8
ADIOS
A LORIEN
Aquella noche la Compañía fue convocada de nuevo a la cámara de Celeborn y allí el Señor y la Dama los recibieron con palabras amables. Al fin Celeborn habló de la partida.
-Ha llegado la hora -dijo - en que aquellos que desean continuar la misión tendrán que mostrarse duros de corazón y dejar este país. Aquellos que no quieren ir más adelante pueden permanecer aquí, durante un tiempo. Pero se queden o se vayan, nadie estará seguro de tener paz. Pues hemos llegado al borde del precipicio del destino. Aquellos que así lo deseen podrán esperar aquí a la hora en que los caminos del mundo se abran de nuevo para todos, o a que sean convocados en última instancia en auxilio de Lórien. Podrán entonces volver a sus propios países, o marchar al largo descanso de quienes caen en la batalla.
Hubo un silencio.
-Todos han resuelto seguir adelante -dijo Galadriel mirándolos a los ojos.
-En cuanto a mí -dijo Boromir-, el camino de regreso está adelante y no atrás.
-Es cierto -dijo Celeborn-, ¿pero irá contigo toda la Compañía hasta Minas Tirith?
-No hemos decidido aún qué curso seguiremos -dijo Aragorn-. No sé qué pensaba hacer Gandalf más allá de Lothlórien. Creo en verdad que ni siquiera él tenía un propósito claro.
-Quizá no -dijo Celeborn-, sin embargo cuando dejéis esta tierra habéis de tener en cuenta el Río Grande. Como algunos de vosotros lo sabéis bien, ningún viajero con equipaje puede cruzarlo entre Lórien y Gondor, excepto en bote. ¿Y acaso no han sido destruidos los puentes de Osgiliath y no están todos los embarcaderos en manos del enemigo? »¿Por qué lado viajaréis? El camino de Minas Tirith corre por este lado, al oeste; pero el camino directo de la misión va por el este del río, la orilla más oscura. ¿Qué orilla seguiréis?
-Si mi consejo vale de algo, yo elegiría la orilla occidental, el camino a Minas Tirith -respondió Boromir-. Pero no soy el jefe de la Compañía.
Los otros no dijeron nada y Aragorn parecía indeciso y preocupado. -Ya veo que todavía no sabéis qué hacer -dijo Celeborn-. No me corresponde elegir por vosotros, pero os ayudaré en lo que pueda. Hay entre vosotros algunos capaces de manejar una embarcación.: Legolas, cuya gente conoce el rápido Río del Bosque; y Boromir de Gondor y Aragorn el viajero.
-¡Y un hobbit! -gritó Merry-. No todos nosotros pensamos que los botes son caballos salvajes. Mi gente vive a orillas del Brandivino.
-Muy bien -dijo Celeborn-. Entonces proveeré de embarcaciones a la Compañía. Serán pequeñas y livianas, pues si vais lejos por el Río, habrá sitios donde tendréis que transportarlas. Llegaréis a los rápidos de Sarn Gebir y quizás al fin a los grandes saltos de Rauros donde el Río cae atronando desde Nen Hithoel; y hay otros peligros. Las embarcaciones harán que vuestro viaje sea menos trabajoso por un tiempo. Sin embargo, no os aconsejarán: al fin tendréis que dejarlas a ellas y al río y marchar hacia el oeste, o el este.
Aragorn agradeció a Celeborn repetidas veces. La noticia de los botes lo tranquilizó, pues durante unos días no sería necesario decidir el curso. Los otros parecían también más esperanzados. Cualesquiera fuesen los peligros que los esperaban allá adelante, parecía mejor ir a encontrarlos navegando el ancho Anduin aguas abajo que caminar trabajosamente con las espaldas dobladas. Sólo Sam titubeaba: él por lo menos pensaba aún que los botes eran tan malos como los caballos salvajes, si no peores y no todos los peligros a los que había sobrevivido le habían probado lo contrario.
-Todo estará preparado para vosotros y os esperará en el puerto antes del mediodía -dijo Celeborn-. Os enviaré a mi gente en la mañana para que os ayude en los preparativos del viaje. Ahora os desearemos a todos buenas noches y un sueño tranquilo.
-¡Buenas noches, amigos míos! -dijo Galadriel-. ¡Dormid en paz! No os preocupéis demasiado esta noche pensando en el camino. Pues los caminos que seguiréis todos vosotros ya se extienden quizás a vuestros pies, aunque no los veáis aún. ¡Buenas noches!
La Compañía se despidió y regresó al pabellón. Legolas fue con ellos, pues ésta era la última noche que pasarían en Lothlórien y a pesar de las palabras de Galadriel deseaban estar todos juntos y discutir los pormenores del viaje.
Durante largo tiempo hablaron de lo que harían y cómo llevarían a cabo la misión que concernía al Anillo; pero no llegaron a ninguna decisión. Era obvio que la mayoría deseaba ir primero a Minas Tirith y escapar así al menos por un tiempo al terror del enemigo. Estaban dispuestos a seguir a un guía hasta la otra orilla y aun entrar en las sombras de Mordor, pero Frodo callaba y Aragorn vacilaba todavía.
El plan de Aragorn, mientras Gandalf estaba aún con ellos, había sido ir con Boromir y ayudar a la liberación de Gondor. Pues creía que el mensaje del sueño era un mandato y que había llegado al fin la hora en que el heredero de Elendil aparecería para luchar contra el dominio de Sauron. Pero en Moria había tenido que tomar la carga de Gandalf y sabía que ahora no podía dejar de lado el Anillo, si Frodo se negaba a ir con Boromir. ¿Y sin embargo de qué modo podría él, o cualquier otro de la Compañía, ayudar a Frodo, salvo acompañándolo a ciegas a la oscuridad?
-Iré a Minas Tirith, sólo si fuera necesario, pues es mi deber -dijo Boromir y luego calló un rato, sentado y con los ojos clavados en Frodo, como si tratara de leer los pensamientos del mediano. Al fin retomó la palabra, como discutiendo consigo mismo-. Si sólo te propones destruir el Anillo -dijo-, la guerra y las armas no servirán de mucho y los Hombres de Minas Tirith no podrán ayudarte. Pero si deseas destruir el poder armado del Señor Oscuro, sería una locura entrar sin fuerzas en esos dominios y una locura sacrificar... -Se interrumpió de pronto, como si hubiese advertido que estaba pensando en voz alta. Sería una locura sacrificar vidas, quiero decir -concluyó-. Se trata de elegir entre defender una plaza fortificada y marchar directamente hacia la muerte. Al menos, así es como yo lo veo.
Frodo notó algo nuevo y extraño en los ojos de Boromir y lo miró con atención. Lo que Boromir acababa de decir no era lo que él pensaba, evidentemente. Sería una locura sacrificar ¿qué? ¿El Anillo de Poder? Boromir había dicho algo parecido en el Concilio, aunque había aceptado entonces la corrección de Elrond. Frodo miró a Aragorn, pero el montaraz parecía hundido en sus propios pensamientos y no daba muestras de haber oído las palabras de Boromir. Y así terminó la discusión. Merry y Pippin ya estaban dormidos y Sam cabeceaba. La noche envejecía.
A la mañana, mientras comenzaban a embalar las pocas cosas que les quedaban, unos elfos que hablaban la lengua de la Compañía vinieron a traerles regalos de comida y ropa para el viaje. La comida consistía principalmente en galletas, preparadas con una harina que estaba un poco tostada por afuera y que por dentro tenía un color de crema. Gimli tomó una de las galletas y la miró con ojos dudosos.
-Cram -dijo a media voz mientras mordisqueaba una punta quebradiza. La expresión del enano cambió rápidamente y se comió todo el resto de la galleta saboreándola con delectación.
-¡Basta, basta! -gritaron los elfos riendo-. Has comido suficiente para toda una jornada.
-Pensé que era sólo una especie de cram, como los que preparan los Hombres del Valle para viajar por el desierto -dijo el enano.
Así es -respondieron los elfos-. Pero nosotros lo llamamos lembas o pan del camino y es más fortificante que cualquier comida preparada por los hombres y es más agradable que el cram, desde cualquier punto de vista.
-Por cierto -dijo Gimli-. En realidad es mejor que los bizcochos de miel de los Beórnidas y esto es un gran elogio, pues no conozco panaderos mejores. Aunque estos días no parecen estar interesados en darles bizcochos a los viajeros. ¡Sois anfitriones muy amables!
-De cualquier modo, os aconsejamos que cuidéis de la comida –dijeron los elfos-. Comed poco cada vez y sólo cuando sea necesario. Pues os damos estas cosas para que os sirvan cuando falte todo lo demás. Las galletas se conservarán frescas muchos días, si las guardáis enteras y en las envolturas de hojas en que las hemos traído. Una sola basta para que un viajero aguante en pie toda una dura jornada, aunque sea un hombre alto de Minas Tirith.
Los elfos abrieron luego los paquetes de ropas y las repartieron entre los miembros de la Compañía. Habían preparado para cada uno y en las medidas correspondientes, una capucha y una capa, de esa tela sedosa, liviana y abrigada que tejían los Galadrim. Era difícil saber de qué color eran: parecían grises, con los tonos del crepúsculo bajo los árboles; pero si se las movía, o se las ponía en otra luz, eran verdes como las hojas a la sombra, o pardas como los campos en barbecho al anochecer, o de plata oscura como el agua a la luz de las estrellas. Las capas se cerraban al cuello con un broche que parecía una hoja verde de nervaduras de plata.
¿Son mantos mágicos? -preguntó Pippin mirándolos con asombro.
-No sé a qué te refieres -dijo el jefe de los elfos-. Son vestiduras hermosas y la tela es buena, pues ha sido tejida en este país. Son por cierto ropas élficas, si eso querías decir. Hoja y rama, agua y piedra: tienen el color y la belleza de todas esas cosas que amamos a la luz del crepúsculo en Lórien, pues en todo lo que hacemos ponemos el pensamiento de todo lo que amamos. Sin embargo son ropas, no armaduras y no pararán ni la flecha ni la espada. Pero os serán muy útiles: son livianas para llevar, abrigadas o frescas de acuerdo con las necesidades del momento. Y os ayudarán además a mantenemos ocultos de miradas indiscretas, ya caminéis entre piedras o entre árboles. ¡La Dama os tiene en verdad en gran estima! Pues ha sido ella misma y las doncellas que la sirven quienes han tejido esta tela, y nunca hasta ahora habíamos vestido a extranjeros con las ropas de los nuestros.
Luego de un almuerzo temprano la Compañía se despidió del prado junto a la fuente. Todos sentían un peso en el corazón, pues el sitio era hermoso y había llegado a convertirse en un hogar para ellos, aunque no sabían bien cuántos días y noches habían pasado allí. Se habían detenido un momento a mirar el agua blanca a la luz del sol cuando Haldir se les acercó cruzando el pasto del claro. Frodo lo saludé con alegría.
-Vengo de las Defensas del Norte -dijo el elfo-, y he sido enviado para que os sirva otra vez de guía. En el Valle del Arroyo Sombrío hay vapores y nubes de humo y las montañas están perturbadas. Hay ruidos en las profundidades de la tierra. Si alguno de vosotros ha pensado en regresar por el norte, no podría cruzar. ¡Pero adelante! Vuestro camino va ahora hacia el sur.
Caminaron atravesando Caras Galadon, las sendas verdes estaban desiertas, pero arriba en los árboles se oían muchas voces que murmuraban y cantaban. El grupo marchaba en silencio. Al fin Haldir los llevó cuesta abajo por la pendiente meridional de la colina y llegaron así de nuevo a la puerta iluminada por faroles y al puente blanco; y por allí salieron dejando la ciudad de los elfos. Casi en seguida abandonaron la ruta empedrada y tomaron un sendero que se internaba en un bosque espeso de mallorn y avanzaron serpenteando entre bosques ondulantes de sombras de plata, descendiendo siempre al sur y al este hacia las orillas del Río.
Habían recorrido ya unas diez millas y el mediodía estaba próximo cuando llegaron a una alta pared verde. Pasaron por una abertura y se encontraron fuera de la zona de árboles. Ante ellos se extendía un prado largo de hierba brillante, salpicado de elanor doradas que brillaban al sol. El prado concluía en una lengua estrecha entre márgenes relucientes: a la derecha y al oeste corría centelleando el Cauce de Plata; a la izquierda y al este bajaban las aguas amplias, profundas y oscuras del Río Grande. En las orillas opuestas los bosques proseguían hacia el sur hasta perderse de vista, pero las orillas mismas estaban desiertas y desnudas. Ningún mallorn alzaba sus ramas doradas más allá del País de Lórien.
En las márgenes del Cauce de Plata, a cierta distancia de donde se encontraban las corrientes, había un embarcadero de piedras blancas y maderos blancos, y amarrados allí numerosos botes y barcas. Algunos estaban pintados con colores muy brillantes, plata y oro y verde, pero casi todos eran blancos o grises. Tres pequeñas barcas grises habían sido preparadas para los viajeros y los elfos cargaron en ellas los paquetes de ropa y comida. Y añadieron además unos rollos de cuerda, tres por cada barca. Las cuerdas parecían delgadas pero fuertes, sedosas al tacto, grises como los mantos de los elfos.
-¿Qué es esto? -preguntó Sam tocando un rollo que yacía sobre la hierba.
-¡Cuerdas, por supuesto! -respondió un elfo desde las barcas-. ¡Nunca vayas lejos sin una cuerda! Una cuerda larga, fuerte y liviana, puede ser una buena ayuda en muchas ocasiones.
-¡Que me lo digan a mí! -exclamó Sam-. No traje ninguna y he estado preocupado desde entonces. Pero me preguntaba qué material es éste, pues algo sé de confección de cuerdas: está en la familia, por así decirlo.
-Son cuerdas de hithlain -dijo el elfo-; pero no hay tiempo ahora de instruirte en el arte de fabricar cuerdas. Si hubiéramos sabido de tu interés, podríamos haberte enseñado muchas cosas. Pero ahora, ay, a menos que un día vuelvas aquí, tendrás que contentarte con nuestro regalo. ¡Que te sea útil!
-¡Vamos! - dijo Haldir-. Está todo listo. ¡Embarcad! ¡Pero tened cuidado al principio!
-¡No olvidéis este consejo! -dijeron los otros elfos-. Estas son embarcaciones livianas y distintas de las de otras gentes. No se hundirán, aunque las carguéis demasiado, pero no son fáciles de manejar. Deberíais acostumbraras a subir y a bajar, aprovechando que hay aquí un embarcadero, antes de lanzaros aguas abajo.
La Compañía se repartió así: Aragorn, Frodo y Sam iban. en una barca; Boromir, Merry y Pippin en otra; y en la tercera Legolas y Gimli, que ahora eran grandes amigos. Esta última embarcación llevaba además la mayor parte de las provisiones y paquetes. Las barcas eran impulsadas y dirigidas con unos remos cortos de pala ancha en forma de hoja. Cuando todo estuvo preparado, Aragorn decidió probarlas en el Cauce de Plata. La corriente era rápida y progresaban lentamente. Sam, sentado en la proa, las manos aferradas a los bordes, miraba nostálgico la orilla. Los reflejos del sol en el agua lo enceguecían. Más allá del campo verde de la Lengua los árboles crecían otra vez en las márgenes. Aquí y allá unas hojas doradas se balanceaban en el agua. El aire era brillante y tranquilo y todo estaba en silencio, excepto el canto de las alondras.
Doblaron en un recodo del río y allí, navegando orgullosamente hacia ellos, vieron un cisne de gran tamaño. El agua se abría en ondas a cada lado del pecho blanco, bajo el cuello curvo. El pico del ave chispeaba como oro bruñido y los ojos relucían como azabache engarzado en piedras amarillas; las inmensas alas blancas se alzaban a medias. Una música lo acompañaba mientras descendía por el río; y de pronto se dieron cuenta de que el cisne era una nave construida y esculpida con todo el arte élfico. Dos elfos vestidos de blanco la impulsaban con la ayuda de unas palas negras. En medio de la embarcación estaba sentado Celeborn y detrás venía Galadriel, de pie, alta y blanca; una corona de flores doradas le ceñía los cabellos y en la mano sostenía un arpa pequeña y cantaba. Triste y dulce era el sonido de la voz de Galadriel en el aire claro y fresco.
He cantado las hojas, las hojas de oro, y allí crecían hojas de oro;
he cantado el viento, y un viento vino y sopló entre las ramas.
Más allá del sol, más allá de la luna, había espuma en el mar,
y cerca de la playa de Ilmarin crecía un árbol de oro, y brillaba
en Eldamar bajo las estrellas de la Noche Eterna,
en Eldamar junto a los muros de Tirion de los Elfos.
Allí crecieron durante largos años las hojas doradas,
Mientras que aquí, más allá de los Mares Separadores, corren ahora las lágrimas élficas.
Oh Lórien. Llega el invierno, el día desnudo y deshojado;
las hojas caen en el agua, el río fluye alejándose.
Oh Lórien. Demasiado he vivido en estas costas
y he entretejido la elanor
de oro en una corona evanescente.
Pero si ahora he de cantar
a las naves, ¿qué nave vendrá a mí,
qué nave me llevará de vuelta por un océano tan ancho?
Aragorn detuvo la barca mientras la nave-cisne se acercaba. La Dama dejó de cantar y les dio la bienvenida.
-Hemos venido a daros nuestro último adiós -dijo- y acompañar vuestra partida con nuestras bendiciones.
-Aunque habéis sido nuestros huéspedes -dijo Celeborn- todavía no habéis comido con nosotros, y os invitamos por lo tanto a un festín de despedida, aquí entre las aguas que os llevarán lejos de Lórien.
El Cisne se adelantó lentamente hacia el embarcadero y los otros botes dieron media vuelta y fueron detrás. Allí, en los extremos de Egladil y sobre la hierba verde se celebró el festín de despedida; pero Frodo comió y bebió poco, atento sólo a la belleza de la Dama y a su voz. Ya no le parecía ni peligrosa ni terrible, ni poseedora de un poder oculto. La veía ya como los hombres de tiempos ulteriores vieron a los elfos presentes y sin embargo remotos, una visión animada de aquello que la corriente incesante del Tiempo había dejado atrás.
Luego de haber comido y bebido, sentados en la hierba, Celeborn les habló otra vez del viaje y alzando la mano señaló al sur los bosques que se extendían más allá de la Lengua.
-Cuando vayáis aguas abajo -dijo-, veréis que los árboles irán disminuyendo hasta que al fin llegaréis a una región árida. Allí el río corre por valles pedregosos entre altos páramos, hasta que después de muchas leguas se encuentra con Escarpa, la isla alta que llamamos Tol Brandir. El agua rodea las costas escarpadas de la isla para precipitarse luego con mucho estrépito y humo por las cataratas de Rauros al cauce del Nindalf, el Cancha Aguada en vuestra lengua. Es una vasta región de pantanos inertes donde las aguas se dividen en muchos tortuosos brazos. En este sitio el Entaguas afluye por numerosas bocas desde Rohan. Del otro lado se elevan las colinas desnudas de Emyn Muil. El viento sopla allí del este, pues estas elevaciones llevan por encima de las Ciénagas Muertas y las Tierras de Nadie a Cirith Gorgor y las puertas negras de Mordor.
»Boromir y aquellos que vayan con él en busca de Minas Tirith tendrán que dejar el Río Grande antes de Rauros y cruzar el Entaguas antes que desemboque en las ciénagas. Sin embargo no han de remontar demasiado esa corriente, ni correr el riesgo de perder el rumbo en el Bosque de Fangorn. Son tierras extrañas, ahora poco conocidas. Pero seguro que Boromir y Aragorn no necesitan de esta advertencia.
-Sí, hemos oído hablar de Fangorn en Minas Tirith -dijo Boromir-. Pero lo que he oído me ha parecido en gran parte cuentos de viejas, adecuados para niños. Todo lo que se encuentra al norte de Rohan está para nosotros tan lejos que es posible imaginar cualquier cosa. Fangorn es desde hace tiempo una frontera de Gondor, pero han pasado generaciones sin que ninguno de nosotros visitara esas tierras, probando así o desaprobando las leyendas que nos llegaron de antaño.
»Yo mismo he estado a veces en Rohan, pero nunca atravesé la región hacia el norte. Cuando tuve que llevar algún mensaje marché por El Paseo bordeando las Montañas Blancas y crucé el Isen y el Fontegrís para pasar a Norlanda. Un viaje largo y fatigoso. Cuatrocientas leguas conté entonces, y me llevaron muchos meses, pues perdí mi caballo en Tharbad, vadeando el Aguada Gris. Después de ese viaje y el camino que he hecho con esta Compañía, no dudo de que encontraría un modo de atravesar Rohan, y Fangorn también si fuese necesario.
-Entonces no tengo más que decir -concluyó Celeborn-. Pero no desprecies las tradiciones que nos llegan de antaño; ocurre a menudo que las viejas guardan en la memoria cosas que los sabios de otro tiempo necesitaban saber.
Galadriel se levantó entonces de la hierba y tomando una copa de manos de una doncella, la llenó de hidromiel blanco y se la tendió a Celeborn.
-Ahora es tiempo de beber la copa del adiós - dijo- ¡Bebed, Señor de los Galadrim! Y que tu corazón no esté triste, aunque la noche tendrá que seguir al mediodía y ya la tarde lleva a la noche.
En seguida ella llevó la copa a cada uno de los miembros de la Compañía, invitándolos a beber y a despedirse. Pero cuando todos hubieron bebido les ordenó que se sentaran otra vez en la hierba, y las doncellas trajeron unas sillas para ella y Celeborn. Las doncellas esperaron un rato a los huéspedes. Al fin habló otra vez.
-Hemos bebido la copa de la despedida -dijo- y las sombras caen ahora entre nosotros. Pero antes que os vayáis, he traído en mi barca unos regalos que el Señor y la Dama de los Galadrim os ofrecen ahora en recuerdo de Lothlórien.
En seguida los llamó a uno por uno. -Este es el regalo de Celeborn y Galadriel al guía de vuestra Compañía -le dijo a Aragorn y le dio una vaina que habían hecho especialmente para la espada que llevaba el nombre de Andúril, y que estaba adornada por flores y hojas entretejidas de oro y plata y por numerosas gemas dispuestas como runas élficas en las que se leía el nombre y el linaje de la espada-. La hoja que sale de esta vaina no tendrá manchas ni se quebrará, aun en la derrota. ¿Pero hay alguna otra cosa que desearías de mí en este momento de la separación? Pues las tinieblas descenderán entre nosotros y es posible que no volvamos a encontrarnos, a no ser lejos de aquí en un camino del que no se vuelve.
Y Aragorn respondió: -Señora, conoces bien todos mis deseos, y durante mucho tiempo guardaste el único tesoro que busco. Sin embargo, no depende de ti dármelo, aunque ésa fuera tu voluntad; y sólo llegaré a él internándome en las tinieblas.
-Entonces quizás esto te alivie el corazón -dio Galadriel-, pues quedó a mi cuidado para que te lo diera si llegabas a pasar por aquí. - Galadriel alzó entonces una piedra de color verde claro que tenía en el regazo, montada en un broche de plata que imitaba a un águila con las alas extendidas, y mientras ella la sostenía en lo alto la piedra centelleaba como el sol que se filtra entre las hojas de la primavera. - Esta piedra se la he dado a mi hija Celebrian y ella a su hija y ahora llega a ti como una señal de esperanza. En esta hora toma el nombre que se previó para ti: ¡Elessar, la Piedra de Elfo de la casa de Elendil!
Aragorn tomó entonces la piedra y se la puso al pecho y quienes lo vieron se asombraron mucho, pues no habían notado antes qué alto y majestuoso era, como si se hubiera desprendido de muchos años.
-Te agradezco los regalos que me has dado -dijo Aragorn-, oh Dama de Lórien de quien descienden Celebrian y Arwen, la Estrella de la Tarde. ¿Qué elogio podría ser más elocuente?
La Dama inclinó la cabeza y luego se volvió a Boromir y le dio un cinturón de oro, y a Merry y a Pippin les dio pequeños cinturones de plata, con broches labrados como flores de oro. A Legolas le dio un arco como los que usan los Galadrim, más largo y fuerte que los arcos del Bosque Negro, y la cuerda era de cabellos élficos. Había también un carcaj de flechas.
-Para ti, pequeño jardinero y amante de los árboles -le dijo a Sam-, tengo sólo un pequeño regalo -y le puso en la mano una cajita de simple madera gris, sin ningún adorno excepto una runa de plata en la tapa. Esto es una G por Galadriel -dijo-, pero podría referirse a jardín1, en vuestra lengua. Esta caja contiene tierra de mi jardín y lleva las bendiciones que Galadriel todavía puede otorgar. No te protegerá en el camino ni te defenderá contra el peligro, pero si la conservas y vuelves un día a tu casa, quizá tengas entonces tu recompensa. Aunque encontrarás todo seco y arruinado, pocos jardines de la Comarca florecerán como el tuyo si esparces allí esta tierra. Entonces te acordarás de Galadriel y tendrás una visión de la lejana Lórien, que viste en invierno. Pues nuestra primavera y nuestro verano han quedado atrás y nunca se verán otra vez, excepto en la memoria.
Sam enrojeció hasta las orejas y murmuró algo ininteligible y tomando la caja saludó como pudo con una reverencia.
-¿Y qué regalo le pediría un enano a los elfos? -dijo Galadriel volviéndose a Gimli.
-Ninguno, Señora -respondió Gimli-. Es suficiente para mí haber visto a la Dama de los Galadrim y haber oído tan gentiles palabras.
-¡Escuchad vosotros, elfos! -dijo la Dama mirando a la gente de alrededor-. Que nadie vuelva a decir que los enanos son codiciosos y antipáticos. Pero tú, Gimli hijo de Glóin, algo desearás que yo pueda darte. ¡Nómbralo, y es una orden! No serás el único huésped que se va sin regalo.
-No deseo nada, Dama Galadriel -dijo Gimli inclinándose y balbuciendo -. Nada, a menos que... a menos que se me permita pedir, qué digo, nombrar uno solo de vuestros cabellos, que supera al oro de la tierra así como las estrellas superan a las gemas de las minas. No pido ese regalo, pero me ordenasteis que nombrara mi deseo.
Los elfos se agitaron y murmuraron estupefactos, y Celeborn miró con asombro a Gimli, pero la Dama sonreía.
-Se dice que los enanos son más hábiles con las manos que con la lengua -dijo-, pero esto no se aplica a Gimli. Pues nadie me ha hecho nunca un pedido tan audaz y sin embargo tan cortés. ¿Y cómo podría rehusarme si yo misma le ordené que hablara? Pero dime, ¿qué harás con un regalo semejante?
-Atesorarlo, Señora -respondió Gimli-, en recuerdo de lo que me dijisteis en nuestro primer encuentro. Y si vuelvo alguna vez a las forjas de mi país, lo guardaré en un cristal imperecedero como tesoro de mi casa y como prenda de buena voluntad entre la Montaña y el Bosque hasta el fin de los días.
La Dama se soltó entonces una de las largas trenzas, cortó tres cabellos dorados y los puso en la mano de Gimli.
-Estas palabras acompañan al regalo -dijo-. No profetizo nada, pues toda profecía es vana ahora; de un lado hay oscuridad y del otro nada más que esperanza. Si la esperanza no falla, yo te digo, Gimli hijo de Glóin, que el oro te desbordará en las manos, y sin embargo no tendrá ningún poder sobre ti.
»Y tú, Portador del Anillo -dijo la Dama, volviéndose a Frodo-; llego a ti en último término, aunque en mis pensamientos no eres el último. Para ti he preparado esto. -Alzó un frasquito de cristal, que centelleaba cuando ella lo movía, y unos rayos de luz le brotaron de la mano.- En este frasco -dijo ella- he recogido la luz de la estrella de Eärendil, tal como apareció en las aguas de mi fuente. Brillará más en la noche. Que sea para ti una luz en los sitios oscuros, cuando todas las otras luces se hayan extinguido. ¡Recuerda a Galadriel y el espejo!
Frodo tomó el frasco y la luz brilló un instante entre ellos y él la vio de nuevo erguida como una reina, grande y hermosa, pero ya no terrible. Se inclinó, sin saber qué decir.
La Dama se puso entonces de pie y Celeborn los guió de vuelta al muelle. La luz amarilla del mediodía se extendía sobre la hierba verde de la Lengua y en el agua había reflejos plateados. Todo estaba listo al fin. La Compañía ocupó los puestos de antes en las barcas. Mientras gritaban adiós, los elfos de Lórien los empujaron con las largas varas grises a la corriente del río y las aguas ondulantes los llevaron lentamente. Los viajeros estaban sentados y no hablaban ni se movían. De pie sobre la hierba verde, en la punta misma de la Lengua, la figura de la Dama Galadriel se erguía solitaria y silenciosa. Cuando pasaron ante ella los viajeros se volvieron y miraron cómo iba alejándose lentamente sobre las aguas. Pues así les parecía: Lórien se deslizaba hacia atrás como una nave brillante que tenía como mástiles unos árboles encantados; se alejaba navegando hacia costas olvidadas, mientras que ellos se quedaban allí, descorazonados, a orillas de un mundo deshojado y gris.
Miraban aún cuando el Cauce de Plata desapareció en las aguas del Río Grande, y las embarcaciones viraron y fueron hacia el sur. La forma blanca de la Dama fue pronto distante y pequeña. Brillaba como el cristal de una ventana a la luz del sol poniente en una lejana colina, o como un lago remoto visto desde una cima montañosa: un cristal caído en el regazo de la tierra. En seguida le pareció a Frodo que ella alzaba los brazos en un último adiós, y el viento que venía siguiéndolos les trajo desde lejos pero con una penetrante claridad, la voz de la Dama, que cantaba. Pero ahora ella cantaba en la antigua lengua de los Elfos de Más Allá del Mar y Frodo no entendía las palabras; bella era la música, pero no le traía ningún consuelo.
Sin embargo, como ocurre con las palabras élficas, los versos se le grabaron en la memoria y tiempo después los tradujo como mejor pudo: el lenguaje era el de las canciones y hablaba de cosas poco conocidas en la Tierra Media.
Ai! laurië lantar lassi súrinen!
Yéni únótime ve rámar aldaron,
yéni ve linte yuldar vánier
mi oromardi lisse-miruvóreva
Andúne pella Vardo tellumar
nu luini yassen tintilar í eleni
ómaryo airetári-lírínen.
Sí rnan i yulna nin enquantuva?
An sí Tintalle Varda Oiolossëo
ve fanyar máryat Elentári ortane
ar ilye tier unduláve lumbule,
ar sindanóriello carta mornië
i falmalinnar imbe met, ar hísië
untúpa Calaciryo míri oiale.
Sí vanwa na, Rómello vanwa, Valimar!
Namárië Nai biruvalye Valimar.
Nai elye hiruwa. Namárië!
«¡Ah, como el oro caen las hojas en el viento! E innumerables como las alas de los árboles son los años. Los años han pasado como sorbos rápidos y dulces de hidromiel blanco en las salas de más allá del Oeste, bajo las bóvedas azules de Varda, donde las estrellas tiemblan cuando oyen el sonido de esa voz, bienaventurada y real. ¿Quién me llenará de nuevo la copa? Pues ahora la Hechicera, Varda, la Reina de las Estrellas, desde el Monte Siempre Blanco ha alzado las manos como nubes, y todos los caminos se han ahogado en sombras y la oscuridad que ha venido de un país gris se extiende sobre las olas espumosas que nos separan, y la niebla cubre para siempre las joyas de Calacirya. Ahora se ha perdido, ¡perdido para aquellos del Este, Valimar! ¡Adiós! Quizás encuentres a Valimar. Quizá tú lo encuentres. ¡Adiós!» Varda es el nombre de la Dama que los elfos de estas tierras de exilio llaman Elbereth.
De pronto el río describió una curva y las orillas se elevaron a los lados, ocultando la luz de Lórien. Frodo no vería nunca más aquel hermoso país.
Los viajeros volvieron la cabeza y miraron adelante: el sol se levantaba ante ellos, encegueciéndolos, y todos tenían lágrimas en los ojos. Gimli sollozaba.
-Mi última mirada ha sido para aquello que era más hermoso -le dijo a su compañero Legolas-. De aquí en adelante a nada llamaré hermoso si no es un regalo de ella.
Se llevó la mano al pecho.
-Dime, Legolas -continuó-, ¿cómo me he incorporado a esta misión? ¡Yo ni siquiera sabía dónde estaba el peligro mayor! Elrond decía la verdad cuando anunciaba que no podíamos prever lo que encontraríamos en el camino. El peligro que yo temía era el tormento en la oscuridad y eso no me retuvo. Pero si hubiese conocido el peligro de la luz y de la alegría, no hubiese venido. Mi peor herida la he recibido en esta separación, aunque cayera hoy mismo en manos del Señor Oscuro. ¡Ay de Gimli hijo de Glóin!
-¡No! -dijo Legolas- ¡Ay de todos nosotros! Y de todos aquellos que recorran el mundo en los días próximos. Pues tal es el orden de las cosas: encontrar y perder, como le parece a aquel que navega siguiendo el curso de las aguas. Pero te considero una criatura feliz, Gimli hijo de Glóin, pues tú mismo has decidido sufrir esa pérdida, ya que hubieras podido elegir de otro modo. Pero no has olvidado a tus compañeros, y como última recompensa el recuerdo de Lothlórien no se te borrará del corazón y será siempre claro y sin mancha y nunca empalidecerá ni se echará a perder.
-Quizá -dijo Gimli- y gracias por tus palabras. Palabras verdaderas sin duda, pero esos consuelos no me reconfortan. Lo que el corazón desea no son recuerdos. Eso es sólo un espejo, aunque sea tan claro como Kheled-zâram. O al menos eso es lo que dice el corazón de Gimli el enano. Quizá los elfos vean las cosas de otro modo. En verdad he oído que para ellos la memoria se parece al mundo de la vigilia más que al de los sueños. No es así para los enanos.
»Pero dejemos el tema. ¡Mira la barca! Está muy hundida en el agua con tanto peso y el Río Grande es rápido. No tengo ganas de ahogar las penas en agua fría.
Gimli tomó una pala y guió el bote hacia la orilla occidental, siguiendo la embarcación de Aragorn que iba adelante y ya había dejado la corriente del medio.
Así la compañía continuó navegando en aquellas aguas rápidas y anchas, arrastrada siempre hacía el sur. Unos bosques desnudos se levantaban en una y otra orilla y nada podían ver de las tierras que se extendían por detrás. La brisa murió y el río fluyó en silencio. No se oían cantos de pájaros. El sol fue velándose a medida que el día avanzaba, hasta que al fin brilló en un cielo pálido como una alta perla blanca. Luego se desvaneció en el oeste y el crepúsculo fue temprano y lo siguió una noche gris y sin estrellas. Llegaron las horas negras y calladas y ellos siguieron navegando, guiando los botes a la sombra de los bosques occidentales. Los grandes árboles pasaban junto a ellos como espectros, hundiendo en el agua a través de la bruma las raíces retorcidas y sedientas. La noche era lúgubre y fría. Frodo, inmóvil, escuchaba el débil golpeteo de las aguas en la orilla y los gorgoteos entre las raíces y las maderas flotantes, hasta que al fin sintió que le pesaba la cabeza y cayó en un sueño intranquilo.
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