6

 

LOTHLORIEN

 

                -Ay, temo que no podamos demorarnos aquí -dijo Aragorn.  Miró hacia las montarías y alzó la espada-. ¡Adiós, Gandalf! -gritó-. ¿No te dije si cruzas las puertas de Moria, ten cuidado?  Ay, cómo no me equivoqué. ¿Qué esperanzas nos quedan sin ti?

      Se volvió hacia la Compañía.

      -Dejemos de lado la esperanza -dijo-.  Al menos quizá seamos vengados.  Apretemos las mandíbulas y dejemos de llorar. ¡Vamos!  Tenemos por delante un largo camino y muchas cosas todavía pendientes.

Se incorporaron y miraron alrededor.  Hacia el norte el valle corría por una garganta oscura entre dos grandes brazos de las montañas y en la cima brillaban tres picos blancos: Celebdil, Fanuidhol, Caradhras: las Montañas de Moria.  De lo alto de la garganta venía un torrente, como un encaje blanco sobre una larga escalera de pequeños saltos y una niebla de espuma colgaba en el aire a los pies de las montañas.

      -Allá está la Escalera del Arroyo Sombrío -dijo Aragorn apuntando a las cascadas-.  Tendríamos que haber venido por ese camino profundo que corre junto al torrente, si la fortuna nos hubiese sido más propicia.

      -O Caradhras menos cruel -dijo Gimli-. ¡Helo ahí, sonriendo al sol!

      Amenazó con el puño al más distante de los picos nevados y dio media vuelta.

      Al este el brazo adelantado de las montarías terminaba bruscamente y más allá podían verse unas tierras lejanas, vastas e imprecisas.  Hacia el sur las Montañas Nubladas se perdían de vista a la distancia.  A menos de una milla y un poco por debajo de ellos, pues estaban aún a regular altura al costado oeste del valle, había una laguna.  Era larga y ovalada, como una punta de lanza clavada profundamente en la garganta del norte; pero el extremo sur se extendía más allá de las sombras bajo el cielo soleado.  Sin embargo, las aguas eran oscuras: un azul profundo como el cielo claro de la noche visto desde un cuarto donde arde una lámpara.  La superficie estaba tranquila, sin una arruga.  Todo alrededor una hierba suave descendía por las laderas hasta la orilla lisa y uniforme.

      -El Lago Espejo, ¡el profundo Kheled-zâram! -dijo Gimli-.  Recuerdo que él dijo: «¡Ojalá tengáis la alegría de verlo! ¡Pero no podremos demorarnos allí!» Mucho tendré que viajar antes de sentir alguna alegría.  Soy yo quien ha de apresurarse y él quien ha de quedarse.

 

 

La Compañía descendió ahora por el camino que nacía en las puertas.  Era abrupto y quebrado y se convertía casi en seguida en un sendero y corría serpenteando entre los brezos y retamas que crecían en las grietas de las piedras.  Pero todavía podía verse que en otro tiempo un camino pavimentado y sinuoso había subido desde las tierras bajas del Reino de los Enanos.  En algunos sitios había construcciones de piedra arruinadas junto al camino y montículos verdes coronados por esbeltos abedules, o abetos que suspiraban en el viento.  Una curva que iba hacia el este los llevó al prado de la laguna y allí, no lejos del camino, se alzaba una columna de ápice quebrado.

      -¡La Piedra de Durin! -exclamó Gimli-. ¡No puedo seguir sin apartarme un momento a mirar la maravilla del valle!

      -¡Apresúrate entonces! -dijo Aragorn, volviendo la cabeza hacia las puertas-.  El sol se pone temprano.  Quizá los orcos no salgan antes del crepúsculo, pero para ese entonces tendríamos que estar muy lejos.  No hay luna casi y la noche será oscura.

      -¡Ven conmigo, Frodo! -llamó el enano, saltando fuera del camino-.  No te dejaré ir sin que veas el Kheled-zâram.

      Bajó corriendo la ancha ladera verde.  Frodo lo siguió lentamente, atraído por las tranquilas aguas azules, a pesar de la pena y el cansancio.  Sam se apresuró y lo alcanzó.

      Gimli se detuvo junto a la columna y alzó los ojos.  La piedra estaba agrietada y carcomida por el tiempo y había unas runas escritas a un lado, tan borrosas que no se podían leer.

      -Este pilar señala el sitio donde Durin miró por primera vez en el Lago Espejo -dijo el enano-.  Miremos nosotros, antes de irnos.

      Se inclinaron sobre el agua oscura.  Al principio no pudieron ver nada.  Luego lentamente distinguieron las formas de las montañas de alrededor reflejadas en un profundo azul y los picos eran como penachos de fuego blanco sobre ellas; más allá había un espacio de cielo.  Allí como joyas en el fondo del lago brillaban unas estrellas titilantes, aunque la luz del sol estuviera muy alta.  De ellos mismos, inclinados, no veían ninguna sombra.

      -¡Oh bello y maravilloso Kheled-zâram! -dijo Gimli-.  Aquí descansa la corona de Durin, hasta que despierte. ¡Adiós!

      Saludó con una reverencia, dio media vuelta y subió de prisa por la pendiente verde hasta el camino.

      -¿Qué viste? -le preguntó Pippin a Sam, pero Sam estaba demasiado perdido en sus propios pensamientos y no contestó.

 

 

   El camino corría ahora hacia el sur y descendía rápidamente, alejándose de los brazos del valle.  Un poco por debajo del lago tropezaron con un manantial profundo, claro como el cristal; el agua fresca caía sobre un reborde y descendía centelleando y gorgoteando por un canal abrupto abierto en la piedra.

      -Este es el manantial donde nace el Cauce de Plata -dijo Gimli-. ¡No bebáis!  Es frío como el hielo.

      -Pronto se transforma en un río rápido y se alimenta de muchas otras corrientes montañosas -dijo Aragorn-.  Nuestro camino lo bordea durante muchas millas.  Pues os llevaré por el camino que Gandalf eligió y mi primer deseo es llegar a los bosques donde el Cauce de Plata desemboca en el Río Grande y más allá.

      Miraron adonde señalaba Aragorn y vieron ante ellos que la corriente descendía saltando por el valle y luego corría hacia las tierras más bajas perdiéndose en una niebla de oro.

      -¡Allí están los bosques de Lothlórien! -dijo Legolas-.  La más hermosa de las moradas de mi pueblo.  No hay árboles como ésos.  Pues en el otoño las hojas no caen, aunque amarillean.  Sólo cuando llega la primavera y aparecen los nuevos brotes, caen las hojas, y para ese entonces las ramas ya están cargadas de flores amarillas; y el suelo del bosque es dorado y el techo es dorado y los pilares del bosque son de plata, pues la corteza de los árboles es lisa y gris. ¡Cómo se me alegraría el corazón si me encontrara bajo las enramadas de ese bosque y fuera primavera!

      -A mí también se me alegraría el corazón, aunque fuera invierno -dijo Aragorn-.  Pero el bosque está a muchas millas. ¡De prisa!

 

 

   Durante un tiempo, Frodo y Sam consiguieron seguir a los otros de cerca, pero Aragorn los llevaba a paso vivo y al cabo de un rato se arrastraban muy atrás.  No habían probado bocado desde la mañana temprano.  A Sam la herida le quemaba como un fuego y sentía que se le iba la cabeza.  A pesar del sol brillante el viento le parecía helado luego de la tibia oscuridad de Moria.  Se estremeció.  Frodo descubría que cada nuevo paso era más doloroso que el anterior y jadeó sin aliento.

      Al fin Legolas volvió la cabeza y viendo que se habían quedado muy rezagados le habló a Aragorn.  Los otros se detuvieron y Aragorn corrió de vuelta, llamando a Boromir.

      -¡Lo lamento, Frodo! - exclamó, muy preocupado -. Tantas cosas ocurrieron hoy y hubo tanta prisa que olvidé que estabas herido; y Sam también.  Tenías que haber hablado.  No hicimos nada para aliviarte, como era nuestro deber, aunque todos los orcos de Moria vinieran detrás. ¡Vamos!  Un poco más allá hay un sitio donde podríamos descansar un momento.  Allí haré por ti lo que esté a mi alcance. ¡Ven, Boromir!  Los llevaremos en brazos.

      Poco después llegaron a otra corriente de agua que descendía del oeste y se unía burbujeando al tormentoso Cauce de Plata. Juntos saltaban por encima de unas piedras de color verde y caían espumosos en un barranco.  Alrededor se elevaban unos abetos bajos y torcidos; las riberas eran escarpadas y cubiertas con helechos y matas de arándanos.  En el extremo de la hondonada había un espacio abierto y llano que el río atravesaba murmurando sobre un lecho de piedras relucientes.  Aquí descansaron.  Eran casi las tres de la tarde y estaban aún a unas pocas millas de las puertas.  El sol descendía ya hacia el oeste.

      Mientras Gimli y los dos hobbits más jóvenes encendían un fuego con ramas y hojas de abeto y traían agua, Aragorn atendió a Sam y a Frodo.  La herida de Sam no era profunda, pero tenía mal aspecto y Aragorn la examinó con aire grave.  Al cabo de un rato alzó los ojos aliviado.

      -¡Buena suerte, Sam! - dijo -. Muchos han recibido heridas peores como prenda por haber abatido al primer orco.  La herida no está envenenada, como ocurre demasiado a menudo con las provocadas por estas armas.  Cicatrizará bien, una vez que la hayamos atendido.  Báñala, cuando Gimli haya calentado un poco de agua.

      Abrió un saquito y sacó unas hojas marchitas.

      -Están secas y han perdido algunas de sus virtudes -dijo -, pero aún tengo aquí algunas de las hojas de athelas que junté cerca de la Cima de los Vientos.  Machaca una en agua y lávate la herida y luego te vendaré. ¡Ahora te toca a ti, Frodo!

      -¡Yo estoy bien! -dijo Frodo, con pocas ganas de que le tocaran las ropas-.  Todo lo que necesito es comida y descansar un rato.

      -¡No! - dijo Aragorn -. Tenemos que mirar y ver qué te han hecho el martillo y el yunque.  Todavía me maravilla que estés vivo.

      Le quitó a Frodo lentamente la vieja chaqueta y la túnica gastada y ahogó un grito, sorprendido.  En seguida se rió.  El corselete de plata relumbraba ante él como la luz sobre un mar ondulado.  La sacó con cuidado y la alzó, y las gemas de la malla refulgieron como estrellas y el tintineo de los anillos era como el golpeteo de una lluvia en un estanque.

      -¡Mirad, amigos míos! -llamó-. ¡He aquí una hermosa piel de hobbit que serviría para envolver a un pequeño príncipe elfo!  Si se supiera que los hobbits tienen cueros semejantes, todos los cazadores de la Tierra Media ya estarían cabalgando hacia la Comarca.

      -Y todas las flechas de todos los cazadores del mundo serían inútiles -dijo Gimli, observando boquiabierto la malla-.  Es una cota de mithril. ¡Mithril!  Nunca vi ni oí hablar de una malla tan hermosa. ¿Es la misma de la que hablaba Gandalf? Entonces no la estimó en todo lo que vale. ¡Pero ha sido bien dada!

      -Me pregunté a menudo qué hacías tú y Bilbo, tan juntos en ese cuartito -dijo Merry-. ¡Bendito sea el viejo hobbit!  Lo quiero más que nunca. ¡Ojalá tengamos una oportunidad de contárselo!

      En el costado derecho y en el pecho de Frodo había un moretón ennegrecido.  Frodo había llevado bajo la malla una camisa de cuero blando, pero en un punto los anillos habían atravesado la camisa clavándose en la carne.  El lado izquierdo de Frodo que había golpeado la pared estaba también lastimado y contuso.  Mientras los otros preparaban la comida, Aragorn bañó las heridas con agua donde habían macerado unas hojas de athelas.  Una fragancia penetrante flotó en la hondonada y todos los que se inclinaban sobre el agua humeante se sintieron refrescados y fortalecidos.  Frodo notó pronto que se le iba el dolor y que respiraba con mayor facilidad; aunque se sintió anquilosado y dolorido durante muchos días.  Aragorn le sujetó al costado unas blandas almohadillas de tela.

      -La malla es extraordinariamente liviana -dijo-.  Póntela de nuevo, si la soportas.  Me alegra de veras saber que llevas una cota semejante.  No te la quites, ni aún para dormir, a no ser que la fortuna te lleve a algún lugar donde no corras ningún peligro y eso no será muy frecuente mientras dure tu misión.

 

 

   Luego de comer, la Compañía se preparó para partir.  Apagaron el fuego y borraron todas las huellas.  Trepando fuera de la hondonada volvieron al camino.  No habían andado mucho cuando el sol se puso detrás de las alturas del oeste y unas grandes sombras descendieron por las faldas de los montes.  El crepúsculo les velaba los pies y una niebla se alzó en las tierras bajas.  Lejos en el este la luz pálida del anochecer se extendía sobre unos territorios indistintos de bosques y llanuras.  Sam y Frodo que se sentían ahora aliviados y reanimados iban a buen paso y con sólo un breve descanso Aragorn guió a la Compañía durante tres horas más.

      Había oscurecido.  Era ya de noche y había muchas estrellas claras, pero la luna menguante no se vería hasta más tarde.  Gimli y Frodo marchaban a la retaguardia, sin hablar, prestando atención a cualquier sonido que pudiera oírse detrás en el camino.  Al fin Gimli rompió el silencio.

      -Ningún sonido, excepto el viento -dijo-.  No hay nada rondando, o mis oídos son de madera.  Esperemos que los orcos hayan quedado contentos echándonos de Moria.  Y quizá no pretendían nada más, no tenían otra cosa que hacer con nosotros... con el Anillo.  Aunque los orcos persiguen a menudo a los enemigos a campo abierto y durante muchas leguas, si tienen que vengar a un capitán.

      Frodo no respondió.  Le echó una mirada a Dardo y la hoja tenía un brillo opaco.  Sin embargo había oído algo, o había creído oír algo.  Tan pronto como las sombras cayeran alrededor ocultando el camino, había oído otra vez el rápido rumor de unas pisadas.  Aún ahora lo oía.  Se volvió bruscamente.  Detrás de él había dos diminutos puntos de luz, o creyó ver dos puntos de luz, pero en seguida se movieron a un lado y desaparecieron.

      -¿Qué pasa? -preguntó el enano.

      -No sé -respondió Frodo-.  Creí oír el sonido de unos pasos y creí ver una luz... como ojos.  Me ocurrió muchas veces, desde que salimos de Moria.

      Gimli se detuvo y se inclinó hacia el suelo.

      -No oigo nada sino la conversación nocturna de las plantas y las piedras -dijo-. ¡Vamos! ¡De prisa!  Los otros ya no se ven.

 

 

   El viento frío de la noche sopló valle arriba.  Ante ellos se levantaba una ancha sombra gris y había un continuo rumor de hojas, como álamos en el viento.

      -¡Lothlórien! -exclamó Legolas-. ¡Lothlórien!  Hemos llegado a los límites del Bosque de Oro. ¡Lástima que sea invierno!

      Los árboles se elevaban hacia el cielo de la noche y se arqueaban sobre el camino y el arroyo que corría de pronto bajo las ramas extendidas.  A la luz pálida de las estrellas los troncos eran grises y las hojas temblorosas un débil resplandor amarillo rojizo.

      -¡Lothlórien! -dijo Aragorn-. ¡Qué felicidad oír de nuevo el viento en los árboles!  Nos encontramos aún a unas cinco leguas de las puertas, pero no podemos ir más lejos.  Esperemos que la virtud de los elfos nos ampare esta noche de los peligros que vienen detrás.

      -Si hay elfos todavía aquí en este mundo que se ensombrece -dijo Gimli.

      -Ninguno de los míos ha vuelto a estas tierras desde hace tiempo -dijo Legolas-, aunque se dice que Lórien no ha sido abandonado del todo, pues habría aquí un poder que protege a la región contra el mal.  Sin embargo, esos habitantes se dejan ver raramente y quizá viven ahora en lo más profundo del bosque, lejos de las fronteras septentrionales.

      -Viven en verdad en lo más profundo del bosque -dijo Aragorn y suspiró como recordando algo-.  Esta noche tendremos que arreglárnoslas solos.  Iremos un poco más allá, hasta que los árboles nos rodeen, y luego dejaremos la senda y buscaremos donde dormir.

      Dio un paso adelante, pero Boromir parecía irresoluto y no lo siguió. -¿No hay otro camino? -dijo.

      -¿Qué otro camino querrías tú? -dijo Aragorn.

      -Un camino simple, aunque nos llevara a través de setos de espadas -dijo Boromir-.  Esta Compañía ha sido conducida por caminos extraños y hasta ahora con mala fortuna.  Contra mi voluntad pasamos bajo las sombras de Moria y hacia nuestra perdición.  Y ahora tenemos que entrar en el Bosque de Oro, dices.  Pero de estas tierras peligrosas hemos oído hablar en Gondor y se dice que de todos los que entran son pocos los que salen y menos aún los que escapan indemnes.

      -No digas indemne pero sí sin cambios y estarás más en lo cierto -dijo Aragorn- - Pero la sabiduría está perdiéndose en Gondor, Boromir, si en la ciudad de aquellos que una vez fueron sabios ahora se habla así de Lothlórien.  De cualquier modo, no hay para nosotros otro camino, salvo que quieras volver a las Puertas de Moria, escalar las montañas que no tienen caminos, o ir a nado y solo por el Río Grande.

      -¡Entonces, adelante! -dijo Boromir-.  Pero es peligroso.

      -Peligroso, es cierto -dijo Aragorn-.  Hermoso y peligroso, pero sólo la maldad puede tenerle miedo con alguna razón, o aquellos que llevan alguna maldad en ellos mismos. ¡Seguidme!

 

 

   Se habían internado poco más de una milla en el bosque cuando tropezaron con otro arroyo, que descendía rápidamente desde las laderas arboladas que subían detrás hacia las montañas del oeste.  No muy lejos entre las sombras de la derecha, se oía el rumor de una pequeña cascada.  Las aguas oscuras y precipitadas cruzaban el sendero ante ellos y se unían al Cauce de Plata en un torbellino de aguas oscuras entre las raíces de los árboles.

      -¡He aquí el Nimrodel! -dijo Legolas-.  Los Elfos Silvanos lo cantaron muchas veces y esas canciones se cantan aún en el Norte, recordando el arco iris de los saltos y las flores doradas que brotan en la espuma.  Todo es oscuro ahora y el Puente del Nimrodel está roto.  Me mojaré los pies, pues dicen que el agua cura la fatiga.

      Se adelantó, descendió por la barranca escarpada y entró en el arroyo.

      -¡Seguidme! - gritó -. El agua no es profunda. ¡Crucemos!  Podemos descansar en la otra orilla y el susurro del agua que cae nos ayudará a dormir y a olvidar las penas.

      Uno a uno bajaron por la ribera y siguieron a Legolas.  Frodo se detuvo un momento junto a la orilla y dejó que el arroyo le bañara los pies cansados.  El agua era fría y límpida y cuando le llegó a las rodillas Frodo sintió que le lavaba la suciedad del viaje y todo el cansancio que le pesaba en los miembros.

 

 

   Cuando toda la Compañía hubo cruzado, se sentaron a descansar, comieron unos bocados y Legolas les contó las historias de Lothlórien que los elfos del Bosque Oscuro atesoraban aún, historias de la luz del sol y las estrellas en los prados que el Río Grande había bañado antes que el mundo fuera gris.

Al fin callaron y se quedaron escuchando la música de la cascada que caía dulcemente en las sombras.  Frodo llegó a imaginar que oía el canto de una voz, junto con el sonido del agua.

      -¿Alcanzáis a oír la voz de Nimrodel? -preguntó Legolas-.  Os cantaré una canción de la doncella Nimrodel, que vivía junto al arroyo y tenía el mismo nombre.  Es una hermosa canción en nuestra lengua de los bosques y hela aquí en la Lengua del Oeste, como algunos la cantan ahora en Rivendel.

Legolas empezó a cantar con una voz dulce que apenas se oía entre el murmullo de las hojas.

 

Había en otro tiempo una doncella élfica,

una estrella que brillaba en el día,

de manto blanco recamado en oro

y zapatos de plata gris.

 

Tenia una estrella en la frente,

una luz en los cabellos,

como el sol en las ramas de oro

de Lórien la bella.

 

Los cabellos largos, los brazos blancos,

libre y hermosa era Lórien,

y en el viento corría levemente,

como la hoja del tilo.

 

Junto a los saltos de Nimrodel,

cerca del agua clara y fresca,

la voz caía como plata que cae

en el agua brillante.

Por dónde anda ahora, nadie sabe,

a la luz del sol o entre los sombras,

pues hace tiempo que Nimrodel

se extravió en las montañas.

 

Un barco elfo en el puerto gris,

bajo el viento de la montaña,

la esperó muchos días

junto al mar tumultuoso.

 

Un viento nocturno en el norte

se levantó gritando,

y llevó la nave desde las playas élficas

sobre olas que iban y venían.

 

Cuando asomó la pálida aurora

las montañas grises se hundían

más allá de las olas empenachadas

de espuma enceguecedora.

 

Amroth vio que la costa desaparecía

debajo y más allá de la ola,

y maldijo la nave pérfida que lo llevara

lejos de Nimrodel.

 

Había sido antaño un rey élfico

señor del valle y los árboles,

cuando los brotes primaverales se doraban

en Lothlórien la bella.

 

Lo vieron saltar desde la borda

como flecha de un arco

y caer en el agua profunda

como una gaviota.

 

El aire le movía los cabellos,

y la espuma le brillaba alrededor,

lo vieron de lejos hermoso y fuerte

deslizándose como un cisne.

 

Pero del Oeste no llegó una palabra,

y en la Costa Citerior

los elfos nunca tuvieron

noticias de Amroth.

 

      La voz se le quebró a Legolas y dejó de cantar.

      -No puedo seguir -dijo-.  Esto es sólo una parte; he olvidado casi todo.  La canción es larga y triste, pues cuenta las desventuras que cayeron sobre Lothlórien, Lórien de las Flores, cuando los enanos despertaron al mal en las montañas.

      -Pero los enanos no hicieron al mal -dijo Gimli.

      -Yo no dije eso, pero el mal vino -respondió Legolas tristemente-.  Luego muchos de los elfos de la estirpe de Nimrodel dejaron sus moradas y partieron y ella se perdió allá lejos en el Sur, en los pasos de las Montañas Blancas, y no vino al barco donde la esperaba Amroth, su amante.  Pero en la primavera cuando el viento mueve las primeras hojas aún puede oírse el eco de la voz de Nimrodel junto a los saltos de agua de ese nombre.  Y cuando el viento sopla del sur es la voz de Amroth la que sube desde el océano, pues el Nimrodel fluye en el Cauce de Plata, que los elfos llaman Celebrant, y el Celebrant en el Gran Anduin, y el Anduin en la Bahía de Belfalas, donde los elfos de Lórien se lanzaron a la mar.  Pero ellos nunca volvieron, ni Nimrodel ni Amroth.

      »Se dice que ella vive en una casa construida en las ramas de un árbol, cerca de la cascada, pues tal era la costumbre entre los elfos de Lórien, vivir en los árboles y quizá todavía lo hacen.  Por eso se los llamó los Galadrim, las Gentes de los Arboles.  En lo más profundo del bosque los árboles son muy grandes.  La gente de los bosques no habitaba bajo el suelo como los enanos, ni levantó fortalezas de piedra hasta que llegó la Sombra.

      -Y aún ahora podría decirse que vivir en los árboles es más seguro que sentarse en el suelo -dijo Gimli.

      Miró más allá del agua el camino que llevaba de vuelta al Valle del Arroyo Sombrío y luego alzó los ojos hacia la bóveda de ramas oscuras.

      -Tus palabras nos traen un buen consejo, Gimli -dijo Aragorn-.  No podemos construir una casa, pero esta noche haremos como los Galadrim y buscaremos refugio en las copas de los árboles, si podemos.  Hemos estado sentados aquí junto al camino más de lo prudente.

 

 

   La Compañía dejó ahora el sendero y se internó en las sombras más profundas del bosque, hacia el oeste, a lo largo del arroyo montañoso que se alejaba del Cauce de Plata.  No lejos de los saltos de Nimrodel encontraron un grupo de árboles, que en algunos sitios se inclinaban sobre el río.  Los grandes troncos grises eran muy gruesos, pero nadie supo decir qué altura tenían.

      -Subiré -dijo Legolas-.  Me siento en casa entre los árboles, junto a las raíces o en las ramas, aunque estos árboles son de una familia que no conozco, excepto como un nombre en una canción.  Mellyrn los llaman y son los que lucen flores amarillas, pero nunca subí a uno.  Veré ahora qué forma tienen y cómo se desarrollan.

      -De cualquier modo -dijo Pippin- tendrían que ser árboles maravillosos si pueden ser un sitio de descanso para alguien, además de los pájaros. ¡No puedo dormir colgado de una rama!

      -Entonces cava un agujero en el suelo -dijo Legolas-, si está más de acuerdo con tus costumbres.  Pero tienes que cavar hondo y muy rápido, o no escaparás a los orcos.

      Saltando ágilmente se cogió de una rama que nacía del tronco a bastante altura por encima de ellos.  Se balanceó allí un momento y una voz habló de pronto desde las sombras altas del árbol.

      -Daro! -dijo en un tono perentorio y Legolas se dejó caer al suelo sorprendido y asustado.  Se encogió contra el tronco del árbol.

      -¡Quietos todos! -les susurró a los otros-. ¡No os mováis ni habléis!

      Una risa dulce estalló allá arriba y luego otra voz clara habló en una lengua élfica.  Frodo no entendía mucho de lo que se decía, pues la lengua de la gente Silvana del este de las montañas se parecía poco a la del oeste.  Legolas levantó la cabeza y respondió en la misma lengua.

      -¿Quiénes son y qué dicen? -preguntó Merry.

      -Son elfos -dijo Sam-. ¿No oyes las voces? -Sí, son elfos -dijo Legolas- y dicen que respiráis tan fuerte que podrían atravesaras con una flecha en la oscuridad. -Sam se llevó rápidamente la mano a la boca.- Pero también dicen que no tengáis miedo.  Saben que estamos por aquí desde hace rato.  Oyeron mi voz del otro lado del Nimrodel y supieron que yo era de la familia del Norte y por ese motivo no nos impidieron el paso; y luego oyeron mi canción.  Ahora me invitan a que suba con Frodo; pues han tenido alguna noticia de él y de nuestro viaje.  A los otros les dicen que esperen un momento y que monten guardia al pie del árbol, hasta que ellos decidan.

      Una escala de cuerda bajó de las sombras; era de color gris plata y brillaba en la oscuridad, y aunque parecía delgada podía sostener a varios hombres, como se comprobó más tarde.  Legolas trepó ágilmente y Frodo lo siguió más despacio y detrás fue Sam tratando de no respirar con fuerza.  Las ramas del mallorn eran casi horizontales al principio y luego se curvaban hacia arriba; pero cerca de la copa el tronco se dividía en una corona de ramas y vieron que entre esas ramas los elfos habían construido una plataforma de madera, o flet como se la llamaba en esos tiempos; los elfos la llamaban talan.  Un agujero redondo en el centro permitía el acceso a la plataforma y por allí pasaba la escala.

      Cuando Frodo llegó al flet, encontró a Legolas sentado con otros tres elfos.  Llevaban ropas de un color gris sombra y no se los distinguía entre las ramas, a no ser que se movieran bruscamente.  Se pusieron de pie y uno de ellos descubrió un farol pequeño que emitía un delgado rayo de plata.  Alzó el farol y escrutó el rostro de Frodo y el de Sam.  Luego tapó otra vez la luz y dijo en su lengua palabras de bienvenida.  Frodo respondió titubeando.

      -¡Bien venido! -repitió entonces el elfo en la Lengua Común, hablando lentamente-.  Pocas veces usamos otra lengua que la nuestra, pues ahora vivimos en el corazón del bosque y no tenemos tratos voluntarios con otras gentes.  Aun los hermanos del Norte están separados de nosotros.  Pero algunos de los nuestros aún viajan lejos, para recoger noticias y observar a los enemigos y ellos hablan las lenguas de otras tierras.  Soy uno de ellos.  Me llamo Haldir.  Mis hermanos, Rúmil y Orophin, hablan poco vuestra lengua.

      »Pero algo habíamos oído de vuestra venida, pues los mensajeros de Elrond pasan por Lórien cuando vuelven remontando la Escalera del Arroyo Sombrío.  No habíamos oído hablar de... los hobbits, o medianos, desde años atrás y no sabíamos que aún vivieran en la Tierra Media. ¡No parecéis gente mala!  Y como vienes con un elfo de nuestra especie, estamos dispuestos a ayudarte, como lo pidió Elrond, aunque no sea nuestra costumbre guiar a los extranjeros que cruzan estas tierras.  Pero tenéis que quedaros aquí esta noche. ¿Cuántos sois?

      -Ocho -dijo Legolas-.  Yo, cuatro hobbits, y dos hombres; uno de ellos, Aragorn, es de Oesternesse y amigo de los elfos.

      -El nombre de Aragorn, hijo de Arathorn, es conocido en Lórien -dijo Haldir- y tiene la protección de la Dama.  Todo está bien entonces.  Pero sólo me hablaste de siete.

      -El último es un enano -dijo Legolas.

      -¡Un enano! -dijo Haldir-.  Eso no es bueno.  No tenemos tratos con los enanos desde los Días Oscuros.  No se los admite en estas tierras.  No puedo permitirle el paso.

      -Pero es de la Montaña Solitaria, de las fieles gentes de Dáin y amigo de Elrond -dijo Frodo -. Elrond mismo decidió que nos acompañara y se ha mostrado valiente y leal.

      Los elfos hablaron en voz baja, e interrogaron a Legolas en la lengua de ellos.

      -Muy bien -dijo Haldir por último-.  Esto es lo que haremos, aunque no nos complace.  Si Aragorn y Legolas lo vigilan y responden por él, lo dejaremos pasar; aunque cruzará Lothlórien con los ojos vendados.

      »Pero no es momento de discutir.  No conviene que los vuestros se queden en tierra.  Hemos estado vigilando los ríos, desde que vimos una gran tropa de orcos yendo al norte hacia Moria, bordeando las montañas, hace ya muchos días.  Los lobos aúllan en los lindes de los bosques.  Si venís en verdad desde Moria, el peligro no puede estar muy lejos, detrás de vosotros.  Partiréis de nuevo mañana temprano.

»Los cuatro hobbits subirán aquí y se quedarán con nosotros... ¡No les tenemos miedo!  Hay otro talan en el árbol próximo.  Allí se refugiarán los demás.  Tú, Legolas, responderás por ellos.  Llámanos, si algo anda mal. ¡Y no pierdas de vista al enano!

      Legolas bajó por la escala llevando el mensaje de Haldir y poco después Merry y Pippin trepaban al alto flet.  Estaban sin aliento y parecían bastante asustados.

      -¡Bien! -dijo Merry jadeando-.  Hemos traído vuestras mantas junto con las nuestras.  Trancos ha ocultado el resto del equipaje bajo un montón de hojas.

      -No había necesidad de esa carga -dijo Haldir-.  Hace frío en las copas de los árboles en invierno, aunque esta noche el viento sopla del sur, pero tenemos alimentos y bebidas que os sacarán el frío nocturno y pieles y mantos de sobra.

      Los hobbits aceptaron con alegría esta segunda (y mucho mejor) cena.  Luego se envolvieron no sólo en los mantos forrados de los elfos sino también con las mantas que habían traído y trataron de dormir.  Pero aunque estaban muy cansados sólo Sam parecía bien dispuesto.  Los hobbits no son aficionados a las alturas, y no duermen en pisos elevados, aun teniendo escaleras.  El flet no les gustaba mucho como dormitorio.  No tenía paredes, ni siquiera una baranda; sólo en un lado había un biombo plegadizo que podía moverse e instalarse en distintos sitios, según soplara el viento.

      Pippin siguió hablando un rato. -Espero no rodar y caerme si llego a dormirme en este nido de pájaros -dijo.

      -Una vez que me duerma -dijo Sam-, continuaré durmiendo, ruede o no ruede.  Y cuanto menos se diga ahora más pronto caeré dormido, si usted me entiende.

 

 

   Frodo se quedó despierto un tiempo, mirando las estrellas que relucían a través del pálido techo de hojas temblorosas.  Sam se había puesto a roncar aún antes que él cerrara los ojos.  Alcanzaba a ver las formas grises de dos elfos que estaban sentados, los brazos alrededor de las rodillas, hablando en susurros.  El otro había descendido a montar guardia en una rama baja.  Al fin, mecido allí arriba por el viento en las ramas y abajo por el dulce murmullo de las cascadas del Nimrodel, Frodo se durmió con la canción de Legolas dándole vueltas en la cabeza.

      Despertó más tarde en medio de la noche.  Los otros hobbits dormían.  Los elfos habían desaparecido.  La luna creciente brillaba apenas entre las hojas.  El viento había cesado.  No muy lejos oyó una risa ronca y el sonido de muchos pies en el suelo entre los árboles y luego un tintineo metálico.  Los ruidos se perdieron lentamente a lo lejos y parecían ir hacia el sur, adentrándose en el bosque.

      Una cabeza asomó de pronto por el agujero del flet.  Frodo se sentó asustado y vio que era un elfo de capucha gris.  Miró hacia los hobbits.

      -¿Qué pasa? -dijo Frodo.

      -Yrch! -dijo el elfo con un murmullo siseante y echó sobre el flet la escala de cuerda que acababa de recoger.

      -¡Orcos! -dijo Frodo-. ¿Qué están haciendo?

      Pero el elfo había desaparecido.

      No se oían más ruidos.  Hasta las hojas callaban ahora y parecía que las cascadas habían enmudecido.  Frodo, sentado aún, se estremeció de pies a cabeza bajo las mantas.  Se felicitaba de que no los hubieran encontrado en el suelo, pero sentía que los árboles no los protegían mucho, salvo ocultándolos.  Los orcos tenían un olfato fino, se decía, como los mejores perros de caza, pero además podían trepar.  Sacó a Dardo, que relampagueó y resplandeció como una llama azul y luego se apagó otra vez poco a poco.  Sin embargo, la impresión de peligro inmediato no dejó a Frodo; al contrario, se hizo más fuerte.  Se incorporó, se arrastró a la abertura y miró hacia el suelo.  Estaba casi seguro de que podía oír unos movimientos furtivos, lejos, al pie del árbol.

      No eran elfos, pues la gente de los bosques no hacía ningún ruido al moverse.  Luego oyó débilmente un sonido, como si husmearan, y le pareció que algo estaba arañando la corteza del árbol.  Clavó los ojos en la oscuridad, reteniendo el aliento.

      Algo trepaba ahora lentamente y se lo oía respirar, como si siseara con los dientes apretados.  Luego Frodo vio dos ojos pálidos que subían, junto al tronco.  Se detuvieron y miraron hacia arriba, sin parpadear.  De pronto se volvieron y una figura indistinta bajó deslizándose por el tronco y desapareció.

      Casi en seguida Haldir llegó trepando rápidamente por las ramas.

      -Había algo en este árbol que nunca vi antes -dijo-.  No era un orco.  Huyó tan pronto como toqué el árbol.  Parecía astuto y entendido en árboles, o hubiese pensado que era uno de vosotros, un hobbit.

      »No tiré, pues no quería provocar ningún grito: no podemos arriesgar una batalla.  Una fuerte compañía de orcos ha pasado por aquí.  Cruzaron el Nimrodel, y malditos sean esos pies infectos en el agua pura, y siguieron el viejo camino junto al río.  Parecían ir detrás de algún rastro y durante un rato examinaron el suelo, cerca del sitio donde os detuvisteis.  Nosotros tres no podíamos enfrentar a un centenar de modo que nos adelantamos y hablamos con voces fingidas arrastrándolos al interior del bosque.

      »Orophin ha regresado de prisa a nuestras moradas para advertir a los nuestros.  Ninguno de los orcos saldrá jamás de Lórien.  Y habrá muchos elfos ocultos en frontera norte antes que caiga otra noche.  Pero tenéis que tomar el camino del sur tan pronto como amanezca.

 

 

   El día asomó pálido en el este.  La luz creció y se filtró entre las hojas amarillas de los mallorn y a los hobbits les recordó el sol temprano de una fresca mañana de estío.  Un cielo azul claro se mostraba entre las ramas mecidas por el viento.  Mirando por una abertura en el lado sur del flet, Frodo vio todo el valle del Cauce de Plata extendido como un mar de oro rojizo que ondulaba dulcemente en la brisa.

      La mañana había empezado apenas y era fría aún cuando la Compañía se puso en camino guiada esta vez por Haldir y su hermano Rúmil.

      -¡Adiós, dulce Nimrodel! -exclamó Legolas.  Frodo volvió los ojos y vio un brillo de espuma blanca entre los árboles grises-.  Adiós -dijo y le parecía que nunca oiría otra vez un sonido tan hermoso como el de aquellas aguas, alternando para siempre unas notas innumerables en una música que no dejaba de cambiar.

      Regresaron al viejo sendero que iba por la orilla oeste del Cauce de Plata y durante un tiempo lo siguieron hacia el sur.  Había huellas de orcos en la tierra.  Pero pronto Haldir se desvió a un lado y se detuvo junto al río a la sombra de los árboles.

      -Hay alguien de mi pueblo del otro lado del arroyo, aunque no podéis verlo -dijo.

      Llamó silbando bajo como un pájaro y un elfo salió de un macizo de arbustos; estaba vestido de gris, pero tenía la capucha echada hacia atrás y los cabellos le brillaban como el oro a la luz de la mañana.  Haldir arrojó hábilmente una cuerda gris por encima del agua y el otro la alcanzó y ató el extremo a un árbol cerca de la orilla.

      -El Celebrant es aquí una corriente poderosa, como veis -dijo Haldir-, de aguas rápidas y profundas y muy frías.  No ponemos el pie en él tan al norte, si no es necesario.  Pero en estos días de vigilancia no tendemos puentes.  He aquí cómo cruzamos. ¡Seguidme!

      Amarró el otro extremo de la cuerda a un árbol y luego corrió por encima sobre el río y de vuelta, como si estuviese en un camino.

      -Yo podría cruzar así -dijo Legolas-, ¿pero y los otros? ¿Tendrán que nadar?

      -¡No -dijo Haldir-.  Tenemos otras dos cuerdas.  Las ataremos por encima de la otra, una a la altura del hombro y la segunda a media altura y los extranjeros podrán cruzar sosteniéndose en las dos.

      Cuando terminaron de instalar este puente liviano, la Compañía pasó a la otra orilla, unos con precaución y lentamente, otros con más facilidad.  De los hobbits, Pippin demostró ser el mejor pues tenía el paso seguro y caminó con rapidez sosteniéndose con una mano sola, pero con los ojos clavados en la otra orilla y sin mirar hacia abajo.  Sam avanzó arrastrando los pies, aferrado a las cuerdas y mirando las aguas pálidas y tormentosas como si fueran un precipicio.

Respiró aliviado cuando se encontró a salvo en la otra orilla.

      -¡Vive y aprende!, como decía mi padre.  Aunque se refería al cuidado del jardín y no a posarse como los pájaros o caminar como las ararías. ¡Ni siquiera mi tío Andy conocía estos trucos!

Cuando toda la Compañía estuvo al fin reunida en la orilla este del Cauce de Plata, los elfos desataron las cuerdas y las enrollaron.  Rúmil, que había permanecido en la otra orilla, recogió una de las cuerdas, se la echó al hombro y se alejó saludando con la mano, de vuelta a Nimrodel a continuar la guardia.

      -Ahora, amigos -dijo Haldir-, habéis entrado en el Naith de Lórien o el Enclave, como vosotros diríais, pues esta región se introduce como una lanza entre los brazos del Cauce de Plata y el Gran Anduin.  No permitimos que ningún extraño espíe los secretos del Naith.  A pocos en verdad se les ha permitido poner aquí el pie.

      »Como habíamos convenido, ahora le vendaré los ojos a Gimli el enano.  Los demás pueden andar libremente un tiempo hasta que nos acerquemos a nuestras moradas, abajo en Egladil, en el Angulo entre las aguas.

      Esto no era del agrado de Gimli.

      -El arreglo se hizo sin mi consentimiento -dijo-.  No caminaré con los ojos vendados, como un mendigo o un prisionero.  Y no soy un espía.  Mi gente nunca ha tenido tratos con los sirvientes del enemigo.  Tampoco causamos daño a los elfos.  Si creéis que yo llegaría a traicionaros, lo mismo podríais esperar de Legolas, o de cualquiera de mis amigos.

      -No dudo de ti -dijo Haldir-.  Pero es la ley.  No soy el dueño de la ley y no puedo dejarla de lado.  Ya he hecho mucho permitiéndote cruzar el Celebrant.

      Gimli era obstinado.  Se plantó firmemente en el suelo, las piernas separadas, y apoyó la mano en el mango del hacha. -Iré libremente -dijo-, o regresaré a mi propia tierra, donde confían en mi palabra, aunque tenga que morir en el desierto.

      -No puedes regresar -dijo Haldir con cara seria-.  Ahora que has llegado tan lejos tenemos que llevarte ante el Señor y la Dama.  Ellos te juzgarán y te retendrán o te dejarán ir, como les plazca.  No puedes cruzar de nuevo los ríos y detrás de ti hay ahora centinelas que te cerrarán el paso.  Te matarían antes que pudieses verlos.

      Gimli sacó el hacha del cinturón.  Haldir y su compañero tomaron los arcos.

      -¡Malditos enanos, qué testarudos son! -dijo Legolas.

      -¡Un momento! -dijo Aragorn-.  Si he de continuar guiando esta Compañía, haréis lo que yo ordene.  Es duro para el enano que lo pongan así aparte.  Iremos todos vendados, aun Legolas.  Será lo mejor, aunque el viaje parecerá lento y aburrido.

      Gimli rió de pronto. -¡Qué tropilla de tontos pareceremos!  Haldir nos llevará a todos atados a una cuerda, como mendigos ciegos guiados por un perro.  Pero si Legolas comparte mi ceguera, me declaro satisfecho.

      -Soy un elfo y un hermano aquí -dijo Legolas, ahora también enojado.

      -Y ahora gritemos: ¡malditos elfos, qué testarudos son! -dijo Aragorn-.  Pero toda la Compañía compartirá esa suerte.  Ven, Haldir, véndanos los ojos.

      -Exigiré plena reparación por cada caída y lastimadura en los pies -dijo Gimli mientras le tapaban los ojos con una tela.

      -No será necesario -dijo Haldir-.  Te conduciré bien y las sendas son llanas y rectas.

      -¡Ay, qué tiempos de desatino! -dijo Legolas-. ¡Todos somos aqui enemigos del único enemigo y sin embargo hemos de caminar a ciegas mientras el sol es alegre en los bosques bajo hojas de oro!

      -Quizá parezca un desatino -dijo Haldir-.  En verdad nada revela tan claramente el poder del Señor Oscuro como las dudas que dividen a quienes se le oponen.  Sin embargo, hay tan poca fe y verdad en el mundo más allá de Lothlórien, excepto quizás en Rivendel, que no nos atrevemos a tener confianza, exponiéndonos a alguna contingencia.  Vivimos ahora como en una isla, rodeados de peligro, y nuestras manos están más a menudo sobre los arcos que en las arpas.

      »Los ríos nos defendieron mucho tiempo, pero ya no son una protección segura, pues la Sombra se ha arrastrado hacia el norte, todo alrededor de nosotros.  Algunos hablan de partir, aunque para eso ya es demasiado tarde.  En las montañas del oeste aumenta el mal; las tierras del este son regiones desoladas, donde pululan las criaturas de Sauron; y se dice que no podríamos pasar sanos y salvos por Rohan y que las bocas del Río Grande están vigiladas por el enemigo.  Aunque pudiéramos llegar al mar, no encontraríamos allí protección alguna.  Se cuenta que los puertos de los Altos Elfos existen todavía, pero están muy al norte y al oeste, más allá de la tierra de los medianos.  Dónde se encuentran en verdad, quizá lo sepan el Señor y la Dama; yo lo ignoro.

      -Tendrías que adivinarlo por lo menos, ya que nos habéis visto -dijo Merry-.  Hay puertos de elfos al oeste de mi tierra, la Comarca, donde viven los hobbits.

      -¡Felices los hobbits que viven cerca de la orilla del mar! -dijo Haldir-.  Ha pasado mucho tiempo en verdad desde que mi gente vio el mar por última vez.  Pero todavía lo recordamos en nuestras canciones.  Háblame de esos puertos mientras caminamos.

      -No puedo -dijo Merry-.  Nunca los he visto.  Nunca salí antes de mi país.  Y si hubiese sabido cómo era el mundo de afuera, no creo que me hubiese atrevido a dejar la Comarca.

      -¿Ni siquiera para ver la hermosa Lothlórien? -dijo Haldir-.  Es cierto que el mundo está colmado de peligros y que hay en él sitios lóbregos, pero hay también cosas hermosas y aunque en todas partes el amor está unido hoy a la aflicción, no por eso es menos poderoso.

      »Algunos de nosotros cantan que la Sombra se retirará y que volverá la paz.  No creo sin embargo que el mundo que nos rodea sea alguna vez como antes, ni que el sol brille como en otro tiempo.  Para los elfos, temo, esa paz no sería más que una tregua, que les permitiría llegar al mar sin encontrar demasiados obstáculos y dejar la Tierra Media para siempre. ¡Ay por Lothlórien, que tanto amo!  Será una pobre vida estar en un país donde no crecen los mallorn.  Pues si hay mallorn más allá del mar, nadie lo ha dicho.

      Mientras así hablaban, la Compañía marchaba lentamente en fila a lo largo de los senderos del bosque, conducida por Haldir, mientras que el otro elfo caminaba detrás.  Sentían que el suelo bajo los pies era blando y liso y al cabo de un rato caminaron más libremente, sin miedo de lastimarse o caer.  Privado de la vista, Frodo descubrió que el oído y los otros sentidos se le agudizaban.  Podía oler los árboles y las hierbas.  Podía oír muchas notas diferentes en el susurro de las hojas, el río que murmuraba lejos a la derecha y las voces claras y tenues de los pájaros en el cielo.  Cuando pasaban por algún claro sentía el sol en las manos y la cara.

Tan pronto como pisara la otra orilla del Cauce de Plata, Frodo había sentido algo extraño, que crecía a medida que se internaba en el Naith: le parecía que había pasado por un puente de tiempo hasta un rincón de los Días Antiguos y que ahora caminaba por un mundo que ya no existía.  En Rivendel se recordaban cosas antiguas; en Lórien las cosas antiguas vivían aún en el despertar del mundo.  Aquí el mal había sido visto y oído, la pena había sido conocida; los elfos temían el mundo exterior y desconfiaban de él; los lobos aullaban en las lindes de los bosques, pero en la tierra de Lórien no había ninguna sombra.

 

 

   La Compañía marchó todo el día hasta que sintieron el fresco del atardecer y oyeron las primeras brisas nocturnas que suspiraban entre las hojas.  Descansaron entonces y durmieron sin temores en el suelo, pues los guías no permitieron que se quitaran las vendas y no podían trepar.  A la mañana continuaron la marcha, sin apresurarse.  Se detuvieron al mediodía y Frodo notó que habían pasado bajo el sol brillante.  De pronto oyó alrededor el sonido de muchas voces.

      Una tropa de elfos que marchaba por el bosque se había acercado en silencio; iban de prisa hacia las fronteras del norte para prevenir cualquier ataque que viniera de Moria y traían noticias y Haldir transmitió algunas de ellas.  Los orcos merodeadores habían caído en una emboscada y casi todos habían muerto; el resto huía hacia las montañas del norte y eran perseguidos.  Habían visto también a una criatura extraña, que corría inclinándose hacia adelante y con las manos cerca del suelo, como una bestia, aunque no tenía forma de bestia.  Había conseguido escapar; no tiraron sobre ella, no sabiendo si era de buena o mala índole, y al fin desapareció en el sur siguiendo el curso del Cauce de Plata.

      -También -dijo Haldir- me traen un mensaje del Señor y la Dama de los Galadrim.  Marcharéis todos libremente, aun el enano Gimli.  Parece que la Dama sabe quién es y qué es cada miembro de vuestra Compañía.  Quizá llegaron otros mensajes de Rivendel.

      Quitó la venda que ocultaba los ojos de Gimli.

      -¡Perdón! -dijo saludando con una reverencia-. ¡Míranos ahora con ojos amistosos! ¡Mira y alégrate, pues eres el primer enano que contempla los árboles del Naith de Lórien desde el Día de Durin!

      Cuando le llegó el turno de que le descubrieran los ojos, Frodo miró hacia arriba y se quedó sin aliento.  Estaban en un claro.  A la izquierda había una loma cubierta con una alfombra de hierba tan verde como la primavera de los Días Antiguos.  Encima, como una corona doble, crecían dos círculos de árboles; los del exterior tenían la corteza blanca como la nieve y aunque habían perdido las hojas se alzaban espléndidos en su armoniosa desnudez; los del interior eran mallorn de gran altura, todavía vestidos de oro pálido.  Muy arriba entre las ramas de un árbol que crecía en el centro y era más alto que los otros resplandecía un flet blanco.  A los pies de los árboles y en las laderas de la loma había unas florecitas amarillas de forma de estrella.  Entre ellas, balanceándose sobre tallos delgados, había otras flores, blancas o de un verde muy pálido; relumbraban como una llovizna entre el rico colorido de la hierba.  Arriba el cielo era azul y el sol de la tarde resplandecía sobre la loma y echaba largas sombras verdes entre los árboles.

      -¡Mirad!  Hemos llegado a Cerin Amroth -dijo Haldir-.  Pues este es el corazón del antiguo reino y esta es la loma de Amroth, donde en días más felices fue edificada la alta casa de Amroth.  Aquí se abren las flores de invierno en una hierba siempre fresca: la elanor amarilla y la pálida niphredil.  Aquí nos quedaremos un rato y a la caída de la tarde llegaremos a la ciudad de los Galadrim.

 

 

   Los otros se dejaron caer sobre la hierba fragante, pero Frodo se quedó de pie, todavía maravillado.  Tenía la impresión de haber pasado por una alta ventana que daba a un mundo desaparecido.  Brillaba allí una luz para la cual no había palabras en la lengua de los hobbits.  Todo lo que veía tenía una hermosa forma, pero todas las formas parecían a la vez claramente delineadas, como si hubiesen sido concebidas y dibujadas por primera vez cuando le descubrieron los ojos y antiguas como si hubiesen durado siempre.  No veía otros colores que los conocidos, amarillo y blanco y azul y verde, pero eran frescos e intensos, como si los percibiera ahora por primera vez y les diera nombres nuevos y maravillosos.  En un invierno así ningún corazón hubiese podido llorar el verano o la primavera.  En todo lo que crecía en aquella tierra no se veían manchas ni enfermedades ni deformidades.  En el país de Lórien no había defectos.

      Se volvió y vio que Sam estaba ahora de pie junto a él, mirando alrededor con una expresión de perplejidad, frotándose los ojos como si no estuviese seguro de estar despierto.

      -Hay sol y es un hermoso día, sin duda -dijo-.  Pensé que los elfos no amaban otra cosa que la luna y las estrellas: pero esto es más élfico que cualquier otra cosa que yo haya conocido alguna vez, aun de oídas.  Me siento como si estuviera dentro de una canción, si usted me entiende.

Haldir los miró y parecía en verdad que había entendido tanto el pensamiento como las palabras de Sam.  Sonrió.

      -Estáis sintiendo el poder de la Dama de los Galadrim -les dijo-. ¿Queréis trepar conmigo a Cerin Amroth?

      Siguieron a Haldir, que subía con paso ligero las pendientes cubiertas de hierba.  Aunque Frodo caminaba y respiraba y el viento que le tocaba la cara era el mismo que movía las hojas y las flores de alrededor, tenía la impresión de encontrarse en un país fuera del tiempo, un país que no languidecía, no cambiaba, no caía en el olvido.  Cuando volviera otra vez al mundo exterior, Frodo, el viajero de la Comarca, caminaría aún aquí, sobre la hierba entre la elanor y la niphredil, en la hermosa Lothlórien.

      Entraron en el círculo de árboles blancos.  En ese momento el viento del sur sopló sobre Cerin Amroth y suspiró entre las ramas.  Frodo se detuvo, oyendo a lo lejos el rumor del mar en playas que habían desaparecido hacía tiempo y los gritos de unos pájaros marinos ya extinguidos en el mundo.

      Haldir se había adelantado y ahora trepaba a la elevada plataforma.  Mientras Frodo se preparaba para seguirlo, apoyó la mano en el árbol junto a la escala; nunca había tenido antes una conciencia tan repentina e intensa de la textura de la corteza del árbol y de la vida que había dentro.  La madera, que sentía bajo la mano, lo deleitaba, pero no como a un leñador o a un carpintero; era el deleite de la vida misma del árbol.

      Cuando al fin llegó al flet, Haldir le tomó la mano y lo volvió hacia el sur. -¡Mira primero a este lado! -dijo.

      Frodo miró y vio, todavía a cierta distancia, una colina donde se alzaban muchos árboles magníficos, o una ciudad de torres verdes, no estaba seguro.  De ese sitio venían, le pareció entonces, el poder y la luz que reinaban sobre todo el país y tuvo el deseo de volar como un pájaro para ir a descansar a aquella ciudad verde.  Luego miró hacia el este y vio las tierras de Lórien que bajaban hasta el pálido resplandor del Anduin, el Río Grande.  Miró más allá del río: toda la luz desapareció y se encontró otra vez en el mundo conocido.  Más allá del río la tierra parecía chata y vacía, informe y borrosa, hasta que más lejos se levantaba otra vez como un muro, oscuro y terrible.  El sol que alumbraba a Lothlórien no tenía poder para ahuyentar las sombras de aquellas distantes alturas.

      -Allí está la fortaleza del Bosque del Sur -dijo Haldir-.  Está cubierta por una floresta de abetos oscuros, donde los árboles se oponen unos a otros y las ramas se marchitan y se pudren.  En medio, sobre una altura rocosa, se alza Dol Guldur, donde en otro tiempo se ocultaba el enemigo.  Tememos que esté habitada de nuevo y con un poder septuplicado.  Desde hace un tiempo se ve a veces encima una nube negra.  Desde esta elevación puedes ver los dos poderes en oposición, luchando siempre con el pensamiento; pero aunque la luz traspasa de lado a lado el corazón de las tinieblas, el secreto de la luz misma todavía no ha sido descubierto.  Todavía no.

      Se volvió y descendió rápidamente y los otros lo siguieron.

      Al pie de la loma, Frodo encontró a Aragorn, erguido, inmóvil y silencioso como un árbol; pero sostenía en la mano un capullo dorado de elanor y una luz le brillaba en los ojos.  Parecía que estuviera recordando algo hermoso y Frodo supo que veía las cosas como habían sido antes en ese mismo sitio.  Pues los años torvos se habían borrado de la cara de Aragorn y parecía todo vestido de blanco, un joven señor alto y hermoso, que le hablaba en lengua élfica a alguien que Frodo no podía ver.  Arwen vanimalda, namárië! dijo, y en seguida respiró profundamente y saliendo de sus pensamientos miró a Frodo y sonrió.

      -Aquí está el corazón del mundo élfico -dijo- y aquí mi corazón vivirá para siempre, a menos que encontremos una luz más allá de los caminos oscuros que hemos de recorrer, tú y yo. ¡Ven conmigo!

      Y tomando la mano de Frodo, dejó la loma de Cerin Amroth a la que nunca volvería en vida.

 

 

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