10. De los Sindar

 

 


Ahora bien, como ya se dijo, el poder de Elwë y Melian aumentó en la Tierra Media, y todos los Elfos de Beleriand, desde los marineros de Círdan hasta los cazadores errantes de las Montañas Azules más allá del Río Gelion, reconocían a Elwë como señor; Elu Thingol, Rey Mantrogrís, era llamado en la lengua de su pueblo. A los Elfos Grises de Beleriand, iluminada por las estrellas, se los llamaba también los Sindar; y aunque eran Moriquendi, bajo la égida de Thingol y por mediación de las enseñanzas de Melian se convirtieron en los más hermosos, los más sabios y los más hábiles de todos los Elfos de la Tierra Media. Y al cabo de la primera edad del Encadenamiento de Melkor, cuando en toda la Tierra había paz y la gloria de Valinor había alcanzado su cénit, vino al mundo Lúthien, la única hija de Thingol y Melian.
Aunque casi toda la Tierra Media estaba sumida en el Sueño de Yavanna, en Beleriand, bajo el poder de Melian, había vida y alegría, y las estrellas brillantes resplandecían como fuegos de plata; y allí, en el bosque de Neldoreth, nació Lúthien, y las blancas flores de niphredil se adelantaron para saludarla como estrellas de la tierra.

Sucedió durante la segunda edad del cautiverio de Melkor que los Enanos llegaron por sobre las Montañas Azules de Ered Luin a Beleriand. A sí mismos se llamaban Khazád, pero los Sindar los llamaban los Naugrim, el Pueblo Menguado, y Gonnhirrim, Maestros de la Piedra. Lejos, hacia el este, estaban las más antiguas viviendas de los Naugrim, pero habían excavado para ellos grandes estancias y mansiones, de acuerdo con el estilo de los Enanos, en las laderas orientales de Ered Luin; y a esas ciudades las llamaban Gabilgathol y Tumunzahar. Al norte de la gran altura del Monte Dolrned se levantaba Gabil eathol, que los Elfos traducían como Belegost, vale decir, Grandeburgo; y al sur había sido excavada Tumunzahar, llamada por los Elfos Nogrod, Morada Hueca. La mayor de las mansiones de los Enanos era Khazad—düm, la Caverna de los Enanos, Hadhodrond en lengua élfica, que luego en los días de oscuridad se llamó Moria; pero se encontraba lejos en las Montañas Nubladas, más allá de las vastas leguas de Eriador, y a los Elfos les llegó sólo como un nombre y un rumor de las palabras de los Enanos de las Montañas Azules.

Desde Nogrod y Belegost, los Naugrim llegaron a Beleriand; y los Elfos se llenaron de asombro, porque se creían las únicas criaturas vivientes de la Tierra Media que hablaban con palabras o trabajaban con las manos, y pensaban que todas las demás no eran sino pájaros y bestias. Pero no alcanzaban a entender una palabra de la lengua de los Naugrim, que les sonaba engorrosa y desagradable; y pocos eran los Eldar que lograron dominarla. Pero los Enanos aprendían de prisa, y en verdad estaban más dispuestos a aprender la lengua élfica que a enseñar la suya a los de otra estirpe. Pocos de entre los Eldar fueron nunca a Nogrod o Belegost, salvo Eöl de Nan Elmoth y Maeglin, su hijo; pero los Enanos traficaban con Beleriand y construyeron un gran camino que pasaba bajo las salientes del Monte Dolmed y seguía el curso del Río Asear, cruzando el Gelion en Sarn Athrad, el Vado de Piedras, donde aconteció luego una batalla. Siempre fue fría la amistad entre los Naugrim y los Eldar, aunque el beneficio recíproco era considerable, pero en aquel tiempo las querellas que los separaron no habían ocurrido aún, y el Rey Thingol les dio la bienvenida. Pero en días posteriores los Naugrim se mostraron más amigos de los Noldor que de cualesquiera de entre los demás Elfos u Hombres, a causa del amor y la reverencia que sentían por Aulë; y estimaban las gemas de los Noldor por sobre toda otra riqueza. Ya en la oscuridad de Arda habían llevado a cabo los Enanos grandes obras, porque aun en los primeros días de los Padres habían tenido una maravillosa habilidad con los metales y las piedras; pero en aquellos tiempos antiguos preferían trabajar el hierro y el cobre antes que la plata y el oro.

Ahora bien, Melian tenía mucha capacidad de previsión, como era propio de los Maiar; y cuando hubo transcurrido la segunda edad del cautiverio de Melkor le comunicó a Thingol que la Paz de Arda no duraría para siempre. Pensó él, por lo tanto, cómo se construiría una morada real y un sitio resistente, si el mal había de despertar otra vez en la Tierra Media; y buscó la ayuda y el consejo de los Enanos de Belegost. Ellos los dieron, voluntariamente, pues no estaban fatigados en ese entonces, y se sentían ansiosos por realizar nuevas obras; y aunque los Enanos siempre pedían un precio por todo cuanto hacían, fuera con deleite o con esfuerzo, en esa ocasión se dieron por pagados. Porque Melian les enseñó mucho de lo que ellos querían aprender, y Thingol los recompensó con muchas bellas perlas. Estas se las había dado Círdan, pues se recogían en abundancia en los vados de la Isla de Balar; pero los Naugrim nunca habían visto nada semejante y las tuvieron en alta estima. Había una tan grande como un huevo de paloma, y que brillaba como la luz de las estrellas en la espuma del mar; Nimphelos se la llamó, y el cabecilla de los Enanos de Belegost la consideró más valiosa que una montaña de riqueza.

Por lo tanto los Naugrim trabajaron mucho y de buen grado para Thingol, y le hicieron mansiones parecidas a las de ellos, profundamente excavadas en la tierra. Donde corría el Esgalduin y dividía Neldoreth de Región, se levantaba en el medio del bosque una colina rocosa, y el río fluía debajo. Allí construyeron las puertas del Palacio de Thingol y levantaron sobre el río un puente de piedra que era el único camino de acceso. Más allá de las puertas unos pasajes anchos descendían a estancias y cámaras talladas en la roca viva, tantas y tan grandes que la morada fue llamada Menegroth, las Mil Cavernas.

Pero los Elfos también ayudaron en los trabajos, y Elfos y Enanos juntos, cada cual con su propia actividad, llevaron allí a cabo las visiones de Melian, imágenes de la maravilla y la belleza de Valinor, más allá del Mar. Los pilares de Menegroth habían sido tallados a semejanza de las hayas de Oromë, tronco, rama y hoja, y estaban iluminados por linternas de oro. Los ruiseñores cantaban allí como en los jardines de Lorien; y había fuentes de plata y cuencos de mármol y suelos de piedras de múltiples colores. Figuras talladas de bestias y de pájaros corrían sobre los muros, o trepaban por los pilares o atisbaban entre las ramas entrelazadas con muchas flores. Y mientras los años transcurrían, Melian y sus doncellas llenaron los recintos de cortinados tejidos en los que podían leerse los hechos de los Valar y muchas de las cosas sucedidas en Arda desde un comienzo, y la sombra de las cosas que todavía habrían de ser. Esa fue la mansión más hermosa que haya tenido rey alguno al este del Mar.

Y cuando la construcción de Menegroth estuvo acabada, y hubo paz en el reino de Thingol y Melian, los Naugrim siguieron viniendo de cuando en cuando desde las montañas, y traficaban en el país; pero rara vez iban a las Falas, pues detestaban el sonido del mar y temían mirarlo. A Beleriand no llegaban otros rumores o noticias del mundo de fuera.

Pero mientras la tercera edad del cautiverio de Melkor se acercaba, los Enanos se sintieron perturbados y acudieron al Rey Thingol diciendo que los Jalar no habían desarraigado por completo el mal del Norte, y que ahora el resto, multiplicado en la oscuridad, volvía nuevamente, y merodeaba por todas partes. —Son bestias salvajes —dijeron— en la tierra del este de las montañas, y vuestros antiguos parientes, que habitan allí, huyen de las llanuras a las colinas.

Y antes de que mucho tiempo transcurriera, las malvadas criaturas llegaron aun a Beleriand, por pasajes abiertos en las montañas o desde el sur a través de los bosques oscuros. Eran lobos, o criaturas que tenían formas de lobos y otros seres salvajes de la sombra; y entre ellos estaban los Orcos, que luego llevaron la ruina a Beleriand: pero eran todavía pocos y precavidos, y se contentaban con olfatear los caminos de la tierra, esperando a que el señor regresara. De dónde venían o qué eran, los Elfos no lo sabían entonces, y pensaban que quizá eran Avari, que se habían vuelto malvados y salvajes en el descampado; conjetura no demasiado errada, según se dice.

Por lo tanto, Thingol pensó en hacerse de armas, que antes no había necesitado, y al principio los Naugrim las forjaron para él; porque eran muy hábiles en estas labores, aunque ninguno de ellos sobrepasaba a los artesanos de Nogrod, de quienes Telchar el herrero era el de mayor renombre. Raza guerrera desde antaño, los Naugrim luchaban con fiereza contra quienquiera los dañara: servidores de Melkor, Eldar, Avari o bestias salvajes, y también, y no pocas veces, contra los Enanos de otras mansiones o señoríos. Los Sindar, por cierto, no tardaron en aprender de ellos el arte de la herrería; pero en el arte de templar el acero los Naugrim nunca fueron igualados, ni siquiera por los Noldor, y en la fabricación de cotas de malla de anillos eslabonados, que los herreros de Belegost hicieron por vez primera, la artesanía de los Enanos no tenía rival.

En este tiempo, por tanto, los Sindar estaban bien armados, y espantaron a todas las criaturas malignas y tuvieron paz otra vez; pero las armerías de Thingol estaban repletas de hachas, lanzas y espadas, y altos yelmos y largas cotas de malla resplandeciente; porque las cotas de los Enanos no se herrumbraban nunca, y siempre brillaban como recién pulidas. Y eso fue bueno para Thingol en el tiempo que estaba por venir. Ahora bien, como ha sido contado, un tal Lenwë, de las huestes de Olwë, abandonó la marcha de los Eldar en el tiempo en que los Teleri se detuvieron a orillas del Río Grande al borde de las tierras yermas de la Tierra Media. Poco se sabe de los caminos que siguieron los Nandor, a quienes él condujo por el Anduin abajo: algunos, se dice, habitaron por largo tiempo en los bosques del Valle del Río Grande, y algunos llegaron por fin a la desembocadura y allí habitaron junto al Mar, y otros, abriéndose camino por Ered Nimrais, las Montañas Blancas, llegaron de nuevo al norte y penetraron en el páramo de Eriador, entre Ered Luin y las distantes Montañas Nubladas. Pues bien, éste era un pueblo de los bosques y no tenían armas de acero, y la llegada de las bestias salvajes del norte los llenó de espanto, como lo declararon los Naugrim al Rey Thingol en Menegroth. Por tanto Denethor, el hijo de Lenwë, al tener noticias del poderío y la majestad de Thingol, y de la paz que había en ese reino, reunió en una hueste a las gentes dispersas, y las condujo por sobre las montanas a Beleriand. Allí Thingol les dio la bienvenida, como a parientes perdidos que regresan después de un largo tiempo, y ellos habitaron en Ossiriand, la Tierra de los Siete Ríos.

De los largos años de paz que siguieron a la llegada de Denethor, poco es lo que se cuenta. En esos días, se dice, Daeron el Bardo, maestro de sabiduría en el reino de Thingol, inventó sus Runas; y los Naugrim que se acercaron a Thingol las aprendieron, y se alegraron, teniendo el arte de Daeron en más alta estima que los Sindar, el propio pueblo de Thingol. Los Naugrim llevaron las Cirth hacia el este por sobre las montañas, y así llegaron al conocimiento de muchos pueblos; aunque los Sindar apenas las utilizaron en los registros de las crónicas hasta los días de la Guerra, y gran parte de lo que se guardaba en la memoria pereció en las ruinas de Doriath. Pero poco hay que decir de la beatitud y de la vida placentera antes de que concluyan; pues las obras bellas y maravillosas, mientras duran todavía y es posible contemplarlas, son su propio testimonio, y sólo cuando están en peligro o se quebrantan para siempre pasan a las canciones.

En Beleriand, en aquellos días, los Elfos andaban, y los ríos fluían, y las estrellas brillaban y las flores nocturnas esparcían una dulce fragancia; y la belleza de Melian era como el mediodía, y la belleza de Lúthien era como el alba en primavera. En Beleriand, el Rey Thingol en su trono era como los señores de los Maiar, cuyo poder está en reposo, cuya alegría es como un aire que respira cada día, cuyo pensamiento fluye en una onda imperturbada desde las alturas a las profundidades. En Beleriand todavía a veces cabalgaba Oromë el Grande, que pasaba como un viento por las montañas, y el sonido del cuerno descendía desde la luz distante de las estrellas; y los Elfos temían el esplendor del rostro de Oromë, y el estrépito de la carrera de Nahar; pero cuando el eco del Valaróma resonaba en las colmas, sabían que no había criatura maligna que no huyera lejos.

Pero ocurrió al fin que el término de la beatitud se aproximaba, y el mediodía de Valinor declinaba hacia el ocaso. Porque como se dijo y es conocido de todos, pues está escrito en los libros y ha sido cantado en múltiples canciones, Melkor hirió a los Árboles de los Valar con ayuda de Ungoliant, y huyó, y volvió a la Tierra Media. Lejos al norte ocurrió la disputa entre Morgoth y Ungoliant; pero el eco del gran grito de Morgoth resonó en todo Belerian, y el pueblo se sobrecogió de miedo; porque aunque no sabían lo que presagiaba, creyeron oír al heraldo de la muerte. Poco después Ungoliant abandonó el norte y llegó al reino del Rey Thingol, envuelta en un terror de oscuridad; pero fue detenida por el poder de Melian, y no entró en Neldoreth, y moró largo tiempo a la sombra de los precipicios, donde Dorthonion descendía hacia el sur. Y esas cimas fueron conocidas con el nombre de Ered Gorgoroth, las Montañas del Terror, y nadie osaba ir por allí, ni pasar cerca de ellas; allí la vida y la luz perecían, allí todas las aguas estaban envenenadas. Pero Morgoth, como ya se dijo, volvió a Angband y la reconstruyó, y por encima de las puertas levantó las torres pestilentes de Thangorodrim; y entre los portales de Morgoth y el puente de Menegroth había ciento cincuenta leguas: una distancia larga, pero aún demasiado corta.

Ahora bien, los Orcos que se multiplicaban en la oscuridad de la tierra crecieron en fuerza y en ferocidad, y el oscuro señor de todos ellos los inflamaba con deseos de ruina y muerte; y salían por los portales de Angband bajo las nubes que Morgoth enviaba por delante, y marchaban en silencio a las tierras altas del norte. De allí un gran ejército avanzó de pronto sobre Beleriand y atacó al Rey Thingol. Ahora bien, en aquel vasto reino muchos Elfos erraban libres por el descampado o vivían en paz en pequeños clanes apartados entre sí; y sólo en torno a Menegroth, en medio de la tierra, y en el país de los marineros a lo largo de las Palas, había numerosos pueblos. Pero los Orcos descendieron sobre ambos lados de Menegroth, y desde los campamentos del este entre el Celon y el Gelion, y saquearon a lo largo y a lo ancho vastas extensiones de las llanuras occidentales, entre el Sirion y el Narog; y Thingol quedó separado de Círdan en Eglarest. Por tanto convocó a Denethor; y los Elfos vinieron en gran número de Región, más allá del Aros, y de Ossiriand, y libraron la primera batalla de las Guerras de Beleriand. Y el ala oriental del ejército de los Orcos quedó atrapada entre las huestes de los Eldar, al norte de la Andram y a mitad de camino entre el Aros y el Gelion, y allí fueron completamente derrotados, y los que corrieron hacia el norte huyendo de la gran matanza fueron recibidos por las hachas de los Naugrim que salieron del Monte Dolmed: pocos en verdad volvieron a Angband.

Pero la victoria les costó cara a los Elfos. Pues los de Ossiriand tenían armas livianas y no eran rivales para los Orcos, que iban calzados de hierro y con escudos también de hierro y espadas de hoja ancha; y Denethor quedó aislado y rodeado en la colina de Amon Ereb. Allí cayó él junto a los suyos, antes de que el ejército de
Thingof pudiera acudir a ayudarlo. Aunque fue duramente vengado cuando Thingol llegó a la retaguardia de los Orcos y sembró el campo de pilas de cadáveres, el pueblo de Denedior lo lloró siempre y no volvió a tener rey. Después de la batalla, algunos regresaron a Ossinand, y las nuevas que allí llevaron llenaron de temor al resto del pueblo, de modo que ya no guerrearon abiertamente, sino que se atuvieron a la cautela y el secreto; y fueron llamados los Laiquendi, los Elfos Verdes, pues llevaban vestiduras del color de las hojas. Pero muchos se encaminaron al norte y entraron en el reino guardado de Thingol, donde se mezclaron con el pueblo.

Y cuando Thingol volvió a Menegroth, se enteró de que el ejército de los Orcos había ganado la batalla del oeste, y que había empujado a Círdan hasta el borde del mar. Por tanto reunió a toda la gente de las fortalezas de Neldoreth y Región, y Melian desplegó su poder y cercó todo aquel dominio con un muro invisible de sombra y desconcierto: la Cintura de Melian, que nadie en adelante pudo atravesar contra la voluntad de Melian, o la voluntad del Rey Thingol, a no ser que tuviera un poder más grande que el de Melian, la Maia. Y esta tierra interior, que durante mucho tiempo se llamó Eglador, recibió después el nombre de Doriath, el reino guardado, la Tierra de la Cintura. Dentro de ella había aún una paz vigilante; pero fuera de allí había peligro y mucho miedo, y los sirvientes de Morgoth merodeaban a su antojo, salvo en los puertos amurallados de las Falas.

Pero acechaban nuevas noticias, que nadie en la Tierra Media había previsto, ni Morgoth en los abismos ni Melian en Menegroth; pues ninguna nueva llegaba de Aman, ni por medio de un mensajero, ni por medio de un espíritu, ni por una visión en un sueño, desde la muerte de los Árboles. En este mismo tiempo Fëanor vino por el Mar en las naves blancas de los Teleri, y desembarcó en el Estuario de Drengist, y allí en Losgar quemó las naves.

 

 

 

9. De la huida de los Noldor
Índice
11. Del Sol y la Luna y el ocultamiento de Valinor