beleg, y él se incorporó como quien anda en sueños; y juntos tendieron a Beleg en una tumba poco profunda, y pusieron junto a él a Belthronding, el gran arco, que estaba hecho de madera de tejo negro. Pero Gwindor tomó la terrible espada Anglachel, diciendo que sería mejor vengarse con ella de los sirvientes de Morgoth antes que abandonarla inactiva bajo tierra; y tomó también el lembas de Melian para poder fortalecerse en las tierras salvajes.

Así llegó a su fin Beleg Arcofirme, el más fiel de los amigos, el más hábil de todos cuantos se albergaron en los bosques de Beleriand en los Días Antiguos, y murió a manos de aquel a quien él más amaba; y ese dolor se grabó en la cara de Túrin y nunca más se le borró. Pero el coraje y la fuerza se renovaron en el Elfo de Nargothrond, y dejando Taur—nu—Fuin, se llevó lejos a Túrin. Ni una vez habló Túrin mientras erraron juntos por caminos penosos y largos, y caminaba como quien no tiene deseos ni propósitos, y el año menguaba y el invierno se acercaba a las tierras del norte. Pero Gwindor estaba siempre con él para protegerlo y guiarlo; y así se dirigieron hacia el oeste cruzando el Sirion, y llegaron por fin a Eithel Ivrin, las fuentes en que el Narog nacía bajo las Montañas de la Sombra. Allí Gwindor le habló a Túrin diciendo: —¡Despierta, Túrin hijo de Húrin Thalion! En el lago de Ivrin hay una risa continua. Se alimenta de fuentes cristalinas que nunca dejan de manar, y Ulmo, el Señor de las Aguas, que labró su belleza en días antiguos, cuida de que nada las manche—. Entonces Túrin se arrodilló y bebió de' esas aguas; y súbitamente se echó de bruces, y sus lágrimas corrieron por fin, y se le quitó la locura.

Allí compuso un canto para Beleg, y lo llamó Laer Cu Beleg, el Canto del Gran Arquero, cantándolo en alta voz, sin impórtale que alguien pudiese oírlo. Y Gwindor le puso la espada Anglachel en las manos, y Túrin supo que era pesada y fuerte y que tenía gran poder; pero la hoja era negra y opaca y desafilada. Entonces Gwindor
dijo: —Esta es una hoja extraña y no se asemeja a ninguna otra de la Tierra Media. Guarda luto por Beleg lo mismo que tú. Pero consuélate; porque regreso a Nargothrond, de la casa de Finarfin, y tú vendrás conmigo, y te curarás y recuperarás.

—¿Quién eres tú? —preguntó Túrin.

—Un Elfo errante, un esclavo fugado, a quien Beleg encontró y consoló —dijo Gwindor— Pero otrora fui Gwindor hijo de Guilin, señor de Nargothrond, hasta que llegué a la Nirnaeth Arnoediad, y me esclavizaron en Angband.

—¿Has visto a Húrin hijo de Galdor, el guerrero de Dorlómin? —preguntó Túrin.

—No lo he visto —dijo Gwindor—. Pero corre el rumor en Angband de que aún desafía a Morgoth; y Morgoth lo ha maldecido, a él y a toda su parentela.

—Eso por cierto lo creo —dijo Túrin.

Y entonces se pusieron de pie y abandonando Eithel Ivrin viajaron hacia el sur a lo largo de las orillas del Narog, hasta que fueron atrapados por exploradores de os Elfos y llevados a la fortaleza escondida. Así fue cómo Túrin llegó a Nargothrond.

Al principio su propio pueblo no reconoció a Gwindor, que había partido joven y fuerte, y ahora parecía un Hombre mortal envejecido en tormentos y trabajos; pero Finduilas, hija del Rey Orodreth, lo reconoció y le dio la bienvenida, pues lo había amado antes de la Nirnaeth, y muy grande fue el amor que la belleza de Finduilas despertó en Gwindor, y la llamó Faelivrin: la luz del sol sobre los Estanques de Ivrin. Por consideración a Gwindor, Túrin fue admitido en Nargothrond, y vivió allí muy honrado. Pero cuando Gwindor iba a proclamar el nombre de Túrin, él se lo impidió diciendo: —Yo soy Agarwaen, el hijo de Umarth (lo que significa Manchado de Sangre, hijo del Hado Desdichado), un cazador de los bosques—. Y los Elfos de Nargothrond no preguntaron más.

En el tiempo que siguió, la estima de Orodreth por Túrin continuó creciendo, y casi todos los corazones se volcaron a él en Nargothrond. Porque apenas había alcanzado la edad viril; y era. en verdad a los ojos de todos el hijo de Morwen Eledhwen: de cabellos oscuros y piel clara, con ojos grises y de rostro más bello que el de ningún Hombre mortal de los Días Antiguos. Por el había y el porte parecía del antiguo reino de Doriath, y aun entre los Elfos podría haber sido tomado por un grande de los Noldor. Así fue que muchos lo llamaron Adanedhel, el Hombre—Elfo. La espada Anglachel fue forjada de nuevo por hábiles herreros de Nargothrond, y aunque continuó siendo negra, un fuego pálido brillaba ahora en el filo de la hoja; y él la llamó Gurthang, Hierro de la Muerte..Tan grandes fueron en verdad las proezas y la habilidad de Túrin combatiendo en los confines de la Planicie Guardada, que él mismo llegó a ser conocido como Mormegil, la Espada Negra; y los Elfos decían; —No es posible dar muerte a Mormegil, salvo que así lo quiera la suerte adversa, o una flecha maligna disparada desde lejos— Por tanto le dieron una cota de malla —de los Enanos—, para protegerlo; y buscó con ánimo sombrío en los arsenales y encontró también una máscara de los Enanos, enteramente dorada, y se la ponía antes de la batalla, y el enemigo huía ante el rostro de Túrin.

Fue así que el corazón de Finduilas se apartó de Gwindor, y a pesar de ella misma amó a Túrin; pero Túrin no advirtió lo que había sucedido. Y como tenía el corazón desgarrado, Finduilas fue desdichada; y se volvió lánguida y silenciosa. Pero Gwindor tenía ahora pensamientos sombríos; y en una ocasión le habló a Finduilas diciendo: —Hija de la casa de Finar—fin, que no haya sombra entre nosotros; porque aunque Morgoth ha hecho una ruina de mi vida, yo todavía te amo. Ve a donde el amor te conduce; pero ¡cuidado! No es conveniente que los Hijos Mayores de Ilúvatar amemos a los Menores; ni es tampoco de buen tino, pues tienen vidas cortas, y pronto pasan dejándonos en duelo mientras dure el mundo. Ni lo aceptarán los hados, salvo una o dos veces solamente, por alguna gran causa que nosotros no entendemos. Pero este Hombre no es Beren. Un destino en verdad pesa sobre él, como puede verlo cualquiera que lo mire, pero un destino sombrío. ¡No te metas en ese destino! Y si ésa es tu voluntad, tu amor te llevará a la amargura y a la muerte. Porque ¡escúchame! Aunque es por cierto agarwaen hijo de úmarth su verdadero nombre es Túrin hijo de Húrin, a quien retienen en Angband y cuyo linaje Morgoth ha maldecido. ¡No pongas en duda el poder de Morgoth Bauglir! ¿No está escrito en mí acaso?

Entonces Finduilas quedó largo rato pensativa, y por fin dijo tan sólo: —Túrin hijo de Húrin no me ama; ni tampoco me amará.

Ahora bien, cuando Túrin supo esto por Finduilas se encolerizó y dijo a Gwindor: —Te tengo amor por haberme rescatado y mantenerme a salvo. Pero ahora me perjudicas, amigo, por haber delatado mi verdadero nombre, y has echado sobre mí el destino del que quería ocultarme.

Pero Gwindor le contestó: —Tu destino está en ti mismo, no en tu nombre.

Cuando supo Orodreth que Mormegil era en verdad el hijo de Húrin Thalion, le rindió grandes honores, y Túrin llegó a ser poderoso entre los habitantes de Nargothrond. Pero a él no le gustaba el estilo guerrero de emboscada furtiva y flecha secreta, y anhelaba el golpe valiente y la batalla a campo abierto; y sus continuos consejos pesaban en el rey cada vez más. En esos días los Elfos de Nargothrond dejaron de ocultarse y acudieron a la batalla abierta, y almacenaron muchas armas; y por consejo de Túrin los Noldor construyeron un puente poderoso sobre el Narog y desde las Puertas de Felagund, para el transporte más rápido de las armas. Entonces los sirvientes de Angband fueron expulsados de toda la tierra entre el Narog y el Sirion al este, y hasta el Nenning y las desoladas Falas al oeste; y aunque Gwindor hablaba siempre contra Túrin en el consejo del Rey, considerando que patrocinaba una mala política, cayó en deshonra y nadie hizo caso de él, pues tenía poca fuerza y ya no era audaz en el uso de las armas. De este modo Nargothrond fue revelada a la ira y el odio de Morgoth; pero Túrin mismo pidió que su verdadero nombre no fuera pronunciado, y aunque la fama de sus hechos llegó a Doriath y a los oídos de Thingol, el rumor hablaba tan sólo de la Espada Negra de Nargothrond.

En ese tiempo de respiro y esperanza, cuando las hazañas de Mormegil detuvieron el poder de Morgoth al oeste del Sirion, Morwen huyó por fin de Dorlómin con su hija Nienor, y se aventuró en el largo viaje a los recintos de Thingol. Allí una nueva pena la aguardaba, pues descubrió que Túrin se había ido, y a Doriath no había llegado nueva alguna desde que el Yelmo—Dragón desapareciera de las tierras al oeste del Sirion; pero Morwen se quedó en Doriath con Nienor, como huéspedes de Thingol y Melian, y fueron tratadas con honores.

Ahora bien, sucedió que cuando hubieron transcurrido cuatrocientos noventa y cinco años desde el nacimiento de la Luna, en la primavera del año, llegaron a Nargothrond dos Elfos llamados Gelmir y Arminas; pertenecían al pueblo de Angrod, pero desde la Dagor Bragollach vivían al sur con Círdan el Carpintero de Barcos. De sus largos viajes traían la noticia de una gran multitud de Orcos y criaturas malignas bajo los picos de Ered Wethrin y en el Paso del Sirion; y contaron también que Ulmo se había presentado ante Círdan y le había advertido que un gran peligro se cernía sobre Nargothrond.

—¡Escuchad las palabras del Señor de las Aguas! —le dijeron al rey— Así le habló a Círdan el Carpintero de Barcos: "El Mal del Norte ha manchado las Fuentes del Sirion, y mi poder se retira de los dedos de las aguas que fluyen. Pero algo peor ha de suceder todavía. Decid por tanto al Señor de Nargothrond: Cerrad las puertas de la fortaleza y no salgáis. Arrojad las piedras de vuestro orgullo al río sonoro, que el mal reptante no encuentre las puertas".

A Orodreth lo perturbaron las sombrías palabras de los mensajeros, pero Túrin no quiso de ningún modo dar oídos a estos consejos, y estaba aún menos dispuesto a soportar que derrumbaran el puente; porque se había vuelto orgulloso e inflexible, y ordenaba todo a su antojo.

Poco después cayó muerto Handir Señor de Brethil, pues los Orcos invadieron sus tierras y Handir les presentó batalla; pero los Hombres de Brethil fueron derrotados y rechazados hacia los bosques. Y en el otoño del año, Morgoth, que esperaba el momento apropiado, lanzó sobre el pueblo del Narog las grandes huestes que tanto tiempo había preparado; y Glaurung el Urulóki atravesó Anfauglith y desde allí fue a los valles septentrionales del Sirion e hizo mucho daño. Bajo las sombras de Ered Wethrin contaminó la Eithel Ivrin y desde allí pasó al reino de Nargothrond, y quemó la Talath Dirnen, la Planicie Guardada, entre el Narog y el Teiglin.

Entonces salieron los guerreros de Nargothrond, y alto y terrible lucía aquel día Túrin, y los corazones de todos se inflamaron cuando él avanzó cabalgando a la derecha de Orodreth. Pero ningún explorador había dicho que las huestes de Morgoth fueran tan numerosas, y nadie excepto Túrin, defendido por la máscara de los Enanos, podía resistir el avance de Glaurung; y los Elfos fueron rechazados por los Orcos y expulsados hasta el campo de Tumhalad, y fueron acorralados entre el Ginglith y el Narog. Ese día todo el orgullo y el ejército de Nargothrond se marchitaron; y Orodreth fue muerto en el frente de batalla, y Gwindor hijo de Guilin fue herido de muerte. Pero Túrin acudió a ayudarlo, y todos huyeron delante de él; y llevó a Gwindor fuera del combate, y escapando a un bosque lo depositó sobre la hierba.

Entonces Gwindor dijo a Túrin: —¡Que el servicio sea el precio del servicio! Pero desventurado fue el mío y vano el tuyo; porque mi cuerpo está dañado más allá de la cura, y he de abandonar la Tierra Media. Y aunque te amo, hijo de Húrin, lamento el día en que te arrebaté a los Orcos. Si no fuera por tu bravura y tu orgullo, aún gozaría de la vida y el amor, y Nargothrond aún se mantendría un tiempo en pie. Ahora, si me amas ¡déjame! Ve de prisa a Nargothrond y salva a Finduilas. Y esto último te digo: sólo ella se interpone entre ti y tu destino. Aunque le falles, él no fallará en encontrarte. ¡Adiós!

Entonces Túrin volvió de prisa a Nargothrond, llamando a su lado a tantos de los que huían en desorden como encontró en el camino; y mientras avanzaba, las hojas de los árboles caían con el viento, porque el otoño cedía ante un invierno implacable. Pero el ejército de los Orcos y Glaurung ei Dragón estuvieron allí antes que él, y llegaron de repente, cuando los que habían quedado de guardia no sabían aún lo que había ocurrido en el campo de Tumhalad. Ese día se probó que el puente sobre el Narog era un mal; de enorme tamaño y poderosamente construido, no podían destruirlo con rapidez, y el enemigo avanzo fácilmente por sobre el río profundo, y Glaurung lanzó todo su fuego contra las Puertas de Felagund, y las derribó y pasó adentro.

Y cuando Túrin llegó, el espantoso saqueo de Nargothrond estaba casi terminado. Los Orcos habían dado muerte o habían expulsado a todos los que todavía portaban armas, y aun estaban saqueando todas las grandes cámaras y recintos, pillando y destruyendo; pero las mujeres y doncellas a quienes no habían matado o quemado, habían sido nevadas como un rebaño a las terrazas ante las puertas, para ser sometidas al vasallaje de Morgoth. A esta ruina y pesadumbre llegó Túrin, y nadie pudo resistírsele; o no estuvo dispuesto a hacerlo, porque derribaba a todos los que se le ponían por delante, y se abría camino con la espada hacia las cautivas.

Y ahora estaba solo, porque los pocos que le seguían habían escapado. Pero en ese momento salió Glaurung por las puertas abiertas y se interpuso entre Túrin y el puente. Entonces por el mal espíritu que lo habitaba habló de pronto y dijo:

—Salve, hijo de Húrin. ¡Feliz encuentro! Entonces saltó Túrin y avanzó sobre él, y los filos de Gurthang brillaban como una llama; pero Glaurung paró el golpe, y abrió muy grandes los ojos de serpiente y los clavo en Túrin. Sin temor los miró Túrin mientras alzaba la espada, y en seguida cayó bajo el hechizo de atadura que venía de los ojos sin párpados del dragón, y se detuvo inmovilizado. Por largo tiempo permaneció como esculpido en piedra; y los dos estaban solos, silenciosos ante las puertas de Nargothrond. Pero Glaurung habló otra vez, provocando a Túrin, y dijo: —Malas han sido todas tus acciones, hijo de Húrin. Hijo adoptivo desagradecido, proscrito, matador de tu amigo, ladrón de amor, usurpador de Nargothrond, capitán imprudente y desertor de tus hermanos. Sometidas viven tu madre y tu hermana en Dorlómin, sufriendo miseria y necesidades. Tú llevas las galas de un príncipe, pero ellas están en harapos; y penan por ti, pero a ti eso no te importa. Feliz estará tu padre al enterarse de que tiene semejante hijo. ¡Y se enterará!— Y Túrin, bajo el hechizo de Glaurung, escuchó estas palabras, y se vio como en un espejo deformado por la malicia, y aborreció lo que veía.

Y mientras los ojos del dragón le ataban la mente atormentada y no le era posible moverse, los Orcos se llevaban el hato de cautivas, y pasaron cerca de Túrin y cruzaron el puente. Entre ellas estaba Finduilas, y llamó a Túrin al pasar; pero Glaurung no lo dejó libre hasta que los gritos y los lamentos de las cautivas se perdieron por el camino del norte, y Túrin no podía taparse los oídos para apagar esa voz que lo perseguía.

Entonces de pronto apartó Glaurung la mirada y esperó; y Túrin se movió lentamente como quien despierta de un sueño espantoso. De pronto volvió en sí, y saltó sobre el dragón lanzando un grito. Pero Glaurung rió diciendo: —Si quieres morir, de buen grado te mataré. Pero poco le servirá eso a Morwen y a Nienor. No hiciste caso de los gritos de la mujer Elfo. ¿Negarás también los vínculos de la sangre?

Pero Túrin, desenvainando la espada intentó herir al dragón en los ojos; y Glaurung retrocedió y se alzó sobre él como una torre y dijo: —¡Vaya! Al menos eres valiente; más que cualquiera con quien me haya topado. Y mienten quienes dicen que nosotros no honramos el valor de los enemigos. Pues ¡mira! Te ofrezco la libertad. Ve al encuentro de tus parientes, si puedes. ¡Vete! Y si queda Elfo u Hombre para contar la historia de estos días, por cierto te nombrarán con desprecio, si desdeñas este regalo.

Entonces Túrin, todavía aturdido por los ojos del dragón, como si tratara con un enemigo capaz de piedad, creyó las palabras de Glaurung; y volviéndose se precipitó a la carrera por el puente. Pero mientras se iba, Glaurung habló detrás de él diciendo con fiera voz: —¡Ve ahora de prisa, hijo de Húrin, a Dorlómin! O quizás los Orcos lleguen otra vez antes que tú. Y si te demoras por causa de Finduilas, nunca volverás a ver a Morwen, ni nunca volverás a ver a Nienor, tu hermana; y ellas te maldecirán.

Pero Túrin se alejó por el camino del norte, y Glaurung rió una vez más, pues había cumplido la misión que le encomendaran. Entonces atendió a su propio placer, y descargó fuego alrededor, y lo quemó todo. Pero echó a los Orcos que continuaban el saqueo, y les negó hasta el último objeto de valor de su botín. Luego destruyó el puente y lo arrojó a las espumas del Narog; y estando de ese modo seguro, reunió todo el tesoro y las riquezas de Felagund y las amontonó, y se tendió sobre ellas en el recinto más recóndito, y descansó por un tiempo.

Y Túrin se apresuraba por los senderos que llevan al norte, a través de las tierras ahora desoladas entre el Narog y el Teiglin, y el Fiero Invierno le salió al encuentro; porque ese año nevó antes de que terminara el otoño, y la primavera llegó tardía y fría. Siempre le parecía al avanzar que escuchaba los gritos de Finduilas, que lo llamaba en bosques y colinas, y su angustia era grande; pero tenía el corazón inflamado por las mentiras de Glaurung, e imaginando que los Orcos quemaban la casa de Húrin o que daban tormento a Morwen y a Nienor, seguía adelante sin apartarse nunca del camino.

Por fin, agotado por la prisa y el largo camino (pues había andado sin descanso cuarenta leguas y más) llegó con las primeras heladas del invierno a los Estanques de Ivrin, donde antes había sido curado. Pero ahora no eran más que lodo encharcado, y no. le fue posible beber allí.

Así llegó con penuria por los pasos de Dorlómin, a través de las amargas nieves del norte, a la tierra de su infancia. Desnuda y lóbrega la encontró; y Morwen se había ido. La casa estaba vacía, desmoronada y fría; y no había nada viviente por allí cerca. De modo que Túrin partió y fue a la casa de Brodda el Oriental, el que había desposado a Aerin, pariente de Húrin; y supo allí por un viejo sirviente que Morwen se había ido hacia ya mucho tiempo, pues había escapado con Nienor de Dorlómin; sólo Aerin sabía adonde.

Entonces Túrin se acercó a la mesa de Brodda, y aferrándolo desenvainó la espada y le exigió que le dijera dónde había ido Morwen; y Aerin declaró que había ido a Doriath en busca de su hijo. —Pues las tierras habían sido libradas del mal en ese entonces —dijo— por la Espada Negra del sur, caída ahora, según dicen. Entonces Túrin entendió, y las últimas hebras del hechizo de Glaurung se le desprendieron de los ojos, y por angustia y furia ante las mentiras que lo habían engañado, y por odio a los opresores de Morwen, una cólera negra lo dominó, y mató a Brodda en su estancia y a otros Orientales que eran sus huéspedes. Luego, hombre perseguido, se lanzó al encuentro del invierno; pero recibió la ayuda de algunos sobrevivientes del pueblo de Hador y conoció la vida en las tierras salvajes, y con ellos escapó bajo la nieve y llegó a un refugio de proscritos en las montañas australes de Dorlómin. Desde allí Túrin abandonó otra vez la tierra de su infancia, y regresó al Valle del Sirion. Había amargura en su corazón porque a Dorlómin sólo había llevado más pesadumbre, y a la gente que se quedaba le alegró que partiese; y sólo tenía este consuelo: que por las proezas de la Espada Negra, el camino a Doriath le había sido abierto a Morwen. Y dijo en sus pensamientos: Pues entonces esos hechos no a todos llevaron el mal. Y ¿dónde mejor habría yo albergado a mis hermanos, aun cuando hubiera llegado antes? Porque si la Cintura de Melian se quebrara, desaparecería entonces la última esperanza. No, en verdad es mejor así, ya que arrojo una sombra dondequiera que voy. ¡Que Melian las guarde! Y por un tiempo las dejaré en paz sin sombra que las oscurezca.

Ahora bien, Túrin, que descendía de Ered Wethrin, buscó en vano a Finduilas, rondando por los bosques bajo las montañas, salvaje y cauteloso como una bestia; y siguió todos los caminos que conducían al norte hacia el Paso del Sirion. Pero llegó demasiado tarde; porque todos los rastros habían envejecido, o los había borrado el invierno. Pero sucedió que yendo hacia el sur por el Teiglin abajo, se topó con algunos de los Hombres de Brethil rodeados de Orcos; y los liberó; y los Orcos huyeron de Gurthang. Se presentó a sí mismo como el Salvaje de los Bosques, y le rogaron que fuera a vivir con ellos; pero él dijo que aún tenía que cumplir un cometido: buscar a Finduilas, la hija de Orodreth de Nargothrond. Entonces Dorias, el jefe de esos habitantes del bosque, le dio la penosa noticia de que ella había muerto. Porque los Hombres de Brethil habían acechado en los Cruces del Teiglin a las huestes de los Orcos que llevaban a las cautivas de Nargothrond, con la esperanza de rescatarlas; pero los Orcos en seguida mataron cruelmente a las prisioneras, y a Finduilas la clavaron a un árbol con una lanza. Así murió ella, y dijo al final: —Decid a Mormegil que Finduilas está aquí—. Por tanto la pusieron sobre un montículo cerca de ese sitio, y lo llamaron Haudh—en—Elleth, el Túmulo de la Doncella Elfo.

Túrin les pidió que le mostraran el sitio, y allí cayó en una oscuridad de dolor que estaba cerca de la muerte. Entonces Dorias, al ver la espada negra, cuya fama había llegado aun a las profundidades de Brethil, y porque buscaba a la hija del rey, supo que este Salvaje era en verdad Mormegil de Nargothrond, hijo de Húrin de Dorlómin según se decía. Entonces los habitantes del bosque lo alzaron y lo llevaron a sus moradas. Ahora bien, éstas se encontraban en el interior de una empalizada sobre una altura del bosque, Ephel Brandir sobre Amon Obel; porque el Pueblo de Haleth había menguado por causa de la guerra, y el hombre que los gobernaba, Brandir hijo de Handir, era de dulce temple, y también tullido desde la infancia, y más confiaba en el secreto que en las hazañas de guerra para salvarse del poder del Norte. Por tanto las nuevas que Dorias le llevaba le dieron miedo, y cuando contempló la cara de Túrin, que yacía en la parihuela, una nube de presagios agoreros le ensombreció el corazón. Empero, conmovido por la desgracia de Túrin, lo condujo a su propia casa y cuidó de él, pues tenía habilidad para curar. Y con el comienzo de la primavera Túrin salió de la oscuridad, y sanó nuevamente; y se levantó, y pensó que se quedaría en Brethil escondido, y dejaría atrás su sombra abandonando el pasado. Fue así que adoptó un nuevo nombre, Turambar, que en Alto Élfico significa Amo del Destino; y rogó a los habitantes del bosque que olvidaran que era un forastero y que había nevado otro nombre. No obstante, nunca abandonó por completo las acciones de guerra; porque no podía soportar que los Orcos fueran a los Cruces del Teiglin o se acercaran a Haudh—en—Elleth, y lo convirtió en un sitio temible para ellos, de modo que lo evitaron. Pero abandonó la espada negra, y utilizó el arco y la lanza.

Ahora bien, nuevas noticias llegaron a Doriath sobre Nargothrond, porque algunos que habían escapado de la derrota y el saqueo, y que habían sobrevivido al Fiero Invierno en la intemperie, acudieron por fin a Thingol en busca de refugio; y los guardianes de la frontera los llevaron ante el rey. Y algunos dijeron que todos los enemigos se habían retirado hacia el norte, y otros que Glaurung moraba todavía en las estancias de Felagund; y algunos dijeron que Mormegil había muerto y otros que había sido hechizado por el dragón y se encontraba allí todavía, como convertido en piedra. Pero todos declararon lo que muchos sabían en Nargothrond antes del fin, que Mormegil no era otro que Túrin hijo de Húrin de Dorlómin.

Entonces Morwen, enloquecida y rechazando los consejos de Melian, cabalgo sola por los campos en busca de su hijo o de alguna noticia valedera. Por tanto Thingol envió a Mablung en pos de Morwen, con muchos escuderos valientes, para que la encontraran y la protegieran, y para enterarse de las nuevas que pudieran oír; pero a Nienor se le ordenó que se quedara. Pero Nienor era tan intrépida como todos los suyos, y en muy mala hora, esperando que Morwen volviese cuando viera a su hija dispuesta a acompañarla al peligro, Nienor se disfrazó con las ropas de un soldado de Thingol, y se sumó a la malhadada cabalgata.

Alcanzaron a Morwen a orillas del Sirion, y Mablung le rogó que volviera a Menegroth, pero ella parecía enajenada, y no se dejó persuadir. Entonces se reveló también que Nienor era de la compañía, y a pesar de que Morwen se lo ordenó, se negó a volver atrás; y Mablung, por fuerza, tuvo que conducirlas a los embarcaderos escondidos en las Lagunas del Crepúsculo, y cruzaron el Sirion. Y al cabo de tres jornadas llegaron a Amon Ethir, la Colina de los Espías, que mucho tiempo atrás Felagund había hecho levantar con gran trabajo, a una legua de las puertas de Nargothrond. Allí Mablung puso una guardia de jinetes en torno de Morwen y su hija, y les prohibió seguir adelante. Pero él, al ver desde la colina que no había señales de enemigo alguno, descendió con sus exploradores al Narog, con tanta cautela como pudieron.

Pero Glaurung tenía conocimiento de todo cuanto hacían, y salió con el calor de la rabia, y se tendió en el río; y se alzaron entonces unos vastos vapores y unas inmundas emanaciones en las que Mablung y su compañía quedaron enceguecidos y se perdieron. Entonces Glaurung cruzó al este por el Narog.

Al ver la arremetida del dragón, los guardias que estaban en Amon Ethir intentaron alejar a Morwen y Nienor, y huir con ellas rápidamente hacia el este; pero el viento trajo más nieblas blanquecinas, y los caballos enloquecieron con el hedor del dragón, y no fue posible gobernarlos, y corrieron de aquí para allá, de modo que algunos jinetes fueron lanzados contra los árboles y se mataron y otros fueron transportados muy lejos. De este modo las señoras se perdieron, y de Morwen, en verdad, ninguna noticia segura llegó nunca a Doriath. Pero Nienor, desmontada por el corcel aunque sin daño, encontró el camino de regreso a Amon Ethir para esperar allí a Mablung, y de ese modo subió a la luz del sol fuera del alcance de las emanaciones; y al mirar hacia el oeste, clavó los ojos en los de Glaurung, cuya cabeza se apoyaba en lo alto de la colina.

La voluntad de Nienor luchó por un rato con el dragón, pero él mostró el poder que tenía, y enterado de quién era ella la obligó a que fijara los ojos en los suyos, y le impuso un hechizo de completa oscuridad y olvido, de modo que no pudiera recordar nada de lo que le pasara, ni su propio nombre, ni el nombre de cosa alguna; y por muchos días no le fue posible oír, ni ver, ni moverse libremente. Entonces Glaurung la dejó de pie y sola en Amon Ethir, y regresó a Nargothrond.

Ahora bien, Mablung, que con extrema temeridad había explorado los recintos de Felagund cuando Glaurung los abandonara, huyó de ellos al aproximarse el dragón, y volvió a Amon Ethir. El sol se ponía y caía la noche cuando trepó por la colina, y no encontró a nadie allí, salvo a Nienor, de pie y sola bajo las estrellas como una figura de piedra. No hablaba ni oía, pero echaba a andar si él la tomaba de la mano. Por tanto y con enorme pena se la llevó de allí, aunque en vano según le parecía; pues era probable que ambos perecieran sin asistencia en las tierras desiertas.

Pero fueron encontrados por tres de los compañeros de Mablung, y lentamente viajaron hacia el norte y hacia el este a los cercados de la tierra de Doriath, más allá del Sirion, y al puente guardado cerca de las bocas del Esgalduin. Lentamente se recuperaba Nienor a medida que se aproximaban a Doriath, pero todavía no podía hablar ni oír, y caminaba a ciegas por donde la llevaban. Pero al acercarse a los cercos, cerró por fin los ojos fijos y quiso dormir; y ellos la pusieron en el suelo y descansaron también, sin ninguna precaución, pues estaban agotados. Allí fueron atacados por una banda de Orcos, que solían acercarse por entonces a los cercos de Doriath, tanto como se atrevían. Pero Nienor en ese momento recobró la vista y el oído, y los gritos de los Orcos la despertaron, y saltó horrorizada, y huyó antes de que pudieran acercársele.

Entonces los Orcos la persiguieron y los Elfos corrieron detrás; y los alcanzaron y les dieron muerte antes de que pudieran hacerle daño, pero Nienor escapó. Porque huía aterrorizada más rápida que un ciervo, y se desgarró los vestidos mientras corría, hasta quedar desnuda; y se perdió de vista huyendo hacia el norte, y aunque la buscaron largo tiempo no pudieron encontrarla, ni tampoco descubrieron ningún rastro. Y por último Mablung regresó desesperado a Menegroth y comunicó las nuevas. Entonces Thingol y Melian sintieron una profunda tristeza; pero Mablung partió y durante mucho tiempo buscó en vano noticias de Morwen y Nienor.

Pero Nienor se internó corriendo en los bosques hasta quedar agotada, y entonces cayó, y se durmió, y despertó; y era una mañana de sol, y ella se regocijó con la luz como si fuera algo nuevo, y todas las cosas que veía le parecían recientes y extrañas, porque no tenían nombres. De nada se acordaba, salvo de una oscuridad que la seguía, una sombra de miedo; por tanto iba con cuidado como una bestia perseguida, y pasó hambre, pues no tenía alimentos y no sabía como procurárselos. Pero llegada por fin a los Cruces del Teiglin, siguió adelante buscando la protección de los grandes árboles de Brethil, porque estaba asustada, y le parecía que la oscuridad de la que había escapado la ganaba otra vez.

Pero hubo una gran tormenta de truenos venida del sur, y Nienor se arrojó aterrada sobre el túmulo de Haudh—en—Elleth, tapándose los oídos para detener el trueno; pero la lluvia la hería y la empapaba, y yació como una bestia salvaje que agoniza. Allí la encontró Turambar mientras iba a los Cruces del Teiglin, pues había oído el rumor de que los Orcos merodeaban cerca; y al ver en el resplandor de un relámpago el cuerpo de lo que parecía una doncella muerta sobre el túmulo de Finduilas, se le sobrecogió el corazón. Pero los habitantes del bosque la alzaron y Turambar la cubrió con su capa, y la llevaron a un pabellón de caza que había en las cercanías, y le dieron calor, y le dieron comida. Y no bien vio ella a Turambar, se sintió consolada, porque le pareció que por fin había encontrado algo que antes buscara en la oscuridad; y no quiso separarse de él. Pero cuando él le preguntó por su nombre y su parentela y su infortunio, se perturbó como un niño que entiende que algo se le exige, pero no qué pueda ser; y se echó a llorar. Por tanto, Turambar le dijo: —No te alteres. La historia puede esperar. Pero te daré un nombre, y te llamare Níniel, la Doncella de las Lágrimas— Y al oír ese nombre sacudió ella la cabeza, pero dijo: —Níniel— Esa fue la primera palabra que pronunció después de la oscuridad, y ése siguió siendo para siempre su nombre entre los habitantes del bosque.

Al día siguiente la llevaron a Ephel Brandir, pero cuando llegaron a Dimrost, la Escalera Lluviosa, donde la corriente del Celebros se vierte sobre el Teiglin, un estremecimiento la sacudió, por lo que ese lugar se llamó después Nen Girith, el Agua Estremecida. Antes de llegar a la morada de los habitantes del bosque, enfermó de fiebre; y mucho tiempo yació atendida por las mujeres de Brethil, que le enseñaron la lengua como a un niño. Pero antes de que llegara el otoño, la habilidad de Brandir le curó la enfermedad, y era capaz de hablar; pero nada recordaba del tiempo transcurrido antes de que Turambar la encontrara en el túmulo de Haudh—en—Elleth. Y Brandir la amó; pero ella ya había dado su corazón a Turambar.

En ese tiempo los Orcos no molestaban a los habitantes del bosque, y Turambar no iba a la guerra, y había paz en Brethil. Y el corazón de él se volvió hacia Níniel, y la pidió en matrimonio; pero por ese tiempo demoró ella la respuesta, a pesar del amor que le tenía. Porque Brandir presagiaba no sabía qué, y trató de disuadirla, por ella antes que por él mismo o por rivalidad con Turambar; y le reveló que Turambar era Túrin hijo de Húrin, y aunque ella no reconoció el nombre, una sombra le oscureció el corazón.

Pero cuando habían transcurrido tres años desde el saqueo de Nargothrond, volvió Turambar a pedir a Níniel en matrimonio, jurando esta vez que se casaría con ella, o volvería a la guerra. Y Níniel lo aceptó con alegría, y se casaron en mitad del verano, y los habitantes de Brethil hicieron una gran fiesta. Pero antes de que terminara el año, Glaurung envió Orcos de su dominio a Brethil; y Turambar se quedó en su casa inactivo, porque le había prometido a Níniel que iría a la guerra sólo si sus hogares eran atacados. Pero los habitantes de los bosques fueron derrotados, y Dorias le reprochó que no ayudara al pueblo que había hecho suyo. Entonces Turambar se puso de pie y tomó de nuevo la espada negra, y reunió una gran compañía de Hombres de Brethil, y derrotaron a los Orcos por completo. Pero Glaurung oyó la nueva de que la Espada Negra se encontraba en Brethil, y proyectó nuevos males.

En la primavera del año siguiente Níniel concibió; y se volvió macilenta y triste; y por ese mismo tiempo llegaron a Ephel Brandir los primeros rumores de que Glaurung había salido de Nargothrond. Entonces Turambar envió exploradores a lo lejos, porque ahora era él quien mandaba, y pocos hacían caso de Brandir. Y al aproximarse el verano, Glaurung arribó a los confines de Brethil, y se tendió cerca de las orillas occidentales del Teiglin; y entonces hubo un gran temor entre los habitantes del bosque, porque era ahora evidente que el Gran Gusano los atacaría y asolaría la tierra, y no seguiría de largo camino de Angband, como habían esperado. Por lo tanto pidieron el consejo de Turambar; y él les dijo que era inútil ir en contra de Glaurung con todas las fuerzas de que disponían, pues sólo la astucia y la buena suerte podían ayudarlos. En consecuencia se ofreció a ir él mismo en busca del dragón a los confines de la tierra, y ordenó que el resto se quedara en Ephel Brandir, aunque preparados para huir. Porque si Glaurung triunfaba, sena el primero en llegar a las casas del bosque para destruirlas, y era inútil que pensaran en resistirse; pero si se diseminaban a lo largo y a lo ancho, muchos podrían escapar, porque Glaurung no moraría en Brethil, y ellos pronto volverían a Nargothrond.

Entonces Turambar pidió que algunos lo acompañaran dispuestos a asistirlo en el peligro; y Dorias se ofreció, pero ningún otro. Por tanto Dorias riñó a la gente, y habló con desprecio de Brandir, que no podía desempeñar el papel de heredero de la casa de Haleth; y Brandir se avergonzó ante el pueblo y hubo amargura en su corazón. Pero Hunthor, pariente de Brandir, le pidió permiso para ir él en su lugar. Entonces Turambar dijo adiós a Níniel, y ella tuvo miedo y tétricos presagios, y la separación fue dolorosa; pero Turambar se puso en camino con sus dos compañeros y fue a Nen Girith.

Entonces Níniel, incapaz de soportar el miedo y no queriendo esperar en el Ephel la nueva de la fortuna de Turambar, se puso en camino tras él, y una gran compañía iba con ella. Sintió entonces Brandir más temor que nunca, e intentó persuadir a Níniel y a los que estaban dispuestos a acompañarla de que no cometieran esa imprudencia, pero no le hicieron caso. Por tanto renunció él a su señorío y a todo el amor por el pueblo que lo había desdeñado, y no quedándole nada, salvo el amor que sentía por Níniel, él mismo se ciñó una espada y fue tras ella, pero como era cojo quedó muy atrás.

Ahora bien, Turambar llegó a Nen Girith al ponerse el sol, y allí se enteró de que Glaurung estaba posado en el borde de las altas orillas del Teiglin, y que era probable que se trasladara al caer la noche. Estas noticias le parecieron buenas entonces; porque el dragón yacía en Cabed—en—Aras, donde el río corría por una profunda y estrecha garganta que un ciervo perseguido podrá cruzar de un salto, y Turambar pensó que ya no buscaría más soluciones, sino que intentaría cruzar la garganta. Por tanto se propuso ponerse en camino en el crepúsculo y descender al desfiladero protegido por la noche, y cruzar las aguas turbulentas; y trepar luego a la otra orilla y llegar así al dragón desprevenido.

Este designio adoptó, pero el corazón le flaqueó a Dorias cuando llegaron en la oscuridad a las aguas precipitadas del Teiglin, y no se atrevió a cruzar, y retrocedió, y erró por los bosques bajo el peso de la vergüenza. Turambar y Hunthor, empero, lograron cruzar sin daño, pues los altos bramidos de las aguas apagaban todo otro sonido, y Glaurung dormía. Pero antes de la media noche el dragón despertó, y con gran ruido y arrojando fuego echó la parte anterior del cuerpo por sobre el precipicio, y luego empezó a arrastrar el tronco. Turambar y Hunthor casi sucumbieron con el calor y el hedor mientras buscaban de prisa un camino para llegar a Glaurung; y Hunthor Fue muerto por una gran piedra desprendida de lo alto por el paso del dragón; la piedra le golpeó la cabeza, y él cayó al río. Así terminó el no menos valiente de la casa de Haleth.

Entonces Turambar se decidió y cobró coraje, y trepó solo por el acantilado y llegó bajo el dragón. Desenvainó a Gurthane, y con todo el poder de su brazo y de su odio la hundió en el blando vientre del Gusano hasta la empuñadura. Pero cuando Glaurung sintió la angustia mortal, gritó, y en su espantoso dolor extremo, levantó el bulto del cuerpo y se arrojó por el precipicio, y allí quedó revolcándose y retorciéndose en agonía. Y lo abrasó todo alrededor, y lo aplastó dejándolo en ruinas, hasta que sus últimos fuegos se apagaron, y murió, y yació inmóvil.

Ahora bien, Gurthang había sido arrebatada de la mano de Turambar en la agonía de Glaurung, y quedó clavada en el vientre del dragón. Por tanto, Turambar cruzó las aguas una vez más, deseando recuperar la espada y ver a su enemigo; y le encontró extendido todo a lo largo, y vuelto de lado, y la empuñadura de Gurthang le asomaba en el vientre. Entonces Turambar aferró la empuñadura y puso el pie sobre el vientre, y exclamó burlándose del dragón y de sus palabras en Nargothrond: —¡Salve, Gusano de Morgoth! ¡Feliz encuentro de nuevo! ¡Muere ahora y que la oscuridad te reciba! Así queda vengado Túrin hijo de Húrin.

Entonces arrancó la espada, pero un chorro de sangre negra la siguió, y le bañó la mano, y el veneno se la quemó. Y entonces Glaurung abrió los ojos y miró a Turambar con tal malicia que lo hirió como una estocada; y por causa de esa estocada y de la angustia del veneno, Turambar cayó en un oscuro desmayo, y yació como muerto, y la espada quedó debajo de él.

Los gritos de Glaurung resonaron en los bosques y llegaron a oídos de la gente que esperaba en Nen Girith; y cuando los que estaban atentos los oyeron, y vieron a lo lejos la ruina y los despojos del incendio provocados por el dragón, creyeron que éste había triunfado y que estaba destruyendo a quienes lo atacaban. Y Nímel se sentó y se estremeció junto a las aguas que caían, y al oír la voz de Glaurung, la oscuridad la invadió otra vez, de modo que no podía moverse sola.

Así la encontró Brandir, pues por fin llegó a Nen Girith cojeando y fatigado; y cuando oyó que el dragón había cruzado las aguas y había aplastado a sus enemigos, sintió pena y nostalgia por Níniel. No obstante, también pensó: "Turambar ha muerto, pero Níniel vive. Puede que por fin venga a mí, y yo la llevaré lejos y así escaparemos juntos del dragón". Al cabo de un rato, por tanto, se acercó a Níniel y dijo: ~¡Ven! Es tiempo de partir. Si quieres, yo te llevaré—. Y le tomó la mano, y ella se incorporó en silencio y lo siguió, y nadie los vio alejarse en la oscuridad.

Pero al descender por el sendero hacia los Cruces, se elevó la luna, y arrojó una luz gris sobre la tierra, y Níniel dijo: —¿Es éste el camino?— Y Brandir respondió que él no conocía camino alguno, salvo el que les permitiera huir como les fuera posible de Glaurung y escapar al campo. Pero Níniel dijo: —La Espada Negra era mi amado y mi marido. Sólo en su busca voy. ¿Qué otra cosa pretendes?— Y se apresuró dejándolo atrás. Así llegó a los Cruces del Teielin y vio Haudh—en—Elleth a la blanca luz de la luna y la sobrecogió un gran temor. Entonces lanzó un grito y se volvió dejando caer la capa, y huyó hacia el sur a lo largo del río, y el vestido manco le relucía a la luz de la luna.

Así la vio Brandir desde la ladera de la colina, y se volvió para salirle al encuentro, pero estaba todavía muy atrás cuando ella, llegó a, la ruina de Glaurung cerca del borde de Cabed—en—Aras. Allí vio tendido al dragón, pero no hizo caso de él, porque un hombre yacía a su lado; y corrió hacia Turambar y en vano lo llamó. Entonces, al verle la mano quemada, la bañó con lágrimas y la vendó con un trozo de su vestido, y lo besó y le gritó que despertara. En ese momento Glaurung se agito por ultima vez antes de morir, y habló con un último aliento diciendo: —¡Salve, Nienor hija de Húrin! Juntos otra vez antes de terminar. Te ofrezco la alegría de que por fin hayas encontrado a tu hermano. Y lo conocerás ahora: ¡el que apuñala en la oscuridad, traidor de sus enemigos, infiel a sus amigos» y maldición de sus hermanos, Túrin hijo de Húrin! Pero la peor de todas sus acciones la sentirás en ti misma.

Entonces Glaurung murió, y el velo de su malicia le fue quitado a Níniel, y recordó los días del pasado. Mirando a Túrin gritó: —¡Adiós, amado dos veces!,/!, Túrin Turambar turum ambartanen: ¡amo del destino por el destino dominado! ¡Feliz de ti, que estás muerto!— Entonces Brandir, que lo había oído todo, paralizado al borde de la ruina, se le acercó de prisa; pero ella escapó de él, enloquecida de horror y de angustia, y al llegar al borde de Cabed—en—Aras, se arrojó a él y desapareció en las aguas tumultuosas.

Entonces Brandir se acercó y miró y se alejó horrorizado; y aunque ya no deseaba seguir viviendo, no le fue posible buscar la muerte en las aguas que rugían. Y en adelante nadie volvió a mirar Cabed—en—Aras, ni ave ni bestia se le acercó, ni árbol alguno le creció al lado; y se la llamó Cabed Naeramarth, el Salto del Destino Espantoso.

Pero Brandir volvía a Nen Girith para llevarles las nuevas a la gente, y se encontró con Dorias en los bosques, y le dio muerte: la primera sangre que derramaba, y la última. Y entró en Nen Girith, y los hombres le gritaron: —¿La has visto? Porque Níniel se ha ido.

Y él respondió: —Níniel se ha ido para siempre. El dragón está muerto, y Turambar está muerto; y ésas son buenas nuevas—. La gente se puso a murmurar al oír esas palabras, diciendo que se había vuelto loco; pero Brandir dijo: —¡Escuchadme hasta el final! Níniel la bienamada también ha muerto. Se arrojó al Teiglin, pues ya no deseaba seguir con vida; porque se enteró que no era otra que Nienor hija de Húrin de Dorlómm antes de que el olvido la ganara, y que Turambar era su hermano, Túrin hijo de Húrin.

Pero cuando dejó de hablar y la gente lloraba, Túrin mismo apareció ante ellos. Porque cuando el dragón murió, salió del desmayo, y cayó en un profundo sueño de fatiga. Pero el frío de la noche lo perturbó, la empuñadura de Gurthang se movió junto a él, y despertó. Entonces vio que alguien le había curado la mano, y se asombró mucho de que lo hubiese dejado tendido sobre el suelo frío; y dio voces, y al no oír respuesta fue en busca de ayuda, porque se sentía cansado y enfermo.

Pero cuando la gente lo vio, retrocedió amedrentada, creyendo que era un espíritu desasosegado; y él dijo: —No, alegraos; porque el dragón está muerto y yo vivo. Pero ¿por qué habéis desdeñado mi consejo y os habéis acercado? ¿Y dónde está Níniel? Porque a ella quisiera verla. ¿Seguramente la habréis traído con vosotros?

Entonces Brandir le dijo que así era en verdad, y que Níniel había muerto. Pero la esposa de Dorias exclamó: —No, señor, se ha vuelto loco. Porque vino aquí diciendo que estabais muerto y llamó a eso una buena nueva. Pero vos vivís.

Entonces Turambar montó en cólera y creyó que todo lo que Brandir decía o hacía era dictado por malicia hacia él y hacia Níniel, despechado por el amor que había entre ellos, y le habló con malignidad a Brandir, llamándolo pata de palo. Entonces Brandir le contó todo lo que había oído, y a Níniel la llamó Nienor hija de Húrin, y le gritó a Turambar, con las últimas palabras de Glaurung, que era una maldición para todo el linaje y para aquellos que lo cobijaban.

Entonces Turambar se enfureció, porque en esas palabras oyó los pasos del destino que lo alcanzaban; y acusó a Brandir de haber conducido a Níniel a la muerte, y de deleitarse en repetir las mentiras de Glaurung, si en verdad él mismo no las había inventado. Luego maldijo a Brandir y le di0' muerte; y huyó y se internó en los bosques. Pero al cabo de un tiempo se le pasó la locura, y llegó a Haudh—en—Elletn, y allí se sentó y meditó sobre todos sus actos. Y le pidió a voces a Finduilas que le aconsejase; porque no sabía si no haría más daño yendo a Donath en busca de los suyos, o abandonándolos para siempre y buscando la muerte en la batalla.

Y mientras aún estaba allí sentado llegó Mablung con una compañía de Elfos Grises a los Cruces del Teiglin, y reconoció a Túrin, y lo saludó, y se alegró realmente de encontrarlo todavía con vida; porque se había enterado de la salida de Glaurung y de que iba hacia Brethil, y había oído también que la Espada Negra de Nargothrond vivía ahora allí. Por tanto iba a advertir a Túrin, y a ayudarlo de ser necesario; pero Túrin dijo: —Venís demasiado tarde. El dragón está muerto.

Entonces todos se maravillaron y le hicieron grandes alabanzas; pero nada de eso le interesaba a Túrin, y dijo: —Esto pregunto solamente: dadme noticias de mis hermanos, pues en Dorlómin supe que habían ido al Reino Escondido.

Entonces Mablung se afligió, pero por fuerza tuvo que decirle a Túrin que Morwen se había perdido, y que Nienor estaba hechizada, y que vivía en un olvido de sombras profundas, y se les había escapado en las fronteras de Doriath y había huido hacia el norte. Entonces supo Túrin por fin que el destino le había dado alcance, y que había matado a Brandir injustamente, de modo que las palabras de Glaurung se habían confirmado. Y se echó a reír como un loco, gritando: —¡Es ésta una broma amarga, en verdad!— Pero le pidió a Mablung que se fuera y volviera a Doriath con una maldición sobre ella. —¡Y una maldición también sobre tu cometido! —gritó—. Sólo esto faltaba. Ahora llega la noche.

Entonces escapó como el viento, y ellos se quedaron asombrados, preguntándose qué locura le habría dado; y lo siguieron. Pero Túrin corrió dejándolos muy atrás; y llegó a Cabed—en—Aras, y oyó el rugido de las aguas, y vio que todas las hojas caían marchitas de los árboles como si hubiera llegado el invierno. Desenvainó allí la espada, lo único que le quedaba de todas sus posesiones, y dijo: —¡Salve, Gurthang! No otro señor ni lealtad conoces, sino la mano que te esgrime. No retrocedes ante la sangre de nadie. Por tanto ¿no quieres la de Túrin Turambar? ¿No me matarás de prisa?

Y en la hoja resonó una voz fría que le respondió: —Sí, de buen grado beberé tu sangre, para olvidar así la sangre de Beleg, mi amo, y la sangre de Brandir, muerto injustamente. De prisa te daré muerte.

Entonces Túrin aseguró la empuñadura en el suelo y se arrojó sobre la punta de Gurthang, y la hoja negra le quitó la vida. Pero Mablung y los Elfos llegaron y contemplaron la figura de Glaurung, que yacía muerto, y el cadáver de Túrin, y se afligieron; y cuando vinieron los Hombres de Brethil y se enteraron de la razón de la locura de Túrin y de su muerte, quedaron espantados; y Mablung dijo con amargura: .También yo he quedado enredado en el destino de los Hijos de Húrin, y así con mis nuevas ha muerto uno al que yo amaba.

Entonces alzaron a Túrin y vieron que Gurthang se había partido. Pero los Elfos y los Hombres recogieron allí abundante leña e hicieron una gran hoguera, y el dragón se consumió hasta quedar convertido en cenizas. A Túrin lo depositaron sobre un gran túmulo levantado en el sitio donde había caído, y le pusieron al lado los pedazos de Gurthang. Y cuando todo estuvo hecho, los Elfos cantaron un lamento por los Hijos de Húrin, y sobre el túmulo colocaron una gran piedra gris en la que estaban grabadas las runas de Doriath:

TURIN TURAMBAR DAGNIR GLAURUNGA

y debajo escribieron también:

NIENOR NINIEL

Pero ella no estaba allí, y nunca se supo dónde se la habían llevado las frías aguas del Teiglin.

 

20. De la quinta batalla: Nirnaeth Arnoediad
Índice
22. De la ruina de Doriath