20. De la quinta batalla: Nirnaeth Arnoediad
Se dice que Beren y Lúthien volvieron a las tierras septentrionales de
la Tierra Media y moraron allí juntos por un tiempo, como hombre y mujer,
y adoptaron nuevamente la forma mortal que habían tenido en Doriath.
Quienes los vieron sintieron a la vez alegría y miedo; y Lúthien
fue a Menegroth y curó el invierno de Thingol tocándolo con la
mano. Pero Melian le miró los ojos y leyó el destino que tenía
allí escrito; porque sabía que una separación más
allá del fin del mundo se interponía entre ellas, y no hubo dolor
de pérdida más hondo que el dolor de Melian la Maia en aquel momento.
Entonces Beren y Lúthien se marcharon solos sin temor a pasar hambre
o sed; y fueron más allá del Río Gelion a Ossiriand, y
vivieron allí en Tol Galen, la isla verde, en medio del Adurant, hasta
que no hubo más noticias acerca de ellos. Los Eldar llamaron luego a
ese país Dor FirniGuinar, la Tierra de los Muertos que Viven;
y allí nació Dior Aranel el Hermoso, que fue luego conocido como
Dior Eluchíl, el Heredero de Thingol. Ningún Hombre mortal volvió
a hablar con Beren hijo de Barahir; y nadie vio a Beren o a Lúthien abandonar
el mundo, ni supo dónde reposaron por última vez.
En aquellos días se animó el corazón de Maedhros hijo de Fëanor al advertir que Morgoth no era inatacable; porque los hechos de Beren y Lúthien se cantaron en muchos cantos por toda Beleriand. Sin embargo, Morgoth los destruiría a todos, uno por uno, si no llegaban a unirse otra vez en una nueva alianza y un consejo común; y aedhros puso en marcha los planes con que se acrecentaría la fortuna de los Eldar, y que hoy se conocen como la Unión de Maedhros.
Pero el Juramento de Fëanor y las malas acciones que había obrado dañaron los designios de Maedhros, y no tuvo toda la ayuda esperada. Orodreth no se marcharía por indicación de hijo alguno de Fëanor, a causa de la conducta de Celegorm y Curufin; y los Elfos de Nargothrond confiaban todavía en poder defender la fortaleza oculta por medio del secreto y el ocultamiento. Desde allí acudió tan sólo una pequeña compañía que seguía a Gwindor hijo de Guihn, un príncipe muy valiente; y en contra de la voluntad de Orodreth fue a la guerra del norte, porque lamentaba la pérdida de su hermano Gelmir en la Dagor Bragollach. Adoptaron la insignia de la casa de Fingomn y marcharon tras los estandartes de Fingon; y nunca regresaron, salvo uno.
De Doriath tuvieron escasa ayuda. Porque Maedhros y sus hermanos, obligados por el juramento, habían enviado mensajeros con altivas palabras, exigiendo a Thingol la entrega del Silmaril, o la enemistad. Melian aconsejó ceder; pero las palabras de los hijos de Fëanor eran orgullosas y amenazantes, y Thingol se enfadó mucho pensando en la angustia de Lúthien, y en la sangre de Beren con que la joya había sido ganada, a pesar de la malicia de Celegorm y Curufin. Y toda vez que contemplaba el Silmaril, mayor deseo tenía de guardarlo para siempre; porque tal era el poder de la joya. Por tanto despidió a los mensajeros con palabras de desprecio. Maedhros no dio respuesta, porque por entonces había empezado a concebir la alianza y la unión de los Elfos; pero Celegorm y Curufin juraron abiertamente dar muerte a Thingol y destruir a su pueblo, si volvían victoriosos de la guerra, y la joya no les era devuelta de buen grado. Entonces Thingol fortificó las fronteras del reino y no acudió a la guerra, como tampoco ningún otro de Doriath, salvo Mablung y Beleg, que no estaban dispuestos a no participar en estos grandes hechos. A ellos Thingol los autorizó a ir, con tal de que no sirvieran a los hijos de Fëanor; y ellos se unieron a la hueste de Fingon.
Pero Maedhros tuvo la ayuda de los Naugrim, tanto en huestes como en el suministro de armamentos; y las herrerías de Nogrod y de Belegost estuvieron muy ocupadas en esos días. Y él reunió otra vez a todos los hermanos y a todas las gentes dispuestas a seguirlo; y a los Hombres de Bór y de Ulfang se les dio instrucción militar, y éstos convocaron aún a más miembros de los hermanos del Este. Además, en el oeste, Fingon, siempre amigo de Maedhros, pidió consejo en Himring, y en Hithlum los Noldor y los Hombres de la casa de Hador se prepararon para la guerra. En el Bosque de Brethil, Halmir, señor del Pueblo de Haleth, reunió a sus hombres y les ordenó que afilaran las hachas; pero Halmir murió antes de que la guerra comenzase, y su hijo Haldir gobernó a esa gente. Y también a Gondolin llegaron las nuevas, a Turgon, el rey escondido.
Pero Maedhros se arriesgó demasiado pronto, antes de que los planes estuvieran completos, y aunque los Orcos fueron expulsados de todas las regiones septentrionales de Beleriand, y Dorthonion fue liberada por un tiempo, Morgoth quedó advertido del levantamiento de los Eldar y de los Amigos de los Elfos, y se preparó; y envió entre ellos a muchos espías y traidores, cosa que le era más fácil ahora, pues los Hombres desleales que le servían en secreto estaban aún bien enterados de lo que pensaban los hijos de Fëanor.
Por fin Maedhros, después de haber reunido todas las fuerzas de Elfos y Hombres y Enanos que le fue posible, decidió atacar Angband desde el este y el oeste; y se propuso marchar con estandartes desplegados sobre Anfauglith. Pero cuando consiguiera hacer salir, como esperaba, a los ejércitos de Morgoth, Fingon avanzaría por los pasos de Hithlum; de este modo pensaban atrapar a la fuerza de Morgoth entre el yunque y el martillo, y aniquilarla. Y la señal para hacerlo sería la luz de un fanal en Dorthonion.
El día señalado, una mañana de pleno verano, las trompetas de los Eldar saludaron la salida del sol; y en el este se izó el estandarte de los hijos de Fëanor, y en el oeste el estandarte de Fingon, Rey Supremo de los Noldor. Entonces Fingon miró desde los muros de Eithel Sirion, y el ejército estaba en orden de batalla en los valles y los bosques al este de Ered Wethrin, perfectamente oculto a los ojos del Enemigo; aunque él sabía que era muy numeroso. Porque allí se habían reunido todos los Noldor de Hithlum, junto con los Elfos de las Palas y la compañía de Gwindor venida de Nargothrond, y había también una gran fuerza de Hombres; a la derecha estaban las huestes de Dorlómin, y todo el valor de Húrin y de su hermano Huor, y a ellos se había sumado Haldir de Brethil con muchos hombres de los bosques.
Entonces Fingon miró hacia Thangorodrim y había una nube oscura alrededor, y un humo negro ascendía; y supo que la ira de Morgoth había despertado, y que él había aceptado el reto. Una sombra de duda cubrió el corazón de Fingon; y miró hacia el este, intentando ver con vista élfica el polvo de Anfauglith, que se levantaba bajo las huestes de Maedhros. No sabía que la marcha de Maedhros había sido impedida por la astucia de Uldor el Maldecido, que lo engañó con falsas advertencias de ataque desde Angband.
Pero cundió entonces un grito que avanzó por el viento desde el sur de valle en valle, y los Elfos y los Hombres alzaron sus voces con asombro y alegría. Porque aunque nadie lo había llamado y nadie lo esperaba, Turgon había abierto el cerco de Gondolin, y avanzaba con un ejército de diez mil soldados, con brillantes cotas de malla y largas espadas y lanzas como un bosque. Entonces, cuando Fingon oyó desde lejos la gran trompeta de su hermano Turgon, la sombra se fue, y a Fingon se le reanimó el corazón, y gritó con voz fuerte: Utúlie'n aure! Aiya Eldalie ar Atanatári, utúlie'n auré! ¡El día ha llegado! ¡Mirad, Pueblo de los Elfos y Padres de los Hombres, el día ha llegado! Y todos los que oyeron el eco de su poderosa voz en las colinas respondieron gritando: Auta i lome! ¡Ya la noche ha pasado!
Ahora bien, Morgoth, que sabía mucho de lo que hacía y se proponía el enemigo, escogió esta hora, y confiando en que los sirvientes traidores podrían detener a Maedhros e impedir que los atacantes se uniesen, envió a Hithlum una fuerza grande en apariencia (y, sin embargo, nada más que una parte de la que tenía aprontada); y estaban vestidos con ropas pardas, y no mostraban ningún acero desnudo, y de este modo ya habían avanzado mucho por las arenas de Anfauglith antes de que fueran vistos.
Entonces los corazones de los Noldor se enardecieron, y sus capitanes desearon atacar al enemigo en la llanura; pero Húrin se opuso, y les pidió que se cuidaran de la astucia de Morgoth, que siempre aparentaba tener pocas fuerzas, y un propósito que no era el verdadero. Y aunque no llegaba la señal de que Maedhros se acercaba, y las huestes se ponían impacientes, Húrin les instó todavía a esperar, y a dejar que los Orcos se despedazaran entre ellos en el ataque a las colinas.
Pero al capitán de Morgoth en el oeste se le había ordenado que hiciese salir prontamente a Fingon de las colmas, por cualquier medio. Fue así que continuó avanzando hasta que el frente del ejército estuvo apostado delante de las corrientes del Sirion, desde los muros de la fortaleza de Eithel Sirion hasta las bocas del Rivil en el Marjal de Serech; y las avanzadas de Fingon podían ver los ojos de los enemigos. Pero no hubo respuesta al desafío del capitán, y la provocación de los Orcos perdió firmeza cuando vieron los muros silenciosos y la amenaza oculta de las colinas. Entonces el capitán de Morgoth envió jinetes con señales de parlamento y cabalgaron hasta la obra exterior de la Barad Eithel. Con ellos llevaban a Gelmir hijo de Guilin, el señor de Nargothrond a quien habían capturado en la Bragollach, y al que habían cegado. Entonces los heraldos de Angband lo mostraron dando gritos: Tenemos a otros como éste en nuestra morada, pero tenéis que daros prisa si queréis encontrarlos; porque cuando regresemos haremos con ellos de este modo. Y rebanaron las manos y los pies de Gelmir, y por último la cabeza, a la vista de los Elfos, y lo dejaron allí.
La mala fortuna quiso que allí en los baluartes estuviese Gwindor de Nargothrond, el hermano de Gelmir. Y la ira se le encendió en locura, y montó a caballo de un salto y muchos jinetes lo acompañaron; y persiguieron a los heraldos y los mataron y se internaron profundamente en el cuerpo principal del ejército. Y al ver esto, todas las huestes de los Noldor se inflamaron, y Fingon se puso el yelmo blanco y ordenó que sonaran las trompetas, y las huestes de Hithlum saltaron todas desde las colinas en súbita embestida. La luz de las espadas desenvainadas de los Noldor era como un fuego en un campo de juncos; y tan fiera y rápida fue la arremetida, que los designios de Morgoth casi fracasaron. Antes de que pudiera fortalecerse, el ejército que había enviado al oeste fue barrido en el combate, y los estandartes de Fingon pasaron por Anfauglith y fueron izados ante los muros de Angband. Siempre al frente de la batalla iban Gwindor y los Elfos de Nargothrond, y ni siquiera ahora pudieron ser contenidos; e irrumpieron a través de los Portales, y mataron a los guardianes en las mismas escaleras de Angband, y Morgoth tembló en su trono profundo cuando oyó los golpes en las puertas. Pero estaban atrapados allí y los mataron a todos, salvo a Gwindor, que fue capturado vivo; porque Fingon no pudo ir a ayudarlo. Por muchas puertas secretas en Thangorodrim, Morgoth había hecho salir al grueso de sus ejércitos que Mantenía ocultos, y Fingon fue rechazado de los muros con grandes pérdidas.
Entonces, en la llanura de Anfauglith, el cuarto día de la guerra, empezaron las Nirnaeth Arnoediad, las Lágrimas Innumerables, pues no hay canto ni historia que pueda contener tanto dolor. El ejército de Fingon se retiró por las arenas, y Haldir señor de los Haladin fue muerto en la retaguardia; con él cayó la mayor parte de los Hombres de Brethil, y nunca volvieron a los bosques. Pero en el anochecer del quinto día, y estando todavía lejos de Ered Wethrin, los Orcos rodearon a las huestes de Hithlum, y lucharon hasta llegar el día, acosándolas y cada vez más cerca. Con la mañana llegó la esperanza, cuando se oyeron las trompetas de Turgon, que avanzaba con el principal ejército de Gondolin; porque habían estado apostados en el sur, montando guardia en el Paso del Sirion, y Turgon evitó que la mayor parte de los suyos intervinieran en la frenética embestida. Ahora se apresuraba a ir en ayuda de su hermano; y los Gondolindrim eran fuertes y estaban vestidos de cota de malla, y avanzaban en columnas resplandecientes como ríos de acero al sol.
Entonces la falange de la guardia del rey irrumpió en las filas de Orcos, y Turgon se abrió paso con la espada para llegar junto a su hermano; y se dice que el encuentro entre Turgon y Húrin, que estaba al lado de Fingon, fue dichoso en medio de la batalla. Entonces la esperanza renació en el corazón de los Elfos; y en ese preciso instante, a la tercera hora de la mañana, se oyeron las trompetas de Maedhros que venía por fin desde el este, y los estandartes de los hijos de Fëanor atacaron al enemigo por la retaguardia. Han dicho algunos que aún entonces los Eldar habrían podido salir victoriosos, si todas sus huestes se hubieran mantenido fieles; porque los Orcos vacilaron y fueron contenidos, y algunos ya se volvían para huir. Pero cuando la vanguardia de Maedhros llegó junto a los Orcos, Morgoth llamó a sus últimas fuerzas, y Angband quedó vacía. Llegaron lobos y jinetes de lobos, y llegaron Balrogs y dragones y Glaurung, Padre de los Dragones. La fuerza y el terror del Gran Gusano eran ahora grandes por cierto, y los Elfos y los Hombres se amilanaron delante de él; y Glaurung se interpuso entre las huestes de Maedhros y de Fingon y las separó.
Sin embargo, ni por lobo, ni por Balrog, ni por dragón alguno alcanzaría Morgoth su propósito, sino por la traición de los Hombres. En ese momento se revelaron los planes de Ulfang. Muchos de los Orientales se volvieron y huyeron, llenos de miedo y de mentiras; pero los hijos de Ulfang se volvieron de pronto nacía Morgoth y atacaron la retaguardia de los hijos de Fëanor, y en medio de la confusión llegaron cerca del estandarte de Maedhros. No cosecharon la recompensa que Morgoth les prometiera, porque Maglor mató a Uldor el Maldecido, la cabeza de la traición, y los hijos de Bór mataron a Ulfast y a Ulwarth antes de morir ellos mismos. Pero como nuevas fuerzas del mal llegaron Hombres que Uldor había convocado y escondido en las colmas del este, y el ejército de Maedhros, atacado por tres lados, se deshizo y se dispersó aquí y allí. Empero, el destino salvó a los hijos de Fëanor, pues aunque todos fueron heridos, no murió ninguno, porque se unieron, y rodeados del resto de los Noldor y los Naugrim se abrieron paso fuera de la batalla y escaparon lejos, hacia el Monte Dolmed, en el este.
La última de las fuerzas orientales que se mantuvo firme fue el ejército de Enanos de Belegost, y así ganaron renombre. Porque los Naugrim resistían el fuego con más osadía que los Hombres o los Elfos, y además tenían por costumbre en las batallas llevar grandes máscaras de espantosa apariencia; y les fueron de provecho frente a los dragones. Y si no hubiera sido por ellos, Glaurung y su prole habrían quemado a todos los que quedaban de los Noldor. Pero los Naugrim hicieron un círculo alrededor del dragón cuando se les echó encima, y ni siquiera la poderosa armadura le sirvió contra los golpes de las grandes hachas; y cuando se volvió y furioso derribó a Azaghál Señor de Belegost, y se precipitó sobre él, Azaghál hizo un último esfuerzo y le hundió un cuchillo en el vientre, infligiéndole tal herida que Glaurung escapó del campo, y las bestias de Angband lo siguieron turbadas. Entonces los Enanos levantaron el cuerpo de Azaghál y se lo llevaron; y con pasos cortos iban detrás, y las voces profundas entonaban un canto fúnebre, como si fuera un funeral en su propio país; y ya no hicieron caso de sus enemigos; y ninguno se atrevió a molestarlos.
Pero entonces, en la batalla occidental, Fingon y Turgon fueron atacados por una ola de enemigos tres veces mayor que todas las fuerzas que les quedaban. Había llegado Gothmog Señor de los Balrogs, alto capitán de Angband; y metió una oscura cuña en medio de las huestes de los Elfos, rodeando al Rey Fingon, y rechazando a Turgon y a Húrin hacia el Marjal de Serech. Luego se volvió hacia Fingon. Fue ése un amargo encuentro. Por fin Fingon quedó solo con los guardias muertos a sus pies; y luchó contra Gothmog, hasta que otro Balrog vino por detrás y arrojó un cinturón de fuego alrededor. Entonces Gothmog lo golpeó con el hacha negra, y una llama blanca brotó del yelmo hendido de Fingon. Así cayó el Rey Supremo de los Noldor; y lo golpearon contra el polvo con las mazas; y pisotearon el estandarte azul y plata en el barro ensangrentado.
El campo estaba perdido; pero todavía Húrin y Huor y el resto de la casa de Hador se mantenían firmes junto a Turgon de Gondolin, y las huestes de Morgoth aún no habían ganado el Paso del Sirion. Entonces Húrin le habló a Turgon, diciendo: Idos ahora, señor, mientras todavía es posible. Porque en vos vive la última esperanza de los Eldar, y si Gondolin se mantiene erguida, en el corazón de Morgoth habrá siempre miedo.
Pero Turgon le respondió: No por mucho tiempo puede Gondolin permanecer oculta; y cuando sea descubierta, por fuerza ha de caer. Entonces Huor habló y le dijo: Pero si resiste un corto tiempo, de allí vendrá la esperanza de los Elfos y de los Hombres. Esto os digo, señor, con la mirada de la muerte: aunque nos separemos aquí para siempre y yo no vuelva a ver vuestros muros blancos, de vos y de mí se levantará una nueva estrella. ¡Adiós!
Y Maeglin, el hijo de la hermana de Turgon, que estaba allí presente, escuchó estas palabras y no las olvidó; pero no dijo nada.
Entonces Turgon siguió el consejo de Húrin y de Huor, y convoco lo que quedaba de las huestes de Gondolin y lo que pudo reunir del pueblo de Fingon, y se retiro hacia el Paso del Sirion; y sus capitanes Ecthelion y Glorfindel guardaban los flancos de la derecha y la izquierda, para que el enemigo no se acercase. Pero los Hombres de Dorlómin protegían la retaguardia, como lo deseaban Húrin y Huor; porque no querían en verdad abandonar las Tierras del Norte, y si no podían volver a sus hogares, allí resistirían hasta el fin. Así se enderezó la traición de Uldor; y de todas las hazañas de guerra que los Padres de los Hombres llevaron a cabo en beneficio de los Eldar, la última resistencia de los Hombres de Dorlómin es la que obtuvo más renombre.
De este modo Turgon se abrió camino hacia el sur luchando, hasta que protegido por la guardia de Húrin y Huor cruzo el Sirion y escapó; y desapareció en las montañas y quedó oculto a los ojos de Morgoth. Pero los hermanos reunieron al resto de los Hombres, y palmo a palmo se retiraron hasta ponerse detrás del Marjal de Serech y delante de las costas del Rivil. Allí resistieron, y ya no cedieron.
Entonces todas las huestes de Angband los rodearon como un enjambre, e hicieron con los muertos un puente sobre el río, y trazaron un círculo en derredor del resto de Hithlum como la marea que crece sobre una roca. Allí, al ponerse el sol el sexto día y oscurecerse la sombra de Ered Wethrin, Huor cayó con el ojo horadado por una flecha envenenada, y todos los Hombres valientes de Hador fueron muertos alrededor en un montón; y los Orcos les cortaron las cabezas y las apilaron como un montículo de oro en el crepúsculo.
Ultimo de todos resistió Húrin. Al fin arrojó el escudo y esgrimió con ambas manos el hacha; y se canta que el hacha humeó con la sangre negra de los trasgos de Gothmog hasta aniquilarlos a todos, y cada vez que asestaba un golpe, Húrin gritaba: Aure enhiluva! ¡Ya se hará de nuevo el día! Siete veces lanzó ese grito, pero al cabo lo atraparon vivo, por orden de Morgoth, pues los Orcos se aferraban a él aunque les cortara los brazos; y siempre el caudal de enemigos se renovaba, hasta que por último cayó sepultado debajo de ellos. Entonces Gothmog lo encadenó y lo arrastró a Angband, burlándose.
Así terminó la Nirnaeth Arnoediad, al descender el sol más allá del mar. Se hizo la noche en Hithlum, y del Occidente vino una gran tormenta de viento.
Grande fue el triunfo de Morgoth, y cumplió su propósito de modo grato a su corazón; porque los Hombres quitaron la vida a los Hombres, y traicionaron a los Eldar, y el miedo y el odio despertaron entre aquellos que tendrían que haber estado unidos. Desde ese día los Elfos se mantuvieron apartados de los Hombres, excepto las Tres Casas de los Edain.
El reino de Fingon ya no existía; y los hijos de Fëanor erraron como hojas al viento. Habían perdido las armas y la alianza estaba rota; y vivieron una existencia salvaje en los bosques al pie de Ered Lindon, mezclándose con los Elfos Verdes de Ossiriand, despojados del poder y la gloria de antaño. En Brethil unos pocos de los Haladin vivían todavía en la protección de los bosques, y Handir hijo de Haldir era el Señor; pero de las huestes de Fingon nadie volvió nunca a Hithlum, ni tampoco ninguno de los Hombres de la casa de Hador, ni hubo nuevas de la batalla ni de la suerte corrida por sus señores. Pero Morgoth envió allí a los Orientales que lo habían servido, negándoles las ricas tierras que ellos codiciaban; y los encerró en Hithlum y les prohibió abandonarla. Esa fue la recompensa que les dio por haber traicionado a Maedhros: saquear y vejar a los ancianos y las mujeres y los niños del pueblo de Hador. El resto de los Eldar de Hithlum fue trasladado a las minas del norte y trabajaron allí como esclavos, salvo los que pudieron evitarlo y escaparon a las tierras salvajes y las montañas.
Los Orcos y los lobos erraban sin traba por todo el norte y avanzaban cada vez más hacia el sur, hacia Belenand, aun hasta Nantathren, la Tierra de los Sauces y los límites de Ossiriand, y nadie estaba a salvo en los campos ni en las tierras salvajes. Doriath no había caído por cierto, y los recintos de Nargothrond estaban escondidos; pero Morgoth les prestaba poca atención, fuera porque supiera poco de ellos, o porque aún no les había llegado la hora en los oscuros designios de su propia malicia. Muchos huyeron a los Puertos y buscaron refugio tras los muros de Círdan, y los marineros recorrían las costas de arriba abajo y acosaban al enemigo en rápidos desembarcos. Pero al año siguiente, antes de que llegara el invierno, Morgoth envió grandes fuerzas sobre Hithlum y Nevrast, y descendieron por los ríos Brithon y Nenning, y asolaron todas las Falas, y sitiaron los muros de Brithombar y Eglarest. Llevaban consigo herreros y mineros y hacedores de fuego, e instalaron grandes maquinarias, y con bravura, aunque se les opuso resistencia, quebrantaron por fin los muros. Entonces los Puertos quedaron en ruinas y la torre de Barad Nimras fue derribada; y la mayor parte del pueblo de Círdan fue muerta o sometida a esclavitud. Pero algunos escaparon por mar en barcos; y entre ellos estaba Ereimon Gil-galad, el hijo de Fingon, a quien su padre había enviado a los Puertos después de la Dagor Bragollach. Este resto navegó con Círdan hacia el sur, a la Isla de Balar, y construyeron un refugio para todo aquel que pudiera llegar hasta allí; porque se establecieron también en las Desembocaduras del Sirion, y allí muchas naves livianas y rápidas estaban escondidas en arroyos y aguas donde los juncos eran densos como un bosque.
Y cuando Turgon supo de esto, envió de nuevo mensajeros a las Desembocaduras del Sirion, y pidió la ayuda de Círdan el Carpintero de Barcos. A pedido de Turgon, Círdan construyó siete rápidos barcos, y navegaron hacia el Occidente; pero no hubo nunca noticias de ellos en Balar, salvo de uno, y fue la última. Los marineros de ese barco se esforzaron largo tiempo en el mar, y por último, al volver desesperados, naufragaron en una gran tormenta a la vista de las costas de la Tierra Media; pero uno de ellos fue salvado por Ulmo de la ira de Ossë, y las olas lo sostuvieron y lo arrojaron a las costas de Nevrast. Se llamaba Voronwë; y era uno de los mensajeros que Turgon había enviado desde Gondolin.
Ahora el pensamiento de Morgoth estaba clavado en Turgon; porque Turgon se le había escapado, y de todos sus enemigos era el que más deseaba atrapar o destruir. Y ese pensamiento lo perturbaba y le estropeaba la victoria, porque Turgon, de la poderosa casa de Fingolfin, era añora por derecho el Rey de todos los Noldor; y Morgoth temía y odiaba a la casa de Fingolfin, porque ésta tenía la amistad de Ulmo, el enemigo de Angband, y por las heridas que Fingolfin le había abierto con la espada. Y al que más temía Morgoth de todos ellos era a Turgon; porque hacía ya mucho, en Valinor, la mirada de Turgon se había fijado en él, y cada vez que se le acercaba una sombra le oscurecía la mente, y tenía el presagio de que en un tiempo todavía recóndito, la ruina le vendría de Turgon.
Fue así que Húrin fue conducido ante Morgoth, pues Morgoth sabía que era amigo del Rey de Gondolin; pero Húrin lo desafió y se burló de él. Entonces Morgoth maldijo a Húrin y a Morwen y a su prole, y les impuso una condena de oscuridad y dolor; y sacando a Húrin de la prisión lo hizo sentar en una silla de piedra en un sitio elevado de Thangorodrim. Allí estaba confinado por el poder de Morgoth, y Morgoth volvió a maldecirlo; y le dijo: Estáte aquí sentado; y contempla las guerras donde el mal y la desesperación desolarán a los que amas. Te has atrevido a burlarte de mí y a cuestionar el poder de Melkor, Amo de los destinos de Arda. Por lo tanto, con mis ojos verás, y con mis oídos oirás; y nunca te moverás de este sitio hasta que todo sea consumado en amargura.
Y así sucedió; pero no se dice que Húrin le pidiera nunca a Morgoth clemencia ni muerte, ni para él ni para nadie de los suyos.
Por orden de Morgoth, los Orcos recogieron con gran trabajo los cuerpos de todos los caídos en la gran batalla, y todos sus pertrechos y armas, y los apilaron en un montículo en medio de Anfauglith; y era como una colina que podía verse desde lejos. HaudhenNdengin la llamaron los Elfos, la Colina de los Muertos, y HaudhenNirnaeth, la Colina de las Lágrimas. Pero la hierba volvió allí, y creció de nuevo alta y verde sobre esa colina, única en el desierto que Morgoth había provocado; y ninguna criatura de Morgoth holló jamás ese suelo, donde las espadas enterradas de los Eldar y los Edain se desmenuzaban en herrumbre.