11. Del Sol y la Luna y el ocultamiento de Valinor

 

 


Se cuenta que después de la huida de Melkor, los Valar se quedaron largo tiempo inmóviles, sentados en los tronos del Anillo del Juicio; pero no estuvieron ociosos, como declaró Fëanor en la locura de su corazón. Porque los Valar pueden obrar muchas cosas con el pensamiento antes que con las manos, y hablar en silencio entre ellos. Así se mantuvieron en vela en la noche de Valinor, y fueron con el pensamiento más allá de Eä y llegaron hasta el Fin; no obstante, ni el poder ni la sabiduría amortiguaron el dolor y el conocimiento del mal que se manifestaría más tarde. Y no lamentaron más la muerte de los Árboles que la enajenación de Fëanor: de las obras de Melkor, una de las peores. Porque Fëanor, entre todos los Hijos de Ilúvatar, era el más poderoso, en cuerpo y mente, en valor, resistencia, belleza, comprensión, habilidad, fuerza y sutileza, y una llama resplandeciente ardía en él. Sólo Manwë alcanzaba a concebir en alguna medida las obras maravillosas que para gloria de Arda podría haber llevado a cabo en otras circunstancias. Y dijeron los Vanyar, que vigilaron junto con los Valar, que cuando los mensajeros comunicaron las respuestas de Fëanor a los heraldos, Manwë lloró y agachó la cabeza. Pero ante las últimas palabras de Fëanor: que cuando menos las proezas de los Noldor vivirían por siempre en canciones, levantó la cabeza como quien escucha una voz lejana y dijo: —¡Así sea! Caras se pagarán esas canciones, pero buena será la compra. Pues no hay otro precio. Así, pues, como Eru dijo, no antes de concebida llegará a Eä la belleza, y bueno será que haya habido mal.

Sin embargo, Mandos dijo: —Con todo, seguirá siendo el mal. Fëanor no tardará mucho en comparecer ante mí.

Pero cuando por fin los Valar se enteraron de que los Noldor habían abandonado realmente Aman y habían vuelto a la Tierra Media, se incorporaron y trabajaron en los remedios que habían pensado y que enderezarían los males de Melkor. Entonces Manwë les pidió a Yavanna y a Nienna que manifestaran todos sus poderes de crecimiento y curación, y ellas aplicaron esos poderes a los Árboles.

Pero las lágrimas de Nienna de nada le valieron para curar sus propias y mortales heridas; y por un largo tiempo cantó Yavanna sola en las sombras. No obstante, aun cuando vacilara la esperanza y se quebrara la canción, Telperion dio por fin en una rama sin hojas una gran flor de plata, y Laurelin una fruta de oro.

A éstas recogió Yavanna; y entonces los Árboles murieron, y los troncos sin vida se levantan todavía en Valinor, como en memoria de las alegrías de antaño. Pero la flor y la fruta las dio Yavanna a Aulë, y Manwë las consagró, y el pueblo de Aulë construyó las naves que las llevarían y preservarían el esplendor de aquellos dones, como se cuenta en la Narsilion, la Canción del Sol y la Luna. Los Valar dieron estas naves a Varda para que se convirtieran en lámparas del cielo, con un fulgor mayor que el de las estrellas por estar más cerca de Arda; y ella les otorgó el poder de trasladarse por las regiones inferiores de limen, y las hizo viajar en cursos establecidos sobre el cinturón de la Tierra, desde el oeste hacia el este y de vuelta.

Estas cosas hicieron los Valar, recordando en el crepúsculo la oscuridad de las tierras de Arda; y resolvieron entonces iluminar la Tierra Media, y estorbar con luz las acciones de Melkor. Porque se acordaron de los Avari que habían permanecido junto a las aguas en que despertaron, y no querían abandonar por completo a los Noldor en exilio; y Manwë sabía también que se acercaba la hora de los Hombres. Y se dice que así como los Valar le hicieron la guerra a Melkor por el bien de los Quendi, así ahora la evitaban por el bien de los Hildor, los Nacidos Después, los Hijos Menores de Ilúvatar. Porque tan graves habían sido las heridas abiertas en la Tierra Media durante la guerra contra Utumno, que los Valar temían que aún ocurriera algo peor; por cuanto los Hildor serían gente mortal, y menos aptos que los Quendi para enfrentar el temor y los tumultos. Además, no le estaba revelado a Manwë dónde aparecerían los Hombres: al norte, al sur o al este. Por tanto, los Valar lanzaron la luz, pero fortalecieron la tierra en que morarían los Hombres.

Isil la Refulgente llamaron los Vanyar de antaño a la Luna, flor de Telperion en Valinor; y Anar el Fuego de Oro, fruta de Laurelin, llamaron al Sol. Pero los Noldor los llamaron también Rana la Errante, y Vasa el Corazón de Fuego, el que despierta y consume; porque el Sol se erigió como signo del despertar de los Hombres y la declinación de los Elfos, pero la Luna alimenta la memoria de los Hijos de Ilúvatar.

La doncella a quien los Valar escogieron para gobernar la barca del Sol se llamaba Arien, y quien gobernaba la isla de la Luna era Tilion. En los días de los Árboles, Arien había cuidado las flores de oro de los jardines de Vana, y las había regado con el refulgente rocío de Laureun; pero Tilion era un cazador de las huestes de Oromë, y tenía un arco de plata. Era un enamorado de la plata, y en los días de descanso abandonaba los bosques de Oromë, entraba en Lorien, y se tendía a soñar junto a los estanques de Esté, entre los estremecidos rayos de Telperion; yTilion rogó que se le encomendara la tarea de cuidar por siempre la última Flor de Plata. Arien, la doncella, era mas poderosa que él, y fue escogida porque no había tenido miedo del calor de Laurelin, que no la había dañado, pues ella era desde un principio un espíritu de fuego a quien Melkor no había podido engañar ni atraer. Demasiado brillantes eran los ojos de Arien para que ni siquiera los Eldar pudiesen mirarlos, y abandonando Valinor se había despojado de la forma y los vestidos que como todos los Valar había llevado allí hasta entonces, y se convirtió en una llama desnuda, de terrible esplendor.

Isil fue la primera luz que hicieron y prepararon y la primera en levantarse en el reino de las estrellas, y la primogénita de las nuevas luces, como lo había sido Telperion entre los Árboles. Entonces, por un tiempo, el mundo tuvo luz lunar, y muchas cosas se agitaron y despertaron que habían estado aguardando largamente
en el sueño de Yavanna. Los siervos de Morgoth estaban muy asombrados, pero los Elfos de las Tierras Exteriores miraron arriba con deleite; y mientras la Luna se
alzaba por sobre la oscuridad occidental, Fingolfin ordenó que soplaran las trompetas de plata, e inició su marcha hacia la Tierra Media, y las sombras de las huestes avanzaban delante, negras y largas.

Tilion había atravesado el cielo siete veces y se encontraba en el extremo oriental, cuando la barca de Arien estuvo dispuesta. Entonces Anar se levantó en toda su gloria, y el primer amanecer del Sol fue como una gran llamarada en las torres de las Pelóri: las nubes de la Tierra Media resplandecieron, y se oyó el sonido de muchas cataratas. Entonces en verdad se afligió Morgoth, y descendió a las más hondas profundidades de Angband, e hizo que los siervos se retirasen, despidiendo una gran emanación y una nube oscura para ocultar sus dominios de la luz de la Estrella del Día.

Decidió entonces Varda que las dos barcas viajaran por limen siempre en las alturas, pero no juntas; irían de Valinor hacia el este, y luego regresarían partiendo una del oeste mientras la otra volvía desde el este. Así, pues, los primeros nuevos días se midieron de acuerdo con el modo de los Árboles, desde la mezcla de las luces cuando Arien y Tilion recorrían el cielo, por encima del cinturón de la Tierra. Pero Tilion era inconstante y de marcha incierta y no se atenía al curso designado; e intentaba aproximarse a Arien atraído por aquel esplendor, aunque la llama de Anar lo quemara, y la isla de la Luna quedara oscurecida.

En consecuencia, por causa de la inconstancia de Tilion y más todavía por los ruegos de Lorien y Esté, que dijeron que el sueño y el descanso habían quedado eliminados de la Tierra, y que las estrellas estaban ocultas, Varda cambió de decisión y reservó un tiempo para que en el mundo hubiera todavía luz y sombra. Anar descansó por tanto un rato en Valinor, yaciendo sobre el seno fresco del Mar Exterior; y el Atardecer, la hora de la caída y el descanso del Sol, fue la de más luz y alegría en Aman. Pero el Sol no tardó en ser arrastrado hacia abajo por los siervos de Ulmo, y se precipitó entonces de prisa por debajo de la Tierra y se volvió de ese modo invisible en el este, y allí se elevó otra vez, por temor de que la noche fuera larga en exceso y el mal echara a andar bajo la Luna. Pero por obra de Anar las aguas del Mar Exterior se hicieron cálidas y resplandecieron como fuego, y Valinor tuvo luz por un rato después de que Arien partiese. Pero mientras viajaba bajo la Tierra y hacia el este, el resplandor menguaba y Valinor se oscurecía, y los Valar se lamentaban entonces como nunca por la muerte de Laurelin. Al amanecer, las sombras de las Montañas de la Defensa se extendían pesadas sobre el Reino Bendecido.

Varda ordenó a la Luna que viajara de igual manera, y luego de avanzar bajo la Tierra que se levantara en el este, aunque sólo después de que el Sol hubiera descendido. Pero Tilion avanzaba con paso incierto, como lo hace todavía, y aún se sentía atraído por Arien, como siempre le ocurrirá, de modo que con frecuencia puede vérselos juntos por sobre la Tierra, y acaece a veces que él se le acerca tanto, que su sombra rebana el brillo del Sol y hay oscuridad en medio del día.

Por lo tanto y desde entonces los Valar contaron los días por la llegada y la partida de Anar, hasta el Cambio del Mundo. Porque Tilion rara vez se demoraba en Valinor, y en cambio iba de prisa y a menudo por la tierra occidental, por Avathar o Araman o Valinor, y se sumergía en el abismo de más allá del Mar Exterior, marchando solo en medio de las grutas y cavernas que se abren en las raíces de Arda. Allí a menudo erraba largo tiempo y se demoraba en volver.

Además, al cabo de la Larga Noche, la luz de Valinor era aún más abundante y hermosa que en la Tierra Media; ya que el Sol descansaba allí, y en esa región las luces del cielo se acercaban a la Tierra. Pero ni el Sol ni la Luna son capaces de resucitar la luz de antaño, que venía de los Árboles antes que los tocara el veneno de Ungoliant. Esa luz vive ahora sólo en los Silmarils.

Pero Morgoth detestaba a las nuevas luces, y quedó por un tiempo confundido ante este golpe tan inesperado que le asestaron los Valar. Entonces atacó a Tilion, enviando contra él espíritus de sombra, y hubo lucha en limen bajo el curso de las estrellas; pero Tilion resultó victorioso. Y Morgoth temía a Arien con un gran temor, y no se atrevía a acercársele, porque le faltaba poder, ya que mientras crecía en malicia y daba al mal que él mismo concebía forma de engaños y criaturas malignas, el poder pasaba a ellas, y se dispersaba, y él estaba cada vez más encadenado a la tierra, y ya no deseaba abandonar las fortalezas oscuras. Se escondía junto con los siervos, pues no soportaba el resplandor de los ojos de Arien; y sobre las tierras próximas a su morada había una mortaja de vapores y grandes nubes.


Pero al ver a Tilion atacado, los Valar tuvieron una duda, pues no sabían de lo que eran capaces aún la malicia y la astucia de Morgoth. Resistiéndose a hacerle la guerra en la Tierra Media, recordaron no obstante la ruina de Armaren; y resolvieron que no le sucedería lo mismo a Valinor. Por tanto, en ese tiempo, fortificaron de nuevo las tierras y levantaron los muros montañosos de las Pelóri, que alcanzaron una altura desnuda y terrible, al este, al norte y al sur. Las laderas exteriores eran oscuras y lisas, sin asidero para el pie ni saliente, y descendían en profundos precipicios de piedra dura como vidrio, y se alzaban como torres coronadas de hielo blanco. Se las sometió a una vigilancia insomne y no había paso que las atravesara, salvo sólo el Calacirya: pero ese paso no lo cerraron los Valar, pues los Eldar les eran todavía fieles, y en la ciudad de Tirion, sobre la colina verde, Finarfin gobernaba aún al resto de los Noldor en la profunda hendidura de las montañas. Porque la gente de raza élfica, aun los Vanyar e Ingwë, señor de todos ellos, han de respirar a veces el aire exterior y el viento que viene por encima del mar desde las tierras en que nacieron; y los Valar no estaban dispuestos a apartarse por completo de los Teleri. Pero en el Calacirya levantaron torres fortificadas y pusieron muchos centinelas, y a sus puertas, en las llanuras de Valmar, acampó un ejército, de modo que ni pájaro ni bestia, ni Elfo ni Hombre, ni ninguna otra criatura que viviera en la Tierra Media, podía romper esa alianza.

Y también en esos tiempos, que los cantos llaman Nurtale Valinóreva, el Ocultamiento de Valinor, se levantaron las Islas Encantadas, y en todos los mares de alrededor hubo sombras y desconcierto. Y estas islas se extendieron como una red por los Mares Sombríos desde el norte hasta el sur, antes de que quien navegue hacia el oeste llegue a Tol Eressëa, la Isla Solitaria. Difícilmente puede pasar un barco entre ellas, pues las olas rompen de continuo con un suspiro ominoso sobre rocas oscuras amortajadas en nieblas. Y en el crepúsculo un gran cansancio ganaba a los marineros, y abominaban el mar; pero todo el que alguna vez puso pie en las islas quedó allí atrapado y durmió hasta el Cambio del Mundo. Así fue que, como predijo Mandos en Araman, el Reino Bendecido quedó cerrado para los Noldor; y de los muchos mensajeros que en días posteriores navegaron hacia el oeste, ninguno llegó nunca a Valinor; excepto uno, el más poderoso marinero de los cantos.

 

 

 

10. De los sindar
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12. De los hombres