La trastienda de la Tierra Media
Las raices del mito en la obra de Tolkien
Nota previa
Las opiniones expresadas en este ensayo son exclusivamente mías. Tras analizar la obra de Tolkien y las fuentes de inspiración reconocidas por él mismo, así como otras que considero evidente que le influyeron, he llegado a una serie de conclusiones sobre las fuentes de la creación tolkieniana que expondré a continuación. Ello no quiere decir que Tolkien llegara de forma consciente a estas asociaciones. Eso sería alegoría, y es bien conocido el profundo desagrado que ésta le provocaba. Más bien, las fuentes mencionadas formaban parte del amplísimo bagaje cultural de Tolkien así como de sus esquemas mentales, y pasaron de modo NO consciente de ahí a la letra escrita.
Por supuesto, se incluyen spoilers de El Señor de los Anillos, El Hobbit y El Silmarillion, aunque alguien dispuesto a tragarse este artículo seguro que los ha leído. Avisados quedáis.
Y, naturalmente, puedo estar equivocado. Pero eso es lo bonito de las discusiones civilizadas entre humanos...
El Autor
John Ronald Reuel Tolkien (JRRT) nació en Sudáfrica en 1892. Su familia, sin el padre, se embarcó para Inglaterra en 1895, y poco después recibían la noticia de la muerte de éste en África. Los Tolkien se establecieron en Sarehole, un pueblecito cerca de Birmingham. Mabel Tolkien se encargó de la educación de su hijo, enseñándole incluso latín y griego. El pequeño JRRT leyó mucho: le gustaban George MacDonald, W. Morris y A. Lang, y NO le gustaban Andersen, L. Carroll y los hermanos Grimm. Más tarde se entusiasmó con G. K. Chesterton, H. Belloc, H. G. Wells y otros escritores fantásticos contemporáneos y, muy especialmente, con la obra de Malory y las leyendas artúricas.
En 1900, la madre de JRRT se convirtió al catolicismo, y sus hijos la imitaron. En aquella época los católicos eran vistos con gran recelo y esto tensó las relaciones con el resto de la familia, de la que dependían para su sustento. Poco después ganó una beca para la escuela Rey Eduardo VI, y tuvieron que mudarse a Birmingham. En 1904 muere Mabel Tolkien y los Tolkien quedaron al cuidado de un sacerdote católico amigo de la familia, el padre Francis Xavier Morgan. Con él y su hermano hizo un viaje a Gales, donde descubrió una de las pasiones de su vida: el galés.
JRRT resultó ser un excelente estudiante. Al volver de Gales empezó a estudiar por su cuenta el galés, el anglosajón y el galés medieval. Dos de sus profesores advirtieron esto, y le iniciaron en el estudio sistemático de la lengua y literatura anglosajonas y en la crítica literaria. A los dieciséis años, dominaba el latín, el griego y el anglosajón antiguo. A esa edad se enamoró de Edith Mary Bratt y, pese a que la familia de ella les prohibió el noviazgo durante muchos años, JRRT jamás amó a otra mujer. Por esa época, empezó a estudiar español como muestra de respeto al padre Morgan, la mitad de cuya familia era española.
Al acabar la secundaria, ganó una beca en Oxford. Como premio, el padre Morgan llevó a los hermanos Tolkien de vacaciones a Suiza, donde intentaron escalar un pico de los Alpes sin éxito. Más adelante, la escalada frustrada se transformó en la ascensión al Caradhras, y las excursiones se convirtieron en los viajes de El Hobbit y ESDLA.
Tras graduarse con honores en Oxford, JRRT se alistó en el ejército. Antes de partir para el frente se casó con Edith Mary Bratt, que se había convertido a instancias suyas al catolicismo. Parece ser que Edith Mary jamás fue una católica tan ferviente como su marido, y en privado los Tolkien discutieron a menudo sobre el tema. Tolkien convirtió su propia historia personal con su esposa en la historia de Beren y Luthien (aunque sin las discusiones, claro), y también en la de Aragorn y Arwen. El paralelismo es aún más estrecho si consideramos que tanto Tolkien como sus personajes perdieron a sus padres a edad temprana, mientras que Edith Mary, Arwen y Luthien eran de más edad que sus parejas.
En Francia, participó en la ofensiva del Somme, en la que murieron más de 600000 soldados. JRRT salió ileso, pero en octubre de 1916 contrajo la fiebre de las trincheras. Tuvo que guardar cama durante muchos meses, en los que empezó a escribir El Silmarillion, y jamás volvió a estar en condiciones de ir a un batallón de combate. Pese a que se recuperó, la experiencia marcó a JRRT de por vida.
En 1918, JRRT empieza su carrera docente como profesor de inglés, y director junior en el Oxford English Dictionary. Por esa época, se había convertido en un verdadero políglota. Podía hablar, escribir o leer muchas de las lenguas románicas, el anglosajón, galés, finés, islandés, germánico, germánico antiguo y otras. En 1921, JRRT se traslada a la Universidad de Leeds, de donde se marchó para ocupar una plaza como profesor en Oxford. No obstante, el cargo no daba tanto dinero como lo que cabría suponer. Debido a sus muchos gastos (por aquel entonces tenía cuatro hijos) tuvo que realizar trabajos extra, como corregir exámenes finales. Fue precisamente corrigiendo exámenes cuando, en el verano de 1928, se encontró con una página en blanco y escribió en ella una frase, que con el tiempo se volvió célebre: "En un agujero del suelo vivía un hobbit".
El resto es historia...
Fuentes de Tolkien
Todo autor proyecta en su obra sus creencias, sus opiniones, sus filias y fobias. En el caso de Tolkien, las fuentes de su obra se encuentran fácilmente en su biografía.
Su amor por las lenguas
Tolkien tenía un verdadero amor por las lenguas. Por casi todas las lenguas. Lo que le motivaba no era su utilidad práctica, dado que sentía un gran afecto por el galés y, sin embargo, no le gustaba mucho el francés; lo que le inducía a estudiar y aprenderlas era más bien un amor por las palabras y las lenguas en sí. Para él, su importancia iba más allá de la que normalmente otros les conceden, y en alguna ocasión declaró que creó su obra para proporcionar un mundo en el que pudieran existir sus idiomas. Para Tolkien, el nombre era primero, y todo lo demás venía después. Como dice el Evangelio según San Juan "En el principio era el Verbo, y el Verbo estaba en Dios, y el Verbo era Dios" (verbo tiene aquí el sentido de palabra, como en el latín verbum)
Su profunda fe católica
Tolkien era católico hasta la médula. Tenía que serlo, puesto que no abandonó su fe en una época en que ser católico en Gran Bretaña era algo MUY mal visto. Evidentemente, ha habido muchos otros autores católicos contemporáneos, pero pocos en los que sus creencias tuvieran tanta presencia en su obra.
Su interés por las leyendas
Empezando por las leyendas artúricas y la literatura anglosajona medieval, con Beowulf a la cabeza, Tolkien fue siempre un entusiasta de las leyendas y de los "cuentos de hadas". No obstante, y dado que no le gustaban ni Andersen ni los hermanos Grimm, su concepto de lo que es un cuento de hadas difiere notablemente de lo que habitualmente se entiende como tal. De hecho, en su ensayo Sobre los cuentos de hadas, niega que estos cuentos tengan un público específicamente infantil, o incluso sean precisamente los niños los que más los aprecien: los cuentos de hadas originales incluían asesinatos, antropofagia, torturas y otros elementos no muy infantiles.
Así, Tolkien sentía más interés por los Eddas, el Kalevala, la literatura de tema artúrico y las epopeyas medievales que por el "cuento de hadas" con enfoque más infantil. El propio autor deploró más adelante las alusiones a un público infantil incluidas en El Hobbit, y las evitó en El Señor de los Anillos.
Su amor por las leyendas y la mitología se manifiesta además muy claramente en su estilo de escribir. Tolkien no es un novelista en el sentido más clásico, como podría ser Fielding o Balzac. Es un creador de mitos, y en este sentido está mucho más cerca de los autores del Kalevala o del Edda. Lo que le interesa es contar una historia mítica, crear para Inglaterra esas leyendas que se perdieron en el camino a una sociedad industrial. Las suyas no son tanto historias de personajes como de la comunión entre personaje y paisaje.
Su apego a la Gran Bretaña tradicional
Tolkien vivió su juventud en una época de una transformación social sumamente intensa, quizá sin precedentes desde la invención de la agricultura. Su infancia en Sarehole, un pueblo sin automóviles, y sin embargo tan cercano a Birmingham, le marcó profundamente Por otro lado, Sarehole era un pueblo tranquilo, sin conflictos sociales, sin segregaciones, situación sin duda muy diferente al conflicto casi explosivo que tenía lugar en Birmingham. Así, cuando la metrópoli se acercaba implacable, Tolkien sintió que el mundo que había conocido se desmoronaba.
En tales circunstancias, el apego a lo que uno ha conocido frente a lo nuevo es una reacción humana natural, pese a que, considerado objetivamente, lo nuevo pueda ser mejor. Tolkien hizo bien patente su apego al mundo que había conocido en su infancia en toda su obra, hasta el punto de convertir la Comarca, ese casi paraíso en la Tierra, el único al que pueden acceder los mortales, en un retrato de Sarehole.
La creación del mundo mítico
Tenemos pues a Tolkien como creador (o sub-creador, como diría él) de mitos. Pero los mitos requieren en primer lugar un espacio y un tiempo míticos que precedan a los históricos, pues no pueden ocurrir a la vuelta de la esquina y, de hecho, una parte integrante de muchos mitos, especialmente en el norte de Europa, es la transición de la edad mítica a la época histórica, como veremos después.
En la cosmografía tolkieniana influye mucho su fe católica. De hecho, la creación de Eä es casi idéntica al relato del Génesis. Tenemos un Dios creador "ex nihilo" (Eru), una estirpe de seres angélicos (los Ainur) y un universo creado únicamente por la voluntad del creador (Eä). También, el método empleado para configurar el Universo es similar al de la Biblia. En ésta es la Palabra de Dios la que crea el mundo, mientras que en la Ainulindalë Eru crea el mundo a partir de la música de los Ainur diciendo simplemente: "¡Eä! ¡Que sean estas cosas!". Por tanto, y pese a su poder, los Ainur no pueden crear verdaderamente, mientras que Eru sí.
Igualmente, tenemos el origen del mal no como un principio separado e independiente del bien, como sería el caso del maniqueísmo persa o la antigua religión nórdica, sino como una ausencia, una perversión del bien, concepto típicamente cristiano. Así, Melkor, como Satán, es una criatura que debe su existencia al Creador, pero que se rebela contra él para poder ocupar su lugar: el trono de Dios en la Biblia, la capacidad de crear en la Ainulindalë. Melkor desea obtener aquello que es propio de Ilúvatar, en principio para un buen fin (incrementar la gloria de Eru y llenar el Vacío de criaturas conscientes), pero acaba obedeciendo sólo a su propio deseo de someter el mundo a su voluntad y a su envidia de los dones que Eru concede a sus hijos (los Eldar y los hombres), del mismo modo que según la tradición Satán se rebeló contra Dios porque éste le dio al hombre el poder de dar nombre a los animales y a las cosas. Sin embargo, a diferencia del relato bíblico en el que Dios y los ángeles permanecen normalmente fuera del mundo, en la mitología tolkieniana los Ainur entran en el Universo y se convierten en Valar y Maiar.
La
semejanza de los Valar y los Maiar con los panteones de la antigua religión
nórdica es a todas luces evidente. Así, Manwë, el líder
de los Valar, es un dios del aire del mismo modo que Odín/Wotan. Odín
tiene su trono, Hlidskialf, desde el que puede ver todo el mundo, mientras que
Manwë tiene su trono en Taniquetil, desde el que puede ver "más
lejos que otra mirada alguna". El paralelismo se extiende a sus consortes.
Tanto Varda como Frigga son divinidades aéreas, y ambas son las únicas
que pueden acompañar a sus respectivos esposos en su elevado trono. Por
supuesto, el paralelismo no es exacto: Odín es pendenciero e irascible
en ocasiones, y Frigga es intrigante y maquinadora, rasgos que Manwë y
Varda no comparten, pero hay que tener en cuenta siempre que Tolkien NO recreó
la mitología pagana, sino que de ella empleó aquellos elementos
que le convenían, y que los Valar en la mitología de Tolkien más
que dioses son aspectos de un Dios único.
Existen otros paralelismos entre el panteón nórdico y los Valar, que no desarrollaré demasiado por no aburrir al lector. Está por ejemplo el caso de Idun/Yavanna. Idun es una diosa de la vegetación y la primavera, y con sus manzanas mantiene Asgard del mismo modo que Yavanna con sus árboles crea la luz que ilumina Valinor. O Hermod, el mensajero de Odín, que en carácter e incluso en nombre es parecido a Oromë, el mensajero de Manwë. Igualmente notable es que haya varios Ainur que rigen el mar y corresponden a sus diferentes manifestaciones (como fuente de vida y como agente de destrucción) al igual que en los mitos nórdicos. Así, tendríamos los paralelos entre Ulmo y Niörd por un lado, como los aspectos más beneficiosos del mar, y Osse y Egir, como el aspecto destructivo del mismo mar.
El mundo y sus habitantes
A semejanza del Edén bíblico, el mundo que encuentran los Valar al establecerse en Arda es inmaculado, sin defecto, sin pecado. Como muestra de esto, la distribución de los continentes de Arda es al principio simétrica, y gracias a las lámparas de los Valar reina un día perpetuo en el que los animales y las plantas (creaciones de Yavanna) crecen. Pero como el Edén cristiano, Arda tiene su serpiente. Melkor derriba las lámparas de los Valar y altera la faz del mundo para siempre. Arda inmaculada ha dejado de existir, y el mal ha empezado a dejar su impronta en el mundo, al igual que en el Génesis. En el Kalevala encontramos algo parecido en la tala de la encina que tiene atrapados al Sol y a la Luna: se prepara el mundo para los hombres, si bien los finlandeses paganos no veían este acontecimiento tan negativamente como los judíos, y ello se refleja en que la caída de la encina es ocasión de gozo, más que de tristeza.
De esta manera, Arda queda manchada, pero los Valar persiguen a Melkor hasta que éste se ve obligado a ocultarse bajo tierra, se retiran al Oeste y crean un paraíso: Valinor. La semejanza de este relato con la rebelión de Lucifer y su caída es evidente. Igual que en la Biblia, el Edén pasa de ser la totalidad del mundo conocido por las criaturas de Eru/Dios a ser sólo un lugar sin tacha dentro del mundo.
Y es en ese rincón donde van a vivir los Hijos de Ilúvatar, los Elfos, cuando los Valar los guían hacia el Occidente. Según afirma Tolkien, los Elfos son los más hermosos y poderosos de los Hijos de Ilúvatar, pero les falta el don de poder elegir su destino libremente que Eru da a los hombres. Pero en el universo de Tolkien, como en el judeocristiano, el libre albedrío implica la Muerte. Así pues, los Elfos son similares a Adán y Eva antes de su pecado: inmortales, felices, pero faltos del conocimiento del Bien y el Mal. Por eso Melkor puede corromperlos mediante torturas o hacer que cometan maldades mediante engaños, pero jamás persuadirlos para que acudan a su lado.
Por otro lado, los hombres son débiles, corrompibles (precisamente por ser libres y poder elegir), pero Eru les da el don del libre albedrío y el de la muerte ("que los mismos Valar envidiarán con el paso del tiempo") y, según se asegura en El Silmarillion, "los Valar declararon a los Elfos que los Hombres se unirán a la segunda música de los Ainur, mientras que Ilúvatar no ha revelado qué les reserva a los Elfos después de que el Mundo acabe". Por tanto, la posibilidad de salvación es algo real para los Hombres, mientras que sólo es una conjetura para los Elfos. Vemos pues que Tolkien retoma el tema cristiano del Hombre como hijo predilecto de Dios, mientras que los Elfos permanecen ligados al Mundo. En esta ligazón y en muchas de sus características, los Elfos de Tolkien son herederos, no de los Elfos de la mitología nórdica, sino de los Tuatha de Danann de los mitos celtas. Los Tuatha son seres altos, hermosos, que habitaron la Tierra antes que los Hombres y los instruyeron. Pero, pese a todo su poder, los humanos los desplazan de su posición de dominio.
Como
decíamos, los Valar crean un Edén en Valinor en el que se instalan
los Elfos y viven felices. Pero como en el Edén bíblico, se introduce
la serpiente. En este caso, Melkor induce a los Noldor a la violencia con palabras
insidiosas. Conviene notar que, según El Silmarillion, Melkor habla a
los Noldor de las armas, y entonces estos las crean. Podríamos decir
que Tolkien considera las armas obra del Diablo; nada raro para quien ha conocido
de cerca la I Guerra Mundial. Podría considerarse que al construir las
armas, los Noldor ya han caído, pero Tolkien les da el remate final:
la destrucción de los Árboles extingue físicamente el paraíso
y la matanza de Alqualondë, en un paralelismo casi exacto con la muerte
de Abel a manos de Caín, condena a los Noldor a vivir fuera del paraíso
que es Valinor. Por otro lado, la caída de los Árboles precede
la batalla que marca el fin del mundo conocido hasta entonces de la misma manera
que la caída de Yggdrasil precede al Ragnarok. Así, a semejanza
de los Hombres, los Noldor caen -también por orgullo- y la maldición
que acompaña al juramento de Feänor los persigue mientras vivan,
como el pecado original: al final del Silmarillion, los hijos de Feänor
no pueden tocar los Silmarils, como símbolo de pureza que son, sin sufrir
daño. Pese a ello, Tolkien no les niega a los Elfos la posibilidad de
redención al final de la Primera Edad, gracias a Eärendil, el Hombre
que se sacrifica para salvar a la Humanidad. Volveremos a encontrar este tema
más adelante
Mientras tanto, Melkor, imitando a Satán, que es el remedador de las obras divinas, crea los Orcos a partir de los Elfos, y los Trolls como remedo de los Ents. Pero de todas sus creaciones, sólo los Orcos tienen vida propia, puesto que esta vida procede de quien está capacitado para crear: Eru. Al obtener el poder de dominar Melkor ha perdido el poder de crear: sólo puede imitar. El conflicto entre ambos poderes será una constante en la obra de Tolkien, y se muestra en el trato muy distinto que recibe el otro intento de crear seres vivos por parte de un Vala: los Enanos, creados por Aulë de la piedra. Su creador no desea sin embargo dominio sobre otras criaturas:"Deseé criaturas que no fueran como yo, para amarlas y enseñarles, de modo que ellas también pudieran percibir la belleza de Eä, que tú mismo hiciste" dice Aulë a Ilúvatar, y se dispone a destruirlas. No obstante, los Enanos han sido creados como un acto de amor, no de ambición, y por ello Eru los acepta como hijos suyos.
El
origen de otras criaturas de Arda es más prosaico. Los Ents son fruto
de una petición de Michael, el hijo de JRRT, que quería un cuento
en que los árboles se vengaran de quienes les hacían daño.
Por su parte, Tom Bombadil era un muñeco de madera articulado de su hija
Priscilla, que Tolkien hizo crecer hasta constituirlo en un misterio sin solución,
debido sobre todo a la voluntad del mismo JRRT de que así fuera. El personaje
de Beorn y su habilidad de cambiar de forma están tomados casi literalmente
del Bjorn de la saga del rey Hrolf Kraki, que cambia de forma entre un oso y
un hombre, y en su ferocidad en la batalla encontramos un eco de los Berserks
Por otra parte, también es fácil rastrear el origen de los monstruos de la Tierra Media. Ungoliant, Ella-Laraña y las arañas del Bosque Negro salieron de la traumática experiencia infantil de Tolkien con una tarántula en Sudáfrica. Los Trolls son casi idénticos en costumbres y características a los de la mitología nórdica, aunque el convertirse en piedra si les daba la luz del Sol es un rasgo que Tolkien quitó a sus Enanos para dárselo a los Trolls. Los Orcos están obviamente sacados de los Goblins o trasgos, aunque mucho más malvados, adoptando rasgos de la Unseelie Court escocesa (de hecho, los "trasgos" que aparecen en El Hobbit no son otra cosa que Orcos). Los Balrogs los sacó Tolkien de los Sigelhearwan de la tradición nórdica. Los dragones de Tolkien surgieron evidentemente de Fafnir, que a su vez comparte sustrato mítico con casi todos los dragones europeos. Sin embargo, a Glaurung Tolkien lo dotó del carácter de seducción de la serpiente del paraíso, carácter que tiene en menor medida Smaug. Los enormes lobos de Morgoth están tomados directamente de los perros y lobos malignos de la mitología nórdica, que han sobrevivido hasta nuestros días en el Black Dog inglés que ronda los cementerios. Carcharoth, el más señalado de ellos, comparte rasgos de Garm y Cerbero, guardianes de los infiernos en sus respectivas mitologías -Carcharoth vigila las puertas de Angband- y de Fenris, que se come la mano de Tyr -Carcharoth se come la de Beren-.
El héroe
Tras crear un mundo mítico, un escenario para los mitos, JRRT necesitaba crear un héroe como agente activo. La ligazón entre mito y héroe es extraordinaria, hasta tal punto que originalmente, la sola presencia del héroe bastaba para convertir una historia en mítica. Esto no es extraño ya que los héroes eran originalmente semidioses, lo que contribuía al carácter elevado de sus historias. Como semidioses, compartían sus ansias y anhelos con los humanos, y su carácter arquetípico con los dioses. Los héroes puramente humanos son una invención más tardía, cuando los mitos originales ya resultan demasiado lejanos.
Ahora
bien, y puesto que hay arquetipos distintos, hay héroes distintos. Curiosamente,
los caracteres arquetípicos han permanecido relativamente constantes
a lo largo de la historia, y ha cambiado únicamente el modo en que se
combinan. Ciñéndonos exclusivamente a El Señor de los Anillos,
por no ahondar en la tremenda complejidad que supone un mito tan denso y complejo
como El Silmarillion, ¿quiénes son los héroes? En mi muy
modesta opinión, hay dos héroes muy claramente definidos en ESDLA:
Aragorn, y Frodo. Sólo estos dos personajes tienen el protagonismo suficiente
(aunque algunos personajes -particularmente Sam Gamyi y Gandalf- sean casi tan
protagonistas como ellos) y experimentan el tipo de cambio que normalmente sufren
los héroes.
Como buenos héroes masculinos, tanto Aragorn como Frodo comparten rasgos con divinidades solares. Aragorn es el prototipo del héroe triunfante, del restaurador (como Arturo de Bretaña, que "es uno con la tierra" y restablece la ley y el orden, como Osiris o como el mismo Jesús resucitado). Esta clase de héroes tienen siempre una ligazón con un antepasado mítico (Elendil/Isildur para Aragorn, Uther para Arturo) y algo que los identifica inequívocamente como herederos legítimos (Andúril para Aragorn, Excalibur para Arturo). Sin embargo, Tolkien tomó para Aragorn también elementos de Sigfrido, como la espada rota del antepasado (en este caso Sigmund) que es reforjada y permite al héroe emprender su gran hazaña. La exclusión de Sigfrido como héroe restaurador ha sido intencionada, dado que sus características son más las de un guerrero que las de un rey: su atributo más destacado es su destreza en el combate, mientras que Tolkien da como señal para reconocer al rey su poder curador. Este rasgo sanador ha llegado casi hasta nuestros días con la creencia de que los reyes podían curar ciertas enfermedades simplemente tocando al paciente.
Por su parte, Frodo es el prototipo del héroe "sacrificial", el que da su vida por el bien de una causa. Aunque Tolkien negó categóricamente que Frodo fuera un alter ego de Cristo, lo cierto es que hay mucho de su figura en él: las heridas, el viaje de padecimiento creciente, el salvar el mundo, pero no para disfrutarlo él... son temas que identificamos como claramente cristianos, pero que en realidad están ya presentes en la figura de Mitra, y antes aún en la de Osiris o Dionisos, lo que hace pensar que este tipo de héroe haya nacido junto con la Humanidad y sea un aspecto más del héroe triunfante, que muere y renace para renovar el mundo, como el sol se pone y sale todos los días.
La formación del héroe
¿Cómo se hace un héroe? La primera cualidad que se requiere es una cierta distancia respecto al resto de los mortales. Es por ello que los héroes suelen ser semidioses o, si son mortales, los padres originales han desaparecido hace tiempo, para ser sustituidos por un tutor. El esquema no es nuevo: lo encontramos en Arturo con Sir Ector, en Sigfried/Sigurd con Elf o, incluso, en una posterior adaptación, en Luke Skywalker con su tío.
En ESDLA, el tutor de Aragorn es Elrond, que lo acoge en Rivendell y lo educa, o en el caso de Frodo, Bilbo. Aragorn y Frodo son huérfanos (Arathorn muere cuando Aragorn tiene sólo dos años, y los padres de Frodo también fallecen cuando Frodo es aún un niño). Gandalf participa también de esa figura de tutor, pero se distingue radicalmente de Elrond y Bilbo en que su carácter es mucho más sobrenatural, y a diferencia de los tutores que forman al héroe como persona, es decir, que lo preparan para su epopeya, el tutor sobrenatural es el desencadenante de la misma. Ejemplos no faltan: Merlín, Wotan o, modernamente, Obi Wan Kenobi son ejemplos claros de este tutor sobrenatural.
Al margen de tutores, el héroe es per se un ser excepcional. Como los protagonistas de la tragedia, el héroe está predestinado a serlo. Gandalf formula este aspecto literalmente cuando afirma que Frodo estaba destinado a tener el Anillo, y no por voluntad del creador del Anillo. En el contexto de la Tierra Media, esta voluntad sólo puede ser la de Eru, que es en todo homologable al destino, por cuanto uno no se puede oponer a ella. Por su parte, Elrond le dice a Aragorn. "Un gran destino te espera, sea el de elevarte más alto que todos tus antepasados desde los días de Elendil, o caer en la oscuridad con todos los sobrevivientes de tu especie" ¿Qué hace Elrond sino cumplir la misma misión que tantos y tantos mensajeros de la divinidad a los humanos? Y el héroe responde normalmente a las expectativas: para Gandalf, Frodo es el mejor hobbit de la Comarca, mientras que Aragorn se convierte en "el más intrépido de los Hombres vivientes, hábil en las artes y versado en las tradiciones de ellos, y más que todos ellos"
Finalmente,
un héroe necesita aventuras para serlo: la heroicidad es el resultado
de actos determinados en circunstancias concretas. Así, una vez el futuro
héroe se ha convertido en adulto y ha recibido el impulso de su tutor,
debe abandonar el mundo en el que ha crecido para emprender su misión
y alcanzar así el status de héroe. Este abandono del mundo se
representa a menudo en la desaparición o muerte del tutor (Sigurd) o
bien su renuncia a su papel como tal (caso de Arturo con Merlín). Tolkien
usa ambos sistemas: Elrond renuncia a su tutela sobre Aragorn mientras que Bilbo
desaparece de la vida de Frodo.
Y ya tenemos a nuestro héroe preparado para embarcarse en aventuras. Sin embargo, Tolkien se acoge a los modelos épicos antiguos no al estándar de Hollywood, y en esos modelos el héroe solitario no es con mucho tan frecuente. Pensemos si no en Jasón y los Argonautas o Arturo y sus caballeros. Incluso aquellos héroes que no tienen compañeros permanentes reciben ayudas sin las cuales no podrían haber completado su misión. La pregunta es ¿quién acompaña al héroe?
Los compañeros del héroe
El plural es intencionado: si un héroe solitario no es lo más habitual, en las sagas antiguas es aún más raro el héroe con un solo compañero. Podría pensarse que el grupo formado por el héroe y sus compañeros es un reflejo a escala reducida del panteón divino.
Lo más normal es que el primer compañero del héroe sea el tutor que le ha impulsado a la aventura. En el caso de ESDLA está claro: Gandalf actúa así con Bilbo, con Frodo y con Aragorn, aunque en el caso de Frodo Tolkien da un hábil giro a la trama: Gandalf le habría acompañado desde el principio pero se lo impiden. Por tanto, el tutor no sólo sirve como detonante del cambio sino como conductor del mismo y, como el Virgilio de Dante o Anubis en los mitos egipcios, guía al héroe por su camino a la iluminación. Esta figura de la divinidad protectora que guía al héroe es prácticamente universal; aparte de los mencionados cabe destacar al centauro Quirón, tutor de Hércules, o a Tetis, madre divina de Aquiles. Y, por supuesto, modernamente no podemos dejar de mencionar a Aldus Dumbledore, que resulta en muchos de sus rasgos muy, muy parecido a Gandalf.
Finalmente, cuando el héroe alcanza la madurez, puede dejar a este tutor. Este punto en la carrera del héroe corresponde normalmente a un conflicto, a una superación de dificultades. Así, Aragorn decide cabalgar por los Senderos de los Muertos después de doblegar la voluntad de Sauron, mientras que Frodo abandona la Comunidad después de la lucha interior en Amon Hen. Vemos también cómo el carácter de esta superación es distinto según el tipo de héroe: el héroe restaurador -Aragorn- vence a un enemigo exterior evidentemente físico, que se manifiesta ante él (como Arturo vence a Mordred) mientras que el héroe sacrificial -Frodo- vence a un enemigo interior o, al menos, de carácter mucho más espiritual que el anterior (pensemos en los cuarenta días de ayuno de Jesús y en su victoria sobre Satán).
Pero
si el héroe tiene una divinidad protectora que le enlaza con el mundo
divino, debe tener también un compañero que le recuerde su lado
más humano (el héroe compagina ambos aspectos). Sin duda, el personaje
de Tolkien que más cumple esta función es Sam Gamyi. Tolkien reconoció
que Sam estaba modelado en los campesinos de Sarehole y en los tommies que tuvo
bajo sus órdenes en Francia: hombres sencillos que marchaban a la muerte
no porque tuvieran ideales elevados, ni sed de gloria, o fueran presas de la
desesperación, sino simplemente porque consideraban que eso era lo que
tenían que hacer. Merry y Pippin comparten también en parte estas
características de Sam, aunque atenuadas por su origen aristocrático,
e incluso el mismo Frodo y Bilbo tienen en ellos algún rasgo de este
compañero arquetípico del héroe con respecto a Gandalf
y Aragorn.
Sin duda, esta figura no tiene tanto glamour como los personajes elevados que protagonizan los relatos épicos, pero su apego terrenal contribuye por contraste a resaltar el carácter especial del protagonista. Encontramos antecedentes de esta figura en Sancho Panza, pero también en el Papageno de La Flauta Mágica, el Falstaff shakesperiano e incluso en algunos relatos de los viajes de Odín con Loki. Conviene observar que casi todos estos personajes son cómicos. Ello no es sorprendente: del mismo modo que los griegos inventaron la comedia como el reflejo más mundano de la tragedia, el compañero es en realidad un reflejo mundano del héroe, o incluso podría decirse que es la parte humana del héroe y, a diferencia del tutor sobrenatural, le acompaña por lo general siempre, aún cuando ha alcanzado su madurez.
¿Y Aragorn? Sus compañeros son claramente Legolas y Gimli. Desde que la Comunidad parte de Rivendell, Legolas y Gimli no se separan de él hasta que Sauron cae. Podría pensarse que Legolas, por sus características de inmortalidad y distanciamiento de los humanos, no comparte ese aspecto mundano del compañero del héroe, pero su apego a la Tierra Media (algo habitual entre los Elfos que no han habitado en Valinor, por otra parte) le permite funcionar igual que un campesino que añora su terruño.
Nos queda aún otro tipo de compañero del héroe, al que me permitiré llamar el héroe caído. El héroe caído se ha enfrentado a los mismos retos que el héroe, pero ha fracasado y, normalmente, lo acaba pagando con la vida. Sin embargo, esta situación no corresponde al pensamiento cristiano de Tolkien, que introduce una posibilidad de redención para este personaje, aunque casi siempre perezca en el proceso. En ESDLA Boromir y Gollum/Sméagol son claramente héroes caídos, ambos por la misma razón: el terrible poder corruptor del Anillo. Este currículum vitae de fracaso y redención no se encuentra por lo general en las sagas paganas, ya que el tema de la redención es típicamente cristiano: de hecho, podría considerarse a San Pedro como un héroe caído: fracasa (niega a Cristo), pero se redime de su fracaso y alcanza un status casi igual al del héroe, pero a costa de su vida. Y si no hay antecedentes en las sagas clásicas, sí que hay "descendientes". ¿Qué otra cosa es si no Darth Vader en Star Wars?
El viaje
La mayoría de las sagas muestran al héroe embarcado en un viaje de búsqueda de un objeto, sea éste el Vellocino de oro griego, el Santo Grial Artúrico o el Sampo del Kalevala. Este viaje físico es siempre el reflejo de un viaje interior en busca de la iluminación, y las penurias físicas del héroe en su esfuerzo por llegar a su destino se corresponden con las penurias anímicas que se pasan por alcanzar la apoteosis. Ciertamente, Tolkien introduce un cambio: el viaje no pretende conseguir un objeto sino deshacerse de él, pero este cambio no afecta para nada a los motivos del héroe para emprender el viaje, sus peripecias durante él, y las consecuencias tras llegar a destino. El objeto sigue siendo el leit motiv del viaje físico, mientras que las implicaciones espirituales del objeto lo son del viaje interior.
El viaje suele transportar al héroe -y a sus compañeros- de su hogar, que simboliza al mundo conocido, a una tierra mítica. Así, el viaje a las Islas de Occidente, tan frecuente en la literatura épica irlandesa, o La Odisea, paradigma del relato de viajes clásico, o el viaje de Hércules a los infiernos para concluir sus Trabajos, la expedición a Pohjola en el Kalevala, o el viaje a Jotunheim de Thor de los mitos nórdicos. Se trata en todos los casos de pasar del mundo del héroe, que por extensión es el de los humanos, a un mundo distinto, morada de los muertos, los gigantes u otros seres míticos, cuya climatología es generalmente hostil con el fin de reflejar que no es el mundo en que los hombres debieran estar. Esto puede verse a las mil maravillas en el viaje de la Comarca a Mordor; es decir, de un sitio hecho por y a la medida de los hobbits a otro donde nadie en su sano juicio querría vivir. Este viaje actúa también como símbolo del tránsito del héroe de un plano de conciencia mundano a un enaltecimiento que conduce a la apoteosis.
En su periplo al estado sobrehumano, el héroe pasa por diversas etapas, que suelen estar claramente marcadas. El ejemplo más antiguo, y maravillosamente claro, es el viaje de ultratumba que se relata en el Libro de los Muertos egipcio. No pretendo decir que Tolkien se inspirara en los manuscritos egipcios, sino mostrar como esta idea del viaje por etapas es algo sumamente extendido en los mitos, y comprende los trabajos de Hércules, los viajes de San Brandán, los de Maeldun o, incluso, salvando las distancias, el viaje de los judíos por el desierto (con las lembas como un equivalente del maná) o el via crucis de Jesús. Tolkien marca muy bien las etapas del viaje: todas concluyen con la llegada a un lugar donde los viajeros pueden reponerse para seguir el viaje y también sufrir cambios que les ayuden a continuar: Cricava, la casa de Tom Bombadil, el Poney Pisador, Rivendell, Lothlorien, Fangorn, Edoras, Ithilien o Minas Tirith y la vuelta a la Comarca son evidentes. Menos evidente, aunque sí supone un cambio muy claro para Frodo, es la torre de Cirith Ungol, donde el Portador descubre que ya no puede dejar el Anillo, en una escena muy emotiva con Sam.
Imitando también a las sagas clásicas, Tolkien plantea un viaje de ida y vuelta. La estructura circular es tan evidente que no sólo la composición del grupo de viajeros es la misma al principio y al final (los cuatro hobbits), sino que también lo son muchas etapas y los puntos en que el grupo sufre cambios (notablemente Bree: los hobbits llegan a Bree solos a la ida, y parten de Bree solos a la vuelta). Sin embargo, el viaje no es un círculo, sino una espiral. Los hobbits no vuelven al mismo lugar que dejaron (y de ahí el Saneamiento de la Comarca) y no son los mismos que salieron de la Comarca. Gandalf lo dice explícitamente antes de irse a hablar con Bombadil: "habéis crecido mucho en verdad".
El objeto numinoso
Curiosamente,
en epopeyas dedicadas sobre todo a contar las hazañas de personas, el
eje argumental que sostiene la trama es un objeto. No se trata sin embargo de
un McGuffin al estilo cinematográfico, es decir, de un mero pretexto
para contar historias, sino de un objeto cuyas características son hasta
tal punto esenciales para la historia, que muchas veces incluso la determinan:
aunque pasivo, el objeto numinoso es un protagonista más de la Historia.
El Anillo de Tolkien es así un sucesor del Anillo de los Nibelungos,
el Sampo del Kalevala o el Santo Grial artúrico.
Sin embargo, el objeto más emparentado con el Anillo tolkieniano es su homólogo nibelungo, no ya por su forma y materiales comunes, sino por el hecho de que ambos tienen una influencia corruptora en su poseedor. Esta influencia proviene del legítimo dueño del anillo (Sauron/las doncellas del Rhin). También en ambos casos el creador pierde el objeto, lo que sirve como arranque de la historia, y ésta termina con la desaparición del objeto del mundo de los humanos, bien sea por destrucción física (caso de Tolkien) o por la vuelta al mundo sobrenatural del que procede (caso de la saga de los Nibelungos). La desaparición del objeto conlleva la restauración del orden perdido.
El Grial y el Sampo son conceptos opuestos a los Anillos. Su presencia en el mundo de los humanos trae la paz y la prosperidad, y el período en que están ausentes acarrea toda clase de miserias, lo que provoca una expedición de los héroes para recobrarlo. Con todo, el Anillo de Tolkien comparte con estos objetos algo que no tenía el anillo de los Nibelungos: su poder prácticamente universal, aunque en este caso reconvertido en un poder para el mal. Aquí se refleja el pensamiento cristiano de Tolkien. Si el mundo lleva en sí el pecado, el poder de dominio del mundo es malvado. El Sampo y el Grial, por su parte, son objetos de fuertes bases paganas, y en consecuencia ignoran por completo el concepto de pecado original, que es tan importante en Tolkien.
El Anillo es, pues, básicamente una materialización física del pecado del mundo, y su destrucción limpia el mundo de ese mismo pecado: nótese que con la destrucción del Anillo desaparecen Sauron y los Nazgul, que son los últimos vestigios del mal puro, inhumano, encarnado físicamente sobre la Tierra Media, mientras que se restaura el Reino de Gondor, en una vuelta a una antigüedad idílica que ya se consideraba perdida, como el Paraíso bíblico. Por otro lado, Frodo -un héroe sacrificial- queda tan hundido por la ordalía que pierde incluso la voluntad de vivir. Las semejanzas con el Cordero de Dios, que con su muerte quita el pecado del mundo, son obvias.
El conflicto
Nos queda aún el último
elemento en la definición del héroe: la superación de obstáculos.
De hecho, podría argumentarse que la razón última del viaje
es enfrentar al aspirante a héroe a los obstáculos que le permitirán
alcanzar el estatus heroico. En la naturaleza de los obstáculos y en
cómo los superan podemos distinguir claramente al héroe restaurador
del sacrificial.
Así,
Aragorn no sufre ni un rasguño, pese a estar en las batallas del Abismo
de Helm, Pelargir, los Campos del Pelennor y la Puerta Negra; enfrentarse a
los Jinetes Negros, los orcos de Moria, los huargos en Eregion (Acebeda) y cruzar
los Senderos de los Muertos. Se le presenta como un rival al que muchos enemigos
ni siquiera se atreven a enfrentarse. Sin embargo, Frodo es acuchillado por
el Rey Brujo, golpeado por un jefe orco en Moria, envenenado por Ella-Laraña
y mordido por Gollum. Las diferentes peripecias de ambos héroes se justifican
plenamente por el carácter de héroe restaurador de Aragorn y sus
predecesores, que están asociados al Sol en su plenitud, mientras que
Frodo es un héroe sacrificial, como el Sol que muere y renace para dar
nueva vida.
Pero no todo en Frodo son derrotas. Si bien cuando sucumbe a su debilidad sufre, también es capaz de salir victorioso cuando se sobrepone, aun frente a enemigos poderosos: al enfrentarse al Tumulario o a los Jinetes Negros en el Vado de Rivendell, al quitarse el Anillo en Amon Hen, al abandonar la Comunidad... pero todos estos triunfos que son básicamente de Frodo sobre sí mismo, están exentos fundamentalmente de acción física, son espirituales, y el resultado suele ser la liberación de Frodo de algún dominio sobre él, más que la destrucción del enemigo.
De igual modo difieren los cambios que provocan en el héroe los conflictos. Mientras que a Aragorn cada victoria le acerca a su conversión en Rey, mostrándolo como un capitán más astuto, un líder más valiente o un hombre más sabio, a Frodo cada conflicto le acerca más al sacrificio definitivo: su vida. Tolkien omite presentarnos este sacrificio de forma explícita, y lo transforma en un viaje a Occidente, pero dado que en la mayoría de mitologías el viaje a occidente es el viaje al reino de los muertos, quedan pocas dudas sobre el sentido de la partida de Frodo de los Puertos Grises.
Vemos pues cómo los conflictos acercan al héroe a su apoteosis. Y de igual modo que los conflictos de ambos tipos de héroes son distintos, sus apoteosis también lo son. Así, Aragorn restaura el esplendor de los Días Antiguos: hay de nuevo Rey en Gondor y en Arnor -la coronación de Aragorn por Gandalf recuerda claramente a la de Carlomagno por el Papa-, el mal encarnado ha desaparecido del mundo, la alianza con Gondor se renueva, el Árbol Blanco vuelve a florecer... todo es triunfo, todo es volver a un pasado esplendoroso, como el retorno de la Edad de Oro griega... pero no para siempre. El Reino de Gondor bajo Aragorn tiene para nosotros, lectores de este nuestro cínico y desengañado mundo, todo el aire crepuscular de la última llamarada antes de que el fuego se apague. Este fin del mundo es evidentemente un eco del crepúsculo de los dioses nórdico, aunque al mismo tiempo, la influencia cristiana que hizo aparecer un nuevo mundo tras el Ragnarok se manifiesta aquí por boca de Legolas: "Y la semilla yacerá en el polvo y se pudrirá, sólo para germinar nuevamente en los tiempos y lugares más inesperados". Esto es prácticamente una transposición a la Tierra Media de la parábola del grano de trigo de los Evangelios.
Pero si el clímax de Aragorn corresponde, por decirlo así, al Jesús resucitado del Domingo de Pascua, Frodo se identifica mucho más con el de Viernes Santo. Su imagen no es la de un héroe victorioso, sino más bien de alguien que ha sido vencido por completo: con el cuerpo y el alma envenenados, la mente corroída por el Anillo, y derrotado por su inmenso poder, Frodo es totalmente vencido en la Grieta del Destino; físicamente por Gollum, que le quita el Anillo, y mentalmente por el propio Anillo. Sin embargo, de este clímax de derrota absoluta, Tolkien saca una victoria. Curiosamente, esta victoria es debida a Frodo, el héroe derrotado. Frodo vence no por sus actos en la Grieta del Destino (Tolkien deja muy claro a lo largo de la historia que NADIE podría vencer al Anillo en tales circunstancias), sino por sus actos anteriores: más concretamente, por su decisión de perdonar la vida a Gollum (decisión que también toma Sam momentos antes del clímax definitivo). Es una victoria alcanzada no por la acción, sino por la inacción, por no hacer algo que Frodo podría hacer, que incluso ha deseado hacer, pero que siente que no es lo que debe hacer. Su actitud es similar a la de Jesús que deja que lo crucifiquen, pese a poder evitarlo si lo quisiera. Prueba de esta vinculación es el hecho de que Frodo, pese a no morir tras esta terrible prueba, ha perdido por completo la voluntad de vivir: está desnudo y tiene que ser sacado por Sam de la Grieta del Destino. En esos momentos es poco más que un trozo de carne. Salvo por el hecho de que respira, se le puede considerar prácticamente como un cadáver, puesto que no hay voluntad en él. Aunque no su vida, Frodo ha sacrificado su fuerza vital.
El mundo tras la edad heroica
Pese
a que el clímax de la obra se alcanza entre la destrucción del
Anillo y la boda de Aragorn, Tolkien no acaba su novela ahí. Eso sería
un final de cuento, que no es lo que pretendía Tolkien. En ESDLA está
construyendo una parte de sus mitos, no un cuento. Una parte muy importante,
además, puesto que marca el paso de una edad llena de maravillas, donde
se ven en la Tierra prodigios y horrores de escala sobrehumana, a una Edad de
los Hombres, en la que todo el mundo se adecua a la escala humana. De ahí
la necesidad del final de El Señor de los Anillos, con la pérdida
de la inocencia en el último lugar libre de mal que se plantea en El
Saneamiento de La Comarca, y el telón, digno émulo del Gotterdämmerung
nórdico, de la historia de Aragorn y Arwen.
Aquí, Tolkien no sólo toma como fuente la mitología nórdica en el tema del ocaso de los Dioses, sino también los mitos artúricos (con el viaje de Arturo a Avalon o la partida de Merlin) o el final del Kalevala, con la partida de Vainamoinen hacia Occidente, que tiene un claro paralelismo en todo el episodio de los Puertos Grises, sobre todo en la partida de Elrond y muy especialmente de Gandalf: los héroes míticos abandonan la Tierra Media para no volver jamás a ella, y, con su marcha, se acaban los Días Antiguos.
El Saneamiento de la Comarca podría incluso plantearse como el primer conflicto de esa nueva era. Todo el episodio tiene un carácter muy distinto al de los demás conflictos de El Señor de los Anillos. Aquí no hay magos poderosos -Saruman ya es sólo una sombra- ni héroes sobrehumanos. Hay maldad, sí, pero es una maldad de escala humana, mezquina pero comprensible para los hombres, y muy lejos de la apabullante malignidad de personajes como Sauron. Unos seres tan mundanos como los hobbits derrotan a un grupo de malhechores por medios enteramente terrenales. Esto es la antítesis de la Guerra del Anillo, y su carácter casi doméstico se nota especialmente en la comparación. El hecho de colocar el episodio al final del libro, justo antes de la partida de los Puertos Grises, sirve para mostrar el nexo entre los Días Antiguos y los Días de los Hombres.
Y finalmente, y casi a título personal, recordar la última escena de ESDLA, justo antes de los apéndices: la vuelta de Sam a casa, con su familia y la cena esperándole. No hay fanfarrias, ni hermosas princesas. Es un final corriente para un hombre corriente. El tiempo de los héroes ha pasado, aunque... ¿quién sabe cuándo podría volver?
Bibliografía
Fuentes Primarias:
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