LIBRO
SEGUNDO
MUCHOS ENCUENTROS
Frodo despertó y se encontró tendido en una cama. Al principio creyó que había dormido mucho, luego de una larga pesadilla que todavía le flotaba en las márgenes de la memoria. ¿O quizás había estado enfermo? Pero el cielo raso le parecía extraño: chato, y con vigas oscuras, muy esculpidas. Se quedó acostado todavía un momento, mirando los parches de sol en la pared y escuchando el rumor de una cascada.
-¿Dónde estoy y qué hora es? -le preguntó en voz alta al cielo raso.
-En la casa de Elrond, y son las diez de la mañana -dijo una voz-. Es la mañana del veinticuatro de octubre, si quieres saberlo.
-¡Gandalf! -exclamó Frodo, incorporándose.
Allí estaba el viejo mago, sentado en una silla junto a la ventana abierta.
-Sí -dijo Gandalf -, aquí estoy. Y tú tienes suerte de estar también aquí, luego de todos los disparates que hiciste últimamente.
Frodo se acostó de nuevo. Se sentía demasiado cómodo y en paz para discutir, y de cualquier manera sabía que no llevaría la mejor parte en una discusión. Estaba completamente despierto ahora y recordaba los acontecimientos del viaje: el desastroso «atajo» por el Bosque Viejo, el accidente en el Poney Pisador y la tontería de haberse puesto el Anillo en la cañada, al pie de la Cima de los Vientos. Mientras pensaba todas estas cosas, tratando en vano de recordar qué había ocurrido luego y cómo había llegado a Rivendel, hubo un largo silencio, interrumpido sólo por las suaves bocanadas de la pipa de Gandalf, que lanzaba por la ventana anillos de humo blanco.
-¿Dónde está Sam? -preguntó Frodo al fin-. ¿Y los otros, cómo se encuentran?
-Sí, todos están sanos y salvos -respondió Gandalf -. Sam estuvo aquí hasta que yo lo mandé a descansar, hace una media hora.
-¿Qué pasó en el vado? -dijo Frodo-. Parecía todo tan confuso, y todavía lo parece.
-Sí, lo creo. Empezabas a desaparecer -respondió Gandalf-. La herida al fin estaba terminando contigo; pocas horas más y no hubiésemos podido ayudarte. Pero hay en ti una notable resistencia, ¡mi querido hobbit! Como mostraste en los Túmulos. Te salvaste por un pelo; quizá fue el momento más peligroso de todos. Ojalá hubieses resistido en la Cima de los Vientos.
-Parece que ya sabes mucho -dijo Frodo-. No les hablé del Túmulo a los otros. Al principio era demasiado horrible y luego hubo otras cosas en que pensar. ¿Cómo te enteraste?
-Has estado hablando en sueños, Frodo -dijo Gandalf gentilmente-. Y no me ha sido difícil leerte los pensamientos y la memoria. ¡No te preocupes! Aunque hablé de «disparates», no lo dije en serio. Pienso bien de ti y de los demás. No es poca hazaña haber llegado tan lejos y a través de tantos peligros y conservar todavía el Anillo.
-No hubiésemos podido sin la ayuda de Trancos -dijo Frodo-. Pero te necesitábamos. Sin ti, yo no sabía qué hacer.
-Me retrasé -dijo Gandalf -, y esto casi fue nuestra pérdida. Sin embargo, no estoy seguro. Quizás haya sido mejor así.
-¡Pero cuéntame qué pasó!
-¡Todo a su tiempo! Hoy no tienes que hablar ni preocuparse por nada; son órdenes de Elrond.
-Pero hablar me impediría pensar y hacer suposiciones, lo que es casi tan agotador -dijo Frodo-. Estoy ahora muy despierto y recuerdo tantas cosas que necesitan de una explicación. ¿Porqué te retrasaste? Al menos tendrías que contarme eso.
-Ya oirás todo lo que quieres saber -dijo Gandalf -. Tendremos un Concilio, tan pronto como estés bien. Por el momento sólo te diré que estuve prisionero.
-¿Tú? -exclamó Frodo.
-Sí, yo, Gandalf el Gris -dijo el mago solemnemente-. Hay muchos poderes en el mundo, para el bien y para el mal. Algunos son más grandes que yo. Contra otros, todavía no me he medido. Pero mi tiempo se acerca. El Señor de Morgul y los Jinetes Negros han dejado la guarida. ¡La guerra está próxima!
-Entonces tú sabías de los Jinetes... antes que yo los encontrara.
-Sí, sabía de ellos. En verdad te hablé de ellos una vez; los Jinetes Negros son los Espectros que guardan el Anillo, los Nueve Siervos del Señor de los Anillos. Pero yo ignoraba que hubiesen reaparecido, o te hubieran acompañado desde un comienzo. No tuve noticias de ellos hasta después de dejarte, en junio; pero esta historia tiene que esperar. Por el momento, Aragorn nos ha salvado del desastre.
-Sí -dijo Frodo-, fue Trancos quien nos salvó. Sin embargo, tuve miedo de él al principio. Creo que Sam nunca le tuvo confianza, por lo menos no hasta que encontramos a Glorfindel.
Gandalf sonrió. -Sé todo acerca de Sam -dijo-. Ya no tiene más dudas.
-Me alegra -dijo Frodo-, pues he llegado a apreciar de veras a Trancos. Bueno, apreciar no es la palabra justa. Quiero decir que me es muy querido. Aunque a veces es raro y torvo. En verdad me recuerda a ti a menudo. Yo no sabía que hubiese alguien así entre la Gente Grande. Pensaba, bueno, que sólo eran grandes y bastante estúpidos; amables y estúpidos como Mantecona; o estúpidos y malvados como Bill Helechal. Pero es cierto que no sabemos mucho de los hombres en la Comarca, excepto quizá las gentes de Bree.
-Sabes de veras muy poco si crees que el viejo Cebadilla es estúpido -dijo Gandalf -. Es bastante sagaz en su propio terreno. Piensa menos de lo que habla y más lentamente; sin embargo puede ver a través de una pared de ladrillos (como dicen en Bree). Pero pocos quedan en la Tierra Media como Aragorn hijo de Arathorn. La raza de los Reyes de Más Allá del Mar está casi extinguida. Es posible que esta Guerra del Anillo sea su última aventura.
-¿Quieres decir realmente que Trancos pertenece al pueblo de los viejos Reyes? -dijo Frodo, asombrado-. Pensé que habían desaparecido todos, hace ya mucho tiempo. Pensé que era sólo un montaraz.
-¡Sólo un montaraz! -exclamó Gandalf -. Mi querido Frodo, eso son justamente los montaraces: los últimos vestigios en el Norte de un gran pueblo, los Hombres del Oeste. Me ayudaron ya en el pasado y necesitaré que me ayuden en el futuro; pues aunque hemos llegado a Rivendel, el Anillo no ha encontrado todavía reposo.
-Imagino que no -dijo Frodo-, pero hasta ahora mi único pensamiento era llegar aquí, y espero no tener que ir más lejos. El simple descanso es algo muy agradable. He tenido un mes de exilio y aventuras y pienso que es suficiente para mí.
Calló y cerró los ojos. Al cabo de un rato habló de nuevo: -He estado sacando cuentas -dijo-, y el total no llega al veinticuatro de octubre. Hoy sería el veintiuno de octubre. Tuvimos que haber llegado al vado el día veinte.
-En tu estado actual, has hablado demasiado y has sacado demasiadas cuentas -dijo Gandalf-. ¿Cómo sientes ahora el hombro y el costado?
-No sé -dijo Frodo-. No los siento nada, lo que quizás es un adelanto, pero -hizo un esfuerzo- el brazo puedo moverlo un poco. Sí, está volviendo a la vida. No está frío -añadió, tocándose la mano izquierda con la derecha.
-¡Bien! -dijo Gandalf-. Se está restableciendo. Pronto estarás curado del todo. Elrond ha estado cuidándote, durante días, desde que te trajeron aquí.
-¿Días? -dijo Frodo.
-Bueno, cuatro noches y tres días, para ser exactos. Los elfos te trajeron del vado en la noche del veinte y es ahí donde perdiste la cuenta. Hemos estado muy preocupados, y Sam no dejó tu cabecera ni de día ni de noche, excepto para llevar algún mensaje. Elrond es un maestro del arte de curar, pero las armas del enemigo son mortíferas. Para decirte la verdad, yo tuve muy pocas esperanzas, pues se me ocurrió que en la herida cerrada había quedado algún fragmento de la hoja. Pero no pudimos encontrarlo hasta anoche. Elrond extrajo una esquirla. Estaba muy incrustada en la carne y abriéndose paso hacia dentro.
Frodo se estremeció recordando el cruel puñal de hoja mellada que se había desvanecido en manos de Trancos.
-¡No te alarmes! - dijo Gandalf -. Ya no existe. Ha sido fundida. Y parece que los hobbits se desvanecen de muy mala gana. He conocido guerreros robustos de la Gente Grande que hubiesen sucumbido en seguida a esa esquirla que tú llevaste diecisiete días.
-¿Qué me hubiesen hecho? -preguntó Frodo-. ¿Qué trataban de hacer esos Jinetes?
-Trataban de atravesarte el corazón con un puñal de Morgul, que queda en la herida. Si lo hubieran logrado, serías ahora como ellos, sólo que más débil, y te tendrían sometido. Serías un espectro, bajo el dominio del Señor Oscuro, y te habría atormentado por haber querido retener el Anillo, si hay tormento mayor que el de perder el Anillo y verlo en el dedo del Señor Oscuro.
-¡Gracias sean dadas por no haberme enterado de ese horrible peligro! -dijo Frodo con voz débil-. Yo estaba mortalmente asustado, por supuesto, pero si hubiera sabido más no me hubiese atrevido ni a moverme. ¡Es una maravilla que haya escapado con vida!
-Sí, la fortuna o el destino te ayudaron sin duda -dijo Gandalf-, para no mencionar el coraje. Pues no te tocaron el corazón y sólo te hirieron en el hombro y esto fue así porque resististe hasta el fin. Pero te salvaste no se sabe cómo. El peligro mayor fue cuando tuviste puesto el Anillo, pues entonces tú mismo estabas a medias en el mundo de los espectros y ellos podían haberte alcanzado. Tú podías verlos y ellos te podían ver.
-Sí, es cierto - dijo Frodo- ¡Mirarlos fue algo terrible! ¿Pero cómo vemos siempre a los caballos?
-Porque son verdaderos caballos, así como las ropas negras son verdaderas ropas, que dan forma a la nada que ellos son, cuando tienen tratos con los vivos.
-¿Por qué esos caballos negros soportan entonces a semejantes Jinetes? Todos los otros animales se espantan cuando los Jinetes andan cerca, aun el caballo élfico de Glorfindel. Los perros les ladran y los gansos les graznan.
-Porque esos caballos nacieron y fueron criados al servicio del Señor Oscuro. ¡Los sirvientes y animales de Mordor no son todos espectros! Hay orcos y trolls, huargos y licántropos; y ha habido y todavía hay muchos hombres, guerreros y reyes, que andan a la luz del sol y sin embargo están sometidos a Mordor. Y el número de estos servidores crece todos los días. -¿Y Rivendel y los elfos? ¿Está Rivendel a salvo?
-Sí, por ahora, hasta que todo lo demás sea conquistado. Los elfos pueden temer al Señor Oscuro y quizás huyan de él, pero nunca jamás lo escucharán o le servirán. Y aquí, en Rivendel, viven algunos de los principales enemigos de Mordor: los Sabios Elfos, Señores del Eldar, de más allá de los mares lejanos. Ellos no temen a los Espectros del Anillo, pues quienes han vivido en el Reino Bienaventurado viven a la vez en ambos mundos y tienen grandes poderes contra lo Visible y lo Invisible.
-Creí ver una figura blanca que brillaba y no empalidecía como las otras. ¿Era entonces Glorfindel?
-Sí, lo viste un momento tal como es en el otro lado, uno de los poderosos Primeros Nacidos. Es el Señor Elfo de una casa de príncipes. En verdad hay poder en Rivendel capaz de resistir la fuerza de Mordor, por un tiempo al menos, y hay también otros poderes afuera. Hay poder también, de otra especie, en la Comarca. Pero todos estos lugares pronto serán como islas sitiadas, si las cosas continúan como hasta ahora. El Señor Oscuro está desplegando toda su fuerza.
»Sin embargo -continuó Gandalf, incorporándose de pronto y adelantando el mentón mientras se le erizaban los pelos de la barba como alambre de púas-, no nos desanimemos. Pronto te curarás, si no te mato con mi charla. Estás en Rivendel, y no te preocupes por ahora.
-No tengo ningún ánimo y no sé cómo podría desanimarme -dijo Frodo -, pero ahora no hay nada que me preocupe. Dame simplemente noticias de mis amigos y dime cómo terminó el asunto del vado, como he venido preguntando, y me declararé satisfecho por el momento. Luego dormiré otro poco, me parece, pero no podré cerrar los ojos hasta que hayas terminado esa historia para mí.
Gandalf acercó la silla a la cabecera del lecho y miró con atención a Frodo. El color le había vuelto a la cara; los ojos se le habían aclarado y tenía una mirada despejada y lúcida. Sonreía y parecía que todo andaba bien. Pero el ojo del mago alcanzó a notar un cambio imperceptible, como una cierta transparencia alrededor de Frodo y sobre todo alrededor de la mano izquierda, que descansaba sobre el cubre-cama.
«Sin embargo, era algo que podía esperarse», reflexionó Gandalf. «No está ni siquiera curado a medias y lo que le pasará al fin ni siquiera Elrond podría decirlo. Creo que no será para mal. Podría convertirse en algo parecido a un vaso de agua clara, para los ojos que sepan ver.»
-Tienes un aspecto espléndido -dijo en voz alta-. Me arriesgaré a contarte una breve historia, sin consultar a Elrond. Pero muy breve, recuérdalo, y luego dormirás otra vez. Esto es lo que ocurrió, según lo que he averiguado. Los Jinetes fueron directamente detrás de ti, tan pronto como escapaste. Ya no necesitaban que los caballos los guiaran: te habías vuelto visible para ellos: estabas en el umbral del mundo de los fantasmas. Y además el Anillo los llamaba de algún modo. Tus amigos saltaron a un lado, fuera del camino, o los hubieran aplastado sin remedio. Sabían que estabas perdido, si no te salvaba el caballo blanco. Los Jinetes eran demasiado rápidos y hubiese sido inútil perseguirlos, y demasiado numerosos y hubiese sido inútil oponerse. A pie, ni siquiera Glorfindel y Aragorn luchando juntos hubieran podido resistir a los Nueve a la vez.
»Cuando los Espectros del Anillo pasaron rápidos como el viento, tus amigos corrieron detrás. Muy cerca del vado hay una pequeña hondonada, oculta tras unos pocos árboles achaparrados junto al camino. Allí encendieron rápidamente un fuego, pues Glorfindel sabía que habría una crecida, si los Jinetes trataban de cruzar; él entonces tendría que vérselas con quienes estuvieran de este lado del río. En el momento en que llegó la creciente, Glorfindel corrió hacia el agua, seguido por Aragorn y los otros, todos llevando antorchas encendidas. Atrapados entre el fuego y el agua y viendo a un Señor de los Elfos, que mostraba todo el poder de su furia, los Jinetes se acobardaron y los caballos enloquecieron. Tres fueron arrastrados río abajo por el primer asalto de la crecida; luego los caballos echaron a los otros al agua.
-¿Y ese fue el fin de los Jinetes? -preguntó Frodo.
-No -dijo Gandalf -. Los caballos tienen que haber muerto, y sin ellos son como impedidos. Pero los Espectros del Anillo no pueden ser destruidos con tanta facilidad. Sin embargo, y por el momento, no son ya criaturas de temer. Tus amigos cruzaron, cuando pasó la inundación, y te encontraron tendido de bruces en lo alto de la barranca, con una espada rota bajo el cuerpo. El caballo hacía guardia a tu lado. Tú estabas pálido y frío y temieron que hubieses muerto o algo peor. La gente de Elrond los encontró allí y te trajeron lentamente a Rivendel.
-¿Quién provocó la crecida? -dijo Frodo.
-Elrond la ordenó -respondió Gandalf -. El río de este valle está bajo el dominio de Elrond. Las aguas se levantan furiosas cuando él cree necesario cerrar el vado. Tan pronto como el capitán de los Espectros del Anillo entró a caballo en el agua, soltaron la avenida. Si me lo permites añadiré un toque personal a la historia: quizá no lo notaste, pero algunas de las olas se encabritaron como grandes caballos blancos montados por brillantes Jinetes blancos; y había muchas piedras que rodaban y crujían. Por un momento temí que hubiésemos liberado una furia demasiado poderosa y que la crecida se nos fuera de las manos y os arrastrara a todos vosotros. Hay gran vigor en las aguas que bajan de las nieves de las Montañas Nubladas.
-Sí, todo me viene a la memoria ahora -dijo Frodo-: el tremendo rugido. Pensé que me ahogaba, con mis amigos y todos. ¡Pero ahora estamos a salvo!
Gandalf echó una rápida mirada a Frodo, pero el hobbit había cerrado los ojos.
-Sí, estamos todos a salvo por el momento. Pronto habrá fiesta y regocijo para celebrar la victoria en el Vado del Bruinen y allí estaréis todos vosotros ocupando sitios de honor.
-¡Espléndido! - dijo Frodo -. Es maravilloso que Elrond y Glorfindel y tan grandes señores, sin hablar de Trancos, se molesten tanto y sean tan bondadosos conmigo.
-Bueno, hay muchas razones para que así sea -dijo Gandalf, sonriendo-. Yo soy una buena razón. El Anillo es otra; tú eres el Portador del Anillo. Y eres el heredero de Bilbo, que encontró el Anillo.
-¡Querido Bilbo! -dijo Frodo, soñoliento-. Me pregunto dónde andará. Me gustaría que estuviese aquí y pudiese oír toda esta historia. Se hubiera reído con ganas. ¡La vaca que saltó por encima de la luna! ¡Y el pobre viejo troll!
Luego de esto, se durmió rápidamente.
Frodo estaba ahora a salvo en la Ultima Casa Hogareña al este del Mar. Esta casa era, como Bilbo había informado hacía tiempo, «una casa perfecta, tanto te guste comer como dormir o contar cuentos o cantar, o sólo quedarte sentado pensando, o una agradable combinación de todo». Bastaba estar allí para curarse del cansancio, el miedo y la melancolía.
A la caída de la noche, Frodo despertó de nuevo y descubrió que ya no sentía necesidad de dormir o descansar y que en cambio tenía ganas de comer y beber y quizá cantar y contar luego alguna historia. Salió de la cama y descubrió que podía utilizar el brazo casi como antes. Encontró ya preparadas unas ropas limpias de color verde que le caían muy bien. Mirándose en el espejo se sobresaltó al descubrir que nunca había estado antes tan delgado; la imagen se parecía notablemente al joven sobrino de Bilbo, que había acompañado al tío en muchos paseos a pie por la Comarca; pero los ojos del espejo le devolvieron una mirada pensativa.
-Sí, desde la última vez que te miraste en un espejo te ocurrieron algunas cosas -le dijo a la imagen-. Pero ahora, ¡por un feliz encuentro!
Se estiró de brazos y silbó una melodía.
En ese momento, golpearon a la puerta y entró Sam. Corrió hacia Frodo y le tomó la mano izquierda, torpe y tímidamente. La acarició un momento con dulzura y luego enrojeció y se volvió en seguida para irse.
-¡Hola, Sam! -dijo Frodo.
-¡Está caliente! -dijo Sam-. Quiero decir la mano de usted, señor Frodo. Ha estado tan fría en las largas noches. ¡Pero victoria y trompetas! -gritó, dando otra media vuelta con ojos brillantes y bailando-. ¡Es maravilloso verlo de pie y recuperado del todo, señor! Gandalf me pidió que viniera a ver si usted podía bajar y pensé que bromeaba.
-Estoy listo -dijo Frodo-. ¡Vamos a buscar a los demás!
-Puedo llevarlo hasta ellos, señor -dijo Sam-. Es una casa grande ésta y muy peculiar. A cada paso se descubre algo nuevo y nunca se sabe qué encontrará uno a la vuelta de un corredor. ¡Y elfos, señor Frodo! ¡Elfos por aquí y elfos por allá! Algunos como reyes, terribles y espléndidos, y otros alegres como niños. Y la música y el canto... aunque no he tenido tiempo ni ánimo para escuchar mucho desde que llegamos aquí. Pero empiezo a conocer los recovecos de la casa.
-Sé lo que has estado haciendo, Sam -dijo Frodo, tomándolo por el brazo-. Pero tienes que estar contento esta noche y prestar oídos a la alegría que te llega del corazón. ¡Vamos, muéstrame lo que hay a la vuelta de los corredores!
Sam lo llevó por distintos pasillos y luego escaleras abajo y por último salieron a un jardín elevado sobre la barranca escarpada del río. Los amigos de Frodo estaban allí sentados en un pórtico que miraba al este. Las sombras habían cubierto el valle, abajo, pero en las faldas de las montañas lejanas había aún un resto de luz. El aire era cálido. El sonido del agua que corría y caía en cascadas llegaba a ellos claramente y un débil perfume de árboles y flores flotaba en la noche, como si el verano se hubiese demorado en los jardines de Elrond.
-¡Hurra! -gritó Pippin incorporándose de un salto-. ¡He aquí a nuestro noble primo! ¡Abran paso a Frodo, Señor del Anillo!
-¡Calla! -dijo Gandalf desde el fondo sombrío del pórtico-. Las cosas malas no tienen cabida en este valle, pero aun así es mejor no nombrarlas. El Señor del Anillo no es Frodo, sino el amo de la Torre Oscura de Mordor, ¡cuyo poder se extiende otra vez sobre el mundo! Estamos en una fortaleza. Afuera caen las sombras.
-Gandalf ha estado diciéndonos cosas así, todas tan divertidas -dijo Pippin-. Piensa que es necesario llamarme al orden, pero de algún modo parece imposible sentirse triste o deprimido en este sitio. Tengo la impresión de que podría ponerme a cantar, si conociese una canción apropiada.
-Yo también cantaría -rió Frodo-. ¡Aunque por ahora preferiría comer y beber!
-Eso tiene pronto remedio -dijo Pippin-. Has mostrado tu astucia habitual levantándote justo a tiempo para una comida.
-¡Más que una comida! ¡Una fiesta! -dijo Merry-. Tan pronto como Gandalf informó que ya estabas bien, comenzaron los preparativos.
Apenas había acabado de hablar cuando un tañido de campanas los convocó al salón de la casa.
El salón de la casa de Elrond estaba colmado de gente: elfos en su mayoría, aunque había unos pocos huéspedes de otra especie. Elrond estaba sentado en un sillón a la cabecera de una mesa larga sobre el estrado; a un lado tenía a Glorfindel y al otro a Gandalf.
Frodo los observó maravillado, pues nunca había visto a Elrond, de quien se hablaba en tantos relatos; y sentados a la izquierda y a la derecha, Glorfindel y aun Gandalf, a quienes creía conocer tan bien, se le revelaban como grandes y poderosos señores.
Gandalf era de menor estatura que los otros dos, pero la larga melena blanca, la abundante barba gris y los anchos hombros, le daban un aspecto de rey sabio, salido de antiguas leyendas. En la cara trabajada por los años, bajo las espesas cejas nevadas, los ojos oscuros eran como carbones encastrados que de súbito podían encenderse y arder.
Glorfindel era alto y erguido, el cabello de oro resplandeciente, la cara joven y hermosa, libre de temores y luminosa de alegría; los ojos brillantes y vivos y la voz como una música; había sabiduría en aquella frente y fuerza en aquella mano.
El rostro de Elrond no tenía edad; no era ni joven ni viejo, aunque uno podía leer en él el recuerdo de muchas cosas, felices y tristes. Tenía el cabello oscuro como las sombras del atardecer y ceñido por una diadema de plata; los ojos eran grises como la claridad de la noche y en ellos había una luz semejante a la luz de las estrellas. Parecía venerable como un rey coronado por muchos inviernos y vigoroso sin embargo como un guerrero probado en la plenitud de sus fuerzas. Era el Señor de Rivendel, poderoso tanto entre los elfos como entre los hombres.
En el centro de la mesa, apoyada en los tapices que pendían del muro, había una silla bajo un dosel y allí estaba sentada una hermosa dama -tan parecida a Elrond, bajo forma femenina, que no podía ser», pensó Frodo, «Sino una pariente próxima». Era joven y al mismo tiempo no lo era, pues aunque la escarcha no había tocado las trenzas de pelo sombrío y los brazos blancos y el rostro claro eran tersos y sin defecto y la luz de las estrellas le brillara en los ojos, grises como una noche sin nubes, había en ella verdadera majestad, y la mirada revelaba conocimiento y sabiduría, como si hubiera visto todas las cosas que traen los años. Le cubría la cabeza una red de hilos de plata entretejida con pequeñas gemas de un blanco resplandeciente, pero las delicadas vestiduras grises no tenían otro adorno que un cinturón de hojas cinceladas en plata.
Así vio Frodo a Arwen, hija de Elrond, a quien pocos mortales habían visto hasta entonces y de quien se decía que había traído de nuevo a la tierra la imagen viva de Lúthien; y la llamaban Undómiel, pues era la Estrella de la Tarde para su pueblo. Había permanecido mucho tiempo en la tierra de la familia de la madre, en Lórien, más allá de las montañas, y había regresado hacía poco a Rivendel, a la casa del padre. Pero los dos hermanos de Arwen, Elladan y Elrohir, llevaban una vida errante y a menudo iban a caballo hasta muy lejos junto con los Montaraces del Norte; y jamás olvidaban los tormentos que la madre de ellos había sufrido en los antros de los orcos.
Frodo no había visto ni había imaginado nunca belleza semejante en una criatura viviente, y el hecho de encontrarse sentado a la mesa de Elrond entre tanta gente alta y hermosa lo sorprendía y abrumaba a la vez. Aunque tenía una silla apropiada y contaba con el auxilio de varios almohadones, se sentía muy pequeño y bastante fuera de lugar; pero esta impresión pasó rápidamente. La fiesta era alegre y la comida todo lo que un estómago hambriento pudiese desear. Pasó un tiempo antes que mirara de nuevo alrededor o se volviera hacia la gente vecina.
Buscó primero a sus amigos. Sam había pedido que le permitieran atender a su amo, pero le respondieron que por esta vez él era invitado de honor. Frodo podía verlo ahora junto al estrado, sentado con Pippin y Merry a la cabecera de una mesa lateral. No alcanzó a ver a Trancos.
A la derecha de Frodo estaba sentado un enano que parecía importante, ricamente vestido. La barba, muy larga y bifurcado, era blanca, casi tan blanca como el blanco de nieve de las ropas. Llevaba un cinturón de plata, y una cadena de plata y diamantes le colgaba del cuello. Frodo dejó de comer para mirarlo.
-¡Bien venido y feliz encuentro! -dijo el enano volviéndose hacia él y levantándose del asiento hizo una reverencia-. Glóin, para servir a usted -dijo inclinándose todavía más.
-Frodo Bolsón, para servir a usted y a la familia de usted -dijo Frodo correctamente, levantándose sorprendido y desparramando los almohadones-. ¿Me equivoco al pensar que es usted el Glóin, uno de los doce compañeros del gran Thorin Escudo-de-Roble?
-No se equivoca -dijo el enano, juntando los almohadones y ayudando cortésmente a Frodo a volver a la silla-. Y yo no pregunto, pues ya me han dicho que es usted pariente y heredero de nuestro célebre amigo Bilbo. Permítame felicitarlo por su restablecimiento.
-Muchas gracias -dijo Frodo.
-Ha tenido usted aventuras muy extravías, he oído -dijo Glóin-. No alcanzo a imaginarme qué motivo pueden tener cuatro hobbits para emprender un viaje tan largo. Nada semejante había ocurrido desde que Bilbo estuvo con nosotros. Pero quizá yo no debiera hacer preguntas tan precisas, pues ni Elrond ni Gandalf parecen dispuestos a hablar del asunto.
-Pienso que no hablaremos de eso, al menos por ahora - dijo Frodo cortésmente. Entendía que, aun en la casa de Elrond, el Anillo no era tema común de conversación y de cualquier modo deseaba olvidar las dificultades pasadas, por un tiempo-. Pero yo también me pregunto -continuó - qué traerá a un enano tan importante a tanta distancia de la Montaña Solitaria.
Glóin lo miró. -Si todavía no lo sabe, tampoco hablaremos de eso, me parece. El Señor Elrond nos convocará a todos muy pronto, creo, y oiremos entonces muchas cosas. Pero hay todavía otras, de las que se puede hablar.
Conversaron durante todo el resto de la comida, pero Frodo escuchaba más de lo que hablaba, pues las noticias de la Comarca, aparte de las que se referían al Anillo, parecían menudas, lejanas e insignificantes, mientras que Glóin en cambio tenía mucho que decir de las regiones septentrionales de las Tierras Asperas. Frodo supo que Grimbeorn el Viejo, hijo de Beorn, era ahora el señor de muchos hombres vigorosos y que ni orcos ni lobos se atrevían a entrar en su país, entre las montañas y el Bosque Negro.
-En verdad -dijo Glóin-, si no fuera por los Beórnidas, ir del valle a Rivendel hubiese sido imposible desde hace mucho tiempo. Son hombres valientes y mantienen abierto el Paso Alto y el Vado de Carroca. Pero el peaje es elevado -añadió sacudiendo la cabeza-, y como los Beorn de antaño, no gustan mucho de los enanos. Sin embargo, son gente en la que se puede confiar y eso es mucho en estos días. Pero en ninguna parte hay hombres que nos muestren tanta amistad como los del valle. Son buena gente los Bárdidos. El nieto de Bard el Arquero es quien los gobierna, Brand hijo de Bain hijo de Bard. Es un rey poderoso, y sus dominios llegan ahora muy al sur y al este de Esgarot.
-¿Y qué me dice de la gente de usted? -preguntó Frodo.
-Hay mucho que decir, bueno y malo -respondió Glóin-, pero casi todo bueno. Hemos tenido suerte hasta ahora, aunque no escapamos al ensombrecimiento de la época. Si realmente quiere oír de nosotros, le daré todas las noticias que quiera. ¡Pero hágame callar cuando esté cansado! La lengua se les suelta a los enanos cuando hablan de sí mismos, dicen.
Y luego de esto Glóin se embarcó en un largo relato sobre el Reino de los Enanos. Le encantaba haber encontrado un oyente tan cortés, pues Frodo no daba señales de fatiga y no trataba de cambiar el tema, aunque en verdad pronto se encontró perdido entre los extraños nombres de personas y lugares de los que nunca había oído hablar. Le interesó saber sin embargo que Dáin reinaba todavía bajo la montaña, que era viejo (habiendo cumplido ya doscientos cincuenta años), venerable y fabulosamente rico. De los diez compañeros que habían sobrevivido a la Batalla de los Cinco Ejércitos, siete estaban todavía con él: Dwalin, Glóin, Dori, Nori, Bifur, Bofur y Bombur. Bombur era ahora tan gordo que no podía trasladarse por sus propios medios de la cama a la mesa, y se necesitaban seis jóvenes enanos para levantarlo.
-¿Y qué se hizo de Balin y Ori y Oin? -preguntó Frodo.
Una sombra cruzó la cara de Glóin. -No lo sabemos -respondió-. He venido a pedir consejo a gentes que moran en Rivendel en gran parte a causa de Balin. ¡Pero por esta noche hablemos de cosas más alegres!
Glóin se puso entonces a hablar de las obras de los enanos y le comentó a Frodo los trabajos que habían emprendido en el valle y bajo la montaña.
-Hemos trabajado bien -dijo-, pero en metalurgia no podemos rivalizar con nuestros padres, muchos de cuyos secretos se han perdido. Hacemos buenas armaduras y espadas afiladas, pero las hojas y las cotas de malla no pueden compararse con las de antes de la venida del dragón. Sólo en minería y en construcciones hemos superado los viejos tiempos. ¡Tendría usted que ver los canales del valle, Frodo, y las montañas y las fuentes! ¡Tendría usted que ver las calzadas de piedras de distintos colores! ¡Y las salas y calles subterráneas con arcos tallados como árboles y las terrazas y torres que se alzan en las faldas de la montaña! Vería usted entonces que no hemos estado ociosos.
-Iré y lo veré, si me es posible alguna vez -dijo Frodo -. ¡Cómo se hubiera sorprendido Bilbo viendo todos esos cambios en la Desolación de Smaug!
Glóin miró a Frodo y sonrió. -¿Usted quería mucho a Bilbo, no es así? -preguntó.
-Sí -respondió Frodo-. Preferiría verlo a él antes que todas las torres y palacios del mundo.
El banquete concluyó por fin. Elrond y Arwen se incorporaron y atravesaron la sala y los invitados los siguieron en orden. Las puertas se abrieron de par en par y todos salieron a un pasillo ancho y cruzaron otras puertas y llegaron a otra sala. No había mesas allí, pero un fuego claro ardía en una amplia chimenea entre pilares tallados a un lado y a otro.
Frodo se encontró marchando al lado de Gandalf.
-Esta es la Sala del Fuego -dijo el mago-. Escucharás aquí muchas canciones y relatos, si consigues mantenerte despierto. Pero fuera de las grandes ocasiones la sala está siempre vacía y silenciosa y sólo vienen aquí quienes buscan tranquilidad y recogimiento. La chimenea está encendida todo el año, pero casi no hay otra luz.
Mientras Elrond entraba e iba hacia el asiento preparado para él, unos trovadores elfos comenzaron a tocar una música suave. La sala se fue llenando lentamente y Frodo observó con deleite las muchas caras hermosas que se habían reunido allí; la luz dorada del fuego jugueteaba sobre las distintas facciones y relucía en los cabellos. De pronto vio, no muy lejos del extremo opuesto del fuego, una pequeña figura oscura sentada en un taburete, la espalda apoyada en una columna. Junto a él, en el suelo, un tazón y un poco de pan. Frodo se preguntó si el personaje estaría enfermo (si alguien podía enfermarse en Rivendel), y no habría podido asistir al festín. Parecía dormir, la cabeza inclinada sobre el pecho, y ocultaba la cara en un pliegue del manto negro.
Elrond se adelantó y se quedó de pie junto a la silenciosa figura.
-¡Despierta, pequeño señor! -dijo con una sonrisa. En seguida se volvió hacia Frodo y le indicó que se acercara-. He aquí llegada la hora que tanto has deseado, Frodo. He aquí un amigo que te ha faltado mucho tiempo.
La figura oscura alzó la cabeza y se descubrió la cara.
-¡Bilbo! -gritó Frodo reconociéndolo de pronto y dando un salto hacia adelante.
-¡Hola, Frodo, mi muchacho! -dijo Bilbo-. Así que llegaste al fin. Esperaba que tuvieras éxito. ¡Bueno, bueno! De modo que estos festejos son todos en tu honor, me han dicho. Espero que lo hayas pasado bien.
-¿Por qué no estuviste presente? - gritó Frodo -. ¿Y por qué no me permitieron que te viera antes?
-Porque estabas dormido. Pero yo te vi bastante. He estado sentado a tu lado junto con Sam todos estos días. Pero en cuanto a la fiesta, ya no frecuento mucho esas cosas. Y tenía otra cosa que hacer.
-¿Qué estabas haciendo?
-Bueno, estaba sentado aquí, meditando. Lo hago con frecuencia desde hace un tiempo y este sitio es en general el más adecuado. ¡Despierta, qué noticia! -dijo Bilbo guiñándole un ojo a Elrond. Frodo alcanzó a ver un centelleo en el ojo de Bilbo y no advirtió ninguna señal de somnolencia-. ¡Despierta! No estaba dormido, señor Elrond. Si queréis saberlo, habéis venido todos demasiado pronto de la fiesta y me habéis perturbado... mientras componía una canción. Me enredé en una línea o dos y estaba recomponiendo los versos, pero supongo que ahora ya no tienen remedio. Habéis cantado tanto que las ideas se me fueron de la cabeza. Tendré que recurrir a mi amigo el Dúnadan para que me ayude. ¿Dónde está?
Elrond rió.
-Lo encontraremos -dijo-. Luego los dos os iréis a un rincón a acabar vuestra tarea y nosotros la oiremos y la juzgaremos antes que terminen los festejos.
Se enviaron mensajeros en busca del amigo de Bilbo, aunque nadie sabía dónde estaba, ni por qué no había asistido al banquete.
Mientras tanto Frodo y Bilbo se sentaron y Sam se acercó rápidamente y se quedó junto a ellos. Frodo y Bilbo hablaron en voz baja, sin prestar atención a la alegría y a la música que estallaban en la sala de un extremo a otro. Bilbo no tenía mucho que decir de sí mismo. Luego de dejar Hobbiton había ido como sin rumbo, siguiendo a veces el camino, o cruzando los campos a un lado o a otro, pero de algún modo había caminado todo el tiempo hacia Rivendel.
-Llegué aquí sin muchas aventuras -dijo-, y luego de un descanso fui hasta el valle acompañando a los enanos: mi último viaje. Ya no iré por los caminos. El viejo Balin había partido. Entonces volví aquí y aquí me he quedado hasta ahora. He estado ocupado. He seguido escribiendo mi libro. Y compuse algunas canciones, por supuesto. Las cantan aquí de vez en cuando: aunque sólo para complacerme, creo yo; pues no son bastante buenas para Rivendel, naturalmente. Y escucho y pienso. Aquí parece que el tiempo no pasara: existe, nada más. Un sitio notable desde cualquier punto de vista.
»Me han llegado toda clase de noticias de más allá de las montañas y del Sur, pero ninguna de la Comarca. He tenido noticias del Anillo, por supuesto. Gandalf ha estado aquí a menudo. Aunque no me contó gran cosa; en estos últimos años se ha vuelto cada vez más reservado. El Dúnadan me dijo más. ¡Imagínate mi Anillo causando tantos problemas! Es una lástima que Gandalf no lo hubiese averiguado antes. Yo mismo podía haberlo traído aquí hace mucho sin tantas dificultades. Pensé alguna vez en volver a buscarlo a Hobbiton, pero estoy poniéndome viejo y ellos no me dejarían: Gandalf y Elrond quiero decir. Parecen pensar que el enemigo revuelve cielo y tierra buscándome y que me haría picadillo si me sorprendiera al descubierto.
»Y Gandalf dijo: "Bilbo, el Anillo ha pasado a otro. No sería bueno para ti ni para nadie si te entremetieras otra vez." Curiosa observación, digna de Gandalf. Pero me dijo que cuidaba de ti, de modo que no me preocupé. Me hace terriblemente feliz verte sano y salvo.
Hizo una pausa y miró a Frodo como dudando.
-¿Lo tienes aquí? -preguntó en un murmullo-. No me aguanto de curiosidad, entiendes, luego de todo lo que he oído. Me gustaría mucho echarle un vistazo.
-Sí, lo tengo aquí -respondió Frodo, sintiendo de pronto una rara resistencia-. Tiene el mismo aspecto de siempre.
-Bueno, me gustaría verlo un momento, nada más -dijo Bilbo.
Mientras se vestía, Frodo había descubierto que le habían colgado al cuello el Anillo y que la cadena era nueva, liviana y fuerte. Sacó lentamente el Anillo. Bilbo extendió la mano. Pero Frodo retiró en seguida el Anillo. Descubrió con pena y asombro que ya no miraba a Bilbo; parecía como si una sombra hubiese caído entre ellos y detrás de esa sombra alcanzaba a ver una criatura menuda y arrugada, de rostro ávido y manos huesudas y temblorosas. Tuvo ganas de golpearla.
La música y los cantos de alrededor se apagaron de algún modo y hubo un silencio. Bilbo echó una rápida mirada a la cara de Frodo y se pasó una mano por los ojos.
-Ahora entiendo -dijo-. ¡Apártalo! Lo lamento; lamento que te haya tocado esa carga: lo lamento todo. ¿Las aventuras no terminan nunca? Supongo que no. Alguien tiene que llevar adelante la historia. Bueno, no puede evitarse. Me pregunto si valdrá la pena que termine mi libro. Pero no nos preocupemos por eso ahora. ¡Veamos las noticias! ¡Cuéntame de la Comarca!
Frodo ocultó el Anillo y la sombra pasó dejando apenas una hilacha de recuerdo. La luz y la música de Rivendel lo rodearon otra vez. Bilbo sonreía y reía, feliz. Todas las noticias que Frodo le daba de la Comarca -ahora de cuando en cuando aumentadas y corregidas por Sam- le parecían del mayor interés, desde la tala de un arbolito hasta las travesuras del niño más pequeño de Hobbiton. Estaban tan absortos en los acontecimientos de las Cuatro Cuadernas que no advirtieron la llegada de un hombre vestido de verde oscuro. Durante algunos minutos se quedó mirándolos con una sonrisa.
De pronto Bilbo alzó los ojos. -¡Ah, al fin llegaste, Dúnadan! - exclamó.
-¡Trancos! -dijo Frodo-. Parece que tienes muchos nombres. -Bueno, Trancos nunca lo había oído hasta ahora -dijo Bilbo-. ¿Por qué lo llamas así?
-Así me llaman en Bree -dijo Trancos riéndose- y así fui presentado.
-¿Y por qué lo llamas tú Dúnadan? -preguntó Frodo.
-El Dúnadan - dijo Bilbo -. Así lo llaman aquí a menudo. Pensé que conocías bastante élfico como para entender dún-adan: Hombre del Oeste, Númenorean. ¡Pero no es momento de lecciones! -Se volvió hacia Trancos. - ¿Dónde has estado, amigo mío? ¿Por qué no asististe al festín? La Dama Arwen estaba presente.
Trancos miró gravemente a Bilbo. -Lo sé -dijo-, pero a menudo tengo que dejar la alegría a un lado. Elladan y Elrohir han vuelto inesperadamente de las Tierras Asperas y traían noticias que yo quería oír en seguida.
-Bueno, querido compañero -dijo Bilbo-, ahora que oíste las noticias, ¿puedes dedicarme un momento? Necesito tu ayuda en algo urgente. Elrond dice que mi canción tiene que estar terminada antes de la noche y me encuentro en un atolladero. ¡Vayamos a un rincón a darle un último toque!
Trancos sonrió. -¡Vamos! -dijo-. ¡Házmela escuchar!
Dejaron un rato a Frodo a solas consigo mismo, pues Sam dormía ahora, y el hobbit se sintió como aislado del mundo y bastante abandonado, aunque todas las gentes de Rivendel se apretaban alrededor. Pero quienes estaban más cerca callaban, atentos a la música de las voces y los instrumentos, sin reparar en ninguna otra cosa. Frodo se puso a escuchar.
Al principio y tan pronto como prestó atención, la belleza de las melodías y de las palabras entrelazadas en lengua élfica, aunque entendía poco, obraron sobre él como un encantamiento. Le pareció que las palabras tomaban forma y visiones de tierras lejanas y objetos brillantes que nunca había visto hasta entonces se abrieron ante él; y la sala de la chimenea se transformó en una niebla dorada sobre mares de espuma que suspiraban en las márgenes del mundo. Luego el encantamiento fue más parecido a un sueño y en seguida sintió que un río interminable de olas de oro y plata venía acercándose, demasiado inmenso para que él pudiera abarcarlo; el río fue parte del aire vibrante que lo rodeaba, lo empapaba y lo inundaba. Frodo se hundió bajo el peso resplandeciente del agua y entró en un profundo reino de sueños.
Allí fue largamente de un lado a otro en un sueño de música que se transformaba en agua corriente y luego en una voz. Parecía la voz de Bilbo, que cantaba un poema. Débiles al principio y luego más claras se alzaron las palabras.
Eärendil era un marino
que en Arvernien se demoró;
y un bote hizo en Nimrethel
de madera de árboles caídos;
tejió las velas de hermosa
plata,
y los faroles fueron de
plata;
el mascarón de proa era
un cisne
y había luz en las banderas.
De una panoplia de antiguos
reyes
obtuvo anillos encadenados,
un escudo con letras rúnicas
para evitar desgracias
y heridas,
un arco de cuerno de dragón
y flechas de ébano tallado;
la cota de malla era de
plata
y la vaina de piedra calcedonia,
de acero la espada infatigable
y el casco alto de adamanto;
llevaba en la cimera una
pluma de águila
y sobre el pecho una esmeralda.
Bajo la luna y las estrellas
erró alejándose del norte,
extraviándose en sendas encantadas
más allá de los días de las tierras mortales.
De los chirridos del Hielo
Apretado,
donde las sombras yacen
en colinas heladas,
de los calores infernales
y del ardor de los desiertos
huyó de prisa, y errando
todavía
por aguas sin estrellas
de allá lejos
llegó al fin a la Noche
de la Nada,
y así pasó sin alcanzar
a ver
la luz deseada, la orilla centelleante.
Los vientos de la cólera
se alzaron arrastrándolo
y a ciegas escapó de la
espuma
del este hacia el oeste,
y de pronto
volvió rápidamente al país natal.
La alada Elwin vino entonces a él
y la llama se encendió
en las tinieblas;
más clara que la luz del
diamante
ardía el fuego encima
del collar;
y en él puso el Silmaril
coronándolo con una luz
viviente;
Eärendil, intrépido, la
frente en llamas,
viró la proa, y en aquella
noche
del Otro Mundo más allá
del Mar
furiosa y libre se alzó
una tormenta,
un viento poderoso en
Termanel,
y como la potencia de
la muerte
soplando y mordiendo arrastró
el bote
por sitios que los mortales
no frecuentan
y mares grises hace tiempo
olvidados;
y así Eärendil pasó del este hacia el oeste.
Cruzando la Noche Eterna
fue llevado
sobre las olas negras
que corrían
por sombras y por costas
inundadas
ya antes que los Días
empezaran,
hasta que al fin en márgenes
de perlas
donde las olas siempre
espumosas
traen oro amarillo y joyas
pálidas,
donde termina el mundo,
oyó la música.
Vio la montaña que se
alzaba en silencio
donde el crepúsculo se
tiende en las rodillas
de Valinor, y vio a Eldamar
muy lejos más allá de los mares.
Vagabundo escapado de
la noche
llegó por último a un
puerto blanco,
al hogar de los elfos
claro y verde,
de aire sutil; pálidas
como el vidrio,
al pie de la colina de
Ilmarin
resplandeciendo en un
valle abrupto
las torres encendidas
del Tirion
se reflejan allí, en el Lago de Sombras.
Allí dejó la vida errante
y le enseñaron canciones,
los sabios le contaron
maravillas de antaño,
y le llevaron arpas de oro.
De blanco élfico lo vistieron
y precedido por siete luces
fue hasta la oculta tierra abandonada
cruzando el Calacirian.
Al fin entró en los salones
sin tiempo
donde brillando caen los
años incontables,
y reina para siempre el
Rey Antiguo
en la montaña escarpada
de Ilmarin;
palabras desconocidas
se dijeron entonces
de la raza de los hombres
y de los elfos,
le mostraron visiones
del trasmundo
prohibidas para aquellos que allí viven.
Un nuevo barco para él
construyeron
de mitril y de vidrio
élfico,
de proa brillante; ningún
remo desnudo,
ninguna vela en el mástil
de plata:
el Silmaril como linterna
y en la bandera un fuego
vivo
puesto allí mismo por
Elbereth,
y otorgándole alas inmortales
impuso a Eärendil un eterno
destino:
navegar por los cielos
sin orillas
detrás del Sol y la luz de la Luna.
De las altas colinas de Evereven
donde hay dulces manantiales
de plata
las alas lo llevaron,
como una luz errante,
más allá del Muro de la
Montaña.
Del fin del mundo entonces
se volvió
deseando encontrar otra
vez
la luz del hogar; navegando
entre sombras
y ardiendo como una estrella
solitaria
fue por encima de las
nieblas
como fuego distante delante
del sol,
maravilla que precede
al alba,
donde corren las aguas de Norlanda.
Y así pasó sobre la Tierra
Media
y al fin oyó los llantos
de dolor
de las mujeres y las vírgenes
élficas
de los Tiempos Antiguos,
de los días de antaño.
Pero un destino implacable
pesaba sobre él:
hasta la desaparición
de la Luna
pasar como una estrella
en órbita
sin detenerse nunca en
las orillas
donde habitan los mortales,
heraldo
de una misión que no conoce descanso
llevar allá lejos la claridad
resplandeciente,
la luz flamígera de Oesternesse.
El canto cesó. Frodo abrió los ojos y vio que Bilbo estaba sentado en el taburete en medio de un círculo de oyentes que sonreían y aplaudían.
-Ahora oigámoslo de nuevo -dijo un elfo.
Bilbo se incorporó e hizo una reverencia. -Me siento halagado, Lindir -dijo-. Pero sería demasiado cansado repetirlo de cabo a rabo.
-No demasiado cansado para ti -dijeron los elfos riendo-. Sabes que nunca te cansas de recitar tus propios versos. ¡Pero en verdad una sola audición no nos basta para responder a tu pregunta!
-¡Qué! -exclamó Bilbo-. ¿No podéis decir qué partes son mías y cuáles de Dúnadan?
-No es fácil para nosotros señalar diferencias entre dos mortales -dijo el elfo.
-Tonterías, Lindir -gruñó Bilbo-. Si no puedes distinguir entre un hombre y un hobbit, tu juicio es más pobre de lo que yo había imaginado. Son como guisantes y manzanas, así de diferentes.
-Quizás. A una oveja otra oveja le parece sin duda diferente -rió Lindir-. O a un pastor. Pero no nos hemos dedicado a estudiar a los mortales. Hemos tenido otras ocupaciones.
-No discutiré contigo -dijo Bilbo-. Tengo sueño luego de tanta música y canto. Dejaré que lo adivines, si tienes ganas.
Se incorporó y fue hacia Frodo. -Bueno, se terminó -dijo en voz baja-. Salí mejor parado de lo que creía. Pocas veces me piden una segunda audición. ¿Qué piensas tú?
-No trataré de adivinar -dijo Frodo sonriendo.
-No tienes por qué hacerlo -dijo Bilbo-. En realidad es todo mío. Aunque Aragorn insistió en que incluyera una piedra verde. Parecía creer que era importante. No sé por qué. Pensaba además que el tema era superior a mis fuerzas y me dijo que si yo tenía la osadía de hacer versos acerca de Eärendil en casa de Elrond era asunto mío. Creo que tenía razón.
-No sé -dijo Frodo-. A mí me pareció adecuado de algún modo, aunque no podría decirte por qué. Estaba casi dormido cuando empezaste y me pareció la continuación de un sueño. No caí en la cuenta de que estabas aquí cantando sino casi cerca del fin.
-Es difícil mantenerse despierto en este sitio, hasta que te acostumbras -dijo Bilbo-. Aparte de que los hobbits nunca llegarán a necesitar de la música y la poesía tanto como los elfos. Parece que los necesitaran como la comida o más. Seguirán así por mucho tiempo hoy. ¿Qué te parece si nos escabullimos y tenemos por ahí una charla tranquila?
-¿Podemos hacerlo? -dijo Frodo.
-Por supuesto. Esto es una fiesta, no una obligación. Puedes ir y venir como te plazca, si no haces ruido.
Se pusieron de pie y se retiraron en silencio a las sombras y fueron hacia la puerta. A Sam lo dejaron atrás, durmiendo con una sonrisa en los labios. A pesar de la satisfacción de estar en compañía de Bilbo, Frodo sintió una punzada de arrepentimiento cuando dejaron la Sala del Fuego. Cruzaban aún el umbral cuando una voz clara entonó una canción.
A Elbereth Gilthoniel,
silivren penna míriel
o menel aglar elenath!
Na-chaered palan-díriel
o galadhremmin ennorath,
Fanuilos, le linnathon
nef aear, sí nef aearon!
Frodo se detuvo un momento volviendo la cabeza. Elrond estaba en su silla y el fuego le iluminaba la cara como la luz de verano entre los árboles. Cerca estaba sentada la Dama Arwen. Sorprendido, Frodo vio que Aragorn estaba de pie junto a ella. Llevaba recogido el manto oscuro y parecía estar vestido con la cota de malla de los elfos y una estrella le brillaba en el pecho. Hablaban juntos. De pronto le pareció a Frodo que Arwen se volvía hacia la puerta y que la luz de los ojos de la joven caía sobre él desde lejos y le traspasaba el corazón.
Se quedó allí como esperando mientras las dulces sílabas de la canción élfica le llegaban como joyas claras de palabras y música.
-Es un canto a Elbereth -dijo Bilbo -. Cantarán esa canción y otras del Reino Bienaventurado muchas veces esta noche. ¡Vamos!
Fueron hasta el cuartito de Bilbo que se abría sobre los jardines y miraba al sur por encima de las barrancas del Bruinen. Allí se sentaron un rato, mirando por la ventana las estrellas brillantes sobre los bosques que crecían en las laderas abruptas y charlando en voz baja. No hablaron más de las menudas noticias de la Comarca distante, ni de las sombras oscuras y los peligros que los habían amenazado, sino de las cosas hermosas que habían visto juntos en el mundo, de los elfos, de las estrellas, de los árboles y de la dulce declinación del año brillante en los bosques.
Alguien golpeó al fin la puerta.
-Con el perdón de ustedes -dijo Sam asomando la cabeza-, pero me preguntaba si necesitarían algo.
-Con tu perdón, Sam Gamyi -replicó Bilbo-. Sospecho que quieres decir que es hora de que tu amo se vaya a la cama.
-Bueno, señor, hay un Concilio mañana temprano, he oído, y hoy es el primer día que pasa levantado.
-Tienes mucha razón, Sam -rió Bilbo-. Puedes ir a decirle a Gandalf que Frodo ya se fue a acostar. ¡Buenas noches, Frodo! ¡Qué bueno ha sido verte otra vez! En verdad, para una buena conversación no hay nadie como los hobbits. Me estoy poniendo viejo y ya me pregunto si llegaré a ver los capítulos que te corresponderán en nuestra historia. ¡Buenas noches! Estiraré un rato las piernas, me parece, y miraré las estrellas de Elbereth desde el jardín. ¡Que duermas bien!
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