16. De Maeglin

 


Aredhel Ar—Feiniel, la Blanca Señora de los Noldor, hija de Fingolfin, vivía en Nevrast con su hermano Turgon, y me con él al Reino Escondido. Pero se cansó de la ciudad guardada de Gondolin, deseando más que nunca volver a cabalgar en las vastas tierras y andar por los bosques, como había sido su costumbre en Valinor; y cuando hubieron transcurrido doscientos años después de concluida la construcción de Gondolin, habló con Turgon y le pidió autorización para marcharse. Turgon se resistía a que se fuera, y durante mucho tiempo no lo consintió, pero por fin cedió, diciendo: —Ve, si ésa es tu voluntad, aunque se oponga a lo que me dicta mi buen juicio, y preveo que será para mal de los dos. Pero irás sólo en busca de Fingon, nuestro hermano; y los que envío contigo volverán a Gondolin tan de prisa como les sea posible.

Pero Aredhel dijo: —Soy tu hermana y no tu sirvienta, y más allá de tus confines iré tal como me parezca conveniente. Y si me escatimas una escolta, iré sola.

Entonces Turgon le respondió: —No te escatimo nada de lo que tengo. Empero, no deseo que nadie que viva fuera de mis muros conozca el camino hacia aquí; confío en ti, hermana mía, pero no en que otros mantengan la boca cerrada.

Y Turgon designó a tres señores de su casa para que cabalgaran junto con Aredhel, y les pidió que la llevaran al encuentro de Fingon, en Hithlum, si podían convencerla. Y sed precavidos —les dijo—, porque aunque Morgoth esté aún confinado en el Norte, hay peligros en la Tierra Media que la Señora no conoce.— Entonces Aredhel bandonó Gondolin y el corazón de Turgon quedó apesadumbrado.

Pero cuando ella llegó al Vado de Brithiach en el Río Sirion, les dijo a sus compañeros: —Doblad ahora hacia el sur, no hacia el norte, porque no iré a Hithlum; mi corazón prefiere ir al encuentro de los hijos de Fëanor, mis amigos de antaño—. Y como no pudieron disuadirla, doblaron hacia el sur, como ella ordenaba, e intentaron ser admitidos en Doriath. Pero los guardianes de la frontera se opusieron; porque Thingol no quería que ninguno de los Noldor cruzara la Cintura (salvo las gentes de la casa de Finarfin) y menos aún algún amigo de los hijos de Fëanor. Por este motivo los guardianes de la frontera le dijeron a Aredhel: —Para llegar a la tierra de Celegorm, a la que ahora vais, Señora, no podéis de ninguna manera atravesar el reino del Rey Thingol; tenéis que cabalgar más allá de la Cintura de Melian, hacia el sur o hacia el norte. El camino más rápido es por los senderos que conducen al este desde Brithiach a través de Dimbar y a lo largo de la frontera septentrional de este remo, y que después de cruzar el Puente de Esgalduin y los Vados del Aros entran en las tierras de más allá de la Colina de Himring. Allí viven, según lo creemos, Celegorm y Curufin, y puede que los encontréis; pero el camino es difícil.

Entonces Aredhel se volvió y buscó el peligroso camino entre los valles encantados de Ered Gorgoroth y los cercados septentrionales de Doriath; y mientras se acercaban a la región maligna de Nan Dungortheb, unas sombras envolvieron a los jinetes, y Aredhel perdió a sus compañeros y se extravió. Durante mucho tiempo la buscaron en vano, temiendo que hubiera caído en una trampa o hubiera bebido de las corrientes envenenadas de esa región; pero las criaturas salvajes de Ungoliant que moraban en los barrancos los persiguieron y apenas pudieron escapar con vida. Cuando por fin regresaron y contaron su historia, hubo gran dolor en Gondolin; y Turgon pasó largo tiempo solo, soportando en silencio la congoja y la cólera.

Pero Aredhel, después de haber buscado en vano a sus compañeros, siguió adelante, pues no tenía miedo y era de corazón animoso, como todos los hijos de Finwë; y sin desviarse del camino cruzó el Esgalduin y el Aros, y llegó a la tierra de Himlad entre el Aros y el Celon, donde vivían Celegorm y Curufin en aquellos días, antes de romperse el Sitio de Angband. No estaban allí en ese momento y cabalgaban con Caranthir hacia el este, en Thargelion; pero las gentes de Celegorm la recibieron con grandes honores y la invitaron a habitar entre ellos hasta el regreso del señor. Por un tiempo estuvo allí contenta, y disfrutaba paseando libremente por los bosques; pero como el año se prolongaba y Celegorm no regresaba, se sintió inquieta otra vez, y tomó como costumbre cabalgar sola, siempre más lejos, en busca de nuevos senderos y claros umbrosos y vírgenes. Así fue que al menguar el año, Aredhel llegó al sur de Himlad y cruzó el Celon; y antes de que se diera cuenta estaba atrapada en Nan Elmoth.

En ese bosque, en edades atrás, Melian iba de un lado a otro por el crepúsculo de la Tierra Media, cuando los árboles eran jóvenes y todo parecía envuelto en un sereno encantamiento. Pero ahora los árboles de Nan Elmoth eran los más altos y los más oscuros de toda Beleriand, y allí nunca llegaba el sol; y allí moraba Eöl, a quien llamaban el Elfo Oscuro. Era pariente de Thingol, pero se había sentido inquieto e incómodo en Doriath, y cuando la Cintura de Melian rodeó el Bosque de Región, donde él vivía, escapó a Nan Elmoth. Allí habitó en la sombra Profunda, enamorado de la noche y del crepúsculo bajo las estrellas. Evitaba a los Noldor, pues los tenía por culpables del regreso de Morgoth, que había Perturbado la quietud de Beleriand; pero fe agradaban los Enanos, más que a ningún otro de los Elfos de antaño. Por él se enteraron los Enanos de lo que había ocurrido en las tierras de los Eldar.

Ahora bien, el tráfico de los Enanos que bajaban de las Montañas Azules seguía dos caminos a través de Beleriand Oriental, y el camino septentrional, que conducía a los Vados del Aros, pasaba cerca de Nan Elmoth; y allí Eöl solía encontrarse con los Naugrim; y cuando la amistad creció entre ellos, iba a veces invitado como huésped a las profundas mansiones de Nogrod o Belegost. Allí aprendió mucho sobre los trabajos en metal, en los que llegó a ser hábil en extremo, e inventó un metal tan duro como el acero de los Enanos, pero tan maleable que podía hacerlo delgado y flexible; y sin embargo seguía siendo resistente a todas las espadas y dardos. Lo llamó alvorn, porque era negro y brillante como el azabache, y se vestía con él cada vez que salía. Pero Eöl, aunque encorvado por sus trabajos de herrero, de ningún modo era un Enano, sino un Elfo de elevada estatura, dé la alta estirpe de los Teleri, noble aunque ceñudo de cara; y con ojos capaces de traspasar las honduras de las sombras y los lugares oscuros. Y sucedió que vio a Aredhel Ar—Feiniel extraviada entre los árboles altos cerca de los bordes de Nan Elmoth, un resplandor blanco en la tierra en penumbra. Muy bella le pareció, y la deseó; y le echó un encantamiento para que no le fuera posible encontrar el camino de salida y se acercara cada vez más a donde él
moraba, en las profundidades del bosque. Allí tenía su herrería y sus estancias oscuras y sus sirvientes, silenciosos y callados como él. Y cuando Aredhel, fatigada de errar, llegó por fin a las puertas de la casa de Eöl, él se le apareció y le dio la bienvenida y la hizo entrar en la casa. Y allí se quedó; porque Eöl la tomó como esposa; y transcurrió mucho tiempo antes de que algún pariente de Aredhel volviera a saber de ella.

No se dijo que Aredhel no estuviera del todo descontenta, ni que durante muchos años la vida en Nan Elmoth le fuera odiosa. Porque, aunque por orden de Eöl tuviera que evitar la luz del sol, erraban juntos muy lejos bajo las estrellas o a la luz de la luna menguante; también podía pasearse sola por donde quisiera, aunque Eöl le había prohibido que buscara a los hijos de Fëanor o a ningún otro de los Noldor. Y Aredhel tuvo un hijo de Eöl en las sombras de Nan Elmoth, y le puso un nombre secreto en la lengua prohibida de los Noldor, Lómion, que significa Hijo del Crepúsculo; pero el padre no le dio ningún nombre hasta que tuvo doce años. Lo llamó entonces Maeglin, que significa Mirada Aguda, pues advirtió que los ojos de su hijo eran más penetrantes que los de él, y que era capaz de leer los secretos de los corazones mas allá de la niebla de las palabras.

A medida que Maeglin crecía, tenía cada vez más la cara y talla de los Noldor, pero en temple y mente era el hijo de su padre. Parco en palabras, hablaba sólo cuando los asuntos le incumbían de cerca, y entonces su voz tenía el poder de convocar a quienes lo escuchaban y de derribar a quienes se le oponían. Era alto y de cabellos negros, y de ojos oscuros, brillantes y profundos como los ojos de los Noldor, y de piel blanca. A menudo iba con Eöl a las ciudades de los Enanos al este de Ered Lindon, y allí aprendía lo que estuvieran dispuestos a enseñarle, y sobre todo el arte de descubrir las vetas de los metales en las montañas.

Sin embargo, se cuenta que Maeglin amaba más a su madre, y que si Eöl salía, se quedaba sentado largo tiempo junto a ella, y escuchaba todo cuanto pudiera contarle de las gentes de su casa, y de las hazañas que habían llevado a cabo en Eldamar, y del poderío y el valor de los príncipes de la Casa de Fingolfin. Todas estas cosas guardaba celosamente en el corazón, pero sobre todo lo que oía de Turgon, y de que no había heredero; pues su esposa, Elenwë, había muerto en el cruce del Helcaraxë, y no le quedaba otro hijo que la joven Idril Celebrindal.

Mientras contaba estas historias, se despertó en Aredhel el deseo de volver a ver a los suyos; y se maravilló de que se hubiera cansado de la luz de Gondolin, y de las fuentes al sol y las verdes hierbas de Tumladen bajo los cielos ventosos de la primavera; además, a menudo se sentía sola en las sombras cuando el hijo y el marido se ausentaban. De esas historias nacieron también las primeras disputas entre Maeglin y Eol. Porque de ningún modo quiso Aredhel revelarle a Maeglin dónde habitaba Turgon, ni de qué manera se podía llegar allí, y él decidió esperar, confiando en que algún día le sonsacaría el secreto, o quizá pudiera leerle la mente desprevenida; pero antes que nada deseaba ver a los Noldor y conversar con los hijos de Fëanor, sus parientes, que no vivían lejos. Pero cuando declaró sus propósitos, Eöl entró en cólera. —Tú perteneces a la casa de Eöl, Maeglin, hijo mío —le dijo—, y no a la de Golodhrim. Toda esta tierra es la tierra de los Teleri, y no tendré trato ni permitiré que mi hijo tenga trato con los asesinos de nuestros hermanos, los invasores y los usurpadores de nuestros hogares. En esto me obedecerás o te pondré en prisión—. Y Maeglin no le contestó, pero se mantuvo frío y silencioso, y ya no salió con Eöl; y Eöl desconfiaba de él.

Sucedió que en pleno estío, los Enanos, como era su costumbre, invitaron a Eöl a una fiesta que se celebraría en Nogrod; y él se ausentó. Maeglin y su madre fueron libres por un tiempo de ir a donde se les antojara, y a menudo cabalgaron hasta los extremos del bosque en busca de la luz del sol; y en el corazón de Maeglin se encendió el deseo de abandonar Nan Elmoth para siempre. Por tanto le dijo a Aredhel: —Señora, partamos mientras podamos. ¿Qué esperanza hay en el bosque para vos y para mí? Estamos aquí prisioneros, y no encontraré en este sitio beneficio alguno; porque he aprendido todo lo que sabe mi padre, o lo que pueden revelarme los Enanos. ¿No iremos a Gondolin? ¡Vos seréis mi guía, y yo vuestro guardián!

Entonces Aredhel se sintió complacida y contempló con orgullo a su hijo; y diciendo a los sirvientes de Eöl que iban en busca de los hijos de Fëanor, partieron y cabalgaron hacia el confín septentrional de Nan Elmoth. Allí cruzaron la estrecha corriente del Celon a la tierra de Himlad y cabalgaron hacia los Vados de Aros, y luego hacia el oeste a lo largo de los cercados de Doriath.

Ahora bien, Eöl volvió del este más pronto de lo previsto por Maeglin, y descubrió que su esposa y su hijo habían partido solo dos días atrás; y tan grande fue su cólera, que corrió tras ellos aun a la luz del día. Al entrar en Himlad, se dominó y fue más cauteloso, recordando el peligro que corría, pues Celegorm y Curufin eran poderosos señores que no amaban a Eöl, y Curufin, además, era de peligroso temple; pero los exploradores de Aglon habían descubierto la cabalgata de Maeglin y Aredhel hacia los Vados del Aros, y Curufin, advirtiendo que días extraños se avecinaban, marchó hacia el sur desde el Paso y acampó cerca de los Vados. Y antes de que Eöl se hubiera internado mucho en Himlad fue abordado por unos jinetes, y llevado luego ante el Señor Curufin.

Entonces le dijo Curufin a Eöl: —¿Qué os trae a mis tierras, Elfo Oscuro? Un asunto urgente, quizá, que expone a la luz del día a alguien que tanto esquiva el sol.

Y Eöl, conociendo el peligro en que se encontraba, retuvo las amargas palabras que le nacían en la mente. —He sabido, Señor Curufin —dijo—, que mi hijo y mi esposa, la Blanca Señora de Gondolin, han ido a visitaros mientras yo me encontraba ausente de mi casa; y me pareció adecuado unirme a ellos en este cometido.

Entonces Curufin se rió de Eöl y dijo: —Quizás habrían encontrado la bienvenida menos cálida de lo esperado si vos los hubierais acompañado; pero no tiene importancia, porque no venían aquí. Hace dos oías que han cruzado los Arossiach, y de allí cabalgaron rápidamente hacia el oeste. Parece que queréis engañarme; a no ser en verdad que vos mismo seáis el engañado.

Y Eöl respondió: —Entonces, Señor, quizá me deis permiso para partir, y descubrir la verdad en este asunto.

—Tenéis mi permiso, pero no mi amor —dijo Curufin— Cuanto antes abandonéis esta tierra, tanto más estaré complacido.

Entonces Eöl montó su caballo diciendo: —Es afortunado, Señor Curufin, encontrar a un pariente tan amable en momentos de necesidad. Lo recordaré cuando regrese—. Entonces Curufin miró sombrío a Eöl. —No ostentéis el título de vuestra esposa ante mí —dijo—. Porque los que roban a las hijas de los Noldor y las desposan sin dote o autorización no ganan parentesco con los Noldor. Os doy permiso para partir. Aprovechadlo e idos. De acuerdo con las leyes de los Eldar, no puedo mataros en esta ocasión. Y este consejo añado: volved a vuestra morada en la oscuridad de Nan Elmoth; pues me advierte el corazón que si perseguís ahora a los que ya no os aman, nunca volveréis.

Entonces Eöl se alejó cabalgando de prisa, y lleno de odio por todos los Noldor, pues comprendía ahora que Maeglin y Aredhel huían a Gondolin. Y llevado por la ira y la vergüenza de su humillación, cruzó los Vados del Aros y se precipitó por el camino que ellos habían recorrido antes; pero aunque no sabían que él los seguía, montado en el corcel más rápido, Eöl no consiguió verlos antes que llegaran al Brithiach y dejaran allí los caballos. Los traicionó entonces la mala suerte, porque los caballos relincharon con fuerza, y el corcel de Eöl los oyó, y se apresuró hacia ellos; y Eöl vio desde lejos el blanco vestido de Aredhel y observó que iba en busca del sendero secreto en las montañas.

Ahora bien, Aredhel y Maeglin llegaron al Portal Exterior de Gondolin y la Guardia Oscura bajo las montañas; y allí ella fue recibida con alegría, y pasando por las Siete Puertas llegó con Maeglin ante Turgon sobre Amon Gwareth. Entonces el rey escuchó maravillado todo lo que Aredhel tenía que contar; y miró con agrado a Maeglin, el hijo de su hermana, viendo en él a un príncipe digno de contarse entre los Noldor.

—Me alegro, en verdad, de que Ar—Feiniel haya regresado a Gondolin — dijo—, y ahora mi ciudad parecerá otra vez más hermosa que en los días en que daba a mi hermana por perdida. Y Maeglin tendrá los más grandes honores de mi reino.

Entonces Maeglin le hizo una profunda reverencia y tuvo a Turgon por rey y señor, y se le sometió; pero se mantuvo silencioso y alerta, porque la dicha y el esplendor de Gondolin sobrepasaban todo lo que había imaginado por las historias de su madre, y estaba asombrado ante la fortaleza de la ciudad y de los ejércitos, y las muchas cosas extrañas y hermosas" que contemplaba. Sin embargo, nada atraía tanto su mirada como Idril, la hija del rey, que estaba sentada junto a él; porque era dorada como los Vanyar, el linaje de su madre, y se parecía al sol, del que el palacio entero del rey recibía la luz.

Pero Eöl, siguiendo los pasos de Aredhel, encontró el Río Seco y el sendero secreto y así, arrastrándose sigiloso, llegó a la Guardia, y fue atrapado e interrogado. Y cuando la Guardia oyó que redamaba a Aredhel como esposa, se sorprendió y envió un rápido mensajero a la Ciudad; y fue a la estancia del rey.

—Señor —exclamó—, la Guardia ha hecho prisionero a uno que ha llegado encubierto ante el Portal Oscuro. Dice llamarse Eöl, y es un Elfo de alta talla, oscuro y ceñudo, de la parentela de los Sindar; no obstante, reclama a la Señora Aredhel como esposa, y pide que lo traigan ante vos. Es mucha su cólera, y cuesta contenerlo; pero no lo hemos matado, tai como vuestra ley lo exige.

Entonces Aredhel dijo: —¡Ay! Eöl nos ha seguido, como lo temía. Pero lo ha hecho con gran cuidado, pues no vimos ni oímos nada al entrar en el Camino Escondido—. Luego le dijo al mensajero: —No ha dicho sino la verdad. El es Eöl y yo soy su esposa, y él es el padre de mi hijo. No lo matéis, sino traedlo ante el juicio del rey, si éste así lo dispone.

Y así se hizo; y Eöl fue llevado al palacio, y se Mantuvo en pie ante el alto trono de Turgon, con una expresión torva y orgullosa. Aunque no estaba menos asombrado que su hijo ante todo cuanto veía, más le pesaban en el corazón la ira y el odio que sentía por los Noldor. Pero Turgon lo trató con honores y se puso de pie y quiso tomarle la mano; y le dijo:

—Bienvenido, mi pariente, pues por tal os tengo. Aquí moraréis a vuestro gusto, pero no abandonaréis mi reino; porque es mi ley que quien encuentre el camino a mi morada ya no podrá irse.

Pero Eöl retiró la mano. —No reconozco yo tu ley —dijo—. Ni vos ni ninguno de vuestro linaje tenéis derecho en esta tierra a apoderaros de reinos o poner límites en sitio alguno. Esta es la tierra de los Telen, a quienes traéis guerra e inquietud, y a los que tratáis siempre con orgullo e injusticia. Nada me importa de vuestros secretos y no vine a espiaros, sino a reclamar lo mío: mi esposa y mi hijo. No obstante, si cierto derecho tenéis a Aredhel, vuestra hermana, que ella se quede; que el pájaro vuelva a la jaula, donde pronto volverá a enfermar, como ya enfermó antes. Pero no Maeglin. A mi hijo no lo retendréis. ¡Ven, Maeglin, hijo de Eöl! Tu padre te lo ordena. Abandona la casa de los enemigos y los asesinos de mis gentes, o seas maldito! —Pero Maeglin no respondió.

Entonces Turgon se sentó en su alto trono sosteniendo el cetro del juicio y habló con voz severa: —No discutiré con vos, Elfo Oscuro. Sólo las espadas de los Noldor defienden vuestros bosques sin sol. La libertad que allí tenéis de errar libremente se la debéis a mi gente; si no fuera por ellos, hace ya tiempo que trabajaríais esclavizado en las mazmorras de Angband. Y aquí yo soy el rey; y lo queráis o no, mi juicio es inapelable. Sólo tenéis esta alternativa: vivir aquí o morir aquí; y lo mismo en lo que se refiere a tu hijo.

Entonces Eöl miró al Rey Turgon a los ojos y no se intimidó, y permaneció erguido largo rato sin decir una palabra, y completamente inmóvil, mientras un profundo silencio se hacía en la estancia; y Aredhel sintió miedo, pues sabía que Eöl era peligroso. De pronto, rápido como una víbora, Eöl sacó una jabalina que llevaba oculta bajo la capa y se la arrojó a Maeglin exclamando: —¡Elijo la segunda opción y también para mi hijo! ¡No retendréis aquello que me pertenece!

Pero Aredhel saltó delante del dardo, que la hirió en el hombro; y Eöl fue sometido por muchos, y encadenado, y llevado afuera, mientras otros asistían a Aredhel. Pero Maeglin observaba a su padre en silencio.

Se decidió que Eöl fuera llevado al día siguiente ante el rey para ser juzgado; y Aredhel e Idril inclinaron a Turgon a que se mostrara clemente. Pero al caer la tarde, Aredhel enfermó, aunque la herida no había parecido grave, y se hundió en la oscuridad, y a la noche murió; porque la punta de la jabalina estaba envenenada, aunque nadie lo supo hasta que fue demasiado tarde.

Por tanto, cuando Eöl fue llevado ante Turgon, no encontró clemencia; y lo condujeron al Caragdûr, un precipicio de piedra negra sobre la ladera norte de la colina de Gondolin, para arrojarlo desde los muros escarpados de la ciudad. Y Maeglin se encontraba allí y no decía nada; pero por fin Eöl gritó: —¡Así, pues, abandonas a tu padre y a tu gente, hijo mal nacido! Aquí fracasarán todas tus esperanzas, y que aquí tengas la misma muerte que yo.

Entonces arrojaron a Eöl por el Caragdûr, y así él perdió la vida, y a todos en Gondolin les pareció justo; pero Idril se sintió perturbada y desde ese día desconfió de Maeglin. Pero Maeglin prosperó y se engrandeció entre los Gondolindrim, alabado por todos y alto en la estima de Turgon; porque si bien aprendía con ansiedad y rapidez todo cuanto estaba a su alcance, también tenía mucho que enseñar. Y reunió a su alrededor a todos los que se interesaban por la herrería y la minería; y exploró las Echoriath (que son las Montañas Circundantes) y encontró ricos filones de metales diversos. Sobre todo apreció el duro hierro de la mina de Anghabar al norte de las Echoriath, y de allí obtuvo gran riqueza en acero y metal forjado, de modo que las armas de los Gondolindrim se hacían cada vezmás fuertes y afiladas; y eso les valió de mucho en los días por venir. Maeglin era de buen juicio, y precavido; y sin embargo también osado y valiente en la hora de la necesidad. Y eso se vio en días posteriores: porque cuando en el año terrible de las Nirnaeth Arnoediad, Turgon fue en ayuda de Fingon al norte, Maeglin no quiso quedarse en Gondolin como regente del rey, y marcho a la guerra y luchó junto a Turgon y se mostró feroz y temerario en la batalla.

De manera que todo parecía favorecer la fortuna de Maeglin, que había llegado a ser poderoso entre los príncipes de los Noldor, y el más grande, excepto uno solo, entre los de mayor renombre en los reinos. Sin embargo, no revelaba lo que tenía en el corazón; y aunque no todo iba como él lo había querido, lo soportaba en silencio, ocultando su mente de manera que pocos podían leer en ella, excepto Idril Celebrindal. Porque desde que llegara a Gondolin, Maeglin tenía una pena que se le hada cada vez más dura y lo privaba de toda alegría: amaba la belleza de Idril y la deseaba sin esperanzas. Los Eldar no se desposaban con parientes tan cercanos, ni tampoco nadie lo había deseado antes. Pero sea como fuere, Idril no quería a Maeglin; y conociendo cómo pensaba él en ella, lo quería todavía menos. Porque le parecía una cosa extraña y perversa en él, como en verdad siempre en adelante les pareció a los Eldar: un fruto maligno de la Matanza de los Hermanos, por la que la sombra de la Maldición de Mandos cayó sobre la última esperanza de los Noldor. Pero al paso de los años Maeglin continuaba observando a Idril, y aguardaba, y el amor se le ennegreció en el corazón. Y tanto más intentaba imponerse en otros asuntos, sin esquivar faena ni peso, si de ese modo ganaba en poder.

Así sucedía en Gondolin; y en medio de toda la dicha de ese reino, en días todavía de gloria, se había sembrado allí una oscura semilla maligna.

 

 

15. De los noldor en Beleriand
Índice
17. De la llegada de los hombres al Occidente