2.— DE AULË Y YAVANNA


Se dice que al principio los Enanos fueron hechos por Aulë en la oscuridad de la Tierra Media; porque tanto deseaba Aulë la llegada de los Hijos, tener discípulos a quienes enseñarles su ciencia y artesanía, que no estuvo dispuesto a aguardar el cumplimiento de los designios de Ilúvatar. Y Aulë hizo a los Enanos como son todavía, porque aún no tenía clara en la mente la forma de los Hijos que estaban por venir y porque el poder de Melkor aún obraba en la Tierra; y por tanto deseó que fueran fuertes e inquebrantables. Pero temiendo que los otros Valar lo culparan, trabajó en secreto; e hizo primero a los Siete Padres de los Enanos en un palacio bajo las montañas de la Tierra Media.

Ahora bien, Ilúvatar sabía lo que se estaba haciendo, y a la hora misma en que Aulë completó su obra, y sintiéndose complacido, empezó a instruir a los Enanos en la lengua que había inventado para ellos, Ilúvatar le hablo: —¿Por qué has hecho esto? ¿Por qué intentas algo que está más allá de tu poder y tu autoridad, como bien lo sabes? Pues has recibido de mí como don sólo tu propio ser, y ninguna otra cosa, y por tanto las criaturas de tu mano y tu mente sólo pueden vivir. de ese ser, moviéndose cuando tú lo piensas, y si tu pensamiento está en otro sitio, quedándose quietos. ¿Es ése tu deseo?

Entonces Aulë contestó: —Yo no deseé semejante dominio. Deseé criaturas que no fueran como yo, para amarlas y enseñarles, de modo que ellas también pudieran percibir la belleza de Eä, que tú mismo hiciste. Porque me pareció que había grandes espacios en Arda como para que muchas criaturas pudieran regocijarse en ella, y sin embargo aún se encuentra casi toda muda y vacía. Y en mi impaciencia he dado en la locura. No obstante llevo en el corazón la hechura de cosas nuevas a causa de la hechura que tú mismo me diste; y el niño de escaso entendimiento que convierte en juego los trabajos del pudre puede no hacerlo por burla, sino porque es el hijo del padre. Pero ¿qué haré ahora para que no estés siempre enfadado conmigo? Como un niño a su padre te ofrezco yo estas criaturas, obra de las manos que tú mismo has hecho. Dispón de ellas como más te plazca. Pero ¿no tendría que destruir yo mismo la obra de mi presunción?

Alzó entonces Aulë un gran martillo para golpear a los Enanos; y lloró. Pero Ilúvatar vio la humildad de Aulë, y tuvo compasión de él y de su deseo; y los Enanos se sobrecogieron ante el martillo y se asustaron, e inclinaron la cabeza y suplicaron clemencia. Y la voz de Ilúvatar le dijo a Aulë: —Acepto tu ofrenda tal como era al principio. ¿No ves que estas criaturas tienen ahora una vida propia y hablan con sus propias voces? De otro modo no habrían esquivado tu golpe, ni orden alguna de tu voluntad—. Entonces Aulë soltó el martillo y se sintió complacido, y dio las gracias a Ilúvatar diciendo:

—Quiera Eru bendecir mi obra y enderezarla. Pero Ilúvatar habló otra vez y dijo: —En el principio del Mundo di ser a los pensamientos de los Ainur y del mismo modo he tomado ahora tu deseo y le he dado sitio en el Mundo; pero no enderezaré de ningún otro modo la obra de tus manos, y tal como la hiciste, así será. Pero esto no toleraré: que estas criaturas lleguen antes que los Primeros Nacidos de mi hechura, ni que tu impaciencia sea recompensada. Dormirán bajo la piedra en la oscuridad y no saldrán de ella hasta que los Primeros Nacidos no hayan despertado sobre la Tierra; y hasta ese momento tú y ellos esperaréis, aunque la espera os parezca larga. Pero cuando llegue la hora, yo mismo los despertaré y serán para ti como hijos; y a menudo habrá disputas entre los tuyos y los míos, los hijos de mi adopción y los hijos de mi elección.

Entonces Aulë tomó a los Siete Padres de los Enanos y los puso a descansar en sitios distintos y apartados; y regresó a Valinor, y esperó mientras los largos
años se prolongaban.

Como habrían de aparecer en los días del poder de Melkor, Aulë hizo a los Enanos fuertes y resistentes. Por tanto, son duros como la piedra, empeñosos, rápidos en la amistad y en la enemistad, y soportan el trabajo y el hambre y los dolores del cuerpo más que ninguna otra criatura que tenga el don de la palabra; viven largo tiempo, mucho más que los días de los Hombres, pero no para siempre. Se sostuvo en otro tiempo entre los Elfos de la Tierra Media que al morir los Enanos volvían a la tierra y a la piedra de que estaban hechos; sin embargo, no es eso lo que ellos mismos creen. Porque dicen que Aulë el Hacedor, a quien llaman Mahal, cuida de ellos y los reúne en Mandos, en estancias apartadas; y que Aulë declaró a los primeros Padres que Ilúvatar los consagrará y que les dará un lugar entre los Hijos cuando llegue el fin. Tendrán entonces la misión de servir a Aulë y ayudarlo a rehacer a Arda después de la Ultima Batalla. Dicen también que los Siete Padres de los Enanos retornan para vivir entre los suyos y para ponerse una vez más los nombres antiguos de los que Durin fue el más notable en tiempos posteriores, padre del pueblo que más amistad tuvo con los Elfos, y cuyas mansiones se encontraban en Khazad—dûm.

Ahora bien, mientras Aulë trabajaba en la hechura de los Enanos, ocultó su obra a los demás Valar; pero al fin confió en Yavanna y le contó todo lo que había sucedido. Entonces Yavanna le dijo: —Eru es Piadoso. Veo ahora que tu corazón se regocija, como bien cabe; porque no sólo has recibido perdón, sino también
munificencia. No obstante, y porque me ocultaste este pensamiento hasta que estuvo consumado, tus hijos no sentirán mucho amor por los objetos de mi amor.
Amarán primero las cosas que sean obra de sus propias manos, al igual que su padre. Cavarán en la tierra y no estimarán las cosas que crecen y viven sobre la
tierra. Muchos árboles sentirán la mordedura del hierro despiadado.

Pero Aulë respondió: —También será eso cierto de los Hijos de Ilúvatar; porque ellos comerán y construirán. Y aunque las cosas de tu reino tienen valor en sí mismas, y seguirían teniéndolo aun si los Hijos no llegaran, no obstante Eru les concederá poder, y utilizarán todo cuanto encuentren en Arda; pero no, según es propósito de Eru, sin respeto o sin gratitud.

—No, a no ser que Melkor les ennegrezca el corazón —dijo Yavanna. Y no se sintió apaciguada, pues el temor de lo que pudiera hacerse en la Tierra Media en los
días por venir le afligía el ánimo. Por tanto, fue al encuentro de Manwë y no traicionó el secreto de Aulë, pero preguntó: —Rey de Arda ¿es cierto, como me dijo Aulë, que los Hijos, cuando lleguen, tendrán dominio sobre mis obras y harán de ellas lo que les plazca?

—Es cierto —dijo Manwë—. Pero ¿por qué preguntas? No necesitas de las enseñanzas de Aulë.

Entonces Yavanna calló y contempló sus propios pensamientos. Y al fin respondió:

—Porque hay ansiedad en mi corazón al pensar en los días por venir. Todas mis obras me son caras. ¿No basta que Melkor haya dañado tanto? ¿Nada que yo haya hecho estará libre del dominio de otros?

—Si tu voluntad se cumpliera ¿qué preservarías? —dijo Manwë— De todo tu reino ¿qué te es más caro?


—Todo tiene su valor —le respondió Yavanna— y cada cosa contribuye al valor de las otras. Pero los kelvar pueden volar o defenderse, lo que no es posible entre las cosas que crecen como las olvar. Y de todas éstas, me son caros los árboles. Lentos en crecer, rápidos en la caída, y a menos que paguen el tributo del fruto en las ramas, apenas llorados en su tránsito. Esto veo en mi pensamiento. ¡Quisiera que los árboles pudieran hablar en nombre de todas las cosas que tienen raíz y castigar a quien les hiciese daño!

—Es ése un raro pensamiento —dijo Manwë.

—Sin embargo estaba en la Canción —dijo Yavanna—. Porque mientras tú andabas por los cielos y con Ulmo hacíais las nubes y derramabais las lluvias, levanté yo las ramas de los grandes árboles para recibirlas, y algunas cantaron a Ilúvatar entre el viento y la lluvia.

Entonces Manwë guardó silencio y el pensamiento de Yavanna, que ella le había puesto en el corazón, creció y se desarrolló, e Ilúvatar llegó a verlo. Entonces le pareció a Manwë que la Canción se levantaba una vez más alrededor, y descubrió ahora muchas cosas que había oído antes, pero que no había advertido. Y por último se renovó la Visión, pero era ahora remota, porque él mismo estaba en ella, y vio sin embargo que la mano de Ilúvatar sostenía todo; y la mano entró en la Visión, y de ella extrajo muchas maravillas que hasta entonces habían estado escondidas en el corazón de los Ainur.

Y entonces Manwë despertó y fue al encuentro de Yavanna en Ezellohar, y se sentó junto a ella bajo los Dos Árboles. Y Manwë dijo:

—Oh, Kementári, Eru ha hablado diciendo: "¿Supone, pues, alguno de los Valar que no escuché toda la Canción, aun el mínimo sonido de la mínima voz? ¡Oíd! Cuando los Hijos despierten, el pensamiento de Yavanna despertará también, y convocará espíritus venidos de lejos, e irán entre los kelvar y las olvar, y algunos se albergarán en ellos, y serán tenidos en reverencia, y su justa cólera será temida. Por un tiempo: mientras los Primeros Nacidos tengan dominio y los Segundos sean jóvenes." Pero ¿no recuerdas, Kementári, que tu canto no siempre estuvo solo? ¿No se encontraron tu pensamiento y el mío y remontamos vuelo juntos corno los grandes pájaros que se elevan sobre las nubes? Eso también advendrá por obra de la atenta mirada de Ilúvatar, y antes que los Hijos despierten, aparecerán las Águilas de los Señores del Occidente, con alas parecidas al viento.

Se complació entonces Yavanna y se puso de pie tendiendo los brazos a los cielos, y dijo: —Altos crecerán los árboles de Kementári: ¡que las Águilas del Rey moren en ellos!

Pero también Manwë se puso de pie y pareció que se erguía, tan alto que su voz descendió a Yavanna como desde los caminos de los vientos.

—No —dijo—, sólo los árboles de Aulë serán lo bastante altos. Las águilas morarán en las montañas, y desde allí oirán las voces de los que nos reclamen. Pero los Pastores de Árboles andarán por los bosques.

Luego Manwë y Yavanna se separaron, y Yavanna volvió a Aulë, y él estaba en la herrería vertiendo metal fundido en un molde. —Eru es generoso —dijo ella—. ¡Que se cuiden tus hijos ahora! Porque despertarán la cólera de un poder que habrá en los bosques y correrán peligro.

—No obstante, necesitarán madera —dijo Aulë, y prosiguió con el trabajo de herrero.

 

1. Del principio de los días
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