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NUMEROSAS
SEPARACIONES
Cuando al fin terminaron
los días de regocijo, los Compañeros pensaron en el regreso. Y Frodo fue a ver
al Rey, y lo encontró sentado junto al Manantial con la Reina Arwen; y ella
cantaba una canción de Valinor, y mientras tanto el Árbol crecía y florecía.
Recibieron de buen grado a Frodo, y se levantaron para saludarlo; y Aragorn
dijo:
—Sé lo que has venido a
decirme, Frodo: deseas volver a tu casa. Y bien, entrañable amigo, el árbol
crece mejor en la tierra de sus antepasados; pero siempre serás bienvenido en
todos los países del Oeste. Y aunque en las antiguas gestas de los grandes tu
pueblo haya conquistado poca fama, de ahora en adelante tendrá más renombre
que muchos vastos reinos hoy desaparecidos.
—Es verdad que deseo volver
a la Comarca — dijo Frodo—. Pero antes quiero pasar por Rivendel. Porque si
bien nada pudo faltarme en días tan colmados de bendiciones, he echado de menos
a Bilbo; y en verdad me quedé triste cuando vi que no llegaba con la comitiva
de Elrond.
— ¿Acaso te ha sorprendido,
Portador del Anillo? —dijo Arwen—: Porque tú conoces el poder del objeto que
ha sido destruido; y todo cuanto fue creado por él está desapareciendo ahora.
Pero tu pariente tuvo el Anillo más tiempo que tú, y ahora es un anciano para
los suyos; y te espera, pues ya nunca más hará un largo viaje, excepto el último.
—En ese caso pido licencia
para partir cuanto antes —dijo Frodo.
—Partiremos dentro de siete
días —dijo Aragorn—. Porque yo haré con vosotros buena parte del camino, hasta
el país de Rohan. Dentro de tres días regresará Eomer y se llevará a Théoden
a que repose en la Marca, y nosotros lo acompañaremos para honrar al caído.
Pero ahora, antes de tu partida, deseo confirmarte lo que antes te dijo Faramir:
eres libre para siempre en el reino de Gondor, al igual que todos tus compañeros.
Y si hubiera presentes dignos de vuestras hazañas, os los daré; pero si deseáis
alguna cosa, podéis llevarla; y cabalgaréis con los honores y la pompa de los
príncipes de este reino.
Pero la Reina Arwen dijo:
—Yo te haré un regalo.
Porque soy la hija de Elrond. No partiré con él cuando se encamine a los Puertos
porque mi elección es la de Lúthien, y como ella he elegido a la vez lo dulce
y lo amargo. Pero tú podrás
partir en mi lugar, Portador
del Anillo, si cuando llegue la hora ése es tu deseo. Si los daños aún te duelen,
y si la carga aún te pesa en la memoria, podrás cruzar al Oeste, hasta que todas
tus heridas y pesares hayan cicatrizado. Pero ahora lleva esto en recuerdo de
Piedra de Elfo y de Estrella de la Tarde, que ya siempre serán parte de tu vida.
Y quitándose una gema blanca
como una estrella que le pendía sobre el pecho engarzada en una cadena de plata,
la puso alrededor del cuello de Frodo.
—Cuando los recuerdos del
miedo y de la oscuridad te atormenten —dijo—, esto podrá ayudarte.
Tres días después, tal
como lo anunciara el Rey, Eomer de Rohan llegó cabalgando a la ciudad, escoltado
por un Eored de los más nobles caballeros de la Marca. Fue recibido con grandes
agasajos, y cuando todos se sentaron a la mesa en Merethrond, el Gran Salón
de los Festines, vio la belleza de las damas y quedó maravillado. Y antes de
irse a descansar mandó buscar a Gimli el enano, y le dijo:
—Gimli hijo de Glóin, ¿tienes
tu hacha preparada?
—No, señor —dijo Gimli—,
pero puedo ir a buscarla en seguida, si es menester.
—Tú mismo lo juzgarás —dijo
Eomer—. Porque aún quedan pendientes entre nosotros ciertas palabras irreflexivas
a propósito de la Dama del Bosque de Oro. Y ahora la he visto con mis propios
ojos.
—Y bien, señor —dijo Gimli—,
¿qué opinas ahora?
— ¡Ay! —dijo Eomer—. No
diré que es la dama más hermosa de todas cuantas viven.
—Entonces tendré que ir
en busca de mi hacha —dijo Gimli.
—Pero antes he de alegar
una disculpa —dijo Eomer—. Si la hubiera visto en otra compañía, habría dicho
todo cuanto tú quisieras. Pero ahora pondré en primer lugar a la Reina Anven
Estrella de la Tarde, y estoy dispuesto a desafiar a quienquiera que se atreva
a contradecirme. ¿Haré traer mi espada?
Entonces Gimli saludó a
Eomer inclinándose en una reverencia.
—No, por lo que a mí toca,
estás disculpado, señor —dijo. Tú has elegido la Tarde; pero yo he entregado
mi amor a la Mañana. Y el corazón me dice que pronto desaparecerá para siempre.
Llegó por fin el día de
la partida, y una comitiva brillante y numerosa se preparó para cabalgar rumbo
al norte. Los reyes de Gondor y Rohan fueron entonces a los Recintos Sagrados
y llegaron a las tumbas de Rath Diñen, y llevaron al Rey Théoden en un féretro
de oro, y en silencio atravesaron la ciudad; y depositaron el féretro en un
gran carruaje, flanqueado por los Jinetes de Rohan y precedido por el
Estandarte; y Merry, por
ser el escudero de Théoden, viajó en el carruaje acompañando las armas del Rey.
A los otros Compañeros
les trajeron caballos adecuados a la estatura de cada uno; y Frodo y Samsagaz
cabalgaban a los flancos de Aragorn, y Gandalf iba montado en Sombragris, y
Pippin con los caballeros de Gondor; y Lególas y Gimli como siempre, cabalgaban
juntos en la grupa de Arod.
De aquella cabalgata participaban
también la Reina Arwen, y Celeborn y Galadriel con su gente, y Elrond y sus
hijos; y los príncipes de Dol Amroth y de Ithilien, y numerosos capitanes y
caballeros. Jamás un Rey de la Marca había marchado con un séquito como el que
acompañó a Théoden hijo de Thengel a la tierra de los antepasados.
Sin prisa y en paz atravesaron
Anórien, y llegaron al Bosque Gris al pie del Amon Din; y allí oyeron sobre
las colinas un redoble como de tambores, aunque no se veía ninguna criatura
viviente. Entonces Aragorn hizo sonar las trompetas; y los heraldos pregonaron:
— ¡Escuchad! ¡Ha venido
el Rey Elessar! ¡A GhanbüriGhan y a los suyos les da para siempre la Floresta
de Drúadan; y que en adelante ningún hombre entre ahí si ellos no lo autorizan!
El redoble de tambores
creció un momento, y luego calló.
Por fin y al cabo de quince
jornadas el carruaje que transportaba al Rey Théoden cruzó los prados verdes
de Rohan y llegó a Edoras; y allí todos descansaron. El Palacio de Oro había
sido engalanado con hermosas colgaduras y había luces en todas partes, y en
aquellos salones se celebró el festín más fastuoso que allí se hubiera conocido.
Porque pasados tres días, los Hombres de la Marca prepararon los funerales de
Théoden, y lo depositaron en una casa de piedra con las armas y muchos otros
objetos hermosos que él había tenido, y sobre la casa levantaron un gran túmulo,
y lo cubrieron de arriates de hierba verde y de blancos nomeolvides. Y ahora
había ocho túmulos en el ala oriental del Campo Tumulario.
Entonces los Jinetes de
la Escolta del Rey cabalgaron alrededor del túmulo montados en caballos blancos,
y cantaron a coro una canción que la gesta de Théoden hijo de Thengel había
inspirado a Gléowine, el hacedor de canciones, y que fue la última que compuso
en vida. Las voces lentas de los jinetes conmovieron aun a aquellos que no comprendían
la lengua del país; pero las palabras de la canción encendieron los ojos de
la gente de la Marca, pues volvían a oír desde lejos el trueno de los cascos
del Norte, y la voz de Eorl elevándose por encima de los gritos y el fragor
de la batalla en el Campo de Celebrant; y proseguía la historia de los Reyes,
y el Cuerno de Helm resonaba en las montañas, hasta que caía la oscuridad, y
el Rey Théoden se erguía y galopaba hacia el fuego a través de la Sombra, y
moría con gloria y esplendor mientras
el sol, retornando de más
allá de la esperanza, resplandecía en la mañana sobre el Mindolluin.
Salido de la duda, libre
de las tinieblas,
cantando al Sol galopó
hacia el amanecer, desnudando la espada:
Encendió una nueva esperanza,
y murió esperanzado;
fue más allá de la muerte,
el miedo y el destino;
dejó atrás la ruina, y
la vida, y entró en la larga gloria.
Pero Merry lloraba al pie
del túmulo verde, y cuando la canción terminó, se incorporó y gritó:
¡Théoden Rey! ¡Théoden
Rey! Como un padre fuiste para mí, por poco tiempo. ¡Adiós!
Terminados los funerales,
cuando cesó el llanto de las mujeres y Théoden reposó al fin en paz bajo el
túmulo, la gente se reunió en el Palacio de Oro para el gran festín y dejó de
lado la tristeza; porque Théoden había vivido largos años y había acabado sus
días con tanta gloria como los más insignes de la estirpe. Y cuando llegó la
hora de beber en memoria de los reyes, como era costumbre en la Marca, Eowyn
Dama de Rohan se acercó a Eomer y le puso en la mano una copa llena.
Entonces un hacedor versado
en las tradiciones se levantó y fue enunciando uno a uno y en orden los nombres
de todos los Señores de la Marca: Eorl el Joven; y Brego el Constructor del
Palacio; y Aldor hermano de Baldor el Infortunado; y Fréa, y Fréawine, y Goldwine,
y Déor, y Gram; y Helm, el que permaneció oculto en el Abismo de Helm cuando
invadieron la Marca; y así fueron nombrados todos los túmulos del ala occidental,
pues en aquella época el linaje se había interrumpido, y luego fueron enumerados
los túmulos del ala oriental: Fréalaf, hijo de la hermana de Helm, y Léof a,
y Walda, y Polca, y Flocwine, y Fengel y Thengel, y finalmente Théoden. Y cuando
Théoden fue nombrado, Eomer vació la copa. Eowyn pidió entonces a los servidores
que llenaran las copas, y todos los presentes se pusieron de pie y bebieron
y brindaron por el nuevo Rey, exclamando:
¡Salve, Eomer, Rey de la
Marca!
Y más tarde, cuando ya
la fiesta concluía, Eomer se levantó y dijo:
—Este es el festín funerario
de Théoden Rey; pero antes de separarnos quiero anunciaros una noticia feliz,
pues sé que a él no le disgustaría que yo así lo hiciera, ya que siempre fue
un padre para Eowyn mi hermana. Escuchad, todos mis invitados, noble y hermosa
gente de numerosos reinos, como jamás se viera antes congregada en este palacio:
¡Faramir, Senescal de Gondor y Príncipe de Ithilien pide la
mano de Eowyn Dama de Rohan,
y ella se la concede de buen grado! Y aquí mismo celebrarán la boda ante todos
nosotros.
Y Faramir y Eowyn se adelantaron
y se tomaron de la mano; y todos los presentes brindaron por ellos y estaban
contentos.
—De este modo —dijo Eomer—
la amistad entre la Marca y Gondor queda sellada con un nuevo vínculo, y esto
me regocija todavía más.
—No eres avaro por cierto,
Eomer —dijo Aragorn—, al dar así a Gondor lo más hermoso de tu reino.
Entonces Eowyn miró a Aragorn
a los ojos, y dijo:
—¡Deséame ventura, mi Señor
y Curador! Y él respondió:
—Siempre te deseé ventura
desde el día en que te conocí. Y verte ahora feliz cura una herida en mi corazón.
Cuando la fiesta concluyó,
los huéspedes que tenían que irse se despidieron del Rey Eomer. Aragorn y sus
caballeros, y la gente de la casa de Lorien y de Rivendel se prepararon para
la partida; pero Faramir e Imrahil quedaron en Edoras; y también Arwen Estrella
de la Tarde, y despidió a sus hermanos. Nadie presenció el último encuentro
de ella y Elrond, pues subieron a las colinas y allí hablaron a solas largamente,
y amarga fue aquella separación que duraría hasta más allá del fin del mundo.
Poco antes de la hora de
la partida, Eomer y Eowyn se acercaron a Merry y le dijeron:
—Hasta la vista ahora,
Meriadoc de la Comarca y Escanciador de la Marca. Cabalga hacia la ventura,
y luego cabalga de vuelta, pues aquí siempre serás bienvenido.
Y Eomer dijo:
— Los reyes de antaño te
habrían hecho tantos presentes por tus hazañas en los campos de Mundburgo, que
un carromato no habría bastado para transportarlos; pero tú dices que sólo quieres
llevar las armas que te fueron dadas. Respeto tu voluntad, porque nada puedo
ofrecerte que sea digno de ti; pero mi hermana te ruega que aceptes este pequeño
regalo, en memoria de Dernhelm y de los cuernos de la Marca al despuntar el
día.
Entonces Eowyn le dio a
Merry un cuerno antiguo, con un tahalí verde; era pequeño pero estaba hábilmente
forjado, todo en hermosa plata; y los artífices habían grabado en él unos jinetes
al galope en una línea que descendía en espiral desde la boquilla al pabellón,
y runas de altas virtudes.
—Es una reliquia de nuestra
casa —dijo Eowyn—. Fue forjado por los Enanos, y formaba parte del botín de
Scatha el Gusano. Eorl el Joven lo trajo del Norte. Aquel que lo sople en una
hora de necesidad, despertará temor en el corazón de los enemigos y alegría
en el de los amigos, y ellos lo oirán y acudirán.
Merry tomó entonces el
cuerno, pues no podía rehusarlo, y besó la mano de Eowyn; y ellos lo abrazaron,
y así se separaron aquella vez.
Ya los huéspedes estaban
prontos para la partida; y luego de beber el vino del estribo, con grandes alabanzas
y demostraciones de amistad, emprendieron la marcha, y al cabo de algún tiempo
llegaron al Abismo de Helm, y allí descansaron dos días. Lególas cumplió entonces
la promesa que le había hecho a Gimli, y fue con él a las Cavernas Centelleantes;
y volvió silencioso, y dijo que sólo Gimli era capaz de encontrar palabras apropiadas
para describir las cavernas.
—Y nunca hasta ahora un
enano había derrotado a un elfo en un torneo de elocuencia — añadió—. ¡ Pero
ahora iremos a Fangorn e igualaremos los tantos!
Partiendo del Valle del
Bajo cabalgaron hasta Isengard, y allí vieron los asombrosos trabajos que habían
llevado a cabo los ents. El círculo de piedras había desaparecido, y las tierras
antes cercadas se habían transformado en un jardín de árboles y huertas, y por
él corría un arroyo, pero en el centro había un lago de agua clara, y allí se
levantaba aún, alta e inexpugnable, la Torre de Orthanc, y la roca negra se
reflejaba en el estanque.
Los viajeros se sentaron
a descansar en el sitio en que antes se alzaban las antiguas puertas de Isengard;
allí se erguían ahora dos árboles altos, como centinelas a la entrada del sendero
bordeado de vegetación que conducía a Orthanc; y contemplaron con admiración
los trabajos, pero no vieron un alma viviente, ni cerca ni lejos. Pronto sin
embargo oyeron una voz que llamaba huumhoom, humhoon, y de improviso Bárbol
les salió al encuentro, caminando a grandes trancos; y con él venía Ramaviva.
—¡Bien venidos al Patio
del Árbol de Orthanc! —exclamó—. Supe que veníais, pero estaba atareado en lo
alto del valle; todavía queda mucho por hacer. Pero por lo que he oído, vosotros
tampoco habéis estado ociosos allá en el sur y en el oeste; y todo cuanto ha
llegado a mis oídos es bueno, buenísimo.
Y Bárbol ensalzó las hazañas
de todos, de las que parecía estar perfectamente enterado; por fin hizo una
pausa y miró largamente a Gandalf.
—¡Y bien, veamos! —dijo—.
Has demostrado ser el más poderoso, y todas tus empresas han concluido bien.
Mas ¿a dónde irás ahora? ¿Ya qué has venido aquí?
—A ver cómo marchan tus
trabajos, amigo mío —respondió Gandalf—, y a agradecerte tu ayuda en todo lo
que se ha conseguido.
—Huum, bien, me parece
muy justo —dijo Bárbol—, pues es indiscutible que también los ents desempeñaron
un papel en todo esto. Y no sólo dándole su merecido a ese... huum... ese mataárboles
maldito que vivía aquí. Porque tuvimos una gran invasión de esos... burárum...
esos ojizainos, maninegros, patituertos, lapidíficos, manilargos, carroñosos,
sanguinosos, morimaitesincahonda, huum, bueno, puesto que sois gente que vive
de prisa, y el nombre completo es largo como años de tormento, esos gusanos
de los orcos llegaron remontando el río, y descendiendo del norte, y rodearon
el bosque de Laurelindórenan, pero no pudieron entrar gracias a los Grandes
aquí presentes. —Se inclinó ante el Señor y la Dama de Lorien.
—Y esas criaturas abominables
quedaron más que estupefactas al vernos en la Floresta, pues nunca habían oído
hablar de nosotros; aunque lo mismo puede decirse de alguna gente más honorable.
Y no habrá muchos que nos recuerden, porque tampoco fueron muchos los que escaparon
con vida, y a la mayoría se los llevó el río. Pero fue una suerte para vosotros,
porque si no nos hubieras encontrado, el Rey de las praderas no habría llegado
muy lejos, y si hubiera podido hacerlo, no habría tenido un hogar a donde regresar.
—Lo sabemos muy bien —dijo
Aragorn—, y es algo que ni en Minas Tirith ni en Edoras se olvidará jamás.
—Jamás —dijo Bárbol— es
una palabra demasiado larga hasta para mí. Mientras perduren vuestros reinos,
querrás decir; y mucho tendrán que perdurar por cierto para que les parezcan
largos a los ents.
—La Nueva Edad comienza
—dijo Gandalf—, y en ella bien puede ocurrir que los reinos de los hombres te
sobrevivan, Fangorn, amigo mío. Mas, dime ahora una cosa: ¿qué fue de la tarea
que te encomendé? ¿Cómo está Saruman? ¿No se ha hastiado aún de Orthanc? No
creo que piense que has mejorado el panorama que se ve desde la torre.
Bárbol clavó en Gandalf
una mirada larga, casi astuta, pensó Merry.
—Ah —dijo Bárbol—. Me imaginé
que llegarías a eso. ¿Hastiado de Orthanc? Más que hastiado, al final; pero
no tan hastiado de la torre como de mi voz. ¡Huum! Me oyó unos largos sermones,
o al menos lo que consideraríais largos en vuestra habla.
—¿Entonces por qué se quedó
a escucharlos? ¿Has entrado en Orthanc? —preguntó Gandalf.
—Huum, no, no en Orthanc
—dijo Bárbol—. Pero él se asomaba a la ventana y escuchaba, porque sólo así
podía enterarse de alguna noticia y detestaba oírme, lo consumía la ansiedad;
y te aseguro que las escuchó, todas y bien. Pero agregué muchas cosas, para
que reflexionara. Al final estaba muy cansado. Siempre tenía prisa, y esa fue
su ruina.
—Observo, mi buenFangorn
—dijo Gandalf—, que pones cuidado en decir vivía, fue, estaba. ¿Por qué no en
presente? ¿Acaso ha muerto?
—No, no ha muerto, hasta
donde yo sé —dijo Bárbol. Pero se ha marchado. Sí, se fue hace siete días. Lo
dejé partir. Poco quedaba de él cuando salió arrastrándose, y en cuanto a esa
especie de serpiente que lo acompañaba, era como una sombra pálida. Ahora no
vengas a decirme, Gandalf, que te prometí retenerlo encerrado; pues ya lo sé.
Pero las cosas han cambiado desde entonces. Y lo mantuve encerrado hasta que
yo mismo tuve la certeza de que ya no podía causar nuevos males. Tú no puedes
ignorar que lo que más detesto es ver enjaulados a los seres vivos; ni aun a
criaturas como ésta tendría yo encerradas, excepto en
casos de extrema necesidad.
Una serpiente desdentada puede arrastrarse por donde quiera.
—Quizá tengas razón —dijo
Gandalf—, pero creo que a esta víbora aún le queda un diente. Tenía el veneno
de la voz, y sospecho que te persuadió, aun a ti, Bárbol, pues conocía tu lado
flaco. Y bien, ahora se ha ido, y no hay más que hablar. Pero la Torre de Orthanc
vuelve a manos del Rey, a quien pertenece. Aunque quizá no llegue a necesitarla.
—Eso se verá más adelante
—dijo Aragorn—. Pero todo este valle lo doy a los ents para que hagan con él
lo que deseen, siempre y cuando vigilen la Torre de Orthanc y se aseguren de
que nadie penetre en ella sin mi autorización.
—Está cerrada —dijo Bárbol—.
Obligué a Saruman a que la cerrara y me entregara las llaves. Ramaviva las tiene.
Ramaviva se inclinó como
un árbol combado por el viento y entregó a Aragorn dos grandes llaves negras
muy trabajadas, unidas por una argolla de acero.
—Ahora os doy nuevamente
las gracias —dijo Aragorn—, y os digo adiós. Ojalá vuestro bosque crezca y prospere
otra vez en paz. Y cuando hayáis colmado este valle, al oeste de las montañas,
donde ya habitasteis en otros tiempos, habrá aún mucho espacio libre.
El rostro de Bárbol se
entristeció.
—Las florestas pueden crecer
—dijo—, los bosques pueden prosperar, pero no los ents. No tenemos hijos ents.
—Sin embargo, quizás ahora
vuestra búsqueda tenga un nuevo sentido —dijo Aragorn—. Se os abrirán tierras
en el Este que durante largo tiempo permanecieron cerradas.
Pero Bárbol movió la cabeza
y dijo:
—Queda lejos. Y en estos
tiempos hay demasiados hombres por allá. ¡Pero estoy olvidando la hospitalidad
y la cortesía! ¿Queréis quedaros y descansar un rato? ¿Y acaso a algunos os
agradaría atravesar el Bosque de Fangorn y acortar así el camino de regreso?
—Y miró a Celeborn y a Galadriel.
Pero todos con excepción
de Lególas dijeron que había llegado la hora de despedirse y de partir, hacia
el Sur o hacia el Oeste.
— ¡Ven, Gimli! —dijo Lególas—.
Ahora, con el permiso de Fangorn, podré visitar los sitios recónditos del Bosque
de Ents, y ver árboles como no crecen en ninguna otra región de la Tierra Media.
Tú cumplirás lo prometido, y me acompañarás; y así volveremos juntos a nuestros
países en el Bosque Negro y más allá.
Y Gimli consintió, aunque
al parecer no de muy buena gana.
—Aquí se disuelve al fin
la Comunidad del Anillo —dijo Aragorn—. Espero sin embargo que pronto volveréis
a mi país con la ayuda prometida.
—Volveremos, si nuestros
señores nos permiten —dijo Gimli—.
¡Bien, hasta la vista,
mis queridos hobbits! Pronto llegaréis sanos y salvos a vuestros hogares, y
ya no perderé el sueño temiendo por vuestra suerte. Mandaremos noticias cuando
podamos, y acaso algunos de nosotros volvamos a encontrarnos de tanto en tanto;
pero temo que ya nunca más estaremos todos juntos otra vez.
Entonces Bárbol se despidió
de todos, uno por uno, y se inclinó lentamente tres veces y con profundas reverencias
ante Celeborn y Galadriel.
—Hacía mucho, mucho tiempo
que no nos encontrábamos entre los árboles o las piedras. A vanimar, vanimálion
nostari! —dijo—. Es triste que sólo ahora, al final, hayamos vuelto a vernos.
Porque el mundo está cambiando: lo siento en el agua, lo siento en la tierra,
lo huelo en el aire. No creo que nos encontremos de nuevo.
Y Celeborn dijo:
—No lo sé, Venerable. Pero
Galadriel dijo:
—No en la Tierra Media,
ni antes que las tierras que están bajo las aguas emerjan otra vez. Entonces
quizá volvamos a encontrarnos en los saucedales de Tasarinan en la primavera.
¡Adiós!
Merry y Pippin fueron los
últimos en despedirse; y el viejo ent recobró la alegría al mirarlos.
—Bueno, mis alegres amigos
—dijo— ¿queréis beber conmigo otro trago antes de partir?
—Por cierto que sí —le
respondieron, y el ent los llevó a la sombra de uno de los árboles, y allí vieron
un gran cántaro de piedra. Y Bárbol llenó tres tazones, y bebieron; y los hobbits
vieron los ojos extraños del ent que miraba por encima del borde del tazón.
— ¡Cuidado, cuidado! dijo
Bárbol—. Porque ya habéis crecido desde la última vez que os vi.
Y los hobbits se echaron
a reír y vaciaron de un trago los tazones.
—¡Y bien, adiós! —continuó
Bárbol—. Y si en vuestra tierra tenéis alguna noticia de las entmujeres, enviadme
un mensaje.
Luego saludó a toda la
comitiva moviendo las grandes manos y desapareció entre los árboles.
Ahora, camino a la Quebrada
de Rohan, los viajeros galopaban más rápidamente, y al fin, muy cerca del lugar
en que Pippin había mirado la Piedra de Orthanc, Aragorn se despidió. Esta separación
entristeció a los hobbits; porque Aragorn nunca los había defraudado, y los
había guiado en muchos peligros.
—Me gustaría tener una
Piedra con la que pudiese ver a los amigos —dijo Pippin— y hablar con ellos
desde lejos.
—Ya no queda más que una
que podría servirte —respondió Aragorn—, pues lo que verías en la piedra de
Minas Tirith no te gustaría nada. Pero el Palantir de Orthanc lo conservará
el Rey, y así verá lo que pasa en el reino, y qué hacen los servidores. Porque
no olvides, Peregrin Tuk, que eres un caballero de Gondor, y no te he liberado
de mi servicio. Ahora partes con licencia, pero tal vez vuelva a llamarte. Y
recordad, queridos amigos de la Comarca, que mi reino también está en el Norte,
y algún día iré a vuestra tierra.
Aragorn se despidió entonces
de Celeborn y de Galadriel, y la Dama le dijo:
—Piedra de Elfo, a través
de las tinieblas llegaste a tu esperanza, y ahora tienes todo tu deseo. ¡Emplea
bien tus días! Pero Celeborn le dijo:
— ¡ Hermano, adiós! ¡ Ojalá
tu destino sea distinto del mío, y tu tesoro te acompañe hasta el fin!
Y con estas palabras partieron,
y era la hora del crepúsculo, y cuando un momento después volvieron la cabeza,
vieron al Rey del Oeste a caballo, rodeado por sus caballeros; y el sol poniente
los iluminaba, y los arneses resplandecían como oro rojo, y el manto blanco
de Aragorn parecía una llama. Aragorn tomó entonces la piedra verde y la levantó,
y una llama verde le brotó de la mano.
Pronto la ahora menguada
compañía dobló al oeste siguiendo el curso del Isen, y atravesando la Quebrada
se internó en los páramos que se extendían del otro lado; y de allí fue hacia
el norte y cruzó los lindes de las Tierras Oscuras. Los dunlendinos huían y
se escondían ante ellos, pues temían a los elfos, aunque en verdad no los veían
con frecuencia. Pero los viajeros no se turbaron, ya que eran aún una compañía
numerosa y bien provista; y avanzaron con serenidad, levantando las tiendas
cuando y donde preferían.
En el sexto día de viaje
desde que se separaran del Rey, atravesaron un bosque que bajaba de las colinas
al pie de las Montañas Nubladas, que ahora se levantaban a la derecha. Cuando
al caer el sol salieron una vez más a campo abierto, alcanzaron a un anciano
que caminaba encorvado apoyándose en un bastón, vestido con harapos grises o
que habían sido blancos; otro mendigo que se arrastraba lloriqueando le pisaba
los talones.
¡Si es Saruman! —exclamó
Gandalf—. ¿A dónde vas?
¿ Qué te importa ? — respondió
el otro—. ¿ Todavía quieres gobernar mis actos, y no estás contento con mi ruina?
Tú conoces las respuestas
—dijo Gandalf: no y no. Pero de todos modos el tiempo de mis afanes está concluyendo.
El Rey ha tomado ahora la carga. Si hubieras esperado en Orthanc lo habrías
visto, y te habría mostrado sabiduría y clemencia.
—Mayor razón entonces para
haber partido antes —dijo Saruman—, pues no quiero de él ni una cosa ni la otra.
Y si en verdad esperas una respuesta a la primera pregunta, busco cómo salir
de su reino.
—Entonces una vez más has
equivocado el camino —dijo Gandalf—, y no veo en tu viaje ninguna esperanza.
Pero dime, ¿desdeñarás nuestra ayuda? Pues te la ofrecemos.
— ¿A mí? —dijo Saruman—.
¡No, por favor, no me sonrías! Te prefiero con el ceño fruncido. Y en cuanto
a la Dama aquí presente, no confío en ella: siempre me ha odiado y era tu cómplice.
Estoy seguro de que te trajo por este camino para disfrutar con mi miseria.
Si hubiese sabido que me seguíais, os habría privado de ese placer.
—Saruman dijo Galadriel,
tenemos otras tareas y otras preocupaciones que nos parecen mucho más urgentes
que la de seguirte los pasos. Di más bien que la suerte se ha apiadado de ti,
porque ahora te brinda una última oportunidad.
—Si en verdad es la última,
me alegro —dijo Saruman, porque así me ahorrará la molestia de tener que volver
a rechazarla. Todas mis esperanzas están en ruinas, mas no deseo compartir las
vuestras. Si os queda alguna.
Un fuego le brilló un instante
en los ojos.
—Dejadme en paz —dijo—.
No en vano consagré largos años al estudio de estas cosas. Vosotros mismos os
habéis condenado, y lo sabéis, y en mi vida errante será para mí un gran consuelo
pensar que al destruir mi casa también habéis destruido la vuestra. Y ahora
¿qué nave os llevará a la otra orilla a través de un mar tan ancho? se burló—.
Será una nave gris, y con una tripulación de fantasmas.
Se echó a reír, pero la
voz era cascada y desagradable.
—¡Levántate, idiota! —le
gritó al otro mendigo, que se había sentado en el suelo, y lo golpeó con el
bastón—. ¡Media vuelta! Si esta noble gente va en nuestra misma dirección, nosotros
cambiaremos de rumbo. ¡Muévete, o te quedarás sin el pan duro de la cena!
El mendigo dio media vuelta
y pasó junto a él encorvado y gimoteando.
—¡Pobre viejo Grima! ¡Pobre
viejo Grima! Siempre castigado y maldecido. ¡Cuánto lo odio! ¡Ojalá pudiera
abandonarlo!
— ¡Abandónalo entonces!
—dijo Gandalf.
Pero Lengua de Serpiente,
con los ojos sanguinolentos y aterrorizados, echó una breve mirada a Gandalf,
y luego, arrastrando los pies rápidamente fue detrás de Saruman. Y cuando los
dos miserables pasaban junto a la compañía, vieron a los hobbits, y Saruman
se detuvo y les clavó los ojos, pero ellos lo miraron con piedad.
—¿Así que también vosotros
habéis venido a regodearos, mis alfeñiques? No os preocupa lo que le falta a
un mendigo, ¿no? Porque tenéis todo cuanto queréis, comida y espléndidos vestidos,
y la mejor hierba para vuestras pipas. ¡Oh sí, lo sé! Sé de dónde proviene.
¿No le daríais a un mendigo
lo suficiente para llenar una pipa, no lo haríais?
—Lo haría, si tuviese —dijo
Frodo.
—Puedes quedarte con toda
la que me queda —dijo Merry entonces—, si esperas un momento. —Se apeó del caballo
y buscó en la alforja de la montura. Luego le extendió a Saruman un saquito
de cuero.— Quédate con todo lo que hay —dijo—. Te lo cedo gustoso; la encontré
entre los despojos de Isengard.
— ¡ Mí a, mí a, sí y a
buen precio la compré! — gritó Saruman, arrebatándole la tabaquera—. Esto no
es más que una restitución simbólica; porque tomaste mucho más, estoy seguro.
De todos modos, un mendigo ha de estar agradecido, cuando un ladrón le devuelve
siquiera una migaja de lo que le pertenece. Bien, te servirá de escarmiento
si al volver a tu tierra, encuentras que las cosas no marchan tan bien como
a ti te gustaría en la Cuaderna del Sur. ¡ Ojalá por largo tiempo escasee la
hierba en tu país!
—¡Gracias! —dijo Merry—.
En ese caso quiero que me devuelvas mi tabaquera, que no es tuya y ha viajado
conmigo mucho y muy lejos. Envuelve la hierba en uno de tus harapos.
—A ladrón, ladrón y medio
—dijo Saruman, volviéndole la espalda a Merry; y dándole un puntapié a Lengua
de Serpiente, se alejó en dirección al bosque.
—¡Bueno, lo que faltaba!
—dijo Pippin—. ¡Ladrón! ¿Y qué indemnización tendríamos que reclamar nosotros
por haber sido emboscados, heridos, y llevados a la rastra por los orcos a través
de Rohan?
— ¡ Ah! —dijo Sam—. Y dijo
la compré. ¿Cómo?, me pregunto. Y no me gustó nada lo que dijo de la Cuaderna
del Sur. Es hora de que volvamos.
—Por cierto que sí —dijo
Frodo—. Pero no podremos llegar más rápido, si antes vamos a ver a Bilbo. Pase
lo que pase, yo iré primero a Rivendel.
—Sí, creo que sería lo
mejor —dijo Gandalf—. Pero ¡pobre Saruman! Temo que ya no se pueda hacer nada
por él. No es más que una piltrafa. A pesar de todo, sé que Bárbol está en lo
cierto: sospecho que aún es capaz de un poco de maldad mezquina y en menor escala.
Al día siguiente se internaron
en las Tierras Pardas septentrionales, una región ahora deshabitada aunque verde
y apacible. Septiembre llegó con días dorados y noches de plata; y cabalgaron
tranquilos hasta llegar al Río de los Cisnes, y encontraron el antiguo vado,
al este de las cascadas que se precipitaban en los bajíos. A lo lejos hacia
el oeste, se extendían las marismas y los islotes envueltos en niebla, y el
río que serpenteaba entre ellos para ir a volcarse en el Agua Gris: allí entre
los juncales había muchos cisnes.
Así entraron en Eregion,
y por fin una mañana hermosa centelleó sobre las brumas; desde el campamento
que habían levantado en una
colina baja, los viajeros
vieron a lo lejos en el este tres picos que se erguían a la luz del sol entre
nubes flotantes: Caradhras, Celebdil y Fanuidhol. Estaban llegando a las cercanías
de las Puertas de Moría.
Allí se demoraron siete
días, porque se acercaba otra separación que era penosa para todos. Pronto Celeborn
y Galadriel y su gente se encaminarían al este, y pasando por la Puerta del
Rubicorno descenderían la Escalera de los Arroyos Oscuros hasta llegar al Cauce
de Plata y a Lothlórien. Habían hecho aquella larga travesía por los caminos
del oeste, porque tenían muchas cosas de que hablar con Elrond y con Gandalf,
quienes se quedaron allí con ellos varios días. A menudo, cuando hacía ya un
rato que los hobbits dormían profundamente, se sentaban todos juntos a la luz
de las estrellas y rememoraban tiempos idos y las alegrías y tristezas que habían
conocido en el mundo, o celebraban consejo, cambiando ideas acerca de los tiempos
por venir. Si por azar hubiese pasado por allí algún caminante solitario, poco
habría visto u oído, y le habría parecido ver sólo figuras grises, esculpidas
en piedra, en memoria de cosas de otros tiempos y ahora perdidas en tierras
deshabitadas. Porque estaban inmóviles, y no hablaban con los labios, y se comunicaban
con la mente; sólo los ojos brillantes se movían y se iluminaban, a medida que
los pensamientos iban y venían.
Pero al cabo todo quedó
dicho, y de nuevo se separaron por algún tiempo, hasta que llegase la hora de
la desaparición de los Tres Anillos. Envuelta en los mantos grises, la gente
de Lorien cabalgó hacia las montañas, y se desvaneció rápidamente entre las
piedras y las sombras; y los que iban camino a Rivendel continuaron mirando
desde la colina, hasta que un relámpago centelleó en la bruma creciente, y ya
no vieron nada más. Y Frodo supo que Galadriel había levantado el anillo en
señal de despedida. Sam volvió la cabeza y suspiró:
— ¡Cuánto me gustaría volver
a Lorien!
Por fin un día atravesaron
los altos páramos, y de improviso, como les parecía siempre a los viajeros,
llegaron a la orilla del profundo Valle de Rivendel, y abajo, a lo lejos, vieron
brillar las lámparas en la casa de Elrond. Y descendieron, y cruzaron el puente,
y llegaron a las puertas, y la casa entera resplandecía de luz y había cantos
de alborozo por el regreso de Elrond.
Ante todo, antes de comer
o de lavarse y hasta de quitarse las capas, los hobbits fueron en busca de Bilbo.
Lo encontraron solo en la pequeña alcoba, atiborrada de papeles y plumas y lápices.
Pero Bilbo estaba sentado en una silla junto a un fuego pequeño y chisporroteante.
Parecía viejísimo, pero tranquilo. Y dormitaba. Abrió los ojos y los miró cuando
entraron.
—¡Hola, hola! —exclamó—.
¿Así que estáis de vuelta? Y mañana, además, es mi cumpleaños. ¡Qué oportunos!
¿Sabéis una cosa? ¡Cumpliré ciento veintinueve! Y en un año más, si duro, tendré
la edad del Viejo Tuk. Me gustaría ganarle; pero ya veremos.
Después de la celebración
del cúmplenos de Bilbo los cuatro hobbits permanecieron unos días más en Rivendel,
casi siempre en compañía del viejo amigo, que ahora se pasaba la mayor parte
del tiempo en su cuarto, salvo las horas de las comidas, para las cuales seguía
siendo muy puntual, pues rara vez dejaba de despertarse a tiempo. Sentados alrededor
del fuego le contaron por turno todo cuanto podían recordar de los viajes y
aventuras. Al principio Bilbo simuló tomar unas notas; pero a menudo se quedaba
dormido, y cuando despertaba solía decir: «¡Qué espléndido! ¡Qué maravilla!
Pero ¿por dónde íbamos?» Entonces retomaban la historia a partir del instante
en que Bilbo había empezado a cabecear.
La única parte que en verdad
pareció mantenerlo despierto y atento fue el relato de la coronación y la boda
de Aragorn.
—Estaba invitado a la boda,
por supuesto —dijo—. Y tiempo hacía que la esperaba. Pero no sé cómo, cuando
llegó el momento, me di cuenta de que tenía tanto que hacer aquí. ¡Y preparar
la maleta es tan enfadoso!
Pasaron casi dos semanas
y un día Frodo al mirar por la ventana vio que durante la noche había caído
escarcha y las telerañas parecían redes blancas. Entonces supo de golpe que
había llegado el momento de partir y de decirle adiós a Bilbo. El tiempo continuaba
hermoso y sereno, después de uno de los veranos más maravillosos de que la gente
tuviese memoria; pero había llegado octubre y el aire pronto cambiaría y una
vez más comenzarían las lluvias y los vientos. Y aún les quedaba un largo camino
por delante. Sin embargo, no era el temor al mal tiempo lo que preocupaba a
Frodo. Tenía una impresión como de apremio, de que era hora de regresar a la
Comarca. Sam sentía lo mismo, pues la noche anterior le había dicho:
—Bueno, señor Frodo, hemos
viajado mucho y lejos, y hemos visto muchas cosas; pero no creo que hayamos
conocido un lugar mejor que éste. Hay un poco de todo aquí, si usted me entiende:
la Comarca y el Bosque de Oro y Gondor y las casas de los Reyes y las tabernas
y las praderas y las montañas todo junto. Y sin embargo, no sé por qué pienso
que convendría partir cuanto antes. Estoy preocupado por el Tío, si he de decirle
la verdad.
—Sí, un poco de todo, Sam,
excepto el Mar —había respondido Frodo; y ahora repetía para sus adentros—:
Excepto el Mar.
Ese día Frodo habló con
Elrond, y quedó convenido que partirían a la mañana siguiente. Para alegría
del hobbit, Gandalf dijo:
—Creo que yo también iré.
Hasta Bree al menos. Quiero ver a Mantecona.
Por la noche fueron a despedirse
de Bilbo.
—Y bien, si tenéis que
marcharos, no hay más que hablar — dijo—. Lo siento. Os echaré de menos. De
todos modos es bueno saber que andaréis por las cercanías. Pero me caigo de
sueño.
Entonces le regaló a Frodo
la cota de mithril y Dardo, olvidando que se los había regalado antes, y también
tres libros de erudición que había escrito en distintas épocas, garrapateados
de su puño y letra, y que llevaban en los lomos rojos el siguiente título: Traducciones
del Elfico por B. B.
A Sam le regaló un saquito
de oro.
—Casi el último vestigio
del botín de Smaug — dijo—. Puede serte útil, si piensas en casarte, Sam. —Sam
se sonrojó.
—A vosotros no tengo nada
que daros, jóvenes amigos —les dijo a Merry y Pippin—, excepto buenos consejos.
—Y cuando les hubo dado una buena dosis, agregó uno final, según la usanza de
la Comarca:— No dejéis que vuestras cabezas se vuelvan más grandes que vuestros
sombreros. ¡Pero si no paráis pronto de crecer, los sombreros y las ropas os
saldrán muy caros!
—Pero si usted quiere ganarle
en años al Viejo Tuk —dijo Pippin—, no veo por qué nosotros no podemos tratar
de ganarle a Toro Bramador.
Bilbo se echó a reír, y
sacó de un bolsillo dos hermosas pipas de boquilla de nácar y guarniciones de
plata labrada.
—¡Pensad en mí cuando fuméis
en ellas! —dijo—. Los elfos las hicieron para mí, pero ya no fumo. —Y de pronto
cabeceó y se adormeció un rato, y cuando despertó dijo:— A ver ¿por dónde íbamos?
Sí, claro, entregando los regalos. Lo que me recuerda: ¿qué fue de mi Anillo,
Frodo, el que tú te llevaste?
—Lo perdí, Bilbo querido
— dijo Frodo—. Me deshice de él, tú sabes.
—¡Qué lástima! —dijo Bilbo—.
Me hubiera gustado verlo de nuevo. ¡Pero no, qué tonto soy! Si a eso fuiste,
a deshacerte de él ¿no? Pero todo es tan confuso, pues se han sumado tantas
otras cosas: los asuntos de Aragorn, y el Concilio Blanco, y Gondor, y los jinetes,
y los Hombres del Sur, y los olifantes... ¿de veras viste uno, Sam?; y las cavernas
y las torres y los árboles dorados y vaya a saber cuántas otras
cosas.
»Es evidente que yo volví
de mi viaje por un camino demasiado recto. Gandalf hubiera podido pasearme un
poco más. Pero entonces la subasta habría terminado antes que yo volviera, y
entonces habría tenido más contratiempos aún. De todos modos ahora es demasiado
tarde; y la verdad es que creo que es mucho más cómodo estar sentado aquí y
oír todo lo que pasó. El fuego es muy acogedor aquí, y la comida es muy buena,
y hay elfos si quieres verlos. ¿Qué más puedes pedir?
El camino sigue y sigue
desde la puerta.
El camino ha ido muy lejos,
y que otros lo sigan si
pueden.
Que ellos emprendan un
nuevo viaje,
pero yo al fin con pies
fatigados
me volveré a la taberna
iluminada,
al encuentro del sueño
y el reposo.
Y mientras murmuraba las
palabras finales, la cabeza le cayó sobre el pecho y se quedó dormido.
La noche se adentró en
la habitación, y el fuego chisporroteó más brillante; y al mirar a Bilbo dormido
lo vieron sonreír. Permanecieron un rato en silencio; y entonces Sam, mirando
alrededor y las sombras que se movían en las paredes, dijo con voz queda:
—No creo, señor Frodo,
que hay a escrito mucho mientras estábamos fuera. Ya nunca escribirá nuestra
historia.
En eso Bilbo abrió un ojo,
casi como si hubiese oído. Y de pronto se despertó.
—Ya lo veis, me he vuelto
tan dormilón —dijo—, Y cuando tengo tiempo para escribir, sólo me gusta escribir
poesía. Me pregunto, Frodo, querido amigo, si no te importaría poner un poco
de orden en mis cosas antes de marcharte. Recoger todas mis notas y papeles,
y también mi diario, y llevártelos, si quieres. Te das cuenta, no tengo mucho
tiempo para seleccionar y ordenar y todo lo demás. Que Sam te ayude, y cuando
hayáis puesto las cosas en su sitio, volved, y les echaré una ojeada. No seré
demasiado estricto.
—¡ Claro que lo haré! —
dijo Frodo—. Y volveré pronto, por supuesto : ya no habrá peligro. Ahora hay
un verdadero rey, y pronto pondrá los caminos en condiciones.
—¡Gracias, mi querido amigo!
—dijo Bilbo—. Es en verdad un gran alivio para mi cabeza. —Y dicho esto volvió
a quedarse dormido.
Al día siguiente Gandalf
y los hobbits se despidieron de Bilbo en su habitación, porque hacía frío al
aire libre; y dijeron adiós a Elrond y a todos los de la casa.
Cuando Frodo estaba de
pie en el umbral, Elrond le deseó buen viaje y lo bendijo.
—Me parece, Frodo, que
no será necesario que vuelvas aquí a menos que lo hagas muy pronto. Dentro de
un año, por esta misma época, cuando las hojas son de oro antes de caer, busca
a Bilbo en los bosques de la Comarca. Yo estaré con él.
Nadie más oyó estas palabras,
y Frodo las guardó como un secreto.
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