13. Nadie en casa
Mientras tanto, los enanos se quedaron sentados en la oscuridad, y un completo silencio cayó alrededor. Hablaron poco y comieron poco. No se daban mucha cuenta del paso del tiempo, y casi no se atrevían a moverse, pues el susurro de las voces resonaba y se repetía en el túnel. A veces dormitaban, y cuando abrían los ojos descubrían que la oscuridad y el silencio no habían cambiado. Al cabo de muchos días de espera, cuando empezaban a sentirse asfixiados y embotados por la falta de aire, no pudieron soportarlo más. Hasta casi hubieran dado la bienvenida a cualquier sonido de abajo que indicase la vuelta del dragón. En medio de aquella quietud temían alguna diabólica astucia de Smaug, y no podían estar allí sentados para siempre.
Thorin habló: ¡Probemos la puerta! dijo. Necesito sentir el viento en la cara o pronto moriré. ¡Creo que preferiría ser aplastado por Smaug al aire libre que asfixiarme aquí dentro! Así que varios enanos se levantaron y fueron a tientas hacia la puerta. Pero allí descubrieron que el extremo superior del túnel había sido destruido y bloqueado por pedazos de rocas. Ni la llave ni la magia a la que había obedecido alguna vez, volverían a abrir aquella puerta.
¡Estamos atrapados! gimieron. Esto es el fin, moriremos aquí.
Pero de algún modo, justo cuando los enanos estaban más desesperados, Bilbo sintió un raro alivio en el corazón, como si le hubieran quitado una pesada carga que llevaba bajo el chaleco.
¡Venid, venid! dijo. '¡Mientras hay vida hay esperanza!', como decía mi padre, y 'A la tercera va la vencida'. Bajare por el túnel una vez más. Recorrí este camino dos veces cuando sabía que había un dragón al otro lado, así que arriesgaré una tercera visita ahora que no estoy seguro. De cualquier modo la única salida es hacia abajo y creo que esta vez convendrá que vengáis todos conmigo.
Desesperados, los enanos asintieron, y Thorin fue e! primero en avanzar junto a Bilbo.
¡Ahora tened cuidado! susurró el hobbit, y no hagáis ruido si es posible! Quizá no haya ningún Smaug en el fondo, pero también puede que lo haya. ¡No
corramos riesgos innecesarios!
Bajaron, y siguieron bajando. La marcha de los enanos no podía compararse desde luego con los movimientos furtivos del hobbit, y lo seguían resoplando y arrastrando los pies, con ruidos que los ecos magnificaban de un modo alarmante; pero cuando Bilbo asusta do se detenía a escuchar una y otra vez, no se oía nada que viniera de abajo. Cuando pensó que estaba cerca del extremo del túnel, se puso el anillo y marchó delante. Pero no lo necesitaba, pues la oscuridad era impenetrable, y todos parecían invisibles, con o sin anillo. Tan negro estaba todo, que el hobbit llegó a la abertura sin darse cuenta, extendió la mano en el aire, trastabilló, ¡y rodó de cabeza dentro de la sala!
Allí quedó tumbado de bruces contra el suelo, y no se atrevía a incorporarse, y casi ni siquiera a respirar. Pero nada se movió. No había ninguna luz, aunque cuando al fin alzó despacio la cabeza, creyó ver un pálido destello blanco encima de él y lejos en las sombras. En realidad no había ni una chispa de fuego de dragón, pero un olor a gusano infectaba el sitio, y Bilbo sentía en la boca el sabor de los vapores.
Al cabo de un rato el señor Bolsón ya no pudo resistirlo más. ¡Maldito seas, Smaug; tú, gusano! chilló, ¡Deja de jugar al escondite! ¡Dame una luz y después cómeme si eres, capaz de atraparme!
Unos ecos débiles corrieron alrededor del salón invisible, pero no hubo respuesta.
Bilbo se incorporó y descubrió que estaba desorientado, y no sabía por dónde ir.
Me pregunto a qué demonios está jugando Smaug dijo. Creo que no está en casa por el día (o por la noche, o lo que sea). Si Glóin y Óin no perdieron las yescas quizás podarnos tener un poco de luz, y echar un vistazo antes de que cambie la suerte.
"¡Luz! gritó. ¿Puede alguien encender una luz?
Los enanos, claro está, se habían asustado mucho cuando Bilbo tropezó con el escalón y con un fuerte topetazo entró de bruces en la sala. y se habían sentado acurrucándose en la boca del túnel, donde el hobbit los había dejado.
¡Chist! sisearon como respuesta, y aunque Bilbo supo así dónde estaban, pasó bastante tiempo antes de que pudiese sacarles algo más. Pero al fin, cuando Bilbo se puso a patear el suelo y a vociferar: ¡Luz! con una voz aguda y penetrante, Thorin cedió, y Óin y Glóin fueron enviados de vuelta a la entrada del túnel, donde estaban los fardos.
Al poco rato un resplandor parpadeante indicó que regresaban; Óin sosteniendo una pequeña antorcha de pino, y Glóin con un montón bajo el brazo. Bilbo trotó rápido hasta la puerta y tomó la antorcha, pero no con siguió que encendieran las otras ó se unieran a él. Como Thorin explicó, el señor Bolsón era todavía oficialmente el experto saqueador e investigador al servicio de los enanos. Si se arriesgaba a encender una luz, allá él. Los enanos lo esperarían en el túnel. Así que se sentaron junto a la puerta y observaron.
Vieron la pequeña figura del hobbit que cruzaba el suelo alzando la antorcha diminuta. De cuando en cuando, mientras aun estaba cerca, y cada vez que Bilbo tropezaba, llegaban a ver un destello dorado y oían un tintineo. La luz se empequeñeció mientras se adentraba en el vasto salón, y luego subió danzando en el aire. Bilbo escalaba ahora el montículo del tesoro. Pronto llegó a la cima, pero no se detuvo. Luego vieron que se inclinaba, y no supieron por qué.
Era la Piedra del Arca, el Corazón de la Montaña. Así lo supuso Bilbo por la descripción de Thorin; no podía haber otra joya semejante, ni en ese maravilloso botín, ni en el mundo entero. Aun mientras subía, ese mismo resplandor blanco había brillado atrayéndolo. Luego creció poco a poco hasta convertirse en un globo de luz pálida. Cuando Bilbo se acercó, vio que la superficie titilaba con un centelleo de muchos colores, reflejos y destellos de la ondulante luz de la antorcha. Al fin pudo contemplarla a sus pies, y se quedó sin aliento. La gran joya brillaba con luz propia, y aun así, cortada y tallada por los enanos, que la habían extraído del corazón de la montaña hacía ya bastante tiempo, recogía toda la luz que caía sobre ella y la transformaba en diez mil chispas de radiante blancura irisada.
De repente el brazo de Bilbo se adelantó, atraído por el hechizo de la joya No podía tenerla en la manita, era tan grande y pesada, pero la levantó, cerró los ojos y se la metió en el bolsillo más profundo.
"¡Ahora soy realmente un saqueador!" pensó. ''Pero supongo que tendré que decírselo a los enanos... algún día. Ellos me dijeron que podía elegir y tomar mi par te, y creo que elegiría esto, ¡si ellos se llevan todo lo demás!". De cualquier modo tenía la incómoda sospecha de que eso de 'elegir y tomar' no incluía esta maravillosa joya. y que un día le traería dificultades.
Siguió adelante y emprendió el descenso por el otro lado del gran montículo, y el resplandor de la antorcha desapareció de la vista de los enanos. Pero pronto volvieron a verlo a lo lejos. Bilbo estaba cruzando el salón.
Avanzó así hasta encontrarse con las grandes puertas en el extremo opuesto, y allí una corriente de aire lo refrescó, aunque casi le apagó la antorcha. Asomó tímidamente la cabeza, y desde la puerta vio Unos pasillos enormes y el sombrío comienzo de unas amplias escaleras que subían en la oscuridad. Pero tampoco allí había rastros de Smaug. Justo en el momento en que iba a dar media vuelta y regresar, una forma negra se precipitó sobre él y le rozó la cara. Bilbo se sobresaltó, chilló, se tambaleó y cayó hacia atrás. ¡La antorcha golpeó el suelo y se apagó!
¡Sólo un murciélago, supongo y espero! dijo con voz lastimosa. ¿Pero ahora qué haré? ¿Dónde está el norte, el sur, el este, o el oeste?
¡Thorin! ¡Balin! ¡Óin!¡Glóin! ¡Fíli y Kili!
Débilmente los enanos oyeron estos gritos, pero la única palabra que pudieron entender fue "¡socorro!"
¿Pero qué demonios pasa dentro o fuera? dijo Thorin. No puede ser el dragón, sino el hobbit no seguiría chillando.
Esperaron un rato, pero no se oía ningún ruido de dragón, en verdad ningún otro sonido que la distante voz de Bilbo. ¡Vamos, que uno de vosotros traiga una o dos antorchas! ordenó Thorin Parece que tendremos que ayudar a nuestro saqueador.
Ahora nos toca a nosotros ayudar dijo Balin, y estoy dispuesto. Espero sin embargo que por el momento no haya peligro.
Glóin encendió varias antorchas más, y luego todos salieron arrastrándose, uno a uno, y fueron bordeando la pared lo más aprisa que pudieron. No pasó mucho tiempo antes de que se encontrasen con el propio Bilbo que venía de vuelta. Había recobrado todo su aplomo tan pronto como viera el parpadeo de luces.
¡Sólo un murciélago y una antorcha que se cayó,nada peor! dijo en respuesta a las preguntas de los enanos. Aunque se sentían muy aliviados, les enfadaba que los hubiese asustado sin motivo; pero cómo hubieran reaccionado si en ese momento él hubiese dicho algo de la Piedra del Arca, no lo sé. Los meros destellos fugaces del tesoro que alcanzaron a ver mientras avanzaban, les había reavivado el fuego en los corazones, y cuando un enano, aun el más respetable, siente en el corazón el deseo de oro y joyas, puede transformarse de pronto en una criatura audaz, y llegar a ser violenta.
Los enanos no necesitaban ya que los apremiasen. Todos estaban ahora ansiosos por explorar el salón mientras fuera posible, y deseando creer que por ahora Smaug estaba fuera de casa. Todos llevaban antorchas encendidas; y mientras miraban a un lado y a otro olvidaron el miedo y aun la cautela. Hablaban en voz alta, y se llamaban unos a otros a gritos a medida que sacaban viejos tesoros del montículo o de la pared y les sostenían a la luz, tocándolos y acariciándolos.
Fíli y Kili estaban de bastante buen humor, y viendo que allí colgaban todavía muchas arpas de oro con cuerdas de plata, las tomaron y se pusieron a rasguear; y como eran instrumentes mágicos (y tampoco habían sido manejadas por el dragón, que tenía muy poco interés por la música), aún estaban afinadas. En el salón oscuro resonó ahora una melodía que no se oía desde hacía tiempo. Pero los enanos eran en general más prácticos: recogían joyas y se atiborraban los bolsillos, y lo que no podían llevar lo dejaban caer entre los dedos abiertos, suspirando. Thorin no era el menos activo, e iba de un lado a otro buscando algo que no podía encontrar. Era la Piedra del Arca; pero todavía no se lo había dicho a nadie.
En ese momento los enanos descolgaron de las paredes unas armas y unas cotas de malla, y se armaron ellos mismos. Un rey en verdad parecía Thorin, vestido con un abrigo de anillas doradas, y con un hacha de empuñadura de plata en el cinturón tachonado con piedras rojas.
¡Señor Bolsón! dijo ¡Aquí tienes el primer pago de tu recompensa! ¡Tira tu viejo abrigo y toma éste!
En seguida le puso a Bilbo una pequeña cota de malla, forjada para algún joven príncipe elfo tiempo atrás. Era de esa plata que los elfos llamaban mithril, y con ella iba un cinturón de perlas y cristales Un casco liviano que por fuera parecía de cuero, reforzado debajo por unas argollas de acero y con gemas blancas en el borde, fue colocado sobre la cabeza del hobbit,
"Me siento magnífico", pensó "pero supongo que he de parecer bastante ridículo. ¡Cómo se reirían allá en casa, en la Colina! ¡Con todo, me gustaría tener un espejo a mano!"
Pero aun así el hechizo del tesoro no pesaba tanto sobre el señor Bolsón como sobre los enanos. Bastante tiempo antes de que los enanos se cansaran de examinar el botín, él ya estaba aburrido y se sentó en el suelo; y empezó a preguntarse nervioso cómo terminaría todo. "Daría muchas de estas preciosas copas", pensó, "por un trago de algo reconfortante en un cuenco de madera de Beorn."
¡Thorin! gritó, ¿Y ahora qué? Estamos armados, ¿pero de qué sirvieron antes las armaduras contra Smaug el Terrible? El tesoro no ha sido recobrado aún. No buscamos oro, sino una salida: ¡y hemos tentado demasiado la suene!
¡Estás en lo cierto! respondió Thorin, saliendo de su aturdimiento. ¡Vamonos! Yo os guiaré. Ni en mil años podría yo olvidar los laberintos de este palacio, Luego llamó a los otros, que empezaron a agruparse, y sosteniendo altas las antorchas atravesaron las puertas, no sin echar atrás miradas ansiosas.
Habían vuelto a cubrir las mallas resplandecientes con las viejas capas, y los cascos brillantes con los capuchones harapientos, y uno tras otro seguían a Thorin.
Una hilera de lucecitas en la oscuridad que a menudo se detenían, cuando
los enanos escuchaban temerosos, atentos a cualquier ruido que anunciara la
llegada del dragón.
Aunque el tiempo había pulverizado o destruido los adornos antiguos y aunque
todo estaba sucio y desordenado con las idas y venidas del monstruo, Thorin
conocía cada pasadizo y cada recoveco. Subieron por largas escaleras, torcieron
y bajaron por pasillos anchos y resonantes, volvieron a torcer y subieron aún
más escaleras. y de nuevo aún más escaleras. Talladas en la roca viva, eran
lisas, amplias y regulares; y los enanos subieron y subieron, y no encontraron
ninguna señal de criatura viviente, sólo unas sombras furtivas que huían de
la proximidad de las antorchas, estremecidas por las corrientes de aire,
De cualquier manera los escalones no estaban hechos para piernas de hobbit,
y Bilbo empezaba a sentir que no podría seguir así mucho más, cuando de pronto
el techo se elevó; las antorchas no alcanzaban ahora a iluminarlo. Lejos, allá
arriba, se podía distinguir un resplandor blanco que atravesaba una abertura,
y el aire tenía un olor más dulce. Delante de ellos una luz tenue asomaba por
unas grandes puertas, medio quemadas, y que aún colgaban torcidas de los goznes.
Esta es la gran cámara de Thror dijo Thorin, el salón de fiestas y de reuniones.
La Puerta Principal no queda muy lejos.
Cruzaron la cámara arruinada. Las mesas se estaban pudriendo allí; sillas
y bancos yacían patas arriba, carbonizados y carcomidos. Cráneos y huesos estaban
tirados por el suelo entre jarros, cuencos, cuernos de beber destrozadas v polvo.
Luego de cruzar otras puertas en el fondo de la cámara, un rumor de agua llegó
hasta ellos, v la luz grisácea de repente se aclaró.
Ahí está el nacimiento del Río Rápido dijo Thorin Desde aquí corre hacia
la Puerta. ¡Sigámoslo!
De una abertura oscura en una pared de roca, manaba un agua hirviendo,
y fluía en remolinos por un estrecho canal que la habilidad de unas manos ancestrales
había excavado, enderezado y encauzado. A un lado se extendía una calzada pavimentada,
bastante ancha como para que varios hombres pudieran marchar de frente. Fueron
de prisa por la calzada, y he aquí que luego de un recodo la clara luz del día
apareció ante ellos. Allí delante se levantaba un arco elevado, que aún guardaba
los fragmentos de unas obras talladas, aunque deterioradas, ennegrecidas y rotas.
Un sol neblinoso enviaba una pálida luz entre los brazos de la Montaña, y unos
rayos de oro caían sobre el pavimento del umbral.
Un torbellino de murciélagos arrancados de su letargo por las antorchas
humeantes, revoloteaba sobre ellos, que marchaban a saltos, deslizándose sobre
piedras que el dragón había alisado y desgastado. Ahora el agua se precipitaba
ruidosa, y descendía en espumas hasta el valle. Dejaron caer las antorchas pálidas
y miraron asombrados. Habían llegado a la Puerta Principal, y Valle estaba ahí
fuera.
¡Bien! dijo Bilbo, nunca creí que llegaría a mirar desde esta puerta; y
nunca creí estar tan contento de ver el sol de nuevo, y sentir el viento en
la cara. Pero ¡uf! este viento es frío.
Lo era. Una brisa helada soplaba del este con la amenaza del invierno incipiente.
Se arremolinaba sobre los brazos de la Montaña y alrededor bajando hasta el
valle, y suspiraba por entre las rocas. Después de haber estado tanto tiempo
en las sofocantes profundidades de aquellas cavernas encantadas, Bilbo y los
enanos tiritaban al sol.
De pronto Bilbo cayó en la cuenta de que no sólo estaba cansado sino también
muv hambriento. La mañana ha de estar ya bastante avanzada dijo, y supongo que
es la hora del desayuno... si hay algo para desayunar. Pero no creo que las
puertas de Smaug sean el lugar más apropiado para ponerse a comer. ¡Vayamos
a un sitio donde estemos un rato tranquilos!
De acuerdo dijo Balin, creo que sé a dónde tenemos que ir: al viejo puesto
de observación en el borde sudeste de la Montaña.
¿Qué lejos está? preguntó el hobbit.
A unas cinco horas de marcha, yo diría. Será una marcha dura. La senda
de la Puerta en la ladera izquierda del arroyo parece estar toda cortada. ¡Pero
mira allá abajo! El río se tuerce de pronto al este de Valle, frente a la ciudad
en ruinas. En ese punto hubo una vez un puente que llevaba a unas escaleras
empinadas en la orilla derecha, y luego a un camino que corría hacia la Colina
del Cuervo. Allí hay (o había) un sendero que dejaba el camino y subía hasta
el puesto de observación. Una dura escalada también, aun si las viejas gradas
están todavía allí.
¡Señor! gruño el hobbit. ¡Más caminatas y escaladas sin desayuno! Me pregunto
cuántos desayunos y Otras comidas habremos perdido dentro de ese agujero inmundo,
que no tiene relojes ni tiempo.
En realidad habían pasado dos noches y el día entre ellas (y no por completo
sin comida) desde que el dragón destrozara la puerta mágica, pero Bilbo había
perdido la cuenta del tiempo, y para él tanto podía haber pasado una noche como
una semana de noches.
¡Vamos, vamos! dijo Thorin riéndose. Se sentía más animado y hacía sonar
las piedras preciosas que tenía en los bolsillos. ¡No llames a mi palacio un
agujero inmundo! ¡Espera a que esté limpio y decorado!
Eso no ocurrirá hasta que Smaug haya muerto dijo Bilbo, sombrío. Mientras
tanto, ¿dónde está? Da ría un buen desayuno por saberlo. ¡Espero que no esté
allá arriba en la Montaña, observándonos!
Esa idea inquietó mucho a los enanos, y decidieron en seguida que Bilbo
y Balín tenían razón.
Tenemos que alejarnos de aquí dijo Dori, siento corno si me estuviesen
clavando los ojos en la nuca.
Es un lugar frío e inhóspito dijo Bombur, Puede que haya algo de beber
pero no veo indicios de comida. En lugares así un dragón está siempre hambriento.
¡Adelante, adelante! gritaron los otros Sigamos la senda de Balin.
A la derecha, bajo la muralla rocosa, no había ningún sendero, y marcharon
penosamente entre las piedras por la ribera izquierda del río, y en la desolación
y el vacío pronto se sintieron otra vez desanimados, aun el propio Thorin. Llegaron
al puente del que Balin había hablado y descubrieron que había caído hacia tiempo,
y muchas de las piedras eran ahora sólo unos cascajos en el arroyo ruidoso y
poco profundo; pero vadearon el agua sin dificultad, y encontraron los antiguos
escalones, y treparon por la alta ladera. Después de un corto trecho dieron
con el viejo camino, y no tardaron en llegar a una cariada profunda resguardada
entre las rocas; allí descansaron un rato y desayunaron como pudieron, sobre
todo cram y agua. (Si queréis saber lo que es un cram, sólo puedo decir que
no conozco la receta. pero parece un bizcocho, nunca se estropea, dicen que
tiene tuerza nutricia, y en verdad no es muy entretenido, y muy poco interesante,
excepto como ejercicio de las mandíbulas. Los preparaban los Hombres del Lago
para los largos viajes.)
Luego de esto siguieron caminando y ahora la senda iba hacia el oeste,
alejándose del río, y el lomo de la estribación montañosa que apuntaba al sur
se acercaba cada vez más. Por fin alcanzaron el sendero de la colina. Subía
en una pendiente abrupta, y avanzaron lentamente uno tras otro hasta que a la
caída de la tarde llegaron al fin a la cima de la sierra y vieron el sol invernal
que descendía en el oeste.
El sitio en que estaban ahora era llano y abierto, pero en la pared rocosa
del norte había una abertura que parecía una puerta. Desde esta puerta se veía
un extenso escenario, al sur, el este y el oeste.
Aquí dijo Balin en los viejos tiempos teníamos casi siempre gente que vigilaba,
y esa puerta de atrás lleva a una cámara excavada en la roca: un cuarto para
el vigía. Había otros sitios semejantes alrededor de la Montana. Pero en aquellos
días prósperos, la vigilancia no parecía muy necesaria, y los guardias estaban
quizá demasiado cómodos... En fin. si nos hubieran advenido a tiempo de la llegada
del dragón, todo habría sido diferente. No obstante, aquí podemos quedarnos
escondidos y al resguardo por un rato, y ver mucho sin que nos vean,
De poco servirá si nos han visto venir aquí dijo Dori, que siempre estaba
mirando hacia el pico de la Montana, como si esperase ver allí a Smaug, posado
como un pájaro sobre un campanario.
Tenemos que arriesgarnos dijo Thorin. Hoy no podemos ir más lejos.
¡Bien, bien! gritó Bilbo, y se echó al suelo. En la cámara de roca habría lugar para cien, y más adentro había otra cámara más pequeña, más protegida del frío de fuera. No había nada en el interior, y parecía que ni siquiera los animales salvajes habían estado alguna vez allí en los días del dominio de Smaug. Todos dejaron las cargas; algunos se arrojaron al suelo y se quedaron dormidos, pero otros se sentaron cerca de la puerta y discutieron los planes posibles. Durante toda la conversación volvían una v otra vez a un mismo problema: ¿dónde estaba Smaug? Miraban al oeste y no había nada, al este y no había nada, al sur v no había ningún rastro del dragón, aunque allí revoloteaba una bandada de muchos pájaros Se quedaron mirando, perplejos; pero aún no habían llegado a entenderlo, cuando asomaron las primeras estrellas frías.